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lunes, 25 de mayo de 2020

¡Ven a Cataluña!



Catalunya is Spain

La playa es catalana
al servicio "la estelada"
desde el Delta del Ebro
hasta la Costa Brava.
Aquí sobran los españoles
por ser unos opresores,
cruces con lazos amarillos
ocuparon nuestras playas,
para mostrar a todo el mundo
que los presos en prisión,
son presos políticos
porque lo muestra el balcón.

Llenemos de "esteladas"
establecimientos turísticos,
y en balcones y ventanas
pancartas con un solo escrito:
"Catalunya is not Spain"
en los estadios un grito
contra España y su himno.
La bandera española
ha de ser erradicada
de hoteles y ayuntamientos,
de edificios oficiales,
ha de ser eliminada
cuando no quemada.

Pues quien venga a Catalunya
ha de olvidarse de España,
si no quiere que los violentos
cantando "el Segador"
en vez de cortar a ras la paja
le amenacen con la hoz.
Rótulos y menús en catalán,
los policías malvenidos,
los goles de la selección
silbados, no aplaudidos.
El soberanismo en torres
de iglesias, palacios y castillos,
adoctrinando al pueblo
con sus proclamas y signos
manteniéndolo cautivo.

Ahora que estáis hasta el cuello
a causa de un virus maldito, 
nos invitáis a vuestras playas
y ocultáis el supremacismo
para salvar el turismo,
pues la pela es la pela
no conoce ideología
ni tampoco conoce mitos.

¡Mirad, pues, lo que os digo,
con gran dolor afligido!:

"Si yo fuera nacionalista
y me dejara llevar
como muchos de vosotros
por pasión supremacista:
no pisaría Cataluña,
dejaría que os tragarais
lazos amarillos y proclamas
con butifarra y sardanas;
ignoraría vuestras playas,
el espetec de masía,
y la pizza de Vich congelada,
la comería  vuestra tía,
acompañado con cava, todo, 
bajo sombrillas en la playa,
cruces amarillas y lazos
y una "hartá de esteladas".

Pero yo no soy así:
quiero lo mejor a España,
porque España es mi país
y Cataluña es España.


     Antonio G. Padilla



"Desde que arrancó el procés hace ocho años, los ataques del separatismo al resto de España han sido permanentes, desde el "España nos roba" de principios de década al "España nos mata" de la actualidad. Pese a ello, la portavoz del Govern, Maritxel Budó -la misma que recientemente aseguró que en una Cataluña independiente habría sufrido menos muertos por coronavirus- anunció ayer que la Generalitat llevará a cabo una campaña para estimular el "turismo nacional" en Cataluña este verano.
La ironía de que la Generalitat apele ahora al turismo del resto de España tras años de fomentar la desvinculación entre Cataluña y el conjunto del estado no ha pasado inadvertida a distintos internautas en las redes sociales. Por ejemplo, el periodista del Diari de Andorra. Jordi Salazar, ha publicado el siguiente comentario: "El gobierno catalán pide que todos aquellos a quienes el independentismo ha estado insultando durante los últimos 8 años hagan turismo en Cataluña. Pillo palomitas". Por su parte Oriol Güell i Puig, un conocido usuario de Twiter crítico con el separatismo, ha fantaseado con el posible slogan de la campaña: "España es paro y muerte, así que si quieres vida y futuro, ven a Cataluña". 
                                     
                                                                     (Oscar Benitez, El Liberal)



domingo, 24 de mayo de 2020

Fue fácil diseñar las gafas de plástico que dieron entrada al año nuevo, pensó Claudio, asomado a la ventana de su salón. La calle estaba vacía y su vista no acababa de posarse sobre nada en concreto. La quietud le aburría, de modo que reorientaba constantemente su mirada en busca de algo que anduviera, se arrastrara, rodara o fuera empujado. Pero la calle había perdido todo su espectáculo, era un teatro sin barrer después de la última función.
Las gafas de 2019 sí que fueron difíciles de hacer, consideró. A ver quién ponía un ojo dentro de un nueve. Desde el año 2000 había sido muy complicado eso de hacer gafas de colorines sin cristales y muy payasas para que la gente se las pusiera el 31 de diciembre. Hasta que llegó 2020, fue un infierno. Pero en 2020 todos los fabricantes de gafas payasas verde fosforito respiraron aliviados. Esto está chupado, pensaron, pensó Claudio.
Dentro de su casa tampoco se movía gran cosa. No tenía perro. Se movía sólo él, y 40 metros cuadrados de aire. Si no lo había entendido mal, no podía salir a la calle salvo para hacer acopio de alimentos. Como era soltero y obediente, salió a la calle hace una semana y no volvería a salir hasta dentro de otra. Un virus mantenía a raya a toda la ciudad. La cosa parecía llevadera. Estar en casa y esperar a que te dejaran salir. Tenía 346 libros en el cuarto del fondo, de los que había leído 13, abandonado 10 y no abierto nunca el resto. Hizo este cálculo a lo tonto, pero no andaría muy alejado de la realidad. Cogió sus gafas de ver de cerca y se fue hacia la biblioteca.
Tenía 346 libros en el cuarto del fondo, de los que había leído 13, abandonado 10 y no abierto nunca el resto
Podía leer un libro ya leído, acabar uno empezado o empezar uno de los muchos que nunca había abierto. Le pareció todo un dilema, teniendo en cuenta que a lo mejor se acababa el encierro antes de que pudiera acabarse el libro. No era muy dado a leer. Había recibido los libros en herencia, junto al piso en Chamberí. El piso en Chamberí le daba de comer. Los libros no los tiró porque el piso en Chamberí (1300 euros al mes) le daba de comer, y su abuelo merecía un respeto. Suyos, suyos, a lo mejor eran cuatro.
Decidió leerse el 'Quijote', porque le salió al paso dos veces. Lo tenía repetido. Un ejemplar, en un solo tomo, de su abuelo, y otro, en dos tomos, suyo. Decidió leer el ejemplar de su abuelo.
Dedicó media hora a la lectura y volvió a la ventana. Eran las siete de la tarde. Enfrente de él vivía, también en un tercero, un matrimonio de jubilados. El marido solía salir al balcón a vigilar la calle un ratito cada hora. Si pasaba alguien por debajo que no llevara un carrito de la compra, bolsas de plástico llenas de comida o un perro, le increpaba. Se había tomado muy en serio este señor lo de la cuarentena, y le reventaba que otras personas se la saltaran alegremente. Su mujer sólo salía al balcón cuando tenía que meterlo en casa a empujones para que dejara de llamar “hijo de puta” a un transeúnte.
Acudió a la ventana con cierta premura, pues le daba algo de vergüenza que pareciera que le tenían que recordar lo de los aplausos
Leyó hasta las ocho, cuando empezaron los aplausos. Se había establecido esa hora y ese jaleo para darse ánimos durante el encierro, y para agradecer la labor que realizaba tanta gente en los hospitales. Claudio acudió a la ventana con cierta premura, pues le daba algo de vergüenza que pareciera que le tenían que recordar lo de los aplausos. Cuando uno lee, socializa poco.
Con las prisas, llevaba las gafas puestas y, después de algunos segundos de chocar palmas, decidió quitárselas y colgárselas del cuello del jersey. Todo esto fue muy confuso. Quería dejar de aplaudir, quería quitarse las gafas, quería colgárselas del jersey y quería volver a aplaudir. Pero en algún punto se lió, y las gafas fueron aplaudidas hacia el vacío de la calle vacía, sobre cuyo asfalto resquebrajado se fueron a resquebrajar. Claudio se puso blanco.
Nadie lo había visto, o eso le parecía a él. Aplaudía todo el mundo en ventanas y balcones, pero nadie había reparado en que al vecino del 23, piso tercero, se le acababan de caer las gafas al suelo. Vamos, a la calle. La verdad es que ni siquiera habían hecho ruido al estrellarse.
Claudio dejó de aplaudir y volvió a su sofá y abrió el Quijote, que obviamente no podía leer. Sólo estaba disimulando. Cuando tuvo claro que todo el vecindario estaba ya dentro de sus casas, volvió a la ventana para buscar sus gafas. Miró hacia la calzada con la seguridad de ir a verlas enseguida, pero no las veía. A lo mejor si se ponía las gafas podría ver las... Qué tonto soy, pensó. Y además son de cerca.
Si le llegaba un mail del gobierno diciéndole que el encierro había terminado, no podría leerlo. Qué hermosa putada, pensó
Eran las ocho y veinte y empezaban a encenderse las luces de la ciudad. Si pasaba algún coche sus gafas podrían destruirse del todo, quedar inservibles. No podría ver la tele, además, ni leer en la pantalla del ordenador las evoluciones del virus. Si le llegaba un mail del gobierno diciéndole que el encierro había terminado, no podría leerlo. Qué hermosa putada, pensó.
Tenía que bajar cuanto antes a por sus gafas. Por la luz solar, por los coches y por el mail del gobierno. Así lo hizo, tranquilamente, hasta el portal. Bajó por las escaleras en lugar de usar el ascensor, como es lógico. Sin tocar la barandilla. En su edificio sólo vivían ancianos, y no había visto llegar allí ninguna ambulancia, así que anduvo más o menos confiado. Pero en el portal la aventura se volvía demasiado excitante. Era ilegal salir de casa. Por la noche no hay nada que comprar. No tenía perro. ¿Qué hace este hombre en la calle? Iba a acabar en la cárcel por leer el 'Quijote' y aplaudir a los médicos. Pocas injusticias semejantes.
Levantó la vista y no vio al vecino en el balcón. Su ronda era impredecible. Abrió la puerta y miró a ambos lados de la calle. El silencio venía modulado por una bonita brisa de primavera. Bueno, pensó. Dio unos pasos, encorvado, y pasó entre dos coches y luego se acuclilló sobre el asfalto. No veía sus gafas. Empezó a tantear el asfalto con ambas manos. Encontró varias colillas y un palo de piruleta. Miró hacia su casa, hacia su ventana, y se alineó perfectamente con ella. Las gafas habían descrito una parábola precisa, rectilínea, debían estar entre el punto en el que él se hallaba y los coches del otro lado de la calle. O un metro a derecha o a izquierda. Tampoco rebotaban tanto unas gafas.
Miró hacia arriba y vio a su vecino en el balcón, muy asomado y con un cartón de huevos en una mano
Avanzaba a rastras por el suelo en mitad de la calle vacía y de la ciudad encerrada, buscando sus gafas. Oyó un mínimo crujido, y luego se miró la mano y estaba pringosa. Otro crujido le asaltó por detrás. Miró hacia arriba y vio a su vecino en el balcón, muy asomado y con un cartón de huevos en una mano. Con la otra iba preparando el siguiente tiro.
-¡Hijo de puta!
Corrió hacia su portal. El vecino estampó su tercer huevo contra el cristal de la puerta, y Claudio vio cómo la clara y la yema se iban deslizando poco a poco. Madre mía, pensó, me está tirando comida.
Llegó a su casa avergonzado, y un poco asfixiado después de cuarenta escalones. Enseguida se metió en la cocina y se hizo un té, la cena, otro té; cenó allí mismo. Todo para no entrar en el salón y ser visto por el vigilante del barrio. A lo mejor entraba en el salón y lo encontraba todo perdido de huevos y lechugas y tomates y latas de atún. El vecino tenía mucha fuerza tirando cosas. Le tocaría ir mañana a comprar más munición.
Pasadas dos horas, Claudio decidió bajar los automáticos y dejar la casa sin luz. Así el vecino pensaría que se había ido a dormir o, en todo caso, podría entrar en el salón sin ser visto. Así lo hizo. El vecino ya no estaba. Claudio se asomó a la ventana y miró hacia la calle. Se veían perfectamente los dos huevos estampados sobre el asfalto, pero no sus gafas.
Asumió que tendría que pasar la cuarentena sin ellas. Quince días, otros quince días y a lo mejor hasta tres meses. Eso no lo sabía nadie. Los periódicos. De pronto todo lo que quería hacer precisaba de ponerse sus gafas de ver de cerca. Hasta se había hecho el té del té que no le gustaba.
Entendió además que ya no podría mirar más por la ventana, no fuera a chillarle el vecino. Se habría quedado con su cara, con una fuerte impresión general, en todo caso. No vivía otro cuarentón de pelo negro en su edificio aparte de él. La búsqueda de sus gafas de ver de cerca le iba a impedir mirar a lo lejos, pues la ventana del salón era la única que daba a algún horizonte. Aparte de estar condenado a ver sólo de cerca precisamente sin sus gafas de ver de cerca.
Qué hermosa putada, se dijo. Y se puso a reír.
Luego cerró los ojos y se apretó los párpados con los dedos hasta ver pequeños destellos de colores. Qué bien eso de que 2020 parezca unas gafas, pensó.

viernes, 22 de mayo de 2020

Muñeca de trapo




Muñeca de trapo

Dejé mi muñeca de trapo
en el rincón de mis sueños,
el amor, un muchacho, y un beso,
acaparó mi embeleso.

Una noche salí despacito,

de puntillas con todo sigilo,
para no despertar su abandono,
en silencio, sin hacer ruido.

Aparqué mis tiernos cuidados,
mis tareas abandoné,
las de un mundo encantado
del que pronto me olvidé.

Allí quedó guardada 

en una caja de cartón,
mi muñeca de trapo,
sin paseo al aire libre, sin sol.

Vagué por senderos furtivos,

olvidé la promesa no dicha,
en un carrusel de risas y gritos
de alegrías y desdichas.

Un día mi chico se fue...
me dejó muy despacio:
lo que un día hice yo
a mi muñeca de trapo.

     Antonio G. Padilla




jueves, 21 de mayo de 2020

Adriana Lastra



El lastre de Lastra

No te preocupaba lo más mínimo
la salud del pueblo madrileño,
cuando antepusiste la ideología
por encima de su salud,
en la porfía de una manifestación
con alevosía.
Tampoco te importa pactar
con EH-Bildu la derogación
de la reforma laboral,
que manda al paredón
a trabajadores sin más.
Envidia del quiero y no puedo
y lo intento y no doy más 
de si te va el pelo.
Adriana, por mucho que te empeñes,
Ayuso solo hay una,
y os ha dejado en ridículo, no una,
sino varias veces...
no solo en la tribuna,
sino allí donde el dolor se hizo patente,
en la gestión,
en el sufrir de la gente.

           Antonio G. Padilla



miércoles, 20 de mayo de 2020

Bandera tricolor

l cambio de la bandera hecho por la República constituyó un grave error». La frase que acaban de leer fue escrita, por extraño que les parezca, por uno de los más fervientes y aguerridos defensores del régimen republicano de 1931: el general Vicente Rojo. El hombre que recibió el encargo de defender Madrid durante el levantamiento de las tropas franquistas en 1936 y que, a menudo, es calificado como el «mejor estratega militar de su bando», a pesar de lo cual no tuvo reparos en criticar a su Gobierno por instaurar la enseña tricolor que, según él, «no nació del pueblo, sino de una minoría sectaria».
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Esta defensa a ultranza de la bandera rojigualda fue realizada en 1939, pero no fue descubierta hasta 2014 por el abogado Javier Nart en el archivo de la familia Rojo, ubicado en el Archivo Histórico Nacional. Allí estaba junto a buena parte de la correspondencia privada del general responsable de la única gran victoria del bando republicano en la Guerra Civil: la conquista de Teruel. El militar que consiguió, además, retrasar el desastre final con su intervención en las batallas de BelchiteBrunete y el Ebro. Acciones todas ellas con las que obtuvo un gran prestigio entre los sublevados. Tal es así que, al fallecer en 1966 en Madrid, incluso recibió halagos por parte del diario «El Alcázar», el órgano de los excombatientes franquistas, que no fueron censurados por el régimen.
El mencionado texto fue hallado concretamente entre un montón de borradores de artículos que posiblemente estarían destinados a la revista que Rojo fundó en Buenos Aires, «Pensamiento Español», un proyecto editorial destinado a recoger las opiniones de los republicanos en el exilio y, sobre todo, a favorecer la conciliación de los españoles que habían combatido durante el conflicto. Esa fue la idea que debió rondar en la cabeza del general al dejar constancia por escrito de su oposición a la enseña republicana por la que se había jugado la vida. «La cuestión de la bandera es uno de los motivos que estúpidamente dividen a los españoles y que tiene su origen en la conducta mezquinamente partidaria de nuestros políticos», apuntaba al inicio del texto.

Desde el exilio

Rojo había llegado a Argentina con su familia desde Francia en agosto de 1939, a bordo del Alcántara. En este buque viajaba también José Ortega y Gasset. Ya debía llevar su texto encima, puesto que estaba fechado en abril de ese mismo año. Es muy probable que fuera concebido en Vernet-les-Bains, la pequeña ciudad del sur de Francia, muy cerca de la frontera con España, donde nuestro protagonista estuvo viviendo unos meses al acabar la guerra.
En él, Vicente Rojo exponía que «la bandera (rojigualda) que teníamos los españoles no era monárquica, sino nacional. Mientras la bandera de los Borbones fue blanca y la bandera real era un guión morado, la bicolor como enseña nacional fue creada por las Cortes españolas en plena efusión de liberalismo, el constitucionalismo y la democracia. Para diseñarla se tomaron algunos de los colores españoles que la Marina de Guerra venía usando tradicionalmente, los cuales habían dado tono a los guiones reales de los Reyes Católicos (rojo) y de Carlos I (amarillo), que eran también los de la enseña tradicional en Aragón, Cataluña y Valencia».
El general republicano daba tres razones por las que fue un auténtico disparate por parte del Gobierno imponer a los españoles la enseña roja, amarilla y morada: «Primero, porque no respondía a una aspiración nacional, ni siquiera popular. La bandera republicana era desconocida por la inmensa mayoría de los españoles. Segundo, porque se reemplazó una bandera nacional por una bandera partidaria y, con ello, solo consiguió dividir a España. Y tercero, porque no era necesaria y, consecuentemente, tan solo podía producir complicaciones, tal y como sucedió».
Vicente Rojo (izquierda) y Manuel Azaña, en noviembre de 1937
Vicente Rojo (izquierda) y Manuel Azaña, en noviembre de 1937 - ABC

Contra los tabúes

Esta opinión no era la que cabría esperar del hombre que, en octubre de 1936, había sido ascendido a teniente coronel y designado jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa comandadas por el famoso general Miaja. Tampoco del hombre que había sido condecorado poco antes con la Placa Laureada de Madrid, la máxima distinción militar, que había sido otorgada únicamente a tres personas más. Pero Rojo no era un general muy común. Era, según muchos historiadores, una figura histórica de gran complejidad, un general católico y conservador que rompió con muchos de los tópicos que se crearon alrededor del Ejército, sin cuestionarse nunca su lealtad a la Segunda República.
El periodista y nieto de nuestro protagonista, José Andrés Rojo, autor del «Retrato de un general republicano» (Tusquets), ponía varios ejemplos de esto durante una entrevista en ABC en 2006: «Un militar de carrera tenía necesariamente que ser franquista. Un católico practicante también se suponía que tenía que ser franquista. Lo mismo ocurría con un hombre de ideas conservadoras, como mi abuelo, que se suponía que tenía que ser franquista, al igual que un patriota español, solo por el hecho de serlo. Pero dentro del Ejército convivían muchas familias. Unas, digamos, más chapadas a la antigua, para las que los militares eran los salvadores de la patria y estaban legitimados para intervenir en política con las armas; y otras, más modernas, que consideraban que el Ejército era una institución que dependía del poder civil y cuyo cometido no era gobernar. Entre estos últimos se encontraba mi abuelo».
Vicente Rojo era un general al que «no le gustaban nada los desórdenes», según lo describió el historiador Jorge Martínez Reverte en este periódico. Un español orgulloso de serlo, en cuyo artículo no solo reflejaba sus sentimientos de rechazo contra la bandera tricolor, sino también su conocimiento de la realidad histórica de su país. «El pueblo no anhelaba incorporar a la bandera el color morado de Castilla –explicaba–. No podía anhelarlo porque la masa del pueblo español ignoraba que el morado fuese el color de Castilla [...]. Los republicanos de la Primera República quisieron introducir su bandera partidaria y crearon la bandera llamada republicana, pero esta no llegó a tener estado oficial y tampoco se popularizó. Nació, según contó el último Presidente de la Primera República, Emilio Castelar, en la Universidad de Barcelona, fundiendo tres colores de tres facultades. No pudo, pues, tener un origen más arbitrario. Por eso no llegó a ser bandera oficial, nacional o popular. Los primeros republicanos, más sensatos que los segundos, no impusieron el cambio».

«¡Viva España!»

Y añadía después: «Ni inconmovible, ni imperdurable ni eterna es la bandera tricolor, porque no nació del pueblo, sino de una minoría sectaria. No crearon pues un símbolo nacional, que ya estaba creado con ese carácter, sino uno de lucha partidario, haciendo prevalecer las ideas de la República por encima de las ideas de Nación y Patria. Hoy los españoles están divididos en torno a dos banderas: tal es el fruto de aquel error [...]. Hay un manifiesto artificio. La injusticia de las persecuciones nada tiene que ver con los colores de la bandera de España. Algunos se apoderaron del grito de “¡viva España!” y se colgaron en un sitio bien visible el crucifijo para proceder en nombre de Dios, pero no por eso los españoles debemos dejar de gritar “¡viva España!”, ni los que sean católicos o protestantes deben renegar de la moral cristiana».
Cuando Rojo explicaba que ya existía un «símbolo nacional», se refería a la bandera establecida por Carlos III en 1785 para la Marina de Guerra, la misma que prácticamente existe hoy con los colores rojo y gualda. Fue esa la que, posteriormente, terminará siendo adoptada como bandera única para todo el Ejército en el Real Decreto de 1843 aprobado por la Reina Isabel II. Según manifestó en 2018 el académico y militar Hugo O’Donnell, durante el acto de celebración del 175 aniversario de la bandera, con esta decisión el monarca español quiso «hacer un gesto a la reconciliación de España».
El historiador Luis Sorando Muzás, por su parte, destaca «el nombre de “nacional” que se dio a esta bandera naval, en contraposición a la Real, en una época en la que el concepto de nación, tal y como lo concebimos hoy, aún no existía». Lo cuenta en su artículo «La bandera rojigualda antes de su instauración para el Ejército», publicado en la «Revista de Historia Militar», que hace referencia a la nueva dimensión que adquirió la enseña tras un largo proceso de transformaciones que duró siglos. El mismo proceso que Vicente Rojo quería poner en valor con su artículo.
Una vez aprobada en 1785, esta bandera se difundió rápidamente, independientemente del régimen que gobernara el país. Ese mismo año pasó a los Correos Marítimos y, en 1786, a las fortificaciones de la costa y a las juntas de Sanidad de los puertos. En 1787, a la Real Compañía de Filipinas y así sucesivamente. Durante la guerra de la Independencia (1808-1814) apareció por primera vez en el batallón de Cazadores de Fernando VII, en Valencia, y, después, en la de los Cazadores Extranjeros. Y de ahí se extendió a todas las guarniciones.
Tuvimos que esperar al Real Decreto de 13 de octubre de 1843 para que se estableciera oficialmente en todas las Fuerzas Armadas. A partir de ahí, se hizo tan popular que pronto empezó a aparecer espontáneamente en los balcones, tendidos taurinos, abanicos y atuendos, hasta hoy.

Nunca vuelve



Nunca vuelve

El hombre nunca retornará a la vida,
una vez muerto.
No es árbol que se corta
y luego retoña.
No es agua que se traga la tierra
y luego mana,
o se evapora en el cielo.
Ahí sigue el cielo, aquí la lluvia.
Sólo el hombre cuando muere,
muere para siempre.
Nunca vuelve.

         Antonio G. Padilla


lunes, 18 de mayo de 2020

Habas



Habas...

Con qué gracejo e ilusión
nos quedamos anonadados,
esperando ese conejo
que hace tiempo no catamos.

¿Y las habas? 


Esas frescas y lozanas

verderonas, recién cortadas,
con bacalao o jamón,
vino mosto de porrón.
¡Qué ricas como visión
catadas virtualmente,
es como sentir el sol 
sin que tu piel se caliente!
¡Qué regusto y falsa ilusión
hace el color y la vista,
cuando tratan de engañar
al gusto por la revista!

¿Y el arroz?

Dijo ¡Hola y adiós...
y desapareció!
  
      Antonio G. Padilla


domingo, 17 de mayo de 2020

A Rafael Simancas



A Rafael Simancas

Simancas el de los recados
tan chiquito y tan faltón,
echando balones fuera
como muestra, un botón.
No se puede pedir más,
lo único que sabes hacer
es ponerte de rodillas y adular,
al final te morirás, sin trabajar,
y sin rodillas que cuidar.

¿Tan noqueado te dejó

el Tamayazo ramplón?
¡Qué suerte tuvo Madrid
al librarse de un faltón
tan necio como servil!
un mequetrefe que miente,
y no cometió el desliz
de nombrarte presidente.

¿Por qué no se impidió

tanto evento o manifestación?
De vuestra irresponsabilidad
y falta de previsión,
ahora queréis culpar
a quien mejor gestionó.
Primero provoca el fuego
tu izquierda en la manifestación,
después culpas al que lo apaga
y no a quien lo provocó.

      Antonio G. Padilla


Rafael Simancas, secretario general  del Grupo Parlamentario Socialista, ha manifestado que hay cifras tan altas de contagiados y fallecidos por Covid-19, "porque está la Comunidad de Madrid".



sábado, 16 de mayo de 2020

¡Salvemos el turismo, ésta es la solución!




¡Salvemos el turismo,
ésta es la solución!

La torpeza del gobierno
es de tal magnitud,
que sin dos dedos de frente,
obligan al confinamiento
al turista y su gente.

Los que vienen por el sol
chiringuitos y gambón,
tendrán que estar recluidos
en una triste habitación,
viendo a Simón por la tele
dándoles una lección,
sobre virus y pandemias
lavada de manos y jabón. 

¿Habrá mejor solución
para que el turismo flote
sobre una gran depresión?
¿Y qué decir del ministro
de Sanidad Salvador Illa,
explicando como usar
guantes y mascarillas,
recién llegados de China?

Y si esto es deprimente
hay una cosa aún peor:
seguir a Pedro Sánchez
en el "Aló Presidente"
en radio y televisión,
adoctrinando a la gente.

¡Como veis, ciudadanos,

un programa cual mejor!
dirigido y recreado
por expertos de opinión
y el bueno de Don Simón,
que de pandemias lo justo,
de información..., aún peor.

Pero correrá el tintorro 

que llaman de garrafón,
y brindaremos en las uvas
sin burbujas ni turrón,
celebraremos un buen año
de turismo y botellón,
-eso sí- confinados cada uno
en su propia habitación,
o tal vez en una terraza, 
o puede que en un balcón.
¡Válgame Dios!

      Antonio G. Padilla



martes, 12 de mayo de 2020

Ven de frente, aquí te espero




¡Ven de frente,

         aquí te espero!

Después de cincuenta días

de forzosa reclusión
le tengo unas ganas al virus
que si por mi fuera, tío,
lo cogería por la chepa
y le pegaría un capón.
Pero el muy desgraciao
se esconde...
nunca está en el mismo sitio,
y lo mismo está en la China
-fue allí donde nació-
que allá en la Conchinchina.
Puede que viaje en avión,
de pronto es un viajero 
que encontramos en un puerto
cogiendo un gran crucero;
o tal vez en una estación,
sin saber si toma el tren
o se queda en el andén.
El malaje no descansa,
trabaja de sol a sol,
infectando a "to" el que pasa,
sin tener en cuenta su raza
su creencia o posición.
Sin dar la cara ¡el cobarde!
se escabulle como puede,
si al menos llevara móvil
Googles podría encontrarle
y entre todos dispararle
un torpedo por el culo,
y a ver si así conseguimos
destronarle de su trono
de soberano importuno.
Si lo encuentro por la calle
le daré tantas pastillas
hasta que se atragante
con prospecto y cajetilla.
"!Malaje de mala astilla!
te voy a poner tantas inyecciones
que sepas lo que es sufrir,
hasta enviarte a la UCI 
y sientas lo que es morir.
¡Cobarde y vil asesino
que te aprovechas del débil,
y te ensañas con la gente
la que menos culpa tiene!
¡Ven de frente, aquí te espero!
¡Te quitaré esa corona
que ostentas con tanto esmero
y haré de ti y tu reinado
un bastardo reyezuelo!"

      Antonio González