El mundo occidental y Europa en particular ha construido su identidad según los paradigmas de la cultura clásica greco romana y el cristianismo, que actuó como elemento aglutinador y sintetizador de la filosofía, el derecho y la religión.
El Cristianismo no se limitó a trasmitir un legado humanista enriquecedor de forma pasiva, sino que aportó elementos enriquecedores en lógica, ética y metafísica. La síntesis formidable de Tomás de Aquino es una muestra de lo que afirmamos. Sus aportaciones en ética, derecho y política -sin olvidarnos de la metafísica y la teología- hacen del "Doctor Angélico" artífice y fundamento de los principios y valores de la cultura occidental europea.
La sociedad medieval fue la cuna donde se gestaron los fundamentos de la sociedad moderna occidental. Los principios y los valores que daban sentido a la sociedad medieval, estaban ligados a la metafísica del ser, a la ética del Derecho Natural y a la política como realización social de aquel ideal. La arquitectura ético-social, era perfecta, ordenada, de acuerdo con unos valores éticos cuya finalidad se apoyaba, como el arco de medio punto de sus catedrales, en la trascendencia, gozne, cerrazón y sentido, de todo el edificio. Fue la Edad Moderna, suplantando a la metafísica del ser por la epistemología del pensar, la que empezó a derribar este formidable edificio. Primero, eliminando la sustancia, (cosa en sí, -decía Kant- como incognoscible), para después eliminar la misma realidad de "existencia", la causalidad y finalmente la trascendencia. La demolición de la metafísica afectó a la ética y la política. La ética eudemonista y teleológica del Aquinate, basada en la ley eterna, ley positiva y en el Derecho Natural, dejó paso a la ética racionalista, trasmutando los valores cualitativos por los cuantitativos y dejando al hombre sin el marco de referencia y la seguridad que hasta entonces poseía. La política, desprovista de su marco de referencia, se acomodó al convencionalismo de las normas y a sustituir el fundamento tradicional del poder, por la racionalidad del número y la cantidad. (Cfr. Blog Cosmosnoetós, El imperio del número, 10/03/12).
Las consecuencias de lo meramente cuantitativo, no se han hecho esperar en el mundo actual. La democracia es el reino de lo cuantitativo, porque el número, la cantidad de individuos, son los que generan los mecanismos de poder. Las leyes y normas del legislativo, dependen del número de parlamentarios que apoyan una determinada ley. Son las mayorías -equivocadas o no- las que operan al margen de valores, tradiciones e ideas, y forman un "Corpus jurídico", sin que muchas veces busquen el bien común de los ciudadanos a los que representan, sin escuchar lo que piensan o manifiestan las minorías. La disciplina de partido, se impone inexorablemente a la hora de votar una determinada ley, sin que se tenga en cuenta, la disidencia ni las opiniones contrarias, cualitativamente bien fundamentadas de la oposición, aplicando el rodillo de la mayoría. Es así
como la referencia a la cantidad genera su propio orden axiológico: nada
existe antes y más allá del número. La Ley, como expresión de una
cantidad de voluntades a la que se denomina mayoritaria, es norma válida
o inválida, pero la justicia o injusticia dejan de ser atributos
operativos, para servir a fines partidistas de dudosa eticidad. ¿Dónde está el fundamento u orden de las esencias? ¿Dónde el Derecho Natural, como conjunto de principios que determinan el modelo de convivencia conforme a las exigencias de la naturaleza humana? ¿Dónde está la participación activa de la ciudadanía en asuntos de vital trascendencia para su bienestar? ¿Dónde encontrar un nuevo orden axiológico humanista que nos haga recobrar la seguridad de los fines frente a la inseguridad de los medios? Sí, ya sé que estas preguntas y otras que podemos hacernos, no tienen una respuesta fácil. Pero ahí está el reto. Tal vez la respuesta esté en los Clásicos.
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