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martes, 27 de noviembre de 2012

Entre Indios y Vaqueros





Cuando eramos niños no siempre nos portábamos bien. Mi madre más de una vez nos encerraba en casa y nos castigaba a no salir a la calle por nuestro mal comportamiento. Allí encerrado con mis hermanas, aprovechaba para leer comics y adoctrinar a mis hermanas  contándoles cuentos de miedo o revestirme de fantasma, con una vieja manta que teníamos para nuestros juegos. Mis hermanas,  pasaban el tiempo jugando a las mamás con sus muñecas de cartón, de pelo desmarañado, algun que otro pié o brazo arrancado y una goma suelta que hacía de muñón. Me aburrían sus juegos imitando a ser  mamás (ya conocía el juego observando a mi madre, cuando cuidaba de ellas) Mientras tanto, yo jugaba con las espadas flechas y pistolas que guardaba en el  arcón  de los juguetes, luchando contra enemigos imaginarios, que sólo yo veía en mi mente guerrera. Asumíamos los roles con naturalidad sin que nadie  nos lo impusiera. A veces mis hermanas cogían las espadas y se batían contra mí, intentando vencerme. Casi siempre ganaba yo, por mi destreza y por ser el mayor de los hermanos.
Las tardes en el pueblo se hacían largas, pero para nuestros juegos siempre eran cortas. Apenas merendábamos nos reuníamos en la plaza los amigos, para jugar a indios y vaqueros. Le llamábamos jugar a "!arriba las manos¡". El juego consistía en dividir el grupo en dos bandos unos indios y otros pistoleros -a veces sólo pistoleros- y armados con flechas y pistolas, iniciar una batalla que consistía en  dar "el arriba las manos", hacerlo antes que el contrario e ir eliminando contrincantes. Vencía el grupo que contaba con mayor número de supervivientes (cosa difícil de dilucidar porque nunca nos poníamos de acuerdo quien había "matado" antes al otro) A mí me gustaba pertenecer al grupo de los indios, antes que  al de los pistoleros. La razón era que las pistolas las fabricábamos con cantos de piedra de río y hacía falta mucha imaginación para ver una pistola lo que simplemente era una piedra. Mientras que los arcos y las flechas eran de verdad y podían ser lanzadas contra "el enemigo", a veces con verdadero peligro, para nuestra integridad física. Éste juego era solo reservado a los chicos, nunca lo hacíamos con las chicas. Éstas jugaban a "las casicas" con sus cacharros de cocina y sus muñecas, sin cuestionarnos un cambio de roles.

H. M. Johnson define la socialización como "el aprendizaje que capacita a un individuo a realizar roles sociales" (Sociología. Una introducción sistemática, Paidós, Buenos Aires, 1965). Guy Rocher la define como "el proceso por cuyo medio la persona humana aprende e interioriza, en el trascurso de su vida, los elementos socioculturales de su medio ambiente, los integra a la estructura de su personalidad, bajo la influencia de experiencias y de agentes sociales significativos, y se adapta así al entorno social en cuyo seno ha de vivir" (Introducción a la Sociología General, Herder, Barcelona 1979) En definitiva, lo que el individuo aprende en el proceso de socialización es la cultura: " Un conjunto de pautas de comportamiento recurrentes que le permiten saber a que atenerse en cada situación", qué debe esperar de los demás, cómo debe reaccionar en cada caso concreto y qué pueden esperar los demás de él. Pero estas pautas no están aisladas, sino que forman  "complejos" a los que llamamos "papeles sociales" (roles) y que corresponden a las distintas posiciones o (status). Cada cultura establece, entonces, los papeles que se espera que desempeñe el actor social en virtud del status que ocupa. Desde este punto de vista aprender no es hacerlo de memoria sino "aprehender" o integrar o "hacer algo nuestro" e integrarlo en nuestra propia personalidad, sin que nadie nos lo imponga. ¿Cuál es la razón por la cual el niño acaba aceptando las normas y pautas de conducta integrándolas en propia personalidad? Los patrones culturales que se le presentan al niño, no son emocionalmente "neutros". Seguir la pauta es simplemente un juego motivado y reforzado por el entorno social, con premios, signos de aprobación por parte de los padres, amigos o profesores, que refuerzan la conducta aprendida; por el contrario, inhiben la conducta "mala" con castigos, signos de desaprobación, rechazo del grupo o simplemente ninguneando al sujeto que no acepte las reglas de juego. Cooley y G.H. Mead, dan mucha importancia a la conciencia que cada uno tiene de sí mismo, (Teoría del espejo) construyendo su propia identidad, por la información que el niño adquiere, mediante el juego, escuchando a los demás, y formando su propio yo en función de como se refleja en los diversos"tu". Aprende del adulto, imitando roles,  jugando en grupo e interiorizando, mediante reglas, normas y pautas de conducta, que conformarán su personalidad. 
Cada época histórica tiene sus roles y status, no son mejores ni peores que otras épocas. Son diferentes. Los chicos y las chicas fuimos educados en un determinado contexto cultural, asignándonos según nuestra naturaleza antropológica, unos determinados roles. Los chicos para buscarse la vida fuera de casa (aprendizaje de un oficio o carrera) las chicas para cuidar de la prole (maternidad o sus labores) Afortunadamente los tiempos han cambiado y hoy en día no hay un role preestablecido en razón del sexo, cada uno elige según su capacidad y vocación, como debe ser. De todos modos, no siempre  ha sido así. Estudios de antropología social, efectuados a tribus primitivas, sin previo contacto con las sociedades civilizadas, han demostrado que los niños y las niñas jugaban indistintamente sin tener en cuenta su sexo. Sólo a la edad de 12 años, se les separaba para prepararles a la vida adulta.  A los chicos se les iniciaba en el aprendizaje de  la caza y las chicas se las preparaba para el matrimonio y la procreación. Por tanto,  hay roles masculinos o femeninos, dependiendo de cada época, cultura, pueblo o tradición. Históricamente, ha sido coyunturalmente así, en función de las condiciones socio-económicas de cada pueblo, pero esto no demuestra que "necesariamente" siga siendolo.





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