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miércoles, 1 de octubre de 2025
Hoy es el día del Mayor: ¡Feliz día a todos!
domingo, 21 de septiembre de 2025
Roma ha hablado...
lunes, 8 de septiembre de 2025
Roma locuta, causa non est finita...
jueves, 17 de julio de 2025
La Feria de Ganado en Abla
sábado, 12 de julio de 2025
Poetas de Abla
Las sociedades tradicionales con una economía casi de subsistencia comen lo que producen, en relación con la época o estación del año. Ahora bien, es en la fiesta cuando lo mejor de la producción de la casa era consumido y con abundancia. El ágape festivo aún es un importante exponente de la fiesta en nuestra casa, la gastronomía cultural es un buen exponente de ello de comidas típicas y tradicionales. La excusa de la celebración, sea cual sea, se hace alrededor de una mesa.
La fiesta, que es sinónimo de celebración, ha ido evolucionando. Es en ella misma el mejor mestizaje de cultura humana, que se adapta a los tiempos y a las ideas. Cada colectivo la ha hecho suya, dándole identidad y forma. Hay una fiesta para cada edad y una edad para cada acto festivo. Hay fiestas íntimas, fiestas familiares, fiestas particulares y fiestas abiertas, fiestas populares y fiestas institucionales; cada colectivo tiene o puede tener fiestas (y sería bueno que tuviera); es una herramienta socializadora y de integración, da al grupo social sentido de colectivo, nos ayuda a orientar nuestras vidas y nos permite conocernos y reconocer a los que nos rodean. La fiesta es la válvula para escapar de la presión cotidiana en la vida del ser humano; es la liberación de las tensiones individuales y colectivas, herramienta clave para mantener el equilibrio social.
Por ello, cuando nos fijamos en cualquier cultura o sociedad, sus actos festivos llegan a ser color, forma, olor, sonido, gusto y imagen de lo que son, de lo que han sido y de lo que aspiran a ser, como colectivo. El calendario festivo y el estilo de fiesta son el espejo de historia, de talante y de carácter de aquella sociedad; son, al mismo tiempo, resumen de la transformación que con el paso del tiempo, aquel pueblo o grupo social ha ido haciendo sobre un territorio y sobre ellos mismos como grupo, haciendo servir y aprovechando lo que el entorno ya les daba de por sí.
Si hay una fiesta entrañable
que recuerde con pasión
esa es "La Merendica"
del huevo duro y el jamón
Le llaman "La Merendica"
fiesta del huevo cocido
entrañable en el pueblo
por despertar el apetito
Asociada a la fiesta
Nos viene por tradición
pues las familias se juntan
en Primera Comunión
Con lo mejor que posee
todo el pueblo sale al campo
para comer con placer
y beber debajo el árbol
Sobre la verde pradera
y los manteles extendidos
se exponen los alimentos
que han de ser consumidos
Aquellos cestos de mimbre
que nuestras madres portaban
sacaban y sacaban viandas
sin que aquello se acabara
Primero, huevos cocidos
después un trozo jamón
acompañado de mosto
con chorizo o salchichón
Nos poniamos como "el Quico"
comiendo a carrillos llenos
por fin sin olla ni estrebedes
ni cardos ni pucheros
!Qué bueno estaba el jamón!
!Qué delicioso el conejo!
la ensaladilla rusa,
la "fritá" con su aderezos.
De aquellas cestas salían
cosas tan buenas y deseadas
que mataban las hambrunas
de gente desesperada
Cuando cerraba la tarde
al son de los pasodobles
la gente bailaba al ritmo
hasta llegada la noche.
Antonio González Padilla
TARDES DE VERANO
Oh tierra agrietada, tu piel no sangra
por estar seca, áspera, ajada;
otrora fértil, reverdecida, calada,
hoy, la savia no corre en tus entrañas.
Sol, huésped en solanas encaladas,
peregrino de caminos polvorientos;
hojas alicaídas mustias, languidecen,
en largo estío de fuentes agostadas.
Suave húmeda brisa del sur en la tarde,
que reclama a gentes en arrimaderos,
al ritmo del agua de un botijo colgante.
Encuentros en la penumbra de las rejas,
con pasiones hilvanadas de instantes,
ANTONIO GONZÁLEZ PADILLA
Hoy, hurgando en los recuerdos de mi infancia, quiero recordar los olores a jazmín de la terraza del cine de verano de Abla. Junto a la vera del paseo se encontraba uno de los lugares mas bellos y entrañables de mi pueblo. Oculta bajo el desnivel del terreno y el follaje de los árboles, humilde y silenciosa durante la semana, la terraza se vestía de verde sobre el blanco de sus muros encalados, para mostrar en su interior lo que sucedía en el mundo de fuera, cuando proyectaba sus películas en esa pantalla blanca que como gran ventana nos hacía descubrir un mundo tan lejano a la vez que cercano. Al llegar el anochecer, su pantalla blanca entre jazmines, se llenaba de luz y sonido para descubrir los tesoros, que gracias a la técnica del celuloide, se mostraban en todo su esplendor a mis ojos inquisidores de aventuras, de mundos lejanos e imaginarios.
Aquellas aventuras y desventuras de héroes y villanos, servían como fuente de inspiración para nuestros juegos semanales: todo volvería a repetirse en las calles de nuestro pueblo. La ficción hecha realidad como la vida mismas.
sábado, 28 de diciembre de 2024
La Navidad, tiempo de encuentro...
jueves, 19 de diciembre de 2024
Un molino en "Los Hernández"
Sentado junto a la puerta semicircular del viejo molino, aguardamos la llegada de Antonio a quien todos llaman “El Moli”. Ese es nuestro protagonista, hombre de oficio ancestral, pues ha sido molinero desde siempre, siguiendo la senda marcada por abuelos, padres, tíos y hermanos. La tradición fluye en su sangre como el agua en las acequias.
De sonrisa amplia y mirada clara -ni opaca ni cansada, sino viva- Antonio nos recibe con la hospitalidad serena de quien ha hecho de estas piedras y engranajes su mundo. El molino, con su rumor de años, parece reconocer en él a su guardián perpetuo. Su expresión afable transmite la calma de la tierra y la firmeza de un hombre que ha crecido entre sacos de grano y harina, con el polvo blanco como huella inseparable en su piel.
Está dispuesto a hablarnos, a abrirnos la memoria preservada en sus días, y a compartir, con la sabiduría sencilla de lo vivido, las costumbres, anécdotas y hábitos que han nutrido a generaciones de molineros. Este es Antonio, el Moli: rostro de la tradición y voz del molino que nunca se detiene.
-¡Hola, Antonio! es un placer dialogar contigo sobre este hermoso lugar, que tanto ha significado para ti y para tu familia. Háblanos de tu molino.-
-Este molino, -responde Antonio, con un brillo de orgullo en sus ojos-, tiene una historia de alrededor de doscientos años. La fecha es aproximada, pues antes que nosotros ya pasaron por aquí otras familias de molineros. Sin embargo, la verdadera historia de este lugar para mí comienza con mi abuelo cuando lo tomó en arrendamiento.
Mi abuelo formó una familia numerosa; siete hijos nacieron bajo este techo, entre el rumor constante del agua y el crujir de las muelas. Fue con él, con mi padre y con mis tíos, que el molino empezó a labrar nuestro destino. Con el tiempo, los hermanos de mi padre fueron abandonando el oficio, marchando con sus familias a otros lugares en busca de un porvenir distinto, porque aquí no había pan suficiente para todos.
Fueron mis padres quienes, con esfuerzo y empeño, decidieron mantener el arrendamiento con los señoricos de los Lázaros, dueños legítimos de la propiedad. Así, poco a poco, sostenidos únicamente por la voluntad de mis padres, que se quedaron como arrendatarios únicos de este rincón que guarda no solo trabajo y fatiga, sino también la memoria viva de una estirpe de molineros.
-¿Podrías contarnos cuáles fueron tus primeros recuerdos en este hermoso lugar?
-Mis primeros recuerdos en este lugar se remontan a cuando tendría nueve o quizás once años -comienza Antonio, dejando que la memoria le ilumine el rostro-. A esa edad ya estábamos implicados todos en las faenas del molino. Mi hermano y yo, en particular, teníamos la responsabilidad de repartir la molienda con los burros a los clientes más cercanos.
A medida que crecíamos, mi padre nos iba encomendando tareas más duras y serias. No se trataba solo de moler el trigo, sino también de distribuir lo molido a vecinos más alejados. recuerdo aquellos costales pesados: una fanega, cuatro cuartillas… unos treinta y cuatros kilos. No era un peso sencillo de dominar. en realidad, más que fuerza, hacía falta maña. Hubo que aprender la técnica. No consistía en alzar el saco a pulso, sino en darle movimiento con el cuerpo, un giro firme del hombro que acompañaba al costal hasta lograr colocarlo con destreza sobre el lomo de la cabalgadura, dejándolo después en forma transversal, bien equilibrado. Fue una lección de esfuerzo y de ingenio, de esas que no se olvidan porque marcan el pulso mismo del oficio.
-¿Como era un día cualquiera de trabajo?
-Un día cualquiera de trabajo en el molino dependía, ante todo, del agua -recuerda Antonio-, Eran veintiuna horas las que nos correspondían, las que concedían los regantes de Doña María, propietarios del agua de riego que descendía por la cimbra y daba vida a los cauces. Durante ese tiempo, el agua corría sin descanso por la acequia, de día y de noche, y nosotros teníamos que aprovechar cada instante, sin perder un solo minuto, pues nuestra jornada estaba marcada por la corriente. En cuanto el agua llegaba, comenzaba el movimiento. Bastaba con que las piedras entraran en inercia, impulsadas por la fuerza líquida, para que ya no se detuvieran, girando con la cadencia ancestral que parecía no tener final.
Pero antes de que el trigo pudiera entregarse a las muelas, había que prepararlo con esmero. Primero se llevaba, liberándolo de polvo e impurezas, y luego se extendía en el sequero, donde debía secarse con paciencia bajo el aire templado. Solo entonces estaba listo para el trabajo del molino, para convertirse en harina y, después, en pan de cada día. Así era cualquier jornada: un compás regido por el agua, una coreografía de esfuerzo y tradición que convertía el rumor del cauce en música y las ruinas del grano en el alimento esencial de la vida.
-Sobre las cinco y media de la tarde- comienza Antonio, evocando con precisión la rutina-, el agua llegaba al molino. Era entonces el momento de llenar el cubo hasta los dos aliviaderos, rebosante y vivo. La fuerza del molino dependía de la presión que ejercía esa agua acumulada. Pero la que sobraba no se desperdiciaba: la aprovechamos para lavar el trigo, liberándose de sus impurezas antes de llevarlo al sequero, donde debía permanecer hasta alcanzar el punto de secado exacto. Después, sí, ya estaba listo para la molienda.
El trabajo, sin embargo, no terminaba allí. En el molino no trabajaba solo el agua. detrás de cada jornada se escondían incontables horas de preparación y dedicación silenciosa. Las piedras, aunque firmes y milenarias en apariencia, se desgastan con rapidez, mucho más de lo que uno podía imaginar. Había que picarlas cada cierto tiempo, mantenerlas vivas para que siguieran masticando el grano con eficacia.
No era una labor sencilla: había que levantar aquellas enormes ruedas de piedra con la ayuda de una cabria- dos medias lunas que nos permitían alzarlas– y montarlas sobre el banco del taller de tallar. Allí, pacientemente, con piquetas de acero en mano, se les devolvía la rugosidad precisa, golpe tras golpe, hasta que recuperaban la aspereza justa para morder el trigo y convertirlo, una vez más, en harina.
-Así era nuestro oficio: tan dependiente del agua como de la destreza de los hombres, un equilibrio entre la fuerza de la naturaleza y la mano cuidadosa del molinero-
-Y dime, Antonio, ¿Cómo se cobraba por vuestro trabajo?
-Cobramos en especie -explica con serenidad- Un tanto por ciento de lo molido se quedaba en casa. Otras veces se cobraba en metálico, pero eso era lo de menos, porque aquí nunca sobraba dinero; lo importante era mantener el ciclo de vida que el molino nos ofrecía.
-¿Tiempo para aburrirse?.-
-¡Para nada! Alternábamos las largas jornadas del molino con las faenas del campo y el cuidado de los animales de carga, imprescindibles para repartir la molienda entre los clientes. A ellos se sumaban los animales de corral: gallinas y conejos, que nos daban carne y huevos y una cabra, que nunca faltaba para la leche fresca de cada día. Todos se alimentaban de los productos que el propio molino generaba, cerrando un círculo perfecto entre el trabajo y la subsistencia.
Tampoco podemos olvidar las tierras de olivos que rodeaban al molino, fuente de aceite y sombra, y el pequeño huerto familiar, donde crecían las vituallas y hortalizas necesarias para completar nuestra alimentación. Todo se sostenía gracias al agua, ese regalo incesante que regaba los campos y daba fuerza a la cimbra manteniendo la vida en movimiento. Hoy, sin embargo -añade con un dejo de nostalgia-, ese ciclo pertenece al pasado.
-¡Antonio, es increíble! Es una economía doméstica donde el mercado de abastos estaba de más para vosotros. Prácticamente lo teníais todo en casa-.
-Es cierto..., casi todo, responde Antonio con una sonrisa cálida-. En cuanto al aburrimiento, nada de eso. Alternábamos el trabajo monótono de la molienda con la música. Mi padre y mis tíos eran unos virtuosos con la guitarra y el laúd. En casa celebramos las fiestas con gran algarabía. El pasodoble y la canción española no podían faltar en nuestras veladas. La música y el baile cumplían una función extraordinaria de expansión y divertimento, muy necesario para amenizar aquellos años difíciles de la postguerra. Se trabajaba duro para salir adelante, la necesidad y la penuria reinaban por doquier, pero poco necesitaban para ser felices.
Antonio se queda en silencio, reflexionando. Su rostro se ilumina conforme las palabras brotan de su boca, precipitadas y llenas de vida. Habla con la pasión y la fuerza del agua que mueve las piedras de su molino, haciendo vibrar sus recuerdos con intensidad.
-¡Muy bien, Antonio! Ha llegado el momento de despedirnos.
La despedida es un instante cargado de gratitud y respeto. -Ha sido un verdadero placer conversar contigo, viajar juntos en el tiempo y revivir esos momentos que han significado tanto para ti y para tu familia.
Espero que tus palabras, llenas de memoria y vida, sirvan para que el gran público conozca y valore mejor el papel fundamental que los molinos cumplieron en épocas tan difíciles para nuestro país. Esa industria doméstica, humilde pero imprescindible, que sostiene la economía rural de nuestro pueblo y la identidad de muchas generaciones.-
Un sol radiante y un cielo azul, acompañan nuestro encuentro. El molino es testigo de nuestras palabras. Sus piedras, guardianas silenciosas del tiempo, permanecen bajo la bóveda blanca de sus paredes encaladas. El molino, espera el agua con nostalgia, con la sabiduría del que sabe, al igual que nosotros, que agua pasada no mueve molino.
sábado, 24 de agosto de 2024
¡Arriba las manos!
miércoles, 21 de agosto de 2024
Salir a tomar el fresco
miércoles, 14 de agosto de 2024
Pompas de jabón
Agua concebida en vientre de sierra,
entre truenos, relámpagos, y estruendo.
Nieve de cielo desovando en peñascos,
deshielo de primavera desaguando en tierra...
Agua que buscas entre quebradas el valle,
por manos de mujeres que bajan a tu encuentro,
con jabón, barreño, y diretes sin acalle.
Agua de la rambla de Los Santos, venturosa,
que transformas lienzos en color de nieve,
con las manos briosas de mujeres hacendosas,
Lavanderas con jabón de sosa en la mano
ANTONIO GONZÁLEZ