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domingo, 24 de diciembre de 2023

Aquellos días de Navidad...





Escribo con el canto de los niños de San Ildefonso al fondo de mi escritorio, desde un ventanal frente a Sierra Nevada. La lotería es un ritmo que nos evoca el paso del tiempo. Evoca en mí, tiempos ya pasados añorados y queridos. No me refiero a los grandes momentos de nuestra pasada historia, eventos y acontecimientos muy importantes que cambiaron a nuestro País desde lo político, lo económico y los social, sino al paso inexorable del tiempo en sentido trascendente y la ausencia de nuestros seres queridos en nuestro interior. Recuerdo la muerte de mi padre hace ya 43 años, siendo más joven que yo ahora.  Nunca tocó la lotería en casa, si acaso un reintegro o pedrea, pero de eso no pasaba. Papá nos decía que la verdadera lotería era el trabajo. Entre sus principios y lo poco que jugábamos, he aquí el resultado. El azar y la necesidad van juntos de la mano y lo inesperado puede suceder en cualquier momento de la vida. La diosa griega Tijé -diosa de la casualidad y la abundancia- nunca se portó bien con mi familia en la prosperidad económica, aunque sí en otros aspectos de la vida. El azar nos acompaña todos los días de nuestra vida. Es una lotería que jugamos todos los existentes mientras vivimos, impredecible compañera de camino que puede asaltarnos cuando menos lo esperamos, respecto a hechos o sucesos que no controlamos: nuestros logros económicos, la suerte en las relaciones sentimentales, la conservación de la salud, etc. De ahí el consejo del estoico que no deja lugar a dudas: concéntrate en lo que está en tu mano, y despreocúpate de lo que se haya fuera de tu alcance. Lo demás no debe preocuparnos: sabemos con certeza que el final nos tocará a todos esa lotería inherente a nuestra condición humana. Hablando de la lotería, recuerdo el soniquete en la radio de la cocina y a mi padre sentado junto al fuego del hogar con las manos extendidas para calentarse. Mi padre celebraba más que el premio, el hecho de sobrevivir un año más con la tranquilidad que daba la cosecha recogida: el parral de uva de barco vendido , el aceite en la despensa y el mosto en el lagar. El aroma del café recién hecho y la leche de cabra cocida en el cazo, son aromas que asocio con las mañanas de vacaciones en casa, en aquellos fríos días de invierno. Por fín las vacaciones de Navidad, lejos del internado y de la disciplina castrense que allí se impartía, disfrutando del calor de la familia. 
Por entonces, mis pensamientos e inquietudes estaban en otras cosas, no menos importantes para mi: montar el Portal de Belén en casa y para ello contaba con la ayuda de mi amigo Lalo, mis hermanos y mis primos. Una tropa ingente al servicio de la tradición. Había que ir a Fuente Agria para coger musgo, líquenes apropiados, para construir el río con papel plateado sacado de las tabletas de chocolate, y donde nunca faltaba el Tío de la higuera, rememorando un hecho real que aconteció en la comarca con final feliz. Se celebraba el triunfo, la valentía, la suerte -o todo a la vez-  la de aquel hombre, que  salvó la vida de morir ahogado, subido a una higuera arrastrada por la riada de agua que apareció flotando a siete kilómetros río abajo. Aquel Belén era el fruto de muchos esfuerzos y de mucha imaginación. Había día y noche, gracias a la instalación de la electricidad y de quitar los plomos del contador cada vez que tocábamos sus cables. La ilusión de mis hermanos y primos por conseguir el máximo realismo, se traducía en la estrecha colaboración que todos prestaban con diligencia, aportando ideas y materiales apropiados, por lo que el el Belén era la síntesis de las ideas más descabelladas que se nos ocurría. Hasta que llegó el día de su inauguración; comenzaba la fiesta más entrañable que recuerdo. Toda la familia se reunía en torno a Papá, Mamá, nuestros tíos y primos, para cantar villancicos entre mantecados, roscos y copas de anís. Allí estaba el tío David con su palabra fácil, contando anécdotas familiares, cuando no narrando hechos que a nuestra mente infantil le costaba distinguir entre fantasía y realidad. Mis hermanos, primos, y yo mismo, quedamos impresionados de sus relatos: era el fiel reflejo de nuestro abuelo David en su aspecto tranquilo y bonachón, a quien echamos de menos por su muerte prematura. Nuestra casa era un Belén viviente donde nos juntábamos toda la familia gracias a su céntrica situación. La alegría de la familia reunida era un regalo solidario de afecto y cariño. Aún resuenan aquellas risotadas de la Tía Jacinta, que no sorprendían a nadie,  hasta que surgían de repente por su espontaneidad y fuerza. O escuchar a la prima María hablar con devoción religiosa  del servicio a la Iglesia y su compromiso con la parroquia, bajo la atenta mirada de la Tía Trinidad, su madre,  hermana de nuestro abuelo David. Y qué decir del primo Manuel, familiarmente le llamábamos "Manolico", quien con su ejemplo nos daba lecciones de humanidad y dignidad a aquellos que le conocimos, y que tuvimos el placer de convivir y disfrutar de su compañía. Por aquellos años, el primer rostro que veíamos al descender del tren era la de Manolico, y el primero en transmitir la noticia del momento más relevante del pueblo, la conocíamos  por sus labios. Los niños y mayores veíamos a Manolico como una verdadera institución en el pueblo, él era el encargado de llevar la correspondencia de correos a la estación del ferrocarril a una distancia aproximada de dos kilómetros. Aquel trayecto lo hacía todos los días del año de forma sistemática y puntual, junto a su viejo burro. Era el cordón umbilical del pueblo con el exterior. No solo surtía al pueblo de correspondencia, noticias y periódicos, sino de paquetería que acarreaba en el viejo serón de su jumento. No era tan puntual como el filósofo alemán Inmanuel Kant, que cada vez que salía de casa para impartir clases en la universidad las mujeres ponían el reloj en hora, pero casi; de tal manera, que día tras día, no faltaba a la cita del tren correo de Almería-Madrid y viceversa. Era tal su regularidad que había un dicho en el pueblo que decía así: "haga frío o calor, Manolico a la estación". Efectivamente, tanto en los días fríos de invierno, con nieve y lluvia,  como en el caluroso verano, la primera silueta que divisamos cuando el tren de vapor, cansino y sediento por el esfuerzo realizado, se acercaba lentamente a la estación para repostar, era la de Manolico, con las sacas de la correspondencia en cada mano y ritualizando el momento de la entrega. La campanilla de la estación reclama la atención de los viajeros la llegada-salida del tren, y el estruendoso ruido de los frenos de la máquina, nos advierte que hemos llegado a nuestro pueblo.
Por si éramos pocos, la presencia del Tío Paco, hermano de mi padre, era un aditivo más a aquellas tertulias familiares. En ellas nos contaba sus aventuras en el servicio militar y los saltos en paracaídas en la Base aérea de Alcantarilla, con la sorprendente admiración de la chiquillería al que considerábamos un héroe.
Nosotros éramos los de la generación que comía arroz con conejo los domingos, nos alimentabamos cada  año con la matanza del cerdo, e íbamos a la escuela con carteras de pana. Teníamos todo el futuro por delante; ahora solo nos queda el pasado donde se apilan los recuerdos de los ausentes a los que acompañaremos, unos antes que otros. No, no nos ha tocado la lotería de Navidad, aunque sí otra más importante: la de la VIDA; esa sí que es importante. Al menos seguimos con buena salud, que no es poco, respirando el aire sano del pueblo que nos vió crecer, con el aroma a chicharra a la brasa, y la mirada complaciente de la sierra a través de la ventana, a la espera de ser cubierta por un manto blanco.
                             
                                                                 
                                                                                   Antonio González Padilla



Dedicado: a mis hermanos, Marina, Paqui y Juan David. A mis primos David, Maricarmen, Marina y Bernardo Miguel. Para que nos sintamos agradecidos y orgullosos de nuestra familia y de los valores que supieron inculcarnos.




viernes, 22 de diciembre de 2023

NAVIDAD





Aquí seguimos unos junto a otros sin preguntar de qué lado estamos o a qué ideología política pertenecemos. Somos los de la generación de la posguerra que aún seguimos  con la misma ilusión de siempre: seguir adelante, vivir la infancia que nuestros padres nos enseñaron bajo el respeto y la obediencia, y celebrar la Navidad.
Es cierto que Mamá no irá al horno del vecino Ángel, en las vísperas de Noche Buena a amasar los ricos mantecados hasta altas horas de la noche, los roscos de vino o de aguardiente con los que se nos hacía la boca agua, como acostumbraba cada año. Las vísperas de Navidad en casa eran tan importantes como las mismas fiestas. Mis hermanos y yo vivíamos las fiestas con tal intensidad que nos dejaba marcados para siempre. Era la estación de la abundancia. Había de todo: uvas de barco colgadas, naranjas precoces de Nacimiento, bollos de leche, carne de membrillo, polvorones, alfajores y mazapán..., y hasta turrón duro; además de la matanza del cerdo recién hecha con sus jamones colgados y el lomo de orza en aceite. Cuando papá abría la caja surtida de turrones en torno a la mesa y se escapaba alguna lasca o almendra que echarse a la boca, sabíamos que ya era navidad. Hoy, nos seguiremos juntando la familia como hacíamos antes, y tratamos de reunir a nuestros hijos y nietos como siempre hemos hecho. Recordaremos a Papá antes de sentarnos a la mesa cuando nos alababa o nos reprendía, según las notas trimestrales, a cada uno de mis hermanos por su rendimiento escolar. Estaba orgulloso de que su hijo mayor supiera latín y sumar los números con suma rapidez. O mis hermanas sacaran notas brillantes en gramática o geografía. Alababa a mi hermano menor por sus buenas notas y mantener aquella beca salario, que el Régimen concedía con generosidad a los estudiantes más dotados, por su mejor rendimiento, esfuerzo y trabajo. Mientras, Mamá preparaba en la cocina el pollo relleno, del que desconocemos sus ingredientes, pero que tanto a mis hermanos como a mi, nos sabía a gloria.
Los que aquí seguimos, honramos la memoria de nuestros padres y abuelos cantando villancicos, con zambombas, panderetas y el sonido rítmico de la botella de anís, como siempre hemos hecho junto al Portal de Belén. Seguimos la fe que ellos nos legaron con autenticidad y devoción. Tratamos de huir del consumismo materialista y del ruido vacío de la sociedad de consumo, aunque sea más un deseo que una realidad. Centramos nuestra atención en el Misterio de la gruta de Belén, en el regalo que Dios da a los hombres de buena voluntad, asumiendo nuestra carne en la pobreza y humildad del pesebre y manifestándose a los más humildes y necesitados: los pastores. Con el último bocado de la cena de Noche Buena, iremos al templo para celebrar la eucaristía y vivir en nuestro corazón el nacimiento de Jesús, compartiendo el Pan y la Palabra con todos nuestros hermanos, deseándoles paz y Gracia de Dios como hombres de buena voluntad. ¡Feliz Navidad!




jueves, 21 de diciembre de 2023

Arrugas





Recuerdo en mi recuerdo
la humedad en tus ventanales
perdido en la niebla
en la estrechez de tus calles.
Tus muslos transparentes
muestran la impostura 
al joven que soñaba
con pechos de agua fresca
sumido en su locura.
Hoy he vuelto a tu lado
busco en tus calles la piel
turgente; 
con la inocencia del niño
que encuentra su juguete
perdido en el desván
del recuerdo,
con arrugas crecientes.

      antonio gonzález



jueves, 26 de octubre de 2023

Silver Economy

 
                                    

                                                                        "Humano soy y nada de lo que es humano
                                                                          me es ajeno" 

                                                                                                       Publio Terencio


¿Habrá algo más importante para las personas jubiladas que saber cómo van a pasar sus últimos años? ¿Qué va a ser de mi cuando no pueda valerme por mis propias fuerzas? -se preguntan muchos de ellos- ¿Quién me cuidará cuando mi cuerpo no responda como hasta ahora? ¿Podemos planificar dentro de lo que cabe los últimos años de nuestra vida? ¿Cuáles son los medios humanos, familiares, sociales, económicos con los que cuento para hacer más viable mis últimos días? Estas, y otras muchas  preguntas son las que pretende o trata de responder eso que llamamos "Silver Economy", una realidad conceptual que traducida al español significa Economía Plateada, y que pretende profundizar y dar solución a los problemas, necesidades y demandas de los adultos mayores que desde el cambio demográfico por el envejecimiento de la población analiza estos problemas. Las sesiones se han desarrollado durante los días 19 y 20 de octubre en Almería y Abla, -población situada en la Comarca del Río Nacimiento- con la colaboración de la Diputación de Almería, junto a la Universidad, y los Ayuntamientos de Almería y Abla en colaboración con la Asociación Crecimiento Humano. Han participado los alumnos adultos de la Universidad Abla Viva, la  Asociaciones de Almería relacionadas con esta problemática, y un grupo de alumnos de distintas especialidades y de lugares del mundo diferentes matriculados en el Máster de Gerontología Social de la Universidad de Granada. Las ponencias han sido desarrolladas por catedráticos de las Universidades de Almería, Burgos, Extremadura y Granada, y han versado sobre las diversas soluciones que las últimas investigaciones sociológicas aportan a esta problemática en el entorno rural. También ha contado con la aportación de las profesionales de los diversos servicios sociales de la mancomunidad del Río Nacimiento, exponiendo el magnífico trabajo que desarrollan con las personas más dependientes. La participación ha sido numerosa -en torno a un centenar de personas- tanto en el salón de actos de las Mariposas de Cajamar en Almería como en el salón de usos múltiples del Ayuntamiento de Abla, lo que demuestra la concienciación e importancia que da la gente a estos  problemas.
La Comarca del Río Nacimiento, situada entre las Sierras Nevada y Filabres configura un espacio geográfico natural donde se asientan los principales pueblos que la conforman. Con una población en torno a los 7.000 habitantes, distribuidos en una superficie de 700 kilómetros cuadrados y una densidad demográfica del 11,50 habitantes por Kilómetro cuadrado, es un territorio poco poblado con el 60% de mayores que superan los 50 años. 
Estos son los datos estadísticos de la Mancomunidad, sin duda, muy importantes, pero no los únicos. Hoy debemos hablaros de lo más valioso: su capital humano. De nuestra gente, la gente anónima y  sencilla que vive en nuestros pueblos y que participan activamente en todo aquello que respira cultura y aprendizaje, con la misma naturalidad que respiran el aire puro de nuestra sierra. Personas de todas las edades y condición que consideran a la cultura  como algo que sirve para llenar de sentido sus vidas, y emplean su tiempo libre para cultivar el espíritu en todo aquello que les ayuda a comprender  y relacionarse  con el mundo y con sus semejantes. Cultura y educación (las dos van de la mano) son instrumentos referenciales que surgen del afán de saber del ser humano y su asombro ante el abigarrado mundo que se muestra como posibilidad transformadora y contrapunto a la limitación de su aparato instintual. Lo que en una palabra denominamos: civilización. Algo que nuestra gente valora con independencia de sus creencias, ideologías o condición social, y crea lazos de unión, solidaridad, y empatía para la consecución de objetivos comunes que les permita afrontar los problemas con mejor pragmatismo y eficacia.  
Esta es la suerte que tenemos en nuestra Mancomunidad: contar con un grupo de personas interesadas en todo lo que se refiere a participar en actos culturales que les forma y enriquece, creando lazos de compromiso y solidaridad entre ellas para mejor convivir. Un grupo admirable que sacrifica su tiempo para aprender y conocer su mundo para dialogar en común y después dar respuestas si las hay ¡Fantástico! Pero no sería justo cerrar este artículo sin mencionar y resaltar la labor tan maravillosa que lleva a cabo la Asociación Crecimiento Humano conjuntamente con la Universidad de Almería, apoyadas por los ayuntamientos de Almería y Abla. Dada la importancia de la economía en este segmento de la población, de lo que se trata, es de propiciar mediante la innovación social, caminos, estrategias, y soluciones, para la resolución de los numerosos problemas que les afectan. Para la consecución de tales objetivos, contamos con la implicación político-social de los responsables de las instituciones más idóneas de la Mancomunidad, sin olvidar que detrás de estas instituciones, hay personas altruistas, que dedican su tiempo con vocación de servicio, sin las cuales todo esto no sería posible: a todas ellas, ¡Gracias, gracias!  ¡Qué no decaiga su empeño!









martes, 25 de abril de 2023

Santos Mártires de Abla




SANTOS MÁRTIRES DE ABLA

APOLO, ISACIO, Y CROTATO, 
Y LA VIRGEN DEL BUEN SUCESO


I. 

En la Tarraconense,
provincia Hispano-romana,
ocurrió esta gran historia
que ha de ser recordada.

II. 

Sucedió en el siglo IV
así lo hemos fechado,
hechos que son un legado
de nuestros antepasados. 

III. 

Siendo emperador de Roma,
El Augusto Diocleciano,
representado en Hispania
por su prefecto Daciano,

IV. 

tuvo a bien visitar Alba
al pie de Sierra Nevada,
con sus casas encaladas
y muralla coronada.

V.  

Al pie de la gran muralla
acampó  con sus soldados,
al frente de todos ellos
su jefe Publio Daciano.

VI. 

Van camino de Roma,
por Carthago y Tarraco
para rendir y dar cuentas,
al Augusto Diocleciano.

VII. 

En la cohorte romana
hay gentes de diversas almas,
soldados que son muy creyentes
y otros que no creen en nada.

VIII. 

Reina la farra y el vino
en el "castrum" militar,
gratitud dan a sus dioses
y al emperador, lealtad.

IX. 

De pronto suenan las tubas,
Daciano les quiere hablar,
los soldados se aprestan
sus palabras escuchar:

X. 

-Diocleciano vuestro dios,
emperador y señor,
a los dioses del Olimpo
os ordena adoración.

XI. 

Todos acatan la orden, 
no así tres jóvenes soldados,
que rechazan adorar,
a un Júpiter impostado.

XII.

Son soldados valerosos,
dignos por su integridad,  
prestigiosos y piadosos,
honestos por su moral.

XIII. 

-Me llamo Apolo, soy cristiano,
cumplo como soldado,
pero no quieras que adore
ídolos hechos a mano.

XIV
 

Dijo Isacio con voz firme:
-yo solo adoro a mi Dios
y a su Hijo Jesucristo,
como nuestro Redentor.

XV.

-Crotato me llaman todos,
cristiano soy por la fe,
mi vida doy por Jesús,
y por su Iglesia que cree.

XVI. 
No
-!Apresad a esos traidores
 que no vean la luz del sol!
 !Encerrarlos en mazmorras
hasta que perjuren de Dios!

XVII. 

-¡Aquí tienes nuestras manos,
que no nuestro corazón;
átalas con fuertes cuerdas 
pues no renegamos de Dios!

XVIII. 

Arrastrados a prisión,
los tres jóvenes soldados,
por la soldadesca son
empujados y apaleados.


XIX. 

En una fría mazmorra
los tres caen en oración,
piden al Dios Padre Bueno,
ser firmes en la aflicción.

XX. 

De carne son por el siglo
cristianos según Dios,
no sienten miedo al castigo
ni al tormento ni al dolor.

XXI. 

A la mañana siguiente,
Daciano el gobernador,
sentado en el Pretorio
comienza su acusación:

XXII. 

-!Míseros, mirad por vosotros! 
!Sufrireis grandes suplicios,
si no adoráis a los dioses
seréis condenados en juicio!

XXIII. 

-Tú y tus emperadores,
reverenciad a vuestro dios; 
nosotros solo adoramos,
a nuestro Señor Salvador,

XXIV. 

también llamado Jesús,
Él dijo: yo soy la vida
quien cree en mí no morirá
y beberá el agua viva.

XXV.

Daciano fuera de sí
no comprende esta postura,
y es tal la ira en su rostro,
que pierde la compostura.

XXVI. 

A los tres jóvenes soldados, 
de pronto manda azotar,
hasta que la sangre brote
y les haga escarmentar.

XXVII. 

Si Roma quiere seguir
dominando el mundo entero,
no se puede permitir
que desobedezcan sus fueros.

XXVIII. 

Los dioses han de ser adorados,
las costumbres preservadas, 
por todos los ciudadanos
las leyes han de ser respetadas.

XXIX.  

Mientras firmaba sentencia,
-así pensaba Daciano-
condenando a tres inocentes
a un martirio sanguinario. 

XXX.  

Se prepara una gran pira
en el gran foro de Alba,
con tres postes de madera,
y tres gavillas apiñadas.

XXXI.  

Los tres jóvenes se miran, 
atados de pies y manos,
recitan una oración,
se reconfortan callados.

XXXII. 

El fuego avanza implacable,
sin que se oiga un lamento,
de pronto un canto armonioso
suena en ese momento.

XXXIII. 

Las llamas no queman más
a aquellos cuerpos gloriosos,
pues por encima del fuego,
aparecen victoriosos.

XXXIV. 

De pronto un gran resplandor,
más fuerte e intenso que el sol,
aparece entre las llamas,
causando un gran estupor:

XXXV. 

Una Señora radiante, 
sonríe a los tres soldados,
lleva un hijo bajo el brazo
y un cetro en la otra mano.

XXXVI. 

Hincan sus rodillas en tierra
las gentes ante este suceso,
alabando a la Señora,
por vivir este momento.

XXXVII.  

Más allá de los confines 
el suceso se extendió:
La Virgen del "Buen Suceso"
así se la proclamó.

XXXVIII. 

Viendo el pérfido Daciano,
que el fuego no les quemó,
mandó fuesen maltratados
y después decapitados.

XXXIX.  

Leznas y cañas cogieron,
y por las uñas metieron,
a los tres heroicos soldados,
cuya sangre esparcieron.

XL.  

Después de este vil martirio,
les mandó decapitar,
rodaron sus tres cabezas,
y la sangre por igual.

XLI. 

El pueblo se sublevó  
con motines y desacatos,
después de ver el martirio,
de Apolo, Isacio, y Crotato.

 

EPÍLOGO
 

Esta es la verdadera historia,
de Apolo, Isacio y Crotato,
los tres valientes soldados,
que padecieron martirio
con la Virgen a su lado,
y el Niño Jesús en sus brazos.

Hoy por la Iglesia son reconocidos,
festejados, venerados, y queridos,
como Santos Mártires de Abla.
En su frente la corona del laurel, 
y la palma del martirio en la mano.
Los tres Santos martirizados, 
Patronos de Abla, los bien amados...

Este es "El Gran Suceso"
que sucedió en nuestro pueblo.
Este fue el acontecimiento,
que a su Patrona dió nombre:
La Virgen del Buen Suceso.



          Antonio González Padilla






jueves, 29 de diciembre de 2022

A ANA Y DAVID




En nombre de la familia y en el mío propio,
expreso en este poema palabras que el viento lleva,
a la espera de que vuelvan
como brisa mañanera,
para sentir con vosotros, Ana y David,  
las venturas de este día
con fragancia a hierbabuena.

Mis versos son un regalo, tejido con muchos hilos,
que la experiencia ha gestado y hoy salen del olvido;
como grito renovado en versos entrelazados,
para vosotros, Ana y David,
en este día venturado.
Renováis amor y fidelidad entre familiares y amigos
la promesa que selló vuestro destino.
¡Palabras más que bonitas que algunos recordarán!
Para muchos de nosotros, hoy,
las promesas y los votos siguen firmes en su lugar,
pues han sido cuidados sin dejarlos disecar,
como vuestros votos y promesas, 
son un testimonio más, a imitar.

La promesa renovada de amor y fidelidad
que hoy hacéis ante el altar, no es una promesa más.
Hoy convertid "el instante" en tiempo de eternidad,
preludio de un porvenir de gozo y felicidad.
Hoy recogéis los frutos de tanto y tanto bregar:
son vuestros hijos y nietos que ante vosotros están,
radiantes de felicidad.
Pero no acaba aquí todo; hoy plantáis una semilla
en surcos que hay que regar,
para que broten espigas con grano que desgranar,
y vendimiar en la viña para pisar en el lagar.
Hoy suenan vítores y palmas, parabienes sin igual,
¡mañana, Dios dirá!

Esta aventura sigue... solo acaba de empezar,
y así ha de continuar; como el río,
que discurre en su alegre caminar,
reflejando,
días soleados o nublados,
en sus aguas al pasar
desde la nieve del monte, hasta llegar a la mar.

Mientras, aquí, la vida continúa... 
las estaciones se siguen y el tiempo viene y va.
Algunos siguen buscando, eso que llaman "felicidad";
unos, aún no la han encontrado,
otros, no saben qué buscar.
¡Vosotros, Ana y David, la habéis encontrando ya!
        
                                
            El primo Antonio


A mis primos Ana y David en el día de sus bodas de oro, con mi mayor afecto y cariño.



miércoles, 13 de julio de 2022

"Y en las mismas mil pesetas..."

 



     Hoy es día de mercado, -solía decir nuestro padre en casa- cuando los días cinco y veinte de cada mes aparecían puntuales en el calendario. El pueblo transformaba su aspecto tranquilo y rutinario por la eclosión de transeúntes y mercancías, que afloran por doquier, ante los ojos asombrados de un niño de los años 50: una manifestación  de abundancia en tiempos de escasez, y un homenaje a la opulencia y la copiosidad. Aquel evento era un acontecimiento multitudinario, extraordinario y festivo, que el pueblo celebraba con júbilo, dando la bienvenida a todos aquellos visitantes que venían de toda la comarca para vender sus productos autóctonos: comerciantes, agricultores, carpinteros, ceramistas, zapateros, carniceros, mercantes, afiladores, charlatanes, traperos y rapsodas; todos llegaban con la ilusión de ganar unas pesetas para seguir viviendo, todos pugnaban por convencer a los asiduos compradores locales, foráneos, cortijeros, o simplemente mirones, de la excepcional calidad de sus productos agrícolas, frutas diversas, hortalizas frescas y toda clase de productos elaborados de la huerta, la ganadería, y la apicultura. Mucho o poco -según se mire- para gentes acostumbradas a vivir el día a día y a soportar las penurias propias de una posguerra de la que muy lentamente se salía. 

    Para un pueblo tranquilo de la Alpujarra almeriense, como era Abla, la actividad diaria se desarrollaba entre el campo y la escuela. En el pueblo prevalecían las voces y los sonidos que identifican su actividad con la monotonía inconfundible de la forja del yunque del herrero, las campanadas pausadas del reloj de la vieja torre de la iglesia, o el canto habitual de los niños de la escuela recitando las tablas de multiplicar, junto a la voz inconfundible de Don José, el maestro, cuya severidad era más aparente que real; (maestro de padres e hijos, su autoridad moral e intelectual era incuestionable. Debajo de su aparente ferocidad por imponer la disciplina, se escondía la humanidad de un hombre ejemplar que creía en el valor de los principios educativos y culturales del conocimiento). Cuando cometemos una falta de disciplina, o éramos incapaces de resolver un problema de cálculo matemático, Don José utilizaba el “Don Benito”, una regla de madera temida por todos los niños de la escuela (sobre todo cuando golpeaba en el filo de los dedos) haciendo válido el dicho que "la letra con sangre entra". Lo que más nos divertía de la escuela era cuando explicaba la historia de España, o cuando nos incitaba a salir a la pizarra para resolver un problema de cálculo o de sintaxis gramatical, premiando al alumno más capacitado. Lo que menos, el canto matinal de "El Cara al sol” o "El Prietas las filas", bajo la tutela de los cuadros de Franco y José Antonio. Algunos recordamos las quejas de Don José a nuestros padres, cuando comprobaba la dedicación de sus hijos en las tareas propias del campo, relegando los estudios y deberes de la escuela; observaba con impotencia como muchos niños privilegiados por una inteligencia natural, perdían la oportunidad de una buena formación por la pobreza de sus familias, la desigualdad de oportunidades, o ambas.

    Ya en el mercado, al ser de día, cuando el sol aún no había roto la oscuridad, comenzaban a llegar arrieros con rostros cansados y soñolientos después de haber pasado toda la noche arreando a sus monturas, para una vez llegados a su destino, aliviar a las bestias de sus pesados capazos, y ocupar el lugar más idóneo de la plaza para la exposición y venta de sus productos a los ojos de los curiosos e interesados visitantes. Un rito tradicional que se repetía dos veces al mes ante los  asombrados ojos de los niños que expectantes esperaban este acontecimiento.

   !Vamos niñas, hay naranjas precoces! -gritaba un vendedor de rostro cansino, llegado  de un lugar llamado Nacimiento- con sus productos recién recolectados  de las fértiles huertas a orillas del río que da nombre a su pueblo. Pirámides de montones de naranjas se alineaban en la plaza del pueblo sobre fardos extendidos en el suelo, contrastando su colorido con el ocre de la tierra y el polvo fino del suelo. Jumentos cansados por el esfuerzo y la distancia recorrida, atados a las rejas de las fachadas de las casas, junto a los aperos de transporte y rodeados por sus propios excrementos, rumiaban como pensativos su desdichada vida de esclavitud. Hombres de rostros curtidos por el sol cubiertos por boinas que un día fueron negras y hoy palidecen a la par que la piel de sus dueños quemadas por un sol abrasador. Manos encallecidas, agrietadas y huesudas, que lo mismo aran la tierra que venden sus naranjas y limones a precio por docenas, o pesan con balanza romana unos kilos de tomates, cebollas o acelgas, a quienes se arrimen a su puesto. Pies desnudos y calzados con albarcas o esparteñas ceñidas en torno a la planta del pie. Mujeres vestidas con un sinfín de vestidos de colores en relación a su edad, con la cabeza cubierta por el luto como testimonio de la pérdida de un ser querido. Cestos vacíos para llenar y portar a casa con viandas, después de mil y un regate por el precio del producto siempre caro para unos y barato para otros. Mercado, un mundo por descubrir. Meta final donde el trabajo queda recompensado después de una larga espera de incertidumbre de éxito o fracaso en un corto intervalo de tiempo; la frustración del agricultor por mal vender sus productos por debajo del coste de producción, y tener que volver con la mercancía sin vender y destinarla para alimento de los animales, o el éxito de haber vendido sus productos a buen precio.  Nunca en tan poco espacio se concentraba tanto producto, fruto del esfuerzo y el tesón de gentes que se afanaban por ganarse la vida. Todo se jugaba en un instante, en un momento…, una mala operación o una decisión desacertada en el precio, podía  dar al traste con las ganancias de todo un año de trabajo.

     !Jureles, sardinas, pintarrojas frescas! gritaban los "pescaeros" del Paseo, desde su puesto abierto al público, más parecido a un tranvía averiado que a un puesto de mercado, elevando el tono de sus voces para convencer a los más indecisos a comprar. Un coro de voces de tonos graves y agudos, desafinados y polífónicos,  convocaba a los visitantes a comprar sus productos autóctonos por su calidad y artesanía, a la altura del más exigente gourmet, con palabras como: ¡Queso de cabra! ¡Hay miel de caldera! !Higos chumbos!.

    ¿Hay quién dé más? Sonaba la voz de un charlatán bajito y rechoncho, con un megáfono en su mano, tratando de atraer la atención del respetable, desde un camión con el portón trasero abierto a modo de escenario. !Y una manta más!,  añadía, manifestando a la vez en su rostro  el esfuerzo y la dificultad de una oferta imposible de rechazar por ser una ganga. Al mismo tiempo, la gente se arremolinaba en torno al camión atraída por la curiosidad, la fuerza de sus palabras, o los gestos y aspavientos del charlatán. Antes de que alguien pujara por la última oferta, aquel hombre volvía  sobre sus pasos a la vez que pronunciaba aquellas palabras mágicas de ¿Hay quién dé más?. A continuación entraba bajo el toldo para presentar, a su juicio, una descomunal oferta irrechazable para el público, el ajuar completo de una novia. Al ver que nadie pujaba ni levantaba la mano, volvía a introducir su oronda figura en el toldo del camión y aparecía ante todos con un traje de pana negra de caballero, por el mismo módico precio con el que empezó la subasta: ¿Hay quién dé más?. Aquel hombre era el charlatán del mercado. Hombres y mujeres, mayores y niños, nos quedábamos boquiabiertos tanto por la capacidad convincente de su verborrea, como por la cantidad de lotes en oferta, compuestos  de mantas, toallas, colchas, manteles y trajes de caballero, que aquél  hombre ofrecía a precio irrisorio, mientras pronunciaba las siguientes palabras: "Y en las mismas mil pesetas...esta manta de Palencia, más un juego de toallas, un pijama de caballero, una bata de señora, cuatro juegos de sábanas"...; (luego proseguía, viendo que nadie aceptaba la oferta, porque ya lo conocíamos y esperábamos que aumentase el lote) Efectivamente, así lo hacía: "Más una chaqueta de cheviot, para vestir, mas dos pares de calcetines...!" !Oh aquella chaqueta gris de pata de gallo, que se metía por los ojos!. Si a esto añadimos, el poder de la palabra por la retórica del charlatán y la mímica de sus gestos, entonces, tenemos todos los ingredientes para caer como incautos en el cepo del engaño. Las mantas no eran de Palencia, más bien abrigaban lo justo; y en cuanto a la chaqueta de cheviot, después de mojarse en un primer chaparrón inesperado, encogía de sisa y mangas.

    Gente. Mucha gente hablando de sus cuitas. Saliendo de sus silencios y su soledad… que el campo obliga. Socializando, compartiendo problemas, alegrías y tristezas. Debajo de un árbol frondoso del Paseo, el zapatero instalaba su pequeña silla, con un cojín de color indeterminado por el uso, para hacer más confortable su trabajo. Sebastián "El Catite" -se llamaba-, sin él, el mercado hubiera sido otra cosa distinta. Rodeado de neumáticos viejos de coche, y sin más herramientas que un yunque, cuchillo, martillo y grapas, transformaba con sus manos habilidosas aquellas gomas desgastadas por el uso de la carretera, en albarcas para calzar los pies de los que luego recorrerán los surcos de la tierra para la siembra, la siega o la trilla. Mis ojos de niño se abrían de par en par observando embelesado aquel acto creativo propio de un mago o un artista, que transformaba la materia vieja y amorfa en sandalias nuevas que a mi me parecían las más bonitas del mundo (¡”comerás recortes de Catite si no te aplicas en la escuela”! -me advertía mi padre- cuando las notas no eran de su agrado). ¡Aquel sí era un verdadero maestro, práctico y eficaz, no Don José el maestro, que en la escuela solo se limitaba a enseñarnos a leer, escribir  y calcular, sin producir nada!  Tardé un tiempo en comprender que mi padre tenía razón. 

    O "El Frasco", quien se afanaba por vender tapaderas de madera para cántaros, morteros, y cucharas de palo, a las amas de casa; cuando le preguntaban por el precio de sus tapaderas, tardaba un siglo en contestar a causa de su tartamudez, que llevaba  con mucha dignidad. 

    O "El Tío de las ollas", (así llamábamos al alfarero), aunque en su negocio se vendía toda clase de cacharros de barro, todo lo necesario para equipar la cocina y la mesa más exigente: fuentes, platos, tazas, cacerolas de barro, pucheros, ollas, cántaros; cerámica muy apreciada en la comarca por la calidad del barro cocido y la artesanía de sus adornos pintados a mano. 

   Pero no todo eran productos de alimentación o compraventa de objetos para el hogar, también se podía alimentar el morbo y la curiosidad escuchando a los rapsodas, recitar en verso los grandes crímenes y desengaños amorosos de la época que ponían los pelos de punta a los oyentes, previo pago de unas octavillas por el módico precio de unos céntimos de peseta. Crímenes horrendos, amoríos baldíos, celos, odios y envidias, que acaban unas veces bien y otras no tanto. "El Caso", periódico de sucesos de la época, no hubiera podido hacerlo mejor. 

    Hoy sigue habiendo mercado en Abla, porque la vida sigue; pero ya nada es igual. Ni mejor, ni peor. Distinto. El problema es que ha cambiado todo tan deprisa, que algunos nos resistimos a aceptarlo. Hoy, cerramos nuestros ojos y nos sumergimos en aquellos años de nuestra infancia donde la felicidad no estaba comprometida con la posesión del tener, sino del ser. Era muy poco lo que necesitábamos para ser felices. Sin saberlo, seguíamos el dicho del clásico “Que no es más feliz quien más tienen sino quien menos necesita”. Sirvan estas palabras, para refrescar la memoria nostálgica de un pasado, que para muchos fue parte de nuestra infancia. 



martes, 12 de julio de 2022

"Yo solo temo a Dios"



Aquella mañana soleada de verano, el pueblo despertaba al ser de día, como habitualmente solía hacerlo durante la siega del trigo y la cebada. Nada parecía perturbar la quietud de sus moradores, cansados, después de faenar de sol a sol segando o trillando en la parva de la era. El cansancio y el sueño acumulados se apoderaban de sus gentes, entregadas más en cuerpo que en alma, a las duras tareas agrícolas.

Un rumor de voces cada vez más grande, conmovió la vida apacible de aquel pequeño pueblo de las Alpujarras almeriense:

-  ¡Don Facundo, el cura, ha resucitado! -comentaba una vecina a otra, mientras pregonaba a los cuatro vientos aquella sorprendente noticia.

 -  Querrás decir: que ha aparecido -le respondió otra vecina.

-   ¡No, no! ¡Ha resucitado!

-  ¿Cómo? No es posible -comentó otra- hace muchos años que desapareció durante la guerra civil, y desde entonces nada se sabe de su paradero. Por aquellos tiempos alguien comentó que había huido al monte. Otros afirmaban que había sido sorprendido por milicianos venidos de la capital  en la madrugada de un día de febrero del año 37 y posteriormente conducido  para ser fusilado en la tapia del cementerio de un pueblo cercano. Lo cierto es que nadie encontró su cuerpo, y desde entonces el tiempo sepultó su recuerdo.

 -Lo cierto es que ha aparecido y que está vivo entre nosotros -terció otra-. 

Un bando municipal informaba al pueblo de la sorprendente e insólita noticia, que decía así: 

“Por orden del Sr. Alcalde , se hace saber: que Don Facundo Prudencio García, cura ecónomo de la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción, ha sido hallado esta mañana en la casa de Doña Amparo Socorro -viuda de D. Ramón Tejada- escondido en el sótano de la casa y oculto dentro de una orza de barro desde la guerra civil, encontrándose en un estado tanto físico como psicológico aceptable".

Desde que se inició la guerra civil en el año 36, el cura había permanecido oculto huyendo de los milicianos de izquierdas, evitando poder ser conducido a la tapia del cementerio y ser fusilado, como ocurrió a sus compañeros de profesión. Según ha explicado el municipal del pueblo repetidamente, a todos aquellos interesados en tan importante noticia. Su hallazgo ha causado tal revuelo en este pequeño pueblo, que la gente no deja de hablar y comentar la feliz noticia añadiendo o quitando según su parecer. 

- Ahora se encuentra en el cuartelillo de la guardia civil, declarando -comentaba el municipal, -enfatizando sus palabras- rodeado por un grupo de curiosos, ávidos por conocer los pormenores de la noticia.

- ¿Qué tal se encuentra Don Facundo? Preguntó una señora con rostro preocupado.

-  Muy bien. Mejor de lo esperado, señora -respondió el municipal-

- Según ha comentado Don Anselmo, el médico, su estado de salud es inmejorable. 

- ¡Así cualquiera! -se oyó una voz malintencionada en el grupo de personas que rodeaban al municipal – con los cuidados de la viuda todo es más fácil...

- Pues… ¿Qué quieres que te diga? -terció un tercero-  está claro que la viuda vivía conforme con esta situación. Tiempo tuvo en tantos años de comunicarle que la guerra civil había terminado; si no lo hizo es porque se sentía complacida con su presencia. Ahora bien, los motivos que la indujeron a hacer esto, no los sabemos, y creo que nunca lo sabremos. La maledicencia es un vicio muy arraigado en la gente que actúa muchas veces bien por envidia o porque no tienen otra cosa que hacer.

 -  La viuda tenía poderosas razones para obrar así. La soledad es muy dura.

-  Comentaba por lo bajo un señor que se incorporaba al grupo. 

- ¡Desvergonzado! -le cortó una señora recatada y enlutada de comunión diaria- Ha sido un milagro del Señor que no abandona a aquellos que creen en él y viven bajo el temor de Dios.

Sea lo que fuere, Don Facundo era muy querido y recordado en el pueblo, porque se entregaba en cuerpo y alma a su labor pastoral, y ayudaba a la gente más necesitada según sus escasos medios se lo permitían. Después de haber sido encontrado, gracias a la denuncia efectuada por una vecina, que comentaba haber oído ruidos extraños por la noche en casa de Dª Amparo, y que por decencia se vio en la necesidad de denunciarla. La maledicencia de la gente se desbordaba entre dimes y diretes, al comentar, que todo era debido a la venganza de una de ellas, que por despecho y envidia, había denunciado aquel hecho como una lujuriosa unión insoportable para la decencia, el decoro, y las buenas costumbres. La enemistad entre ambas damas era conocida en el pueblo desde siempre, pues una era la presidenta de la Hermandad "Hijas de María", y la otra, de la Hermandad del "Corazón de Jesús": su rivalidad era notoria por querer mandar una más que otra en los asuntos parroquiales.

Las primeras palabras atropelladas de Don Facundo -al ser descubierto- fueron que él no había hecho nada y que él era hijo de padres de izquierdas. 

- ¡Por favor, no me fusiléis! Decía con palabras atropelladas y el rostro desencajado por el miedo, a la pareja de la guardia civil que lo liberaron e intentaban por todos los medios conducirlo al cuartelillo.

- ¡Solo soy un sacerdote que no ha hecho mal a nadie! ¡Soy de familia republicana!

- No tema, Don Facundo, que no le vamos  a hacer ningún daño; la guerra ha terminado. Tendrá que acompañarnos  al cuartelillo donde el cabo le tomará declaración.

Aquellas palabras de la pareja fueron insuficientes para tranquilizar el ánimo perturbado de nuestro hombre. Su brillante oratoria, otrora ejercida en el púlpito, había quedado sepultada entre aquellas cuatro paredes. Aquel hombre no se parecía en nada a Don Facundo, un brillante orador que enalte los sentimientos y el fervor religioso de sus parroquianos gracias a la elocuencia de sus sermones, -merced a ello, y al control férreo que ejercitaba en el confesionario- mantenía la decencia, el decoro y la conservación de las buenas costumbres entre sus feligreses.

Tanto el alcalde como el consistorio, tuvieron que emplear los métodos más expeditivos, para convencer a Don Facundo, que la guerra civil había terminado y que felizmente se encontraba en la España de la liberación. Pese a ello, seguía erre que erre manifestando que él era un buen hombre que no había hecho mal a nadie.

En una entrevista realizada en Radio Juventud de Almería, Don Facundo declaraba:

-  Mi integridad física corre peligro, porque nunca se sabe qué puede pasar en un futuro inmediato; estamos en manos de Dios y su Providencia.  Yo no tengo vocación de mártir ni de héroe, solo pretendo ser un buen sacerdote y un buen cristiano.

-  Me parece muy bien- le respondió la locutora- Y dígame  Don Facundo, ¿cómo se alimentaba dentro de la orza en la que fue hallado? 

-  Mire, Señorita, gracias al cerdo, y a los cuidados de la viuda.

- ¿Al cerdo? Le preguntó la locutora un poco sorprendida por la respuesta. No comprendo…

- Sí, -le interrumpió D. Facundo- gracias  a los chorizos y morcillas de la matanza del cerdo que Dª Amparo guardaba religiosamente en la bodega, pude sobrevivir...¡Bueno…, eso, y el excelente mosto que Don Ramón había vendimiado y guardado celosamente en su bodega antes de morir en el frente nacional!

-  ¡Es sorprendente! ¡Casi no me lo puedo creer! Su aspecto físico es inmejorable, y los análisis médicos así lo confirman. 

-  Pero, dígame Don Facundo, ¿Cómo controlaba la tensión, el colesterol y los triglicéridos, encerrado en la bodega sin practicar algún ejercicio físico?

Sorprendido por la pregunta, el sacerdote no dudó ni un instante, y su  respuesta no se hizo esperar:

-  Mire, Señorita, las tortugas no hacen ejercicio físico y sin embargo viven más de 100 años.

Su brillante respuesta dejó sin palabras a la locutora.

A fuer de ser sinceros, nadie diría que aquel hombre tenía 57 años, aparentaba muchos menos; y que había permanecido 26 años encerrado en una orza. Las malas lenguas del pueblo comentaban que ello era debido a los "cuidados de la viuda", no a la matanza y el vino mosto; aunque ésta, seguía afirmando, que lo había hecho por salvar la religión del pueblo de las hordas comunistas, y que su sacrificio por fin tenía una recompensa y un final feliz.

Sea como fuere, Don Facundo se encontraba actualmente, internado en una clínica de Almería, en observación médica. La Corporación Municipal en pleno le ha visitado, para ofrecerle un ramo de flores y una condecoración por la valentía mostrada frente al contubernio comunista. Por mucho que se esforzaban, tanto los médicos como sus paisanos en demostrarle que la guerra civil había terminado, Don Facundo Prudencio, -haciendo honor a su primer apellido-, desconfiaba de todos, seguía temiendo que lo iban a fusilar y gritaba una y otra vez, para quien quisiera escucharle: "¡Yo solo temo a Dios!"


NB: Realidad y ficción siempre van unidas. Algunas veces, ésta última supera a la primera.



lunes, 11 de julio de 2022

La mesa de los jamones

 


Dice un dicho popular que "con una misa y un marrano hay para todo el año". Con toda seguridad un remedio utilitario, cuya eficacia ha sido comprobada a lo largo de generaciones en tiempos de escasez que ha hecho de la necesidad virtud para tiempos de hambruna -que de todo hay-. Por algo, un santo venerado en nuestro pueblo es San Antonio Abad y su marrano: no sabemos quién de los dos más apreciado por los creyentes, (que me perdone San Antón), el uno por sus milagros, el otro por su eficacia para apaciguar el hambre y la escasez. Al final siempre lo paga el cerdo. Aunque, dicho esto, me cuesta creer que se pueda rezar con fervor con el estómago vacío, y mucho menos trabajar la tierra. En mis años de monaguillo, durante la misa matutina, contestaba en latín pensando más en el Cola Cao y la mantequilla de tres colores del desayuno, que en aquellos rezos en latín ininteligibles para mi corta edad.

Siguiendo la tradición familiar, aquel año mi padre mató un cerdo, para proveer a la familia del sustento necesario durante el  invierno. La matanza del cerdo, era un rito tradicional a la vez que una fiesta en todos los hogares del pueblo, que nuestros antepasados supieron transmitirnos, con esmero y eficacia, para la correcta conservación de los alimentos, desde tiempos pretéritos; nuestra casa no era una excepción. Era un arte comprobar cómo la experiencia y la sabiduría popular aprovechaba todas las partes del cerdo, para elaborar una ingente cantidad de productos contra la caducidad y los avatares del paso del tiempo. Tanto el frío como la sal eran elementos necesarios para tal fin. Salados los cuatro jamones por mi padre, sobre una mesa auxiliar de comedor que raras veces utilizábamos, estaban a la espera de ser colgados para su curación, en una habitación aireada que utilizábamos como despensa por disponer de una ventana orientada directamente a la cara oeste de Sierra Nevada.

Serían los primeros días de febrero, cuando una tormenta de lluvia y viento huracanado, azota mi pueblo. Recuerdo con temor y respeto esa noche. Nunca olvidaré los hechos sufridos por mis padres y hermanos, aquella noche cerrada de invierno, en la que experimentamos en nuestras propias carnes la fuerza y los efectos de una naturaleza embravecida y ajena a las preocupaciones humanas. El dios del viento, Eolo, desataba su brutalidad, con tal furia y fuerza ciega, que enojado, -vaya Usted a saber por qué- zarandeaba los tabiques, puertas, y ventanas de nuestra casa, que a duras penas resistían sus embates antes de ser arrancadas de sus goznes.

Dormíamos en la planta baja de la vivienda, y de repente, un ruido ensordecedor nos despertó de súbito: temblaban los tabiques y ventanas de la casa como si ésta estuviese edificada sobre arenas movedizas. A oscuras, sin luz, alumbrados  por un farol con pavesa de aceite, que mi padre utilizaba en las noches de riego, nos levantamos de la cama para enfrentarnos a una fuerza que nos amenazaba pavorosamente. La ventana del cuerpo-luces, -ahora improvisada despensa- situada en la parte superior de la casa, chirriaba y resistía como podía ante las embestidas ciegas y racheadas de viento y el aguanieve, que la golpeaban con furor inmisericorde. A la vez, que una lluvia pertinaz percutía los cristales con un repiqueteo monótono, al resto de  ventanas de la casa poniendo a prueba su resistencia.

Mientras nosotros luchábamos con un enemigo invisible, mi madre rezaba a Santa Bárbara y Santa Rita, junto a mis pequeños hermanos, con más temor que devoción. Un chasquido seco, seguido del ruido de unos cristales rotos, atrajo nuestra atención. La ventana del antiguo cuerpo-luces había sido arrancada de cuajo y proyectada contra la pared opuesta. El viento sin oposición, entraba en la habitación inflando y presionando las paredes, como si de un globo se tratara, con tanto empuje, que cabía la posibilidad que reventaran los tabiques. La fuerza del viento, empujaba la puerta de dos hojas que daba al comedor, con tanta presión, que ésta finalmente cedió ante su empuje abriéndose de par en par, proyectando la corriente de aire sobre la habitación, arrollando todo lo que encontraba a su paso. -¡La mesa, la mesa de los jamones! -gritaba mi padre- a la vez que empujaba la mesa pesada contra las dos hojas de la puerta, sin conseguirlo, e impedir con su peso que éstas se abrieran. Mientras él contenía las hojas cerradas de la puerta, mis hermanos y yo empujamos la mesa de los jamones, con todas nuestras fuerzas, hasta acercarla a la puerta impidiendo su apertura. Ya casi lo habíamos conseguido, cuando una ráfaga inesperada de viento, más fuerte aún que las anteriores, deslizó la mesa sobre la superficie del suelo del comedor como si de una pista de hielo se tratara, desbaratando nuestros esfuerzos. ¡Vuelta a empezar! Después de varios intentos, finalmente lo conseguimos, no sin antes apuntalar la mesa con el sofá y la máquina de coser.

Al día siguiente, el pueblo amaneció devastado a causa del vendaval y los daños fueron cuantiosos por doquier. Ni una sola chimenea quedó en pie: cables del tendido eléctrico, tejas, y macetas, no se libraron de la fuerza de la naturaleza. El lamento unánime de la gente se manifestaba en un solo clamor. El alcalde, junto al consistorio, declaraba el pueblo y su comarca zona catastrófica, a la espera de recibir las ayudas oportunas que la ley establecía para estos casos.

Los daños no solo afectaron al casco urbano, sino también al campo y su comarca. Numerosos tendidos eléctricos, muros, balates y caminos, quedaron impracticables o deteriorados a causa de la fuerza de los elementos. El río se desbordó y los campos adyacentes se anegaron de agua y barro.

Pese a la situación catastrófica, la parroquia celebró un solemne acto religioso de rogativas y rezos, oficiado en la Iglesia parroquial por el titular, con la asistencia del Sr. Alcalde y la Corporación municipal en pleno. La gente rezó a Dios y a sus Santos Patronos con fervor religioso, por haber librado al pueblo de males mayores.

Todo aquello nos parecía muy bien. Aunque tanto mi padre como yo, nos sentíamos héroes anónimos, orgullosos de nuestra hazaña, gracias a la cual, habíamos salvado nuestra casa. Mi madre, de profunda fe religiosa, consideró aquel hecho como un milagro de Santa Bárbara y Santa Rita. Mi padre, más profano, sonreía y asentía con la cabeza, disipando las dudas que le asaltaban... a la vez que mantenía su mirada cómplice, en un tácito pacto que ambos habíamos establecido.

Con las primeras luces, el pueblo despertaba de su traumática experiencia, con un hecho que fue muy comentado por aquel entonces: la cabina del cine de verano acabó destruida por los suelos y el proyector inservible. Algunos mal pensados, decían que había sido "castigo de Dios", porque la última película proyectada en el cine parroquial, fue "El último cuplé" de Sara Montiel.