Translate

Mostrando entradas con la etiqueta ABLA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ABLA. Mostrar todas las entradas

miércoles, 1 de octubre de 2025

Hoy es el día del Mayor: ¡Feliz día a todos!






Queridos amigos y amigas de nuestra querida asociación:

Hoy, en este día de los Mayores, quiero dirigirme a vosotros desde lo más profundo de mi corazón para felicitaros con todo el cariño que os tengo. Ser mayor es un tesoro que nos ha regalado la vida, un regalo lleno de historia, de caminos recorridos, de risas y de lágrimas que nos han formado y nos hacen ser quienes somos. Somos los mayores, sí, y eso es motivo de orgullo porque significa que hemos vivido, amado y aprendido mucho.

En nosotros ya está la memoria de nuestros padres, de quienes nos precedieron y nos dejaron la herencia de la vida y de los valores más profundos. No miramos hacia atrás con tristeza ni añoranza, sino con respeto y gratitud; pero nuestra mirada firme y serena está siempre adelante hacia un horizonte de paz, de alegría y de nuevas ilusiones.

Somos una familia, una comunidad, y en esta asociación tan especial estamos unidos para compartir compañía, historia y apoyo. Que este día nos sirva para celebrar juntos nuestra fortaleza y para seguir caminando con esperanza, porque aún nos quedan cosas por vivir y regalar.

Os abrazo con todo mi afecto y os animo a mantener esa llama interior, esa alegría sencilla que brota de nuestra tierra y de nuestros corazones; por mantener vivo el espíritu joven que nunca se pierde. Gracias por ser parte de esta gran familia y hacer grande esta asociación bajo el cielo de Abla ¡Feliz día de los mayores!

Con todo el cariño y admiración de la Presidenta, toda la Junta Directiva y quien os habla, 
                                
                                                          Antonio González Padilla



Secretario de la Asociación de Mayores "Centro Recreativo Santos Mártires" de ABLA (Almería)



domingo, 21 de septiembre de 2025

Roma ha hablado...





el tiempo no ha pasado páginas.
En Alba, tu eco despierta,
voz de ancestros, palabras mágicas.

Con la palabra se alza la historia,
tradición viva entre piedra y teatro,
herencia que es llama en el viento,
memoria vestida de piedra y llanto.

Aquí la escena revive el
donde la sombra es solemne
y la luz es legado.

Roma habla -tu sentencia aún
resuena-
en el silencio que honra a los
muertos con el llanto.

No ha llegado el ocaso, 
pues en cada verso renace la gloria,
y Abla recuerda, erigiendo 
en palabras
y sus días... con su canto.

       

       Antonio González Padilla



lunes, 8 de septiembre de 2025

Roma locuta, causa non est finita...






"Roma" ha hablado, el caso no ha finalizado"... ("Roma locuta, causa non est finita"...)  En Abla, Roma ha hablado para hacer presente la voz de la Historia, para hacer presente la tradición como legado histórico de nuestros antepasados por medio de la expresión teatral, para recrear su pasado romano mediante la representación escénica de un funeral romano.

La representación teatral de las Exequias fúnebres de Lucio Alfeno Avitiano, sepultado en el Mausoleo Romano de AlbaMilitar prestigioso al servicio del Imperio Romano en la época del Emperador Marco Aurelio Antonino. Su funeral sumerge las emociones y sentimientos de los abulenses en su pasado romano definiendo su identidad como pueblo, que siente y vive los valores tradicionales de sus antepasados. El realismo de la representación en el crepúsculo del atardecer, manifiesta el simbolismo de la muerte en Roma como un acto que se asocia a la oscuridad de la noche. La plasticidad de los personajes a la luz de las antorchas portadas por los legionarios, crea una atmósfera entre la luz y la tiniebla sobrecogedora.
Las togas de color sórdido de los personajes: familiares,  senadores, plañideras, bailarinas, contrastan con las togas blancas naturales de los sacerdotes como estamento puro, opuesto a la contaminación mundana de dolor y muerte. Junto a todos ellos, completan el cortejo fúnebre, los amigos del difunto, que mediante un lenguaje de gestos rememoran aspectos de su vida y costumbres. Todos estos personajes están muy bien caracterizados en los diversos roles que desempeñan en la representación escénica. Manifiestan un realismo plástico que sumerge al espectador en el pasado romano recreando su imaginación y memoria.
No podemos olvidar la caracterización -vestimenta y equipación- de los cuarenta legionarios que acompañan al acto funerario. Desde las sandalias de sus pies de cuero hasta la gálea de la cabeza con sus penachos rojos como distinción del rango, armados con las gladius o espadas, hasta el cornu o trompeta en forma de G para propagar las órdenes de los mandos; unos y otros, con escudos o antorchas, junto a los estandartes y símbolos de la legión: el Aquila de metal dorado, el Vexillum o banderas cuadradas y el Signum estandarte de cada centuria; todo muy bien caracterizado para sumergirnos en un realismo histórico vivencial digno de elogio.
No sería honesto por mi parte, olvidar el lenguaje de los diálogos alternativos en lengua castellana y latina, traducidos a nuestra lengua con claridad y precisión. Siendo concisos en su justa medida,  certeros y oportunos, a la vez que pedagógicos y didácticos. Si al mismo tiempo, estos diálogos están acompañados por una música de fondo que impregna el ambiente y llega al alma, creando una atmósfera de tristeza y sentimiento profundo de pena por la pérdida de un ser querido, entonces hablamos de algo que eleva la sensibilidad humana a lo excelso y lo sublime.

¿Esto es todo lo que hay que manifestar? Pues no. Detrás de esta magnífica representación hay muchas personas, (un centenar de actores), gente que ha dedicado muchas horas de trabajo y dedicación para hacer realidad este evento. Entre ellas destacamos a Juan Antonio "el Laresla" y Paco "el Parri", dos locos enamorados de Roma y su cultura, "alma maters" de este proyecto. Gracias a su liderazgo, constancia y dedicación, ha sido posible la realización de esta representación. Nuestro agradecimiento como pueblo ha de ser de obligado reconocimiento. No han guardado su pasión por el conocimiento y la historia de Roma para sí mismos, sino que han optado por compartir sus inquietudes culturales y ponerlas al servicio de los abulenses para nuestra satisfacción y disfrute. ¡Gratitud para vosotros! Tampoco podemos olvidar como pueblo a nuestro paisano Antonio Ortiz Ocaña como iniciador del proyecto y su aportación al mismo. Nuestro más sincero agradecimiento, Antonio.
Para terminar, un recuerdo especial de gratitud a todos aquellos que han hecho posible esta representación: actores, auxiliares de voz y sonido, y demás operarios de las infraestructuras: ¡Sólo vosotros conocéis el tiempo y el esfuerzo de vuestro trabajo! Tampoco olvidamos las entidades oficiales y particulares que se han involucrado para la realización del evento. Pero con especial relevancia, mencionamos a esas mujeres anónimas de nuestro pueblo de Abla, que detrás del escenario han dedicado tantas horas para la confección del vestuario escénico. ¡Todo nuestro reconocimiento es poco! Nuestra consideración y afecto para vosotras. ¡Orgullosos de nuestro pueblo y nuestra gente!  Abla ha correspondido al evento con su asistencia alrededor de  ochocientas personas. Abla ha hablado. "Alba locuta, causa non est finita..."



NB.  El día 6 de septiembre del año 2025, Abla celebró por primera vez la representación teatral de las Exequias funerarias de Lucio Alfeno Avitiano, prestigioso militar del Imperio Romano, fallecido en Alba en el siglo II 





jueves, 17 de julio de 2025

La Feria de Ganado en Abla





Hablar de la Feria de Ganado de Abla para cualquier niño hijo de agricultor de los años 60, es evocar recuerdos placenteros.  Hombres y ganado se reunían una vez al año en común simbiosis para  una tarea común: la de aportar al campo su mano de obra más importante para las tareas más imprescindibles y necesarias. 
La primera Feria de Ganado de Abla de la que tenemos noticia se remonta al año de 1887. Como todas las ferias de ganado, ha experimentado una evolución de acuerdo a la revolución industrial y a la propia evolución de la sociedad, por lo que este tipo de feria ha adquirido un sentido muy distinto a lo que fue.
Antiguamente las ferias de ganado estaban asociadas a la trashumancia, es decir al desplazamiento estacional de los rebaños. Los rebaños, ya sean equino, bovino, ovino o caprino, se desplazaban entre los llanos a la montaña, al llegar la primavera y el verano, y a la inversa, de la montaña a los llanos durante los meses de otoño, buscando los pastos apropiados y el clima más favorable para  el bienestar del rebaño.
En el recorrido que hacían los pastores, se aprovechaban los cruces de camino para establecer una feria. Allí no solo se vendían o compraban animales, sino que también se contrataban pastores o se surtía al rebaño de cencerros muy necesarios para su control y seguridad. La situación geográfica de Abla,  entre valles, ríos y montañas, predispuso a Abla como población idónea de feria de ganado.
A mediados de octubre, la "Cañá el Gitano" -un lugar estratégico a la entrada del pueblo- se poblaba de toda clase de animales de todo pelaje, para ser expuestos ante una abigarrada multitud de tratantes, ganaderos y campesinos, venidos de todas las partes de las comarcas más cercanas de la zona, para comprar o vender asnos, mulos o ganado ovino y caprino  -animales imprescindibles para las labores más pesadas del campo-, y materia prima para el consumo de carne o para la producción y elaboración de productos lácteos, tales como el queso.
A partir de los años 90, la emigración del campo a la ciudad y la mecanización del campo con maquinaria industrial agrícola, eliminó de un plumazo a los animales de tiro y carga para ser sustituidos por tractores de tracción mecánica. La feria de ganado dejó de tener sentido y se transformó en una fiesta local más en el calendario, entre las fiestas de abril  y las fiestas Navideñas. En nuestros días, solo queda el nombre de Feria de Otoño como un eco efímero de un pasado que nunca volverá a ser lo que fue.




sábado, 12 de julio de 2025

Poetas de Abla



La Merendica de Abla


El refranero del pueblo nos dice que "cada vez que viene un hijo lo hace con un pan debajo el brazo". No les falta razón en una época de la posguerra donde siempre eran bienvenidos brazos para segar o trabajar la tierra. La Iglesia como comunidad, festeja el evento mediante la inmersión en el agua con el bautismo, a la vez que lo hacía  la familia con un ágape. En todos los acontecimientos importantes que jalonan la vida de un hombre, está la comida presente como un elemento que traspasa la función biológica del mantenimiento, para adquirir una simbología antropológicamente social. Es el rito de incorporación o pertenencia a un grupo que lo identifica como miembro activo con el rango que le pertenece por derecho propio.
Las sociedades tradicionales con una economía casi de subsistencia comen lo que producen, en relación con la época o estación del año. Ahora bien, es en la fiesta cuando  lo mejor de la producción de la casa era consumido y con abundancia. El ágape festivo aún es un importante exponente de la fiesta en nuestra casa, la gastronomía cultural es un buen exponente de ello de comidas típicas y tradicionales. La excusa de la celebración, sea cual sea, se hace alrededor de una mesa.
La fiesta, que es sinónimo de celebración, ha ido evolucionando. Es en ella misma el mejor mestizaje de cultura humana, que se adapta a los tiempos y a las ideas. Cada colectivo la ha hecho suya, dándole identidad y forma. Hay una fiesta para cada edad y una edad para cada acto festivo. Hay fiestas íntimas, fiestas familiares, fiestas particulares y fiestas abiertas, fiestas populares y fiestas institucionales; cada colectivo tiene o puede tener fiestas (y sería bueno que tuviera); es una herramienta socializadora y de integración, da al grupo social sentido de colectivo, nos ayuda a orientar nuestras vidas y nos permite conocernos y reconocer a los que nos rodean. La fiesta es la válvula para escapar de la presión cotidiana en la vida del ser humano; es la liberación de las tensiones individuales y colectivas, herramienta clave para mantener el equilibrio social.
Por ello, cuando nos fijamos en cualquier cultura o sociedad, sus actos festivos llegan a ser color, forma, olor, sonido, gusto y imagen de lo que son, de lo que han sido y de lo que aspiran a ser, como colectivo. El calendario festivo y el estilo de fiesta son el espejo de historia, de talante y de carácter de aquella sociedad; son, al mismo tiempo, resumen de la transformación que con el paso del tiempo, aquel pueblo o grupo social ha ido haciendo sobre un territorio y sobre ellos mismos como grupo, haciendo servir y aprovechando lo que el entorno ya les daba de por sí.
La Merendica es una fiesta entrañable que se celebra en la primavera de Abla, asociada a las primeras comuniones de cada año, el sábado previo al domingo de Pentecostés. La recordamos con especial cariño, cuando todo el pueblo se reunía a comer por familias en el entorno de "vista Alegre", debajo de olivos frondosos a la vera de la carretera. No se conoce el inicio histórico de ésta fiesta -al menos, yo lo desconozco- pero puestos a elucubrar, podría estar asociada a la fiesta que organizaban las familias cuando uno de sus miembros hacía la primera comunión. La forma natural de celebrarlo, no era asistir a un restaurante -en aquellos tiempos no los había- sino asociarse al espacio natural, en comunión con la madre tierra, para disfrutar con toda la familia y comer los huevos cocidos, el conejo en salsa o en "fritá", el jamón, salchichón, chorizo, queso y otras viandas, producidas en el entorno doméstico; y como postre el pan de aceite con la onza de chocolate. La primera comunión es otro rito religioso de entronización en la vida adulta del niño, que deja de ser inocente para convertirse en adulto y ser responsable de sus actos. Es la incorporación del niño al mundo moral,  su autonomía,  libertad y responsabilidad. Es un paso decisivo para su vida de adulto. Para su incorporación posterior al mundo del trabajo. Nada diferente de lo que en otras culturas y tribus acontece, como lo demuestran los estudios de los antropólogos Margaret Mead y Ruth Benedict.
Aunque para los abulenses, la Merendica, tiene un significado muy especial. Asociada a tiempos de escasez, era el día en el que disfrutamos de la comida preparada con esmero por nuestros padres y tíos. Y no era un ágape cualquiera. Para empezar, no había olla, trébedes o caldo que se pareciese. Era romper con la monotonía diaria de un pueblo en el que no acontece nada extraordinario. Era la comida de la solidaridad y el hermanamiento, donde cada uno aportaba lo que tenía y lo compartía con otros cercano o lejanos, daba igual. Era la fiesta donde las clases sociales se igualan a ras de suelo y las diferencias se difuminan, simbolizadas en un ajedrez de manteles multicolores extendidos por el campo. Es posible que hubiera cierto pique con el mejor mosto o el mejor jamón, pero esto lejos de separar, estimulaba la competencia y la imaginación y unía a familiares, amigos y conocidos. !Jamás comimos un queso de cabra tan bueno como el de la merendica! !Ni helados tan gustosos al son de los pasodobles de la banda municipal!
Cuando la tarde declina, saciados y satisfechos, los amigos y familiares iban de olivo en olivo a visitar a sus parientes, para darle el último tiento al jamón y al vino. Aquella gentes sencillas de agricultores, nos deseabamos los mayores parabienes y buena cosecha, tal vez sin recabar que nunca la naturaleza estuvo tan cerca, ni los productos de la tierra tan próximos, como en el sencillo acto de comer e incorporar a su cuerpo, aquello, que previamente había germinado como fruto de su trabajo, esfuerzo y tesón.

                                                                                                 
                                                                                                 Antonio González Padilla


LA MERENDICA

Si hay una fiesta entrañable
que recuerde con pasión
esa es "La Merendica"
del huevo duro y el jamón

Le llaman "La Merendica"
fiesta del huevo cocido
entrañable en el pueblo
por despertar el apetito

Asociada a la fiesta
Nos viene por tradición
pues las familias se juntan
en  Primera Comunión

Con lo mejor que posee
todo el pueblo sale al campo
para comer con placer
y beber debajo el árbol

Sobre la verde pradera
y los manteles extendidos
se exponen los alimentos
que han de ser consumidos

Aquellos cestos de mimbre
que nuestras madres portaban
sacaban y sacaban viandas
sin que aquello se acabara

Primero, huevos cocidos
después un trozo  jamón
acompañado de mosto 
con chorizo o salchichón

Nos poniamos como "el Quico"
comiendo a carrillos llenos
por fin sin olla ni estrebedes
ni cardos ni pucheros

!Qué bueno estaba el jamón!
!Qué delicioso el conejo!
la ensaladilla rusa, 
la "fritá" con su aderezos.

De aquellas cestas salían
cosas tan buenas y deseadas
que mataban las hambrunas
de gente desesperada 

Cuando cerraba la tarde
al son de los pasodobles
la gente bailaba al ritmo
hasta llegada la noche.


Antonio González Padilla


 

TARDES DE VERANO

Oh tierra agrietada, tu piel no sangra
por estar seca, áspera, ajada;
otrora fértil, reverdecida, calada,
hoy, la savia no corre en tus entrañas.

Sol, huésped en solanas encaladas, 
peregrino de caminos polvorientos;
hojas alicaídas mustias, languidecen,
en largo estío de fuentes agostadas.

Suave húmeda brisa del sur en la tarde,
que reclama a gentes en arrimaderos,
al ritmo del agua de un botijo colgante.

Encuentros en la penumbra de las rejas,
con pasiones hilvanadas de instantes,
de besos robados, de promesas inciertas...

                
      ANTONIO GONZÁLEZ PADILLA



La Terraza del Cine de Verano

Hoy, hurgando en los recuerdos de mi infancia, quiero recordar los olores a jazmín de la terraza del cine de verano de Abla. Junto a la vera del paseo se encontraba uno de los lugares mas bellos y entrañables de mi pueblo. Oculta bajo el desnivel del terreno y el follaje de los árboles, humilde y silenciosa durante la semana, la terraza se vestía de verde sobre el blanco de sus muros encalados, para mostrar en su interior lo que sucedía en el mundo de fuera, cuando proyectaba sus películas en esa pantalla blanca que como gran ventana nos hacía descubrir un mundo tan lejano a la vez que cercano. Al llegar el anochecer, su pantalla blanca entre jazmines, se llenaba de luz y sonido para descubrir los tesoros, que gracias a la técnica del celuloide, se mostraban en todo su esplendor a mis ojos inquisidores de aventuras, de mundos lejanos e imaginarios.
La puerta de madera tosca y fuerte, había que franquearla para después lanzarse en carrera por una pendiente en L rodeada de jazmines y miles de flores blancas que porfiaban por mostrar la esencia de su fragancia. Aquel pasillo de sombras, olores y colores, la chiquillería lo pasábamos raudos y veloces para llegar a la explanada de tierra mojada, ocupar aquellas viejas sillas de anea incómodas, y contemplar una gran pantalla blanca rodeada de flores y plantas, y alguna que otra salamanquesa expectante. A cada lado, se ocultaban dos grandes altavoces camuflados  bajo la espesura del ramaje que anunciaban el comienzo del espectáculo con canciones de Rafael Farina y Antonio Molina, mientras degustamos los garbanzos tostados de La Remija, que sabían a gloria.
Al fondo, se encontraba una pequeña edificación cuadrada, diametralmente opuesta a la pantalla con dos grandes ojos y una pequeña puerta lateral. !Parecía mentira, que aquella pequeña habitación, produjera un mundo virtual que nos dejaba boquiabiertos! Cuando la sesión empezaba, milagrosamente haces de luz se proyectaban en la pantalla blanca, amorfa y vacía y la llenaban de vida, ritmo y movimiento. De pronto aparecía el telediario semanal  o NO-DO, que magnificaba las excelencias, logros, y gestas del régimen, con algún u otro reportaje de vida social o modas, tan alejadas  del mundo rural en el que convivíamos aunque lo que más interesaba a la chiquillería era la revista deportiva: partidos del Real Madrid o Barcelona que habían sido jugados dos o tres semanas antes.
La aparición del "Gordo y el Flaco", era un acontecimiento ritual que no podía faltar, recibida con algarabía y aplausos y admiración por los mas jóvenes. Sus travesuras y aventuras se mantenían en el recuerdo semanal, hasta nueva sesión. Los personajes de Laurel y Hardy representaban a dos tipos a menudo muy tontos, eternamente optimistas, casi valientes en su perpetua inocencia. Su humor era físico, pero su tendencia a sufrir todo tipo de accidentes quedaba compensada por su gran amistad, sus tiernas personalidades y su devoción el uno por el otro. Eran dos niños adultos; un gordo y un flaco, cuya inocente forma de ver la vida les situaba siempre a merced de "furiosos propietarios, pomposos ciudadanos, policías airados, mujeres dominantes y jefes apopléticos".
Pasados los preámbulos, comenzaba la película, por lo general de "Espadas" o del "Oeste". La vida se paralizaba entre "indios y vaqueros," "espadachines y damas," aventuras y desventuras, "amores y odios". De pronto se proyectaba en la pantalla una escena subida de tono y cuando la tensión se mascaba en el aire, la pantalla perdía la imagen en la negrura de la nada. No, no era una avería; era D. Juan el cura que velando por sus parroquianos, ponía la mano sobre el objetivo para que no se viera el beso que incitaba a las bajas pasiones, produciéndose a continuación gran cantidad de silbidos y abucheos. Nunca comprendimos esa tutela de la Iglesia por la moral y buenas costumbres, a no ser que se hiciese como ejercicio creativo para alimentar nuestra imaginación desbordante de niños y mayores. 
Aquellas aventuras y desventuras de héroes y villanos, servían como fuente de inspiración para nuestros juegos semanales: todo volvería a repetirse en las calles de nuestro pueblo. La ficción hecha realidad como la vida mismas. 



sábado, 28 de diciembre de 2024

La Navidad, tiempo de encuentro...






Hay días que pasan muy rápido porque el tiempo se nos escapa de las manos, sobre todo, cuando está asociado a emociones placenteras. Días en los que deseamos que las horas sean eternas. El tiempo, ese compañero inseparable del ser humano que nos acompaña mientras estamos vivos: sin él no seríamos nada. Todo nuestro acontecer discurre entre sus raíles. A veces rápido, a veces lento. Ayer pasó muy rápido. Sabemos el dinero que tenemos, pero no el tiempo que nos queda. Afortunadamente. 
Juntarse a comer con la familia o los amigos en estas fechas, es lo mejor que hacemos los seres humanos para pasar el tiempo, compartir con aquellos con los que queremos estar y contarnos nuestras cosas. Por eso la Navidad es tiempo de encuentro. Hacerlo en  "las creencias" en donde estamos instalados -sean del tipo que sean- reafirman la tradición y estrechan la amistad vivida y sentida en la infancia. Comer en La Consentida, -un restaurante almeriense en pleno centro de Almería- es un placer inigualable, que ayer tuvimos el privilegio de disfrutar los amigos de la infancia, junto con nuestras parejas. Sabemos que sus carnes y pescados son exquisitos.  Hoy también constatamos el trato afable  y la atención recibida por parte de quienes regentan el establecimiento y sus  empleados. Desde aquí nuestro más sincero agradecimiento en nombre del grupo. ¡Volveremos!
En la comida se habló de todo y se brindó por todos, por los presentes y por los ausentes. a los que echamos de menos -bien lo saben ellos- Intercambiamos ideas de toda índole. Con respeto y educación, mantuvimos nuestras opiniónes con sus propios argumentos -como debe ser-  siguiendo las palabras de Ortega y Gasset que afirma que "las ideas se tienen y en las creencias se está". Las opiniones argumentadas en la experiencia y en el conocimiento personal, surgen espontáneas reafirmando la posición personal de cada cual tratando de convencer al oponente. Un vano intento, pues cada uno se reafirma en sus propias ideas consolidadas. 
Donde sí hubo consenso fue en "las creencias" porque en ellas se "está", y -entre ellas- se habló del significado de la Navidad. Ésta está basada en los recuerdos, vivencias y sentimientos que hemos vivido en nuestra infancia, y en la tradición transmitida por nuestros padres y antepasados. Con palabras de Ignacio Camacho (ABC 25-12-24): "Donde quepa la voluntad de descubrir un refugio contra el desamparo, una referencia frente al extravío o la soledad, un esperanza ante el fracaso", con valores y principios que hermanan y cohesionan el grupo y reafirman nuestra identidad. Como la Navidad que nos devuelve a la pureza de la niñez, al tiempo ingenuo en el que nuestros mayores nos hicieron creer que el mundo era perfecto, pese a la escasez y a la pobreza de la postguerra. Con independencia de las creencias de cada cual, la Navidad impregna a unos, en esa escala de valores morales humanitarios recibidos dentro de la cultura y civilización clásica greco-latina, -y a otros-, nos hermana en el mensaje ético de redención que Dios-Hombre en la persona de Jesús de Nazaret, nos transmite.  "La fe refuerza el sentido de pertenencia a una comunidad espiritual unida por lazos de origen sagrado  (...) ahí nos encontramos en ese rito amable de intimidad familiar, en ese paisaje de afectos cálidos, en ese rescate emocional de los años perdidos que nuestros padres acunaron con sus abrazos", que saca de nosotros lo mejor que tenemos. 



jueves, 19 de diciembre de 2024

Un molino en "Los Hernández"

 


Un molino en los Hernández

                                                                

                                               
                                                  Y esa nieve blanca que blanquea la sierra,
                                                  se convertirá en llanto y cubrirá su rostro ajado
                                                  en primavera; despojada de su manto tomará el camino
                                                  para mover la piedra del molino, que a la vera del río,
                                                  ocioso, sentado espera. Y colmar artesas de harina blanca
                                                  para hornear el pan de trigo.
                                                                                          Antonio G. Padilla


El valle por donde discurre el Río Nacimiento es de una belleza cautivadora. Situado entre Sierra Nevada y Sierra de Baza, es tierra de enlace y transición entre el valle del Zenete y el desierto de Tabernas, el mismo que gracias al "Western" se convierte en Nuevo México, Arizona, Texas o Colorado; tierra de Apaches o Sioux y del VII de Caballería. Tierra de vaqueros, pistoleros, gringos y mexicanos; de estaciones de ferrocarril de la Union Pacific Railroad Company, que sólo proyectan vida virtual gracias a la técnica del celuloide, donde  realidad y ficción, verdad y apariencia, son lo mismo. 

Tierra de promesas olvidadas, de esperanzas frustradas, de ilusiones rotas, unas veces por la adversidad de la naturaleza y otras por la desidia del hombre. De plantas arraigadas al suelo, adaptadas a las inclemencias del tiempo, tan fuertes y sufridas como los hombres y mujeres que habitan y trabajan esta tierra. El  esparto, la adelfa, la retama, la alcaparra, el tomillo y la jara, son entre otras, una muestra  de lo que decimos. Ser tierra de transición le permite tener un clima seco y soleado, a la vez que inestable y ventoso. 
El valle encajonado entre dos sierras, es un pasillo donde las nubes se mueven y pasan con tal celeridad, que apenas tienen tiempo para descargar su apreciado tesoro, pero cuando lo hace sobre todo en Sierra Nevada, almacena la nieve del invierno, que amamanta durante la primavera las tierras de olivos, almendros, y frutales de las tierras fértiles del valle. La vida queda pegada a la luz, la tierra, el color  y el olor, como la planta a la tierra de la que vive y se nutre, en simbiosis y armonía entre los opuestos. El río, harto de ser un aprendiz, seco y sin agua, se reivindica como río, con agua, sin rebelión demagógica o ruido de indignados. Es solo el grito del modesto en la naturaleza que lucha por el reconocimiento de su dignidad. Temperamental en las avenidas de otoño, mira con sana envidia a la Rambla de Los Santos -más pequeña que él- pero con la suerte de convertirse en andante cantarín en el deshielo de primavera, entre guijarros y meandros, sus aguas cristalinas siguen su curso adaptándose a la orografía del terreno, unas veces plano, otras inclinado. Su alocada carrera, tiene destino; su aparente libertad, está determinada, prefijada por la ribera que le conduce inexorablemente al mar. Su bravura de juventud, queda apaciguada, mitigada..., intuyendo su final en el Río Andarax.
En un recodo del río, antes de llegar al Puente de Las Juntas, donde confluye con la Rambla de Los Santos, en el margen derecho, nos encontramos con El Molino de Los Hernández. Situado en la ladera de la Acequia de los Caces, su caudal es el responsable de mover sus pesadas piedras.


Sentado junto  a la puerta semicircular del viejo molino, aguardamos la llegada de Antonio a quien todos llaman “El Moli”. Ese es nuestro protagonista, hombre de oficio ancestral, pues ha sido molinero desde siempre, siguiendo la senda marcada por abuelos, padres, tíos y hermanos. La tradición fluye en su sangre como el agua en las acequias.

De sonrisa amplia y mirada clara -ni opaca ni cansada, sino viva- Antonio nos recibe con la hospitalidad serena de quien ha hecho de estas piedras y engranajes su mundo. El molino, con su rumor de años, parece reconocer en él a su guardián perpetuo. Su expresión afable transmite la calma de la tierra y la firmeza de un hombre que ha crecido entre sacos de grano y harina, con el polvo blanco como huella inseparable en su piel. 

Está dispuesto a hablarnos, a abrirnos la memoria preservada en sus días, y a compartir, con la sabiduría sencilla de lo vivido, las costumbres, anécdotas y hábitos que han nutrido a generaciones  de molineros. Este es Antonio, el Moli: rostro de la tradición y voz del molino que nunca se detiene.


-¡Hola, Antonio! es un placer dialogar contigo sobre este hermoso lugar, que tanto ha significado para ti y para tu familia. Háblanos de tu molino.-


-¿Cuándo se construyó?-.


-Este molino, -responde Antonio, con un brillo de orgullo en sus ojos-, tiene una historia de alrededor de doscientos años. La fecha es aproximada, pues antes que nosotros ya pasaron por aquí otras familias de molineros. Sin embargo, la verdadera historia de este lugar para mí comienza con mi abuelo cuando lo tomó en arrendamiento.

Mi abuelo formó una familia numerosa; siete hijos nacieron bajo este techo, entre el rumor constante del agua y el crujir de las muelas. Fue con él, con mi padre y con mis tíos, que el molino empezó a labrar nuestro destino. Con el tiempo, los hermanos de mi padre fueron abandonando el oficio, marchando con sus familias a otros lugares en busca de un porvenir distinto, porque aquí no había pan suficiente para todos.

Fueron mis padres quienes, con esfuerzo y empeño, decidieron mantener el arrendamiento con los señoricos de los Lázaros, dueños legítimos de la propiedad. Así, poco a poco, sostenidos únicamente por la voluntad de mis padres, que se quedaron como arrendatarios únicos de este rincón que guarda no solo trabajo y fatiga, sino también la memoria viva de una estirpe de molineros.


-¿Podrías contarnos cuáles fueron tus primeros recuerdos en este hermoso lugar?


-Mis primeros recuerdos en este lugar se remontan a cuando tendría nueve o quizás once años -comienza Antonio, dejando que la memoria le ilumine el rostro-. A esa edad ya estábamos implicados todos en las faenas del molino. Mi hermano y yo, en particular, teníamos la responsabilidad de repartir la molienda con los burros a los clientes más cercanos.

A medida que crecíamos, mi padre nos iba encomendando tareas más duras  y serias. No se trataba solo de moler el trigo, sino también de distribuir lo molido a vecinos más alejados. recuerdo aquellos costales pesados: una fanega, cuatro cuartillas… unos treinta y cuatros kilos. No era un peso sencillo de dominar. en realidad, más que fuerza, hacía falta maña. Hubo que aprender la técnica. No consistía en alzar el saco a pulso, sino en darle movimiento con el cuerpo, un giro firme del hombro que acompañaba al costal hasta lograr colocarlo con destreza sobre el lomo de la cabalgadura, dejándolo después en forma transversal, bien equilibrado. Fue una lección de esfuerzo y de ingenio, de esas que no se olvidan porque  marcan el pulso mismo del oficio.


-¿Como era un día cualquiera de trabajo? 


-Un día cualquiera de trabajo en el molino dependía, ante todo, del agua -recuerda Antonio-, Eran veintiuna horas las que nos correspondían, las que concedían los regantes de Doña María, propietarios del agua de riego que descendía por la cimbra y daba  vida a los cauces. Durante ese tiempo, el agua corría sin descanso por la acequia, de día y de noche, y nosotros teníamos que aprovechar cada instante, sin perder un solo minuto, pues nuestra jornada estaba marcada por la corriente. En cuanto el agua llegaba, comenzaba el movimiento. Bastaba con que las piedras entraran en inercia, impulsadas por la fuerza líquida, para que ya no se detuvieran, girando con la cadencia ancestral que parecía no tener final.


Pero antes de que el trigo pudiera entregarse a las muelas, había que prepararlo con esmero. Primero se llevaba, liberándolo de polvo e impurezas, y luego se extendía en el sequero, donde debía secarse con paciencia bajo el aire templado. Solo entonces estaba listo para el trabajo del molino, para convertirse en harina y, después, en pan de cada día. Así era cualquier jornada: un compás regido por el agua, una coreografía de esfuerzo y tradición que convertía el rumor del cauce en música y las ruinas del grano en el alimento esencial de la vida.


-Sobre las cinco y media de la tarde- comienza Antonio, evocando con precisión la rutina-, el agua llegaba al molino. Era entonces el momento de llenar el cubo hasta los dos aliviaderos, rebosante y vivo. La fuerza del molino dependía de la presión que ejercía esa agua acumulada. Pero la que sobraba no se desperdiciaba: la aprovechamos para lavar el trigo, liberándose de sus impurezas antes de llevarlo al sequero, donde debía permanecer hasta alcanzar el punto de secado exacto. Después, sí, ya estaba listo para la molienda.


El trabajo, sin embargo, no terminaba allí. En el molino no trabajaba solo el agua. detrás de cada jornada se escondían incontables horas de preparación y dedicación silenciosa. Las piedras, aunque firmes y milenarias en apariencia, se desgastan con rapidez, mucho más de lo que uno podía imaginar. Había que picarlas cada cierto tiempo, mantenerlas vivas para que siguieran masticando el grano con eficacia.

No era una labor sencilla: había que levantar aquellas enormes ruedas de piedra con la ayuda de una cabria- dos medias lunas que nos permitían alzarlas– y montarlas sobre el banco del taller de tallar. Allí, pacientemente, con piquetas de acero en mano, se les devolvía la rugosidad precisa, golpe tras golpe, hasta que recuperaban la aspereza justa para morder el trigo y convertirlo, una vez más, en harina.


-Así era nuestro oficio: tan dependiente del agua como de la destreza de los hombres, un equilibrio entre la fuerza de la naturaleza y la mano cuidadosa del molinero-


-Y dime, Antonio,  ¿Cómo se  cobraba por vuestro trabajo? 


-Cobramos en especie -explica con serenidad- Un tanto por ciento de lo molido se quedaba en casa. Otras veces se cobraba en metálico, pero eso era lo de menos, porque aquí nunca sobraba dinero; lo importante era mantener el ciclo de vida que el molino nos ofrecía.


-¿Tiempo para aburrirse?.-


-¡Para nada! Alternábamos las largas jornadas del molino con las faenas del campo y el cuidado de los animales de carga, imprescindibles para repartir la  molienda entre los clientes. A ellos se sumaban los animales de corral: gallinas y conejos, que nos daban carne y huevos y una cabra, que nunca faltaba para la leche fresca de cada día. Todos se alimentaban de los productos que el propio molino generaba, cerrando un círculo perfecto entre el trabajo y la subsistencia.

Tampoco podemos olvidar las tierras de olivos que rodeaban al molino, fuente de aceite y sombra, y el pequeño huerto familiar, donde crecían las vituallas y hortalizas necesarias para completar nuestra alimentación. Todo se sostenía gracias al agua, ese regalo incesante que regaba los campos y daba fuerza a la cimbra manteniendo la vida en movimiento. Hoy, sin embargo -añade con un dejo de nostalgia-, ese ciclo pertenece al pasado.


-¡Antonio, es increíble!  Es una economía doméstica donde el mercado de abastos estaba de más para vosotros. Prácticamente lo teníais todo en casa-.


-Es cierto..., casi todo, responde Antonio con una sonrisa cálida-. En cuanto al aburrimiento, nada de eso. Alternábamos el trabajo monótono de la molienda con la música. Mi padre y mis tíos eran unos virtuosos con la guitarra y el laúd. En casa celebramos las fiestas con gran algarabía. El pasodoble y la canción española no podían faltar en nuestras veladas. La música y el baile cumplían una función extraordinaria de expansión y divertimento, muy necesario para amenizar aquellos años difíciles de la postguerra. Se trabajaba duro para salir adelante, la necesidad y la penuria reinaban por doquier, pero poco necesitaban para ser felices. 


Antonio se queda en silencio, reflexionando. Su rostro se ilumina conforme las palabras brotan de su boca, precipitadas y llenas de vida. Habla con la pasión y la fuerza del agua que mueve las piedras de su molino, haciendo vibrar sus recuerdos con intensidad.


-¡Muy bien, Antonio! Ha llegado el momento de despedirnos. 


La despedida es un instante cargado de gratitud y respeto. -Ha sido un verdadero placer conversar contigo, viajar juntos en el tiempo y revivir esos momentos que han significado tanto para ti y para tu familia.

Espero que tus palabras, llenas de memoria y vida, sirvan para que el gran público conozca y valore mejor el papel fundamental que los molinos cumplieron en épocas tan difíciles para nuestro país. Esa industria doméstica, humilde pero imprescindible, que sostiene la economía rural de nuestro pueblo y la identidad de muchas generaciones.-


Un sol radiante y un cielo azul, acompañan nuestro encuentro. El molino es testigo de nuestras palabras. Sus piedras, guardianas silenciosas del tiempo, permanecen bajo la bóveda blanca de sus paredes encaladas. El molino, espera el agua con nostalgia, con la sabiduría del que sabe, al igual que nosotros, que agua pasada no mueve molino.


                                                         Antonio González Padilla



sábado, 24 de agosto de 2024

¡Arriba las manos!





No. Esto no es un atraco. Es el nombre del juego que los niños de mi pueblo utilizamos cuando lo jugábamos con tanta ilusión. El asalto al tren-correo por parte de fugitivos en el lejano Oeste, no era ajeno a la chiquillería de mi pueblo.  Ni la tensión sufrida cuando "El Bueno", desenfunda su Colt del 36 antes que "El Malo". Las magníficas aventuras desarrolladas por las películas del oeste americano proyectadas en el cine parroquial -en la Terraza del cine de verano entre el olor a jazmín- no acababan con aquel fatídico "FIN" que tanto fastidio causaba a los niños y adolescentes de mi pueblo. Por nosotros, la película tenía que continuar y no acabar nunca. Y en verdad, la película nunca terminaba cuando Jiménez apagaba el proyector en la cabina, y unas ténues luces disipaban la oscuridad de la terraza alumbrada hasta entonces, por las estrellas del cielo. Nuestra imaginación hacía el resto. Al día siguiente, los niños de mi pueblo emulabamos a los cuatreros, indios o vaqueros, repitiendo aquello que tan entusiastamente de habíamos vivido el fin de semana anterior. Jugábamos  al ¡Arriba las manos! Dos bandas de amigos, armados con pistolas de piedra que tallavamos para el uso, nos escondiamos  por entre las pitas, balates y casas de "Los Castillos" -un barrio escarpado en lo más alto del pueblo- para sorprender escondidos y dar el "arriba las manos" a cada uno de los integrantes de la otra banda. El juego lo ganaba quien diera "muerte" a todos los integrantes de la banda opuesta. Las discusiones eran interminables, pues no había árbitro que juzgara quien había sido el primero en sorprender al otro. Las disputas se dirimian con grandes discusiones que nunca acababan, hasta que hartos abandonábamos para ocuparnos con otra clase de juegos. Lo cierto es, que nunca nos aburríamos porque empleabámos la imaginación para ocupar el tiempo de vacaciones. 
Nos la ingeniábamos para construir arcos con flechas imitando a los indios Apaches, Sioux o Kiowas con todo tipo de cañas y ramas de retama, adecuadas para ser tensadas y propulsar las flechas de caña, a veces peligrosas para nuestra integridad física. La plaza  y los callejones aledaños eran nuestro territorio. Allí se actualizaba la película de indios y vaqueros durante toda la semana, sin que faltase un solo detalle creado en nuestra imaginación, que no así en la realidad. Las eternas disputas entre buenos y malos finalizaban cuando otra película sustituía a la anterior. Entonces nuevas aventuras y nuevos héroes y heroinas, ocupaban nuestra mente para dar rienda suelta a nuestra imaginación y ser imitadas durante la próxima semana. A la salida de la misa de las 9 horas, -dedicada a los escolares- los niños salíamos corriendo para ver la cartelera que anunciaba la próxima película en la Terraza de Verano: "El Último Cuplé " de Sara Montiel, era la elegida para ser proyectada esa noche con la decepción de los chicos Una horrible película de "amores", como la llamábamos y valorábamos los chicos, incapaces de entender el gusto tan extraño de los mayores. Una semana más nos quedábamos sin nuestra película del Oeste, con la decepción refejada en nuestros rostros. 
El cine era una ventana que semanalmente se abría para conectar al pueblo con el mundo exterior. Cumplía una función pedagógica e ilustrativa de información y aprendizaje de roles para gentes muy centradas en sus labores rurales. Los niños asumiamos aquellos roles de los protagonistas del cinematógrafo para distinguir los principios éticos del bien y del mal. Sirvan estas humildes reflexiones como homenaje  a aquellos tiempos que marcaron nuestra infancia.




miércoles, 21 de agosto de 2024

Salir a tomar el fresco




      "Y el que no pueda vivir en comunidad, o no necesita nada por su                              propia suficiencia, no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios".

                                                                                        Aristóteles



Salir a tomar el fresco a la puerta de la casa en verano con toda la familia, es algo que recuerdo de mi niñez con nostalgia. Hoy solo es un recuerdo entrañable, un hecho más como tantos otros al que me resisto a olvidar. Leo que un pueblo de Cádiz quiere rescatar esta costumbre de los pueblos de Andalucía como patrimonio de la humanidad. Me parece muy bien. En mi pueblo rural de Abla (Almería), salir a tomar el fresco era una costumbre muy típica y saludable de nuestras gentes que conseguía  dos objetivos: huir del  calor excesivo acumulado en el interior en nuestras casas, y fomentar las relaciones sociales con los familiares y vecinos. Al llegar el atardecer, después de cenar y reponer las fuerzas gastadas en una dura faena de campo, la familia y los vecinos, sacaban sus sillas a la puerta de sus casas, se sentaban al fresco para charlar y contar los dimes y diretes surgidos diariamente entre sus gentes. Reponen las largas horas de soledad vividas bajo la parra a temperaturas superiores, a treinta grados centígrados, dedicadas al cultivo de la uva de mesa, como así lo requerían sus cuerpos y sus espíritus. El cuidado de la uva de mesa en la parra, exige mucha dedicación a diario desde que aparece la muestra hasta que madura el fruto. Siempre había que regar, labrar, sulfatar, azufrar, despampanar, etc. Lo que ocasionaba pasar todo el día en soledad, dedicado a su cuidado sin apenas hablar ni socializarse con la gente, vecinos o amigos. En las noches de estío, la falta de comunicación, y el calor excesivo acumulado en las casas durante la jornada, se suplía saliendo a la puerta de casa para tomar el fresco en aquellas incómodas pero prácticas sillas de anea, en corrillos improvisados, acompañados por un botijo de agua fresca para saciar la sed y refrescar la garganta reseca por el polvo de la parva en la era. Eran tiempos en los que la televisión aún no había inundado nuestros hogares, afortunadamente. Las calles de mi pueblo se llenaban de corrillos de familiares y vecinos en donde se hablaba de todo. Los agricultores, transmitían sus conocimientos y experiencias personales sobre los modos y maneras de cómo hacer para que la uva fuera de mejor calidad y sus numerosas plagas mejor controladas. Las mujeres y amas de casa también hablaban de sus cosas diarias. Qué hacer de comer al día siguiente o saber cuándo pasa el agua por la acequia para hacer la colada en el lavadero. No faltaban las parejas de novios, que bajo la atenta vigilancia de los padres, hablaban de sus proyectos futuros, con cómplices miradas indagadoras en la oscuridad de la noche, intentando robar un beso sin ser vistos o hacer manitas sin ser vistos.
Los niños, ajenos  a los problemas de los mayores, nos  sentábamos en los trancos de las casas para hablar de nuestras cosas: contar chistes, cuentos de miedo, proyectar nuestros juegos, rememorar las disparatadas aventuras del Gordo o el Flaco (Stan Laurel y Oliver Hardy), o recontar la película del Oeste Americano recién proyectada en el cine parroquial, emulando a sus héroes. Con muy poco nos conformábamos, solo necesitábamos ingenio y mucha imaginación para ser felices. Hacíamos lo que el clásico manifestaba: "no es más feliz quien más tiene  sino quien menos necesita."
Eran otros tiempos. Cierto. Tiempos que se han esfumado sin darnos cuenta. Tiempos que han partido para nunca más volver. Seguirán eternamente vivos mientras nuestra generación permanezca viva y la memoria no nos abandone. 



miércoles, 14 de agosto de 2024

Pompas de jabón






Surgen como pompas de jabón en nuestra memoria. Arrastradas por el agua cristalina de la Rambla de Los Santos, fruto del deshielo de Sierra Nevada. Como estrellas en movimiento que lucen en la corriente de agua sorteando rocas en una alocada carrera hacia no se sabe dónde. Son los recuerdos de un niño de un pueblo rural en los años 50, cuando observa a las mujeres del pueblo con barreños repletos de ropa, acercarse a la rambla para lavar la ropa sucia acumulada, mezcla de sudor, sulfato o barro. Ropa que habla de trabajo y esfuerzo. Ropa de hombres y mujeres de campo impregnada de olor a sudor por el trabajo duro con desvelo y dedicación, de aquellos que, un día sí y otro también, cuidan con esmero la parra, el olivo, o duermen en la era junto a la parva entre aparejos y aperos. Mi cabeza se puebla de imágenes de mujeres, que a lo largo de la rambla pasan las horas de rodillas con sus barreños de ropa a rebosar  -cuando la lavadora era un invento lejano- y el jabón Lagarto y la lejía se sustituían con jabones elaborados en la casa con sosa cáustica y aceites de desecho. Lavan montones de ropa: sábanas, ropa interior, camisas y calzones, en tablas o en piedras apropiadas en los remansos del río, al ritmo de una canción o en sintonía con el ruido monótono del paso del agua entre las rocas. No falta el comentario picarón o esas conversaciones entre mujeres murmurando con recato de su vida íntima marital, o entre las mozas, sobre este o aquel mozo que les mira de forma singular para decirles sin palabras aquello que las ruboriza. ¡Cuántos secretos femeninos ocultos revelados en gineceos improvisados de trabajo sin el control ni la vigilancia del marido, la suegra o la vecina criticona! El lavado de ropa requería un esfuerzo físico, que dudo que muy pocos hombres hubieran sido capaces de soportar. Nuestras mujeres lo hacían con entereza. 
Cuando la rambla permanecía seca porque se acababa el deshielo, el agua del Barranco de Sierra Nevada, encauzada por la acequia de Las Huertas para el riego, servía generosamente el agua en los dos lavaderos oficiales del pueblo. Yo recuerdo el del Barrio del Albaicín, situado en un extremo del pueblo, con su escalinata de acceso para salvar el desnivel de la calle y acceder a la acequia. Un generoso caño de agua surtía al lavadero, bajo el frontispicio de cemento donde  se podía leer la fecha de construcción y unas iniciales ilegibles. Una pileta de cemento alargada en forma de L se desplegaba en aquel espacio abierto para facilitar el agrameo de la ropa.
Hoy la mayoría de lavaderos de nuestros pueblos han desaparecido por el avance  de la modernidad. Hoy los trapos sucios los lavamos en casa, en lavadoras modernas y con detergentes fabricados consecuencia de sesudas investigaciones industriales. Hemos ganado en eficacia, economía, y también en soledad; pero hemos perdido en sociabilidad, cercanía y contacto humano. Decía Heráclito que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Yo sigo viendo a nuestras madres y mujeres lavando de rodillas. Siguen ahí. En el mismo sitio donde las dejé.


LAVANDERAS

Agua concebida en vientre de sierra,
entre truenos, relámpagos, y estruendo.
Nieve de cielo desovando en peñascos, 
deshielo de primavera desaguando en tierra...

Agua que buscas entre quebradas el valle, 
a la sombra de taray y álamos, para ser acariciada
por manos de mujeres que bajan a tu encuentro,
con jabón, barreño, y diretes sin acalle.

Agua de la rambla de Los Santos, venturosa,
que transformas lienzos en color de nieve,
con las manos briosas de mujeres hacendosas,

agramando a ritmo en la piedra canción de amor.  
Lavanderas con jabón de sosa en la mano
entre avatares..., con altruismo e ilusión.
 
                    
            ANTONIO GONZÁLEZ



domingo, 23 de junio de 2024

Aquel verano del 64








Aquel verano del 64 quedó grabado en mi memoria para siempre. Yo tenía 16 años. Era un adolescente que pasaba mis vacaciones en un pueblo rural de La Alpujarra almeriense, llamado Abla. Iniciaba mis vacaciones con la conciencia del deber cumplido: había aprobado todas las asignaturas de 4º de bachillerato sin ningún suspenso. Mi padre se sentía orgulloso de mi. Ya no me castigaría con ayudarle en las faenas del campo. Suspendí una asignatura en segundo de bachillerato y bien que lo pagué en mis vacaciones, asistiendo a clases particulares durante el verano, todo un fastidio. Ahora, al aprobar todas las asignaturas, tenía todo un verano por delante para disfrutar de mis vacaciones. Y bien que lo hice. Junto a mi pandilla formada por mi primo Paco, Lalo, Pepe el de Leonor y yo mismo, organizamos un viaje en bicicleta a Alcudia para poder ver en televisión la final de la Copa de Europa entre España vs La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), ya que en nuestro pueblo no se veía la televisión y tampoco nadie tenía receptores. Aquella empresa no eran sencilla. Contábamos con la oposición de nuestros padres; la del párroco, que por ser seminarista, me obligó a permanecer en el pueblo para dirigir el rosario de la parroquia; las bicicletas cuál de ellas en peor estado, y los casi cuarenta kilómetros de distancia entre Abla y Alcudia de una carretera, que tenía de todo, cuestas revienta piernas y llano. Ninguna dificultad fue suficientemente importante para impedir aquella  loca aventura, que nosotros, pese a todo, preparamos en secreto para no ser descubiertos. 
Aquel día, en torno a las tres de la tarde, salimos a la carretera con nuestras viejas y prestadas bici para iniciar lo que para nosotros era una aventura extraordinaria. La vieja bicicleta Orbea del tío David, era mi amiga inseparable, que yo bien conocía por haberla utilizado otras veces. Las otras no eran mejor que la mía. Sin faros ni dinamo, con los frenos precisos de zapatillas y los cuadros y tubulares pesados, apenas llegábamos a los pedales. El sol de las tres de la tarde caía sobre nuestras cabezas inmisericorde y las primeras rampas de las trincheras de Fiñana, empezaron a hacer mella en nuestras piernas. Hubo que bajarse de la bicicleta para esperar a los más rezagados y avanzar en equipo. He de reconocer  que "Los Morales" Pepe y Lalo eran los más fuertes, mientras que "Los González" mi Primo Paco y yo, a duras penas podíamos seguirles. Evidentemente éramos los rezagados. Sea como fuere, conseguimos llegar a Alcudia antes de las seis de la tarde hora en el que empezaba el partido. La casa del Párroco nos acogió con las puertas abiertas y fue allí donde nos encontramos con la sorpresa de encontrarnos con nuestro párroco D. Pedro Ruiz, quien indulgentemente no nos regañó y aceptó de buen grado nuestra compañía, aunque ya hablaremos, me dijo, dirigiendose a mi por abandonar el rezo del rosario en la parroquia. España venció a la U.R.S.S. por 2 goles a 1, con gol de Marcelino en el minuto 83. El Régimen del general Franco y su propaganda, supo vender políticamente lo que solo fue un partido de fútbol. Pero eso es lo de menos. Lo demás fue la vuelta, ya casi de noche, con la conciencia tranquila por derrotar "las fuerzas del mal", según el relato del Régimen. Al Primo, los calambres en las piernas, le impidieron llegar al pueblo sano y salvo. Un salvador moto-carro trasladó al lesionado ciclista y máquina a nuestro pueblo de Abla, desde aquellas rectas interminables de los Llanos del Marquesado. Lo peor me sucedió a mi. La Guardia Civil de Fiñana me multó con 50 pesetas por circular sin luz. Fue mi Padre quien posteriormente sufragó la multa en metálico y fue mi persona quien la pagó con castigos. Hoy lo volvería a hacer. No me arrepiento de hacer lo que hice. Fue el precio a pagar por sentirme libre y hacer lo que más me gustaba. Hoy, lo volvería a hacer junto a mis amigos de la infancia.