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domingo, 31 de marzo de 2024

Del Jesús histórico, al Cristo de la fe






!Cristo ha resucitado¡ !Aleluya! Esta es la gran noticia que da sentido a nuestra fe como creyentes cristianos. Sin ella vana es nuestra fe. Sin la resurrección del Señor nada tiene sentido. Ni siquiera la constitución de la Iglesia Católica -siendo tan importante- solo sería una empresa humana, como es la creación del Imperio Romano, el Renacimiento, la Ilustración, o la Revolución industrial. Muy importantes, sí, pero al fin y al cabo, hechos sociológicos culturales creados por el hombre de importancia trascendental para la humanidad, pero no dejan de ser inventos humanos, históricos, empíricos, valorables. Si la Iglesia Católica es un hecho trascendental en la historia de la humanidad para los creyentes, es gracias,  a que Jesús de Nazaret ha resucitado. "Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación y vana también vuestra fe"(...) Pablo (1Cor 5, 15-19) .
¿Cómo hemos de entender la resurrección de Jesús de Nazaret? No ha de entenderse como la vuelta del Cristo resucitado al Jesús histórico de la vida terrena. La vida de Jesús fue un hecho histórico, empírico constatable. La resurrección no fue un hecho empírico constatable.  Jesús no revivió, no volvió a la vida que poseía antes de su muerte, adquiriendo las funciones fisiológicas vitales de todo ser vivo, sujeto al espacio y al tiempo. Su cuerpo resucitado se manifiesta glorificado, inmaterial, sin estar sujeto a las leyes físicas de la naturaleza inherentes a todo ser material. Entender la resurrección como una vuelta a su existencia histórica, es un error. Cuando Cristo resucitó, resucitó en cuerpo y espíritu glorioso. Es la vuelta del Jesús histórico al Cristo de la fe. (Hechos 28,31). Así lo manifiesta la Iglesia Católica en el Credo: "Está sentado a la diestra de Dios Padre" como Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Del mismo modo lo manifiesta el testimonio de los Apóstoles: "Pero Dios le resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos de ello. Y por la fe en su nombre, este mismo nombre ha restablecido a este que vosotros veis y conocéis" (Hechos 3,15-16). La única prueba que tenemos es la fe de los Apóstoles hasta morir en el martirio por dar testimonio de la  resurrección de Jesucristo. Y desde entonces, a lo largo de casi dos mil años, seguimos renovando este anuncio después de celebrar el misterio Pascual. La resurrección es un hecho histórico, al que solo se accede por la fe, lo que significa que no puede ser un hecho probado ni demostrado empíricamente. Lo único costatable empíricamente es haber encontrado el sepulcro vacío, pero este hecho solo prueba que su cuerpo ha desaparecido. Nada más.
La ciencia y la filosofía nada tienen que decir sobre la Resurrección. El mundo expresable en el lenguaje científico y filosófico es el de los hechos, más allá de ese límite, mejor es callarse. En el Tractatus, Ludwig Wittgenstein escribió: "Sentimos que aún cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han rozado en lo más mínimo" (Tractatus, 6.52). La búsqueda del sentido ha sido una tarea constante de varias cosmovisiones metafísicas, en concreto, la aristotélico-tomista, tarea noble que brota de lo más hondo de la subjetividad humana, como respuesta a la inquietud innata de trascendencia del ser humano, sin conseguirlo. Ha sido más un intento que una realidad. Corresponde más bien al ámbito del hecho religioso, (teodicea o teología), dar respuesta a preguntas sobre lo Absoluto, lo divino y sus atributos, mediante la utilización de un lenguaje simbólico que trasciende la racionalidad de la ciencia y la filosofía.  "En este sentido, la religión implica siempre extrapolación, un ir más allá de los límites (de la razón, del mundo, de la historia) que no puede justificar la racionalidad filosófica. No se asume simplemente la finitud y la contingencia como dimensiones fácticas de la vida humana, sino que se busca darle un fundamento y significado más allá de la realidad material, de lo limitado y finito, de lo mortal y perecedero" (J.A.Estrada, Filosofía, Ciencia, y Religión) 
Cristo resucitado ha vencido a la muerte. Su resurrección es un mensaje de alegría y esperanza para nuestro mundo, sediento de igualdad, paz y justicia. El amor ha triunfado sobre el odio, la luz sobre las tinieblas, la vida sobre la muerte. A nosotros como comunidad eclesial, nos corresponde dar testimonio de esta "Buena Nueva" con nuestra palabra y  nuestras obras. No estaremos solos "porque dónde están dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos" (Mat 18,20). Gracias a la Resurrección, Cristo está presente en el Sacramento de la Eucaristía con su cuerpo y su sangre, bajo las especies de pan y vino. Un acto grandioso, un milagro precioso del amor de Dios, que acontece y se actualiza en cada Eucaristía. Él está en el cielo como Hijo de Dios-Padre, resucitado, a la espera de nuestra resurrección. Aunque nosotros los cristianos somos su cielo en la tierra cuando llevamos su nombre como testigos de su resurrección; cuando lo sentimos, lo gozamos y lo vivimos en los sacramentos. Parece que tan lejos...pero no es así. Está muy cerca. En el sagrario, en la asamblea, y en el corazón de cada hombre que siente la necesidad de amarle. Así nos lo prometió: "Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos". (Mat 18,20).



miércoles, 27 de marzo de 2024

Dios se enamoró del barro





Dios se enamoró del barro e hizo al hombre. A su imagen y semejanza. "Y vió Dios que aquello era bueno". Ese mismo Dios, en la plenitud de los tiempos, no se concluye en la eternidad sino que se hace  palabra  e irrumpe en la historia y en el tiempo. Ese es el misterio de la Encarnación. Podía haberlo hecho de otro modo. Lo hizo así. Eligió a una joven virgen como Madre y Ella respondió al misterio: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra". La gran tragedia de Jesús de Nazaret comienza en un pueblo humilde hasta acabar clavado en una cruz en el Gólgota. En medio, se desarrollan  episodios de ocultamiento y vida pública que es necesario recorrer, contemplar y meditar. Actos y acontecimientos que a la luz de la razón humana son difíciles de comprender, no así de la fe; de parábolas y milagros, de cercanía y alejamiento, de alegría y esperanza, hasta de dolor y soledad en un acto sublime de entrega, desnudez, abandono, sin sus discípulos, sin su Madre y hasta sin su Padre: "Padre, ¿por qué me has abandonado". La historia de una infamia y la de un fracaso...hasta la gloria de la Resurrección. La Semana Santa es la manifestación de un relato dramatizado del amor de Dios por nosotros, ante la mirada atónita del mundo, que expectante llena nuestras calles de pueblos y ciudades con estaciones de penitencia, para contemplar las imágenes y dar rienda suelta a sus inquietudes religiosas, sentimientos y deseos más devotos. Es la piedad de un pueblo y su gente que procesiona y reza a través de la contemplación de su Virgen dolorosa o el Cristo crucificado, entre varales, flameo de cirios, flores e incienso, o bajo el canto improvisado de una saeta desde un balcón florido. Es la grandeza y la plasticidad de unas imágenes sobre tronos majestuosos portados por costaleros o portadores, escoltados por hermandades de penitentes en estación de penitencia, donde destreza, esfuerzo y oración forman una unidad de sentido, como respuesta a  una promesa o el cumplimiento de una tradición ancestral.  Es el embrujo de la noche bajo el perfume del azahar mezclado con la canela y la vainilla... es el lejano sonido de una bocina que rompe el silencio de la noche primaveral. Es el  misterio hecho imagen de la Pasión de Cristo en la calle...
Pero la Semana Santa es algo más que la representación plástica de una tradición. Con la celebración de la pasión y muerte de Jesucristo y su resurrección, el hombre encuentra sentido a su existencia. Vivir la Semana Santa es morir y resucitar con el Cristo de la fe, a través de los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía de un modo real, no imaginario; es llevar una vida intima de comunicación con Dios mediante la oración. Es hacer presente la muerte y pasión del Señor que nos redime en la cruz para resucitar con Él. Implica una verdadera conversión de nuestras vidas y un arrepentimiento sincero para seguir a Dios y a su Palabra. Es seguir la cruz del crucificado y renunciar al mundo y a sus falacias. Es dejarse llevar por la fuerza del Espíritu y renacer de nuevo del agua bautismal. Solo así superaremos nuestras frustraciones y saciaremos nuestra sed de eternidad. Solo así viviremos la Semana Santa "como Dios manda".





martes, 19 de marzo de 2024

¿Por qué calla Dios?



"La Guardia Civil investiga el presunto asesinato de dos niñas de dos y cuatro años, así como la posterior muerte del padre, en una pedanía de Alboloduy (Almería), en un nuevo caso de violencia vicaria. El presunto asesino, con antecedentes por violencia machista, tenía una orden de alejamiento de su exmujer en vigor. Si bien la investigación  continúa abierta, la línea que ha cobrado más fuerza conforme a los indicios que se manejan hasta el momento, es que el hombre habría matado a sus hijas envenenándolas antes de acabar con su vida". (El Diario.es)

La muerte no tiene sentido. Ninguna religión puede explicarla porque no puede transcender la frontera de lo finito. Toda religión que afirme que Dios no está oculto no es verdadera. Esta frase de Pascal ha de hacernos pensar por qué Dios guarda silencio: es difícil explicar el mal en el mundo. El mal y la muerte son dos grandes cuestiones que la filosofía moral y la religión no pueden explicar ni desde la razón filosófica, ni tampoco desde la fe religiosa. El mal lo combatimos con todas nuestras fuerzas sabiendo que es inherente a la naturaleza humana como pago de ser libres. La muerte solo nos queda aceptarla porque no hay otra elección posible. Convivimos con las dos porque no tenemos otra alternativa.

Comenzamos con el problema del mal. ¿El ser humano es bueno o malo? La importancia de esta cuestión radica en dos hipótesis posibles: el hombre o es bueno o es malo. Si es bueno, entonces la maldad proviene de factores externos: circunstancias adversas, educación, medio social... Por otro lado, si asumimos que somos malos, entonces las reglas sociales, instituciones, códigos penales, existirían para corregir nuestras malas inclinaciones. La relación entre estas dos realidades del bien y del mal, ha sido y es un tema de profunda reflexión en la historia de la filosofía, así como en la fenomenología de la religión, y por supuesto en la teología. Desde todas estas disciplinas se ha intentado dar una respuesta convincente, aunque todas se quedan en el intento, pues el problema es demasiado complejo y de difícil solución. Hasta me atrevería afirmar que en la actualidad es irrelevante. Lo importante ahora, es sentir con el corazón el dolor de la tragedia de las dos niñas asesinadas por su padre, sin que encontremos respuestas a este sin sentido. Mis reflexiones se centrarán en un análisis ético-filosófico, desde un humanismo antropológico, obviando otros aspectos no menos importantes que por extensión sobrepasan este artículo.

Ante un acto criminal, como es el asesinato de estas niñas inocentes, así como los males que sufren los seres humanos a causa de los fenómenos naturales, es inevitable preguntarse "el por qué" de estos males, y por qué Dios no interviene y lo permite. No es fácil la respuesta. Desde un humanismo antropológico -y si me permiten- desde la creencia, surgen numerosas preguntas de difícil respuesta, cada una legítima desde la complejidad del problema. Para unos serán suficientes las respuestas de la ciencia y sus leyes físicas sujetas a un determinismo cosmológico;  para otros, -creyentes en la transcendencia- no basta la ciencia  sino que van más allá. La pregunta siempre es la misma: ¿Cómo puede Dios siendo bueno y omnipotente permitir esto? La respuesta no es sencilla sin cuestionarnos  antes la compatibilidad entre el "libre albedrío" y el determinismo.  David Hume partió del principio de causalidad el cual manifiesta que "todo efecto proviene de una causa", e intentó resolver el dilema sosteniendo que el libre albedrío y la causalidad no son opuestos en realidad. El libre albedrío, dice, es compatible con la causalidad y, más aún, es dependiente de la causalidad. Sólo podemos hacer elecciones libres en un mundo gobernado por la causalidad. Si el mundo no estuviese gobernado por la causalidad no podríamos saber qué pasaría después  de que hiciésemos nuestras elecciones y, por lo tanto, nuestras elecciones carecerían de sentido. Las propias elecciones son causas: en un mundo sin causalidad las elecciones no tendrían ningún efecto. El hábito y la costumbre de la experiencia tienen algo que decir, pero no siempre; si algo sucedió siempre, no tiene por qué no seguir sucediendo. Perfecto, tal y como concibe la ciencia el empirismo. Pero insuficiente para explicar la conducta humana; hay que aceptar un punto intermedio entre libertad y determinismo cuando nos referimos a los hechos humanos; hay que aceptar una libertad "condicionada" por factores naturales, biológicos, psicológicos y sociológicos. Una libertad humana contingente, no absoluta, que hace de la voluntad humana ser libre y responsable de sus actos.

En cuanto a la permisividad de Dios sobre estas catástrofes, y la procedencia del bien y del mal, la respuesta está en el libre albedrío. Según esta solución propuesta, el mal es una consecuencia de la existencia del libre albedrío humano. Se afirma que un universo en el que hay seres que poseen libre albedrío es más rico y variado y, en un sentido importante, mejor que uno que contenga solo amables autómatas. Si los seres humanos fuesen siempre buenos, esto podría ser porque Dios les hubiese creado cien por cien obedientes a sus leyes y en ese caso serían meras máquinas, haciendo el bien automáticamente. La existencia del libre albedrío, pues, explica el mal moral y el valor de la libertad justifica la decisión de Dios de crear seres humanos libres, que sean criaturas capaces de elegir ambas cosas: el bien y el mal.

Abla ha quedado muda. Sin habla. ¿Qué se puede decir ante esta tragedia que asola nuestro pueblo? Tantos las niñas como su madre están empadronadas en este hermoso pueblo de la alpujarra almeriense a los pies de Sierra Nevada. Una de las pequeñas era alumna del CEIP Joaquín Tena Sicilia. Son muchas las preguntas que las buenas gentes de nuestro pueblo nos hacemos en estos momentos de consternación, incredulidad y sorpresa, y pocas las respuestas que encontramos: solo furia, rabia contenida e impotencia. El vacío, la soledad, la nada. y muchas, muchas preguntas sin respuesta. El absurdo de la muerte en unas niñas inocentes víctimas del odio de un padre poseído por la sin razón y, en cuyo corazón, el amor ha sido sepultado por el odio hacia la madre hasta arrebatarle lo más querido del mundo: sus hijas. Es lo que queda.

Y ante esta tragedia debemos hacernos la pregunta fundamental: ¿cuál es el significado, sentido, o valor de la vida humana? Pregunta fundamental para la que no hay respuesta científica, y, sin embargo, ineludible porque estamos remitidos a interpretar, evaluar y jerarquizar el mundo en el que nos movemos. En cuanto que rompemos la mera dinámica de los instintos como normativos de la conducta humana, tenemos que preguntarnos por lo qué es importante o no, por lo que genera felicidad y plenitud, y por lo que es bueno o malo a la hora de orientar nuestra vida. Estas son las preguntas que llevan desde la filosofía moral a la religión. ¿Qué significa el vivir y el morir? ¿Cuáles son las orientaciones básicas para realizarnos como personas y ser felices? ¿Qué es el bien y el mal para el hombre? ¿Hay bien y mal objetivos y normativos, o sólo son instancias subjetivas, lo bueno y malo para mí, o para una cultura determinada? ¿Cómo luchar contra el mal, en sus diversas dimensiones, y qué podemos esperar a la luz de la injusticia, del sufrimiento y de la muerte, que cuestionan el sentido del hombre? El ser humano es el que se interroga sobre esas realidades y busca su significado, más allá de la facticidad del origen y de la meta final de nuestro ser animal. Preguntas cuya repuesta la filosofía lo intenta, aunque no sabe la respuesta. Y la religión, en un salto en el vacío, se refugia en la fe y el misterio.




sábado, 2 de marzo de 2024

No todo puede ser comprado




El dinero no lo es todo. Algunos no quieren aprenderlo, peor para ellos. Es un medio, nunca un fin. La libertad del ser humano es el mayor bien que un hombre puede poseer. Nadie puede quitársela. depende exclusivamente de su propia voluntad. Lo llamamos libre albedrío. Es un valor que no puede ser comprado ni por todo el oro del mundo. Tampoco su valor fluctúa en bolsas o mercados, y por supuesto, no depende de voluntades ajenas a la propia libertad del sujeto que la ejerce.
Luis Enrique, entrenador del PSG, echa a Mbappé del partido en Mónaco. Le ha quitado en el descanso del partido en un movimiento que en Francia interpretan como parte del castigo por irse al Real Madrid. Después de pasar siete años en las filas parisinas, dando lo mejor que tiene como profesional, Mbappé ha decidido cambiar de aires y fichar por el equipo de sus sueños, desarrollar sus magnificas cualidades y poder ser el mejor del mundo, ejerciendo su libre albedrío. Así de sencillo. En el Madrid piensa alcanzar la gloria deportiva que en París no ha conseguido.  No viene gratis sino a costa de un motón de dinero, pero siempre inferior a lo que le ofrecía el Jeque Qatarí, para quien tiene el dinero como castigo y cree que puede comprarlo todo. Un grave error. El dinero no lo es todo. Los de Qatar se han tomado muy mal que Mbappé se marche al Santiago Bernabéu y han decidido jugar sucio: tienen muy mal perder. Y en ese "barro" tener un gran enemigo como Luis Enrique les va como anillo al dedo. "Tenemos que acostumbrarnos a que Mbappé no esté", ha declarado Luis Enrique. Ya es el segundo partido en el que Mbappé es sustituido, y nos tememos que no por causas deportivas. Una actitud poco ejemplar y edificante impropia de deportistas que  deben predicar con el ejemplo.