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jueves, 17 de julio de 2025

La Feria de Ganado en Abla





Hablar de la Feria de Ganado de Abla para cualquier niño hijo de agricultor de los años 60, es evocar recuerdos placenteros.  Hombres y ganado se reunían una vez al año en común simbiosis para  una tarea común: la de aportar al campo su mano de obra más importante para las tareas más imprescindibles y necesarias. 
La primera Feria de Ganado de Abla de la que tenemos noticia se remonta al año de 1887. Como todas las ferias de ganado, ha experimentado una evolución de acuerdo a la revolución industrial y a la propia evolución de la sociedad, por lo que este tipo de feria ha adquirido un sentido muy distinto a lo que fue.
Antiguamente las ferias de ganado estaban asociadas a la trashumancia, es decir al desplazamiento estacional de los rebaños. Los rebaños, ya sean equino, bovino, ovino o caprino, se desplazaban entre los llanos a la montaña, al llegar la primavera y el verano, y a la inversa, de la montaña a los llanos durante los meses de otoño, buscando los pastos apropiados y el clima más favorable para  el bienestar del rebaño.
En el recorrido que hacían los pastores, se aprovechaban los cruces de camino para establecer una feria. Allí no solo se vendían o compraban animales, sino que también se contrataban pastores o se surtía al rebaño de cencerros muy necesarios para su control y seguridad. La situación geográfica de Abla,  entre valles, ríos y montañas, predispuso a Abla como población idónea de feria de ganado.
A mediados de octubre, la "Cañá el Gitano" -un lugar estratégico a la entrada del pueblo- se poblaba de toda clase de animales de todo pelaje, para ser expuestos ante una abigarrada multitud de tratantes, ganaderos y campesinos, venidos de todas las partes de las comarcas más cercanas de la zona, para comprar o vender asnos, mulos o ganado ovino y caprino  -animales imprescindibles para las labores más pesadas del campo-, y materia prima para el consumo de carne o para la producción y elaboración de productos lácteos, tales como el queso.
A partir de los años 90, la emigración del campo a la ciudad y la mecanización del campo con maquinaria industrial agrícola, eliminó de un plumazo a los animales de tiro y carga para ser sustituidos por tractores de tracción mecánica. La feria de ganado dejó de tener sentido y se transformó en una fiesta local más en el calendario, entre las fiestas de abril  y las fiestas Navideñas. En nuestros días, solo queda el nombre de Feria de Otoño como un eco efímero de un pasado que nunca volverá a ser lo que fue.




sábado, 12 de julio de 2025

Poetas de Abla



La Merendica de Abla


El refranero del pueblo nos dice que "cada vez que viene un hijo lo hace con un pan debajo el brazo". No les falta razón en una época de la posguerra donde siempre eran bienvenidos brazos para segar o trabajar la tierra. La Iglesia como comunidad, festeja el evento mediante la inmersión en el agua con el bautismo, a la vez que lo hacía  la familia con un ágape. En todos los acontecimientos importantes que jalonan la vida de un hombre, está la comida presente como un elemento que traspasa la función biológica del mantenimiento, para adquirir una simbología antropológicamente social. Es el rito de incorporación o pertenencia a un grupo que lo identifica como miembro activo con el rango que le pertenece por derecho propio.
Las sociedades tradicionales con una economía casi de subsistencia comen lo que producen, en relación con la época o estación del año. Ahora bien, es en la fiesta cuando  lo mejor de la producción de la casa era consumido y con abundancia. El ágape festivo aún es un importante exponente de la fiesta en nuestra casa, la gastronomía cultural es un buen exponente de ello de comidas típicas y tradicionales. La excusa de la celebración, sea cual sea, se hace alrededor de una mesa.
La fiesta, que es sinónimo de celebración, ha ido evolucionando. Es en ella misma el mejor mestizaje de cultura humana, que se adapta a los tiempos y a las ideas. Cada colectivo la ha hecho suya, dándole identidad y forma. Hay una fiesta para cada edad y una edad para cada acto festivo. Hay fiestas íntimas, fiestas familiares, fiestas particulares y fiestas abiertas, fiestas populares y fiestas institucionales; cada colectivo tiene o puede tener fiestas (y sería bueno que tuviera); es una herramienta socializadora y de integración, da al grupo social sentido de colectivo, nos ayuda a orientar nuestras vidas y nos permite conocernos y reconocer a los que nos rodean. La fiesta es la válvula para escapar de la presión cotidiana en la vida del ser humano; es la liberación de las tensiones individuales y colectivas, herramienta clave para mantener el equilibrio social.
Por ello, cuando nos fijamos en cualquier cultura o sociedad, sus actos festivos llegan a ser color, forma, olor, sonido, gusto y imagen de lo que son, de lo que han sido y de lo que aspiran a ser, como colectivo. El calendario festivo y el estilo de fiesta son el espejo de historia, de talante y de carácter de aquella sociedad; son, al mismo tiempo, resumen de la transformación que con el paso del tiempo, aquel pueblo o grupo social ha ido haciendo sobre un territorio y sobre ellos mismos como grupo, haciendo servir y aprovechando lo que el entorno ya les daba de por sí.
La Merendica es una fiesta entrañable que se celebra en la primavera de Abla, asociada a las primeras comuniones de cada año, el sábado previo al domingo de Pentecostés. La recordamos con especial cariño, cuando todo el pueblo se reunía a comer por familias en el entorno de "vista Alegre", debajo de olivos frondosos a la vera de la carretera. No se conoce el inicio histórico de ésta fiesta -al menos, yo lo desconozco- pero puestos a elucubrar, podría estar asociada a la fiesta que organizaban las familias cuando uno de sus miembros hacía la primera comunión. La forma natural de celebrarlo, no era asistir a un restaurante -en aquellos tiempos no los había- sino asociarse al espacio natural, en comunión con la madre tierra, para disfrutar con toda la familia y comer los huevos cocidos, el conejo en salsa o en "fritá", el jamón, salchichón, chorizo, queso y otras viandas, producidas en el entorno doméstico; y como postre el pan de aceite con la onza de chocolate. La primera comunión es otro rito religioso de entronización en la vida adulta del niño, que deja de ser inocente para convertirse en adulto y ser responsable de sus actos. Es la incorporación del niño al mundo moral,  su autonomía,  libertad y responsabilidad. Es un paso decisivo para su vida de adulto. Para su incorporación posterior al mundo del trabajo. Nada diferente de lo que en otras culturas y tribus acontece, como lo demuestran los estudios de los antropólogos Margaret Mead y Ruth Benedict.
Aunque para los abulenses, la Merendica, tiene un significado muy especial. Asociada a tiempos de escasez, era el día en el que disfrutamos de la comida preparada con esmero por nuestros padres y tíos. Y no era un ágape cualquiera. Para empezar, no había olla, trébedes o caldo que se pareciese. Era romper con la monotonía diaria de un pueblo en el que no acontece nada extraordinario. Era la comida de la solidaridad y el hermanamiento, donde cada uno aportaba lo que tenía y lo compartía con otros cercano o lejanos, daba igual. Era la fiesta donde las clases sociales se igualan a ras de suelo y las diferencias se difuminan, simbolizadas en un ajedrez de manteles multicolores extendidos por el campo. Es posible que hubiera cierto pique con el mejor mosto o el mejor jamón, pero esto lejos de separar, estimulaba la competencia y la imaginación y unía a familiares, amigos y conocidos. !Jamás comimos un queso de cabra tan bueno como el de la merendica! !Ni helados tan gustosos al son de los pasodobles de la banda municipal!
Cuando la tarde declina, saciados y satisfechos, los amigos y familiares iban de olivo en olivo a visitar a sus parientes, para darle el último tiento al jamón y al vino. Aquella gentes sencillas de agricultores, nos deseabamos los mayores parabienes y buena cosecha, tal vez sin recabar que nunca la naturaleza estuvo tan cerca, ni los productos de la tierra tan próximos, como en el sencillo acto de comer e incorporar a su cuerpo, aquello, que previamente había germinado como fruto de su trabajo, esfuerzo y tesón.




LA MERENDICA

Si hay una fiesta entrañable
que recuerde con pasión
esa es "La Merendica"
del huevo duro y el jamón

Le llaman "La Merendica"
fiesta del huevo cocido
entrañable en el pueblo
por despertar el apetito

Asociada a la fiesta
Nos viene por tradición
pues las familias se juntan
en  Primera Comunión

Con lo mejor que posee
todo el pueblo sale al campo
para comer con placer
y beber debajo el árbol

Sobre la verde pradera
y los manteles extendidos
se exponen los alimentos
que han de ser consumidos

Aquellos cestos de mimbre
que nuestras madres portaban
sacaban y sacaban viandas
sin que aquello se acabara

Primero, huevos cocidos
después un trozo  jamón
acompañado de mosto 
con chorizo o salchichón

Nos poniamos como "el Quico"
comiendo a carrillos llenos
por fin sin olla ni estrebedes
ni cardos ni pucheros

!Qué bueno estaba el jamón!
!Qué delicioso el conejo!
la ensaladilla rusa, 
la "fritá" con su aderezos.

De aquellas cestas salían
cosas tan buenas y deseadas
que mataban las hambrunas
de gente desesperada 

Cuando cerraba la tarde
al son de los pasodobles
la gente bailaba al ritmo
hasta llegada la noche.





 

TARDES DE VERANO

Oh tierra agrietada, tu piel no sangra
por estar seca, áspera, ajada;
otrora fértil, reverdecida, calada,
hoy, la savia no corre en tus entrañas.

Sol, huésped en solanas encaladas, 
peregrino de caminos polvorientos;
hojas alicaídas mustias, languidecen,
en largo estío de fuentes agostadas.

Suave húmeda brisa del sur en la tarde,
que reclama a gentes en arrimaderos,
al ritmo del agua de un botijo colgante.

Encuentros en la penumbra de las rejas,
con pasiones hilvanadas de instantes,
de besos robados, de promesas inciertas...

                
              ANTONIO GONZÁLEZ





La Terraza del Cine de Verano

Hoy, hurgando en los recuerdos de mi infancia, quiero recordar los olores a jazmín de la terraza del cine de verano de Abla. Junto a la vera del paseo se encontraba uno de los lugares mas bellos y entrañables de mi pueblo. Oculta bajo el desnivel del terreno y el follaje de los árboles, humilde y silenciosa durante la semana, la terraza se vestía de verde sobre el blanco de sus muros encalados, para mostrar en su interior lo que sucedía en el mundo de fuera, cuando proyectaba sus películas en esa pantalla blanca que como gran ventana nos hacía descubrir un mundo tan lejano a la vez que cercano. Al llegar el anochecer, su pantalla blanca entre jazmines, se llenaba de luz y sonido para descubrir los tesoros, que gracias a la técnica del celuloide, se mostraban en todo su esplendor a mis ojos inquisidores de aventuras, de mundos lejanos e imaginarios.
La puerta de madera tosca y fuerte, había que franquearla para después lanzarse en carrera por una pendiente en L rodeada de jazmines y miles de flores blancas que porfiaban por mostrar la esencia de su fragancia. Aquel pasillo de sombras, olores y colores, la chiquillería lo pasábamos raudos y veloces para llegar a la explanada de tierra mojada, ocupar aquellas viejas sillas de anea incómodas, y contemplar una gran pantalla blanca rodeada de flores y plantas, y alguna que otra salamanquesa expectante. A cada lado, se ocultaban dos grandes altavoces camuflados  bajo la espesura del ramaje que anunciaban el comienzo del espectáculo con canciones de Rafael Farina y Antonio Molina, mientras degustamos los garbanzos tostados de La Remija, que sabían a gloria.
Al fondo, se encontraba una pequeña edificación cuadrada, diametralmente opuesta a la pantalla con dos grandes ojos y una pequeña puerta lateral. !Parecía mentira, que aquella pequeña habitación, produjera un mundo virtual que nos dejaba boquiabiertos! Cuando la sesión empezaba, milagrosamente haces de luz se proyectaban en la pantalla blanca, amorfa y vacía y la llenaban de vida, ritmo y movimiento. De pronto aparecía el telediario semanal  o NO-DO, que magnificaba las excelencias, logros, y gestas del régimen, con algún u otro reportaje de vida social o modas, tan alejadas  del mundo rural en el que convivíamos aunque lo que más interesaba a la chiquillería era la revista deportiva: partidos del Real Madrid o Barcelona que habían sido jugados dos o tres semanas antes.
La aparición del "Gordo y el Flaco", era un acontecimiento ritual que no podía faltar, recibida con algarabía y aplausos y admiración por los mas jóvenes. Sus travesuras y aventuras se mantenían en el recuerdo semanal, hasta nueva sesión. Los personajes de Laurel y Hardy representaban a dos tipos a menudo muy tontos, eternamente optimistas, casi valientes en su perpetua inocencia. Su humor era físico, pero su tendencia a sufrir todo tipo de accidentes quedaba compensada por su gran amistad, sus tiernas personalidades y su devoción el uno por el otro. Eran dos niños adultos; un gordo y un flaco, cuya inocente forma de ver la vida les situaba siempre a merced de "furiosos propietarios, pomposos ciudadanos, policías airados, mujeres dominantes y jefes apopléticos".
Pasados los preámbulos, comenzaba la película, por lo general de "Espadas" o del "Oeste". La vida se paralizaba entre "indios y vaqueros," "espadachines y damas," aventuras y desventuras, "amores y odios". De pronto se proyectaba en la pantalla una escena subida de tono y cuando la tensión se mascaba en el aire, la pantalla perdía la imagen en la negrura de la nada. No, no era una avería; era D. Juan el cura que velando por sus parroquianos, ponía la mano sobre el objetivo para que no se viera el beso que incitaba a las bajas pasiones, produciéndose a continuación gran cantidad de silbidos y abucheos. Nunca comprendimos esa tutela de la Iglesia por la moral y buenas costumbres, a no ser que se hiciese como ejercicio creativo para alimentar nuestra imaginación desbordante de niños y mayores. 
Aquellas aventuras y desventuras de héroes y villanos, servían como fuente de inspiración para nuestros juegos semanales: todo volvería a repetirse en las calles de nuestro pueblo. La ficción hecha realidad como la vida mismas. 



sábado, 28 de diciembre de 2024

La Navidad, tiempo de encuentro...






Hay días que pasan muy rápido porque el tiempo se nos escapa de las manos, sobre todo, cuando está asociado a emociones placenteras. Días en los que deseamos que las horas sean eternas. El tiempo, ese compañero inseparable del ser humano que nos acompaña mientras estamos vivos: sin él no seríamos nada. Todo nuestro acontecer discurre entre sus raíles. A veces rápido, a veces lento. Ayer pasó muy rápido. Sabemos el dinero que tenemos, pero no el tiempo que nos queda. Afortunadamente. 
Juntarse a comer con la familia o los amigos en estas fechas, es lo mejor que hacemos los seres humanos para pasar el tiempo, compartir con aquellos con los que queremos estar y contarnos nuestras cosas. Por eso la Navidad es tiempo de encuentro. Hacerlo en  "las creencias" en donde estamos instalados -sean del tipo que sean- reafirman la tradición y estrechan la amistad vivida y sentida en la infancia. Comer en La Consentida, -un restaurante almeriense en pleno centro de Almería- es un placer inigualable, que ayer tuvimos el privilegio de disfrutar los amigos de la infancia, junto con nuestras parejas. Sabemos que sus carnes y pescados son exquisitos.  Hoy también constatamos el trato afable  y la atención recibida por parte de quienes regentan el establecimiento y sus  empleados. Desde aquí nuestro más sincero agradecimiento en nombre del grupo. ¡Volveremos!
En la comida se habló de todo y se brindó por todos, por los presentes y por los ausentes. a los que echamos de menos -bien lo saben ellos- Intercambiamos ideas de toda índole. Con respeto y educación, mantuvimos nuestras opiniónes con sus propios argumentos -como debe ser-  siguiendo las palabras de Ortega y Gasset que afirma que "las ideas se tienen y en las creencias se está". Las opiniones argumentadas en la experiencia y en el conocimiento personal, surgen espontáneas reafirmando la posición personal de cada cual tratando de convencer al oponente. Un vano intento, pues cada uno se reafirma en sus propias ideas consolidadas. 
Donde sí hubo consenso fue en "las creencias" porque en ellas se "está", y -entre ellas- se habló del significado de la Navidad. Ésta está basada en los recuerdos, vivencias y sentimientos que hemos vivido en nuestra infancia, y en la tradición transmitida por nuestros padres y antepasados. Con palabras de Ignacio Camacho (ABC 25-12-24): "Donde quepa la voluntad de descubrir un refugio contra el desamparo, una referencia frente al extravío o la soledad, un esperanza ante el fracaso", con valores y principios que hermanan y cohesionan el grupo y reafirman nuestra identidad. Como la Navidad que nos devuelve a la pureza de la niñez, al tiempo ingenuo en el que nuestros mayores nos hicieron creer que el mundo era perfecto, pese a la escasez y a la pobreza de la postguerra. Con independencia de las creencias de cada cual, la Navidad impregna a unos, en esa escala de valores morales humanitarios recibidos dentro de la cultura y civilización clásica greco-latina, -y a otros-, nos hermana en el mensaje ético de redención que Dios-Hombre en la persona de Jesús de Nazaret, nos transmite.  "La fe refuerza el sentido de pertenencia a una comunidad espiritual unida por lazos de origen sagrado  (...) ahí nos encontramos en ese rito amable de intimidad familiar, en ese paisaje de afectos cálidos, en ese rescate emocional de los años perdidos que nuestros padres acunaron con sus abrazos", que saca de nosotros lo mejor que tenemos. 



jueves, 19 de diciembre de 2024

Un molino en "Los Hernández"

 


Un molino en los Hernández

                                                                

                                                  Y esa nieve blanca que blanquea la sierra,
                                                  se convertirá en llanto y cubrirá su rostro ajado
                                                  en primavera; despojada de su manto tomará el camino
                                                  para mover la piedra del molino, que a la vera del río,
                                                  ocioso, sentado espera. Y colmar artesas de harina blanca
                                                  para hornear el pan de trigo.



El valle por donde discurre el Río Nacimiento es de una belleza cautivadora. Situado entre Sierra Nevada y Sierra de Baza, es tierra de enlace y transición entre el valle del Zenete y el desierto de Tabernas, el mismo que gracias al "Western" se convierte en Nuevo México, Arizona, Texas o Colorado; tierra de Apaches o Sioux y del VII de Caballería. Tierra de vaqueros, pistoleros, gringos y mexicanos; de estaciones de ferrocarril de la Union Pacific Railroad Company, que sólo proyectan vida virtual gracias a la técnica del celuloide, donde  realidad y ficción, verdad y apariencia, son lo mismo. 
Tierra de promesas olvidadas, de esperanzas frustradas, de ilusiones rotas, unas veces por la adversidad de la naturaleza y otras por la desidia del hombre. De plantas arraigadas al suelo, adaptadas a las inclemencias del tiempo, tan fuertes y sufridas como los hombres y mujeres que habitan y trabajan esta tierra. El  esparto, la adelfa, la retama, la alcaparra, el tomillo y la jara, son entre otras, una muestra  de lo que decimos. Ser tierra de transición le permite tener un clima seco y soleado, a la vez que inestable y ventoso. 
El valle encajonado entre dos sierras, es un pasillo donde las nubes se mueven y pasan con tal celeridad, que apenas tienen tiempo para descargar su apreciado tesoro, pero cuando lo hace sobre todo en Sierra Nevada, almacena la nieve del invierno, que amamanta durante la primavera las tierras de olivos, almendros, y frutales de las tierras fértiles del valle. La vida queda pegada a la luz, la tierra, el color  y el olor, como la planta a la tierra de la que vive y se nutre, en simbiosis y armonía entre los opuestos. El río, harto de ser un aprendiz, seco y sin agua, se reivindica como río, con agua, sin rebelión demagógica o ruido de indignados. Es solo el grito del modesto en la naturaleza que lucha por el reconocimiento de su dignidad. Temperamental en las avenidas de otoño, mira con sana envidia a la Rambla de Los Santos -más pequeña que él- pero con la suerte de convertirse en andante cantarín en el deshielo de primavera, entre guijarros y meandros, sus aguas cristalinas siguen su curso adaptándose a la orografía del terreno, unas veces plano, otras inclinado. Su alocada carrera, tiene destino; su aparente libertad, está determinada, prefijada por la ribera que le conduce inexorablemente al mar. Su bravura de juventud, queda apaciguada, mitigada..., intuyendo su final en el Río Andarax.

En un recodo del río, antes de llegar al Puente de Las Juntas, donde confluye con la Rambla de Los Santos, en el margen derecho, nos encontramos con El Molino de Los Hernández. Situado en la ladera de la Acequia de los Caces, utiliza el fluir constante de su agua, para mover sus pesadas piedras.   

Allí, sentado junto a la puerta semicircular del molino, nos espera Antonio "El Moli" -así se llama nuestro protagonista- cuyo oficio ha sido ser molinero desde toda la vida, siguiendo la tradición familiar de sus abuelos, padres, tíos y hermanos. 
De sonrisa amplia y ojos vivarachos, Antonio nos recibe  en su molino con afable expresión en su rostro, dispuesto a responder a nuestras preguntas con la sabiduría y experiencia de quien ha crecido entre costales de trigo toda su vida, y aportarnos vivencias, recuerdos, y hábitos adquiridos de tres generaciones familiares de molineros. Éste es Antonio.

-!Hola, Antonio! es un placer dialogar contigo sobre este hermoso lugar, que tanto ha significado para ti y para tu familia. ¡Háblanos de tu molino!

-¿Cuándo se construyó este molino?

-Creo que el molino tiene una antigüedad de unos 200 años. Es una fecha aproximada, porque hubo otras familias de molineros antes que fuera arrendado por mi abuelo con  familia numerosa compuesta por siete hijos. Todos nacieron allí. El molino empezó con mi abuelo, mi padre y mis tíos.  Transcurrido algún tiempo, los hermanos  de mi padre se fueron desentendiendo de las labores del molino y con sus familias emigraron a otros lugares porque no había para todos. Quedando mi familia como única arrendataria de la propiedad. Fueron mis padres quienes mantuvieron el arrendamiento con los señoricos Los Lázaros, verdaderos dueños de la propiedad, lo cual hizo que mi familia se involucre de lleno en las labores del molino, como algo propio.

-¿Podrías contarnos cuáles fueron tus primeros recuerdos en este hermoso lugar?

-Cuando tenía 9 u 11 años, ya estábamos implicados toda la familia. En concreto, mi hermano y yo,  teníamos la responsabilidad de repartir la molienda con los burros a los clientes más cercanos. En la medida que íbamos creciendo, mi padre nos implicaba más en las tareas del molino, ya fuera moliendo o distribuyendo lo molido a los clientes más alejados. Cargar los costales de una fanega (cuatro cuartillas) -alrededor de 34 kilos- no es nada fácil: se necesita más maña que fuerza. Es una técnica que tuvimos que aprender no exenta de dificultad, mediante un movimiento y giro del hombro acompañando al costal sobre el lomo de la cabalgadura y depositarlo de forma transversal. 

-¿Como era un dia cualquiera de trabajo? 

-Todo dependía de las 21 horas de agua que los regantes de Doña María, propietarios del agua de riego de la Cimbra de los Caces, utilizaban. El agua pasaba por la acequia durante todo el día y toda la noche, tiempo que nosotros aprovechamos para ponernos en marcha, sin perder un momento. No había, por tanto, un horario preciso, al depender de la energía del agua y de su paso por la acequia. Una vez que las piedras se mueven por la inercia del agua, ya no  paraban. Esto no es todo, antes de moler había que lavar el trigo y quitarle sus impurezas y después secarlo en el sequero apropiado para ello-.

-Te explico. Sobre las 15,30 horas, llegaba el agua al Molino Moral, situado un poco más arriba que el nuestro. Una vez llenado el cubo, el agua seguía su curso hacia el nuestro sobre las 17,30 horas; era el momento de llenar nuestro cubo hasta rebosar a los dos aliviaderos. La fuerza del molino dependería de la presión que ejercía el agua almacenada en el cubo, pero la sobrante la utilizamos para lavar el trigo de sus impurezas antes de ser llevado al sequero, ser secado en su punto y posteriormente ser molido.-

-Nuestro trabajo no acaba aquí- En el molino no trabaja solo el agua. Detrás de todo este proceso hay muchas horas de trabajo, preparación y dedicación. Las piedras, se desgastan de forma más rápida de lo que nos imaginamos, por lo que había que picarlas cada cierto tiempo, montarlas sobre el banco de tallar, y hacerlo con una cábria con dos medias lunas para levantar las pesadas ruedas de piedra, picarlas con piquetas de acero hasta conseguir la rugosidad necesaria para moler el grano.

-Y dime, Antonio-,  ¿Cómo se cobra por vuestro trabajo? 

-Cobramos por especies. Un tanto por ciento de lo molido se quedaba en casa. Otras veces, se cobraba en metálico, pero era lo de menos.

-Observo que no tenias tiempo para aburrirte tú y los tuyos...

-!Para nada! Alternamos el trabajo del molino con las labores del campo y el cuidado de los animales de carga -imprescindibles para la distribución de la molienda- más los animales de corral, gallinas y conejos, que nos proporcionaban huevos y carne. Tampoco faltaba la cabra, imprescindible para la leche. Todos alimentados con los productos que generaba la molienda de nuestro molino. Tampoco podemos olvidar las tierras de olivos que rodeaban al molino y el pequeño huerto dedicado a las vituallas y hortalizas, siempre necesarias para una completa alimentación. ¡Todo gracias al agua! en un ciclo abundante de lluvias que regaba nuestros campos y alimentaba nuestras cimbras..., ¡hoy, lamentablemente esto pertenece al pasado!

-¡Antonio, es increíble!  Es una economía doméstica donde el mercado de abastos estaba de más para vosotros. Prácticamente lo teníais todo en casa.

-Es cierto..., casi todo. En cuanto al aburrimiento ¡nada de eso! Alternamos el trabajo monótono de la molienda con la música. Mi padre y mis tíos eran unos virtuosos con la guitarra y el laúd. En casa celebramos las fiestas con gran algarabía. "El Pasodoble" y "La Canción Española" no podían faltar en nuestras veladas y fiestas. La música y el baile cumplían una función extraordinaria de expansión y divertimento, muy necesario para amenizar aquellos años de la postguerra, donde se trabajaba duro para salir adelante: la necesidad y la penuria reinaban por doquier ¡Qué poco necesitábamos para ser felices...!

Antonio sigue hablando en su interior..., reflexiona  introspectivamente sobre aquellos años ya pasados que no volverán. Su rostro se ilumina en la medida que sus palabras brotan de su boca precipitadamente: Mueve vivencias, sentimientos, y recuerdos en sus entrañas, con la misma fuerza que lo hace el agua cuando mueve las piedras de su molino...

-¡Muy bien, Antonio! Ha llegado el momento de la despedida. Ha sido un placer conversar contigo y revivir juntos aquellos momentos que han significado tanto para ti y para tu familia. Espero que tus palabras sirvan para que el gran público conozca mejor la función y el papel que los molinos cumplieron en una época tan complicada para nuestro país. Una industria doméstica tan agradecida como necesaria para entender la economía rural de nuestro pueblo ¡Gracias, y hasta siempre, Antonio!

Un sol radiante y un cielo azul, acompañan nuestro encuentro. El molino es testigo de nuestras palabras. Sus piedras permanecen inertes y en silencio, bajo la bóveda blanca de sus paredes encaladas. Esperan el agua con nostalgia, con la sabiduría de quien sabe, que agua pasada no mueve molinos.


                                                                   Antonio González Padilla



 Palabras: 1.665


sábado, 24 de agosto de 2024

¡Arriba las manos!





No. Esto no es un atraco. Es el nombre del juego que los niños de mi pueblo utilizamos cuando lo jugábamos con tanta ilusión. El asalto al tren-correo por parte de fugitivos en el lejano Oeste, no era ajeno a la chiquillería de mi pueblo.  Ni la tensión sufrida cuando "El Bueno", desenfunda su Colt del 36 antes que "El Malo". Las magníficas aventuras desarrolladas por las películas del oeste americano proyectadas en el cine parroquial -en la Terraza del cine de verano entre el olor a jazmín- no acababan con aquel fatídico "FIN" que tanto fastidio causaba a los niños y adolescentes de mi pueblo. Por nosotros, la película tenía que continuar y no acabar nunca. Y en verdad, la película nunca terminaba cuando Jiménez apagaba el proyector en la cabina, y unas ténues luces disipaban la oscuridad de la terraza alumbrada hasta entonces, por las estrellas del cielo. Nuestra imaginación hacía el resto. Al día siguiente, los niños de mi pueblo emulabamos a los cuatreros, indios o vaqueros, repitiendo aquello que tan entusiastamente de habíamos vivido el fin de semana anterior. Jugábamos  al ¡Arriba las manos! Dos bandas de amigos, armados con pistolas de piedra que tallavamos para el uso, nos escondiamos  por entre las pitas, balates y casas de "Los Castillos" -un barrio escarpado en lo más alto del pueblo- para sorprender escondidos y dar el "arriba las manos" a cada uno de los integrantes de la otra banda. El juego lo ganaba quien diera "muerte" a todos los integrantes de la banda opuesta. Las discusiones eran interminables, pues no había árbitro que juzgara quien había sido el primero en sorprender al otro. Las disputas se dirimian con grandes discusiones que nunca acababan, hasta que hartos abandonábamos para ocuparnos con otra clase de juegos. Lo cierto es, que nunca nos aburríamos porque empleabámos la imaginación para ocupar el tiempo de vacaciones. 
Nos la ingeniábamos para construir arcos con flechas imitando a los indios Apaches, Sioux o Kiowas con todo tipo de cañas y ramas de retama, adecuadas para ser tensadas y propulsar las flechas de caña, a veces peligrosas para nuestra integridad física. La plaza  y los callejones aledaños eran nuestro territorio. Allí se actualizaba la película de indios y vaqueros durante toda la semana, sin que faltase un solo detalle creado en nuestra imaginación, que no así en la realidad. Las eternas disputas entre buenos y malos finalizaban cuando otra película sustituía a la anterior. Entonces nuevas aventuras y nuevos héroes y heroinas, ocupaban nuestra mente para dar rienda suelta a nuestra imaginación y ser imitadas durante la próxima semana. A la salida de la misa de las 9 horas, -dedicada a los escolares- los niños salíamos corriendo para ver la cartelera que anunciaba la próxima película en la Terraza de Verano: "El Último Cuplé " de Sara Montiel, era la elegida para ser proyectada esa noche con la decepción de los chicos Una horrible película de "amores", como la llamábamos y valorábamos los chicos, incapaces de entender el gusto tan extraño de los mayores. Una semana más nos quedábamos sin nuestra película del Oeste, con la decepción refejada en nuestros rostros. 
El cine era una ventana que semanalmente se abría para conectar al pueblo con el mundo exterior. Cumplía una función pedagógica e ilustrativa de información y aprendizaje de roles para gentes muy centradas en sus labores rurales. Los niños asumiamos aquellos roles de los protagonistas del cinematógrafo para distinguir los principios éticos del bien y del mal. Sirvan estas humildes reflexiones como homenaje  a aquellos tiempos que marcaron nuestra infancia.




miércoles, 21 de agosto de 2024

Salir a tomar el fresco




      "Y el que no pueda vivir en comunidad, o no necesita nada por su                              propia suficiencia, no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios".

                                                                                        Aristóteles



Salir a tomar el fresco a la puerta de la casa en verano con toda la familia, es algo que recuerdo de mi niñez con nostalgia. Hoy solo es un recuerdo entrañable, un hecho más como tantos otros al que me resisto a olvidar. Leo que un pueblo de Cádiz quiere rescatar esta costumbre de los pueblos de Andalucía como patrimonio de la humanidad. Me parece muy bien. En mi pueblo rural de Abla (Almería), salir a tomar el fresco era una costumbre muy típica y saludable de nuestras gentes que conseguía  dos objetivos: huir del  calor excesivo acumulado en el interior en nuestras casas, y fomentar las relaciones sociales con los familiares y vecinos. Al llegar el atardecer, después de cenar y reponer las fuerzas gastadas en una dura faena de campo, la familia y los vecinos, sacaban sus sillas a la puerta de sus casas, se sentaban al fresco para charlar y contar los dimes y diretes surgidos diariamente entre sus gentes. Reponen las largas horas de soledad vividas bajo la parra a temperaturas superiores, a treinta grados centígrados, dedicadas al cultivo de la uva de mesa, como así lo requerían sus cuerpos y sus espíritus. El cuidado de la uva de mesa en la parra, exige mucha dedicación a diario desde que aparece la muestra hasta que madura el fruto. Siempre había que regar, labrar, sulfatar, azufrar, despampanar, etc. Lo que ocasionaba pasar todo el día en soledad, dedicado a su cuidado sin apenas hablar ni socializarse con la gente, vecinos o amigos. En las noches de estío, la falta de comunicación, y el calor excesivo acumulado en las casas durante la jornada, se suplía saliendo a la puerta de casa para tomar el fresco en aquellas incómodas pero prácticas sillas de anea, en corrillos improvisados, acompañados por un botijo de agua fresca para saciar la sed y refrescar la garganta reseca por el polvo de la parva en la era. Eran tiempos en los que la televisión aún no había inundado nuestros hogares, afortunadamente. Las calles de mi pueblo se llenaban de corrillos de familiares y vecinos en donde se hablaba de todo. Los agricultores, transmitían sus conocimientos y experiencias personales sobre los modos y maneras de cómo hacer para que la uva fuera de mejor calidad y sus numerosas plagas mejor controladas. Las mujeres y amas de casa también hablaban de sus cosas diarias. Qué hacer de comer al día siguiente o saber cuándo pasa el agua por la acequia para hacer la colada en el lavadero. No faltaban las parejas de novios, que bajo la atenta vigilancia de los padres, hablaban de sus proyectos futuros, con cómplices miradas indagadoras en la oscuridad de la noche, intentando robar un beso sin ser vistos o hacer manitas sin ser vistos.
Los niños, ajenos  a los problemas de los mayores, nos  sentábamos en los trancos de las casas para hablar de nuestras cosas: contar chistes, cuentos de miedo, proyectar nuestros juegos, rememorar las disparatadas aventuras del Gordo o el Flaco (Stan Laurel y Oliver Hardy), o recontar la película del Oeste Americano recién proyectada en el cine parroquial, emulando a sus héroes. Con muy poco nos conformábamos, solo necesitábamos ingenio y mucha imaginación para ser felices. Hacíamos lo que el clásico manifestaba: "no es más feliz quien más tiene  sino quien menos necesita."
Eran otros tiempos. Cierto. Tiempos que se han esfumado sin darnos cuenta. Tiempos que han partido para nunca más volver. Seguirán eternamente vivos mientras nuestra generación permanezca viva y la memoria no nos abandone. 



miércoles, 14 de agosto de 2024

Pompas de jabón






Surgen como pompas de jabón en nuestra memoria. Arrastradas por el agua cristalina de la Rambla de Los Santos, fruto del deshielo de Sierra Nevada. Como estrellas en movimiento que lucen en la corriente de agua sorteando rocas en una alocada carrera hacia no se sabe dónde. Son los recuerdos de un niño de un pueblo rural en los años 50, cuando observa a las mujeres del pueblo con barreños repletos de ropa, acercarse a la rambla para lavar la ropa sucia acumulada, mezcla de sudor, sulfato o barro. Ropa que habla de trabajo y esfuerzo. Ropa de hombres y mujeres de campo impregnada de olor a sudor por el trabajo duro con desvelo y dedicación, de aquellos que, un día sí y otro también, cuidan con esmero la parra, el olivo, o duermen en la era junto a la parva entre aparejos y aperos. Mi cabeza se puebla de imágenes de mujeres, que a lo largo de la rambla pasan las horas de rodillas con sus barreños de ropa a rebosar  -cuando la lavadora era un invento lejano- y el jabón Lagarto y la lejía se sustituían con jabones elaborados en la casa con sosa cáustica y aceites de desecho. Lavan montones de ropa: sábanas, ropa interior, camisas y calzones, en tablas o en piedras apropiadas en los remansos del río, al ritmo de una canción o en sintonía con el ruido monótono del paso del agua entre las rocas. No falta el comentario picarón o esas conversaciones entre mujeres murmurando con recato de su vida íntima marital, o entre las mozas, sobre este o aquel mozo que les mira de forma singular para decirles sin palabras aquello que las ruboriza. ¡Cuántos secretos femeninos ocultos revelados en gineceos improvisados de trabajo sin el control ni la vigilancia del marido, la suegra o la vecina criticona! El lavado de ropa requería un esfuerzo físico, que dudo que muy pocos hombres hubieran sido capaces de soportar. Nuestras mujeres lo hacían con entereza. 
Cuando la rambla permanecía seca porque se acababa el deshielo, el agua del Barranco de Sierra Nevada, encauzada por la acequia de Las Huertas para el riego, servía generosamente el agua en los dos lavaderos oficiales del pueblo. Yo recuerdo el del Barrio del Albaicín, situado en un extremo del pueblo, con su escalinata de acceso para salvar el desnivel de la calle y acceder a la acequia. Un generoso caño de agua surtía al lavadero, bajo el frontispicio de cemento donde  se podía leer la fecha de construcción y unas iniciales ilegibles. Una pileta de cemento alargada en forma de L se desplegaba en aquel espacio abierto para facilitar el agrameo de la ropa.
Hoy la mayoría de lavaderos de nuestros pueblos han desaparecido por el avance  de la modernidad. Hoy los trapos sucios los lavamos en casa, en lavadoras modernas y con detergentes fabricados consecuencia de sesudas investigaciones industriales. Hemos ganado en eficacia, economía, y también en soledad; pero hemos perdido en sociabilidad, cercanía y contacto humano. Decía Heráclito que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Yo sigo viendo a nuestras madres y mujeres lavando de rodillas. Siguen ahí. En el mismo sitio donde las dejé.


LAVANDERAS

Agua concebida en vientre de sierra,
entre truenos, relámpagos, y estruendo.
Nieve de cielo desovando en peñascos, 
deshielo de primavera desaguando en tierra...

Agua que buscas entre quebradas el valle, 
a la sombra de taray y álamos, para ser acariciada
por manos de mujeres que bajan a tu encuentro,
con jabón, barreño, y diretes sin acalle.

Agua de la rambla de Los Santos, venturosa,
que transformas lienzos en color de nieve,
con las manos briosas de mujeres hacendosas,

agramando a ritmo en la piedra canción de amor.  
Lavanderas con jabón de sosa en la mano
entre avatares..., con altruismo e ilusión.
 
                    
            ANTONIO GONZÁLEZ



domingo, 23 de junio de 2024

Aquel verano del 64








Aquel verano del 64 quedó grabado en mi memoria para siempre. Yo tenía 16 años. Era un adolescente que pasaba mis vacaciones en un pueblo rural de La Alpujarra almeriense, llamado Abla. Iniciaba mis vacaciones con la conciencia del deber cumplido: había aprobado todas las asignaturas de 4º de bachillerato sin ningún suspenso. Mi padre se sentía orgulloso de mi. Ya no me castigaría con ayudarle en las faenas del campo. Suspendí una asignatura en segundo de bachillerato y bien que lo pagué en mis vacaciones, asistiendo a clases particulares durante el verano, todo un fastidio. Ahora, al aprobar todas las asignaturas, tenía todo un verano por delante para disfrutar de mis vacaciones. Y bien que lo hice. Junto a mi pandilla formada por mi primo Paco, Lalo, Pepe el de Leonor y yo mismo, organizamos un viaje en bicicleta a Alcudia para poder ver en televisión la final de la Copa de Europa entre España vs La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), ya que en nuestro pueblo no se veía la televisión y tampoco nadie tenía receptores. Aquella empresa no eran sencilla. Contábamos con la oposición de nuestros padres; la del párroco, que por ser seminarista, me obligó a permanecer en el pueblo para dirigir el rosario de la parroquia; las bicicletas cuál de ellas en peor estado, y los casi cuarenta kilómetros de distancia entre Abla y Alcudia de una carretera, que tenía de todo, cuestas revienta piernas y llano. Ninguna dificultad fue suficientemente importante para impedir aquella  loca aventura, que nosotros, pese a todo, preparamos en secreto para no ser descubiertos. 
Aquel día, en torno a las tres de la tarde, salimos a la carretera con nuestras viejas y prestadas bici para iniciar lo que para nosotros era una aventura extraordinaria. La vieja bicicleta Orbea del tío David, era mi amiga inseparable, que yo bien conocía por haberla utilizado otras veces. Las otras no eran mejor que la mía. Sin faros ni dinamo, con los frenos precisos de zapatillas y los cuadros y tubulares pesados, apenas llegábamos a los pedales. El sol de las tres de la tarde caía sobre nuestras cabezas inmisericorde y las primeras rampas de las trincheras de Fiñana, empezaron a hacer mella en nuestras piernas. Hubo que bajarse de la bicicleta para esperar a los más rezagados y avanzar en equipo. He de reconocer  que "Los Morales" Pepe y Lalo eran los más fuertes, mientras que "Los González" mi Primo Paco y yo, a duras penas podíamos seguirles. Evidentemente éramos los rezagados. Sea como fuere, conseguimos llegar a Alcudia antes de las seis de la tarde hora en el que empezaba el partido. La casa del Párroco nos acogió con las puertas abiertas y fue allí donde nos encontramos con la sorpresa de encontrarnos con nuestro párroco D. Pedro Ruiz, quien indulgentemente no nos regañó y aceptó de buen grado nuestra compañía, aunque ya hablaremos, me dijo, dirigiendose a mi por abandonar el rezo del rosario en la parroquia. España venció a la U.R.S.S. por 2 goles a 1, con gol de Marcelino en el minuto 83. El Régimen del general Franco y su propaganda, supo vender políticamente lo que solo fue un partido de fútbol. Pero eso es lo de menos. Lo demás fue la vuelta, ya casi de noche, con la conciencia tranquila por derrotar "las fuerzas del mal", según el relato del Régimen. Al Primo, los calambres en las piernas, le impidieron llegar al pueblo sano y salvo. Un salvador moto-carro trasladó al lesionado ciclista y máquina a nuestro pueblo de Abla, desde aquellas rectas interminables de los Llanos del Marquesado. Lo peor me sucedió a mi. La Guardia Civil de Fiñana me multó con 50 pesetas por circular sin luz. Fue mi Padre quien posteriormente sufragó la multa en metálico y fue mi persona quien la pagó con castigos. Hoy lo volvería a hacer. No me arrepiento de hacer lo que hice. Fue el precio a pagar por sentirme libre y hacer lo que más me gustaba. Hoy, lo volvería a hacer junto a mis amigos de la infancia.



lunes, 10 de junio de 2024

Tierra, agua, barro





Tierra, Agua, Barro


Al día siguiente, aquel hombre era puntual. Armado con pala, azada y su viejo jumento, limpiaba la calle de barro y piedras  testimonio dejado por la tormenta del día anterior, por causa de la erosión. Los callejones, sin asfalto, arrastraban tierra y piedras, que posteriormente se depositaban en las partes más bajas de la calle que la hacían impracticable. Pero allí estaba Juan Manuel "El Candelario" Moviendo con una destreza inusitada su pala, con el mismo rito, que lo hacía siempre, cargaba el serón de su jumento que paciente soportaba el peso de la carga con paciencia franciscana. Después de esto, la puerta de mi casa quedaba limpia como una patena de los restos de tierra y barro que el agua arrastraba desde la parte más alta del pueblo. Aquel hombre ponía orden y limpieza dónde todo era desorden y caos. Yo, con mis ojos de niño, le miraba con admiración y me maravillaba la capacidad que tenía para dejar las cosas en su sitio, de tal manera, que cuando llegaban las tormentas de verano y todos se alegraban de la llegada de las lluvias, esperaba impaciente el día siguiente para observar a Juan Manuel "El Candelario" hacer su trabajo de limpieza. 
Así sucedía cuando yo tenía ocho o más años, porque hasta entonces, ocurría todo lo contrario, no soportaba que la tierra arrastrada por la erosión puesta en la puerta de mi casa por la naturaleza, fuese retirada con esa celeridad y puntualidad. De un plumazo secuestraban el juguete más apreciado y creativo con el que jugar: la tierra y el agua. Faltaba tiempo para jugar a las balsas y pantanos, crear ríos imaginarios y avenidas arrolladoras. No faltaba el "Tío de la Higuera" representado por un palito clavado en la vertedura del embalse que ante el ímpetu de las aguas era arrastrado por el supuesto cauce del río; (rememorando un hecho insólito que sucedió por aquel tiempo a un molinero de mi pueblo, que ante la crecida del río pudo salvarse subiéndose en una higuera y apareciendo a más de treinta kilómetros río abajo, salvando su vida y con apenas algunos rasguños y magulladuras; convirtiéndose -sin él quererlo- en un héroe popular) 
Han pasado muchas lluvias desde entonces, (no tantas como hubiéramos deseado), y aún recuerdo con cierta nostalgia aquellos tiempos de nuestra niñez, en donde la imaginación suple con creces la falta de medios. Hoy después de la tormenta del pasado domingo, -donde llovió en unas horas más que todo el año- las calles de mi pueblo no son testigo del agua y permanecen limpias como si no hubiera llovido. No hay barro, arena ni piedras... Están impolutas. Ya no está el bueno de Juan Manuel con su jumento. Tampoco hay niños que jueguen en sus calles. Yo, metido en canas, sigo recordando aquellos años en los que pese a las dificultades los niños eramos felices con muy poco.




domingo, 9 de junio de 2024

Extremadura...donde la piedra habla de historia

 


La vida es el camino que el hombre recorre en el tiempo. Todo camino marca y mide el tiempo mediante el movimiento, por el contraste de su paisaje, su duración  y su experiencia empírica. Sin movimiento ni cambio no existe "el pasar", y sin pasar, todo se torna quietud, parada, sin duración y sin sentido. Sin horizonte y sin meta todo se difumina en la nada. 
Extremadura es la meta. Tierra de conquistadores, tierra de soñadores. Un lugar maravilloso al oeste de España, limitando con Portugal. Mérida, nuestro destino más proximo, lugar de nuestro hotel, y desde allí soñamos "conquistar" Cáceres, Guadalupe, Badajoz, Trujillo y Plasencia. Es muy bueno trazarse metas y proyectos a corto plazo, retos que nos saquen de la rutina diaria. Y así comenzamos nuestro viaje un grupo de sesenta personas de la Mancomunidad del Río Nacimiento, (Almería), formado por las poblaciones de Abla, Fiñana, Abrucena, y otros más. Pero si la meta es importante, el trayecto acompañado de personas y amigos, lo es más, porque te permite contactar y comunicarte con lo más preciado de un viaje, las personas. Contactar con nueva gente y sentir el fluir de la vida mediante la palabra, el contacto humano y la comunicación, es muy bueno y saludable por poder compartir inquietudes, aspiraciones, vivencias y experiencias personales. Es esencial y enriquecedor para el hombre como ser humano el ser sociable por naturaleza, pues manifiesta lo esencial de nuestra constitución  dialogante. 
Extremadura..., donde la piedra de granito recobra su esplendor y magnificencia mediante un lenguaje que habla por sí solo en la quietud de sus ciudades de corte medieval, solo roto por la brisa vespertina que rememora los besos y amoríos de unos amores prohibidos por la imposición de religiones monoteístas enfrentadas, entre el amor imposible de una judía enamorada y su apuesto caballero cristiano. Extremadura es encantadora. El Granito es el protagonista principal. Emerge de la tierra en forma de palacio, catedral, iglesia o convento, como vestigio testimonial de reconquista entre musulmanes y cristianos, en luchas y contiendas que aún perduran en nuestros días en el nombre de Dios. O para que en el silencio de sus atrios o en sus coros catedralicios, el hombre encuentre mediante la meditación, el recogimiento, y el rezo, el encuentro con su Hacedor. Cáceres, fundada por los romanos y conquistada por reyes cristianos, es una muestra fehaciente de lo que expresamos. También Plasencia, testimonio de ciudad reconquistada, vestigio de un pasado esplendoroso y entrada natural del Valle del Jerte. 
Hablar del Valle del Jerte y no hablar de la floración del cerezo; sería una omisión por mi parte que no podemos permitirnos. En el Valle cada estación compite en belleza y espectacularidad con la que le precede: pero la más espectacular por su belleza y esplendor es el despertar estacional de la primavera con la floración del cerezo; el deshielo, con cascadas, gargantas y saltos varios despeñándose por las laderas, hacen de este Valle un concierto de luz y color al ritmo del agua que se desliza abruptamente por su cauce formado por rocas y cascadas.
El Río Jerte recibe su nombre de la denominación "xerte", "xerete", "Xerit", que significa aguas cristalinas o río angosto. El nacimiento hay que buscarlo en  un par de hilos de agua que se abren camino a duras penas  entre las rocas de la falda del Risco de la Campana, en las cumbres a 1800 m, allí donde los restos de alguna majada delatan la presencia humana. 
El río es hijo de las lluvias y las nieves que tiñen de blanco los picos y las laderas del Valle; un humilde origen para una auténtica fuerza de la naturaleza, sobre la que se sostiene la vida de este valle singular del norte de Extremadura. Asomarse a este sendero de agua y roca, es hacerlo al mismo corazón e historia de este valle a los pies de la Sierra de Gredos. Un viaje que nos conducirá a rincones donde la belleza natural se muestra en todo su esplendor. Y si el río es el escultor del Valle, las gargantas y arroyos que lo abastecen desde su nacimiento son los moldeadores de sus laderas, articuladas en una red hidrográfica de rápida evacuación que viene directamente al río. Extremadura, ha vuelto a conquistarnos.



jueves, 6 de junio de 2024

A la VIRGEN de GUADALUPE





Si hay fragancia en una flor
es gracias a su delicioso olor
guardada entre sus pétalos 
elaborada con tesón.
!Tú, Virgen de Guadalupe,
como flor de nuestra vida
impregna con tu fragancia
nuestra humilde devoción!
!Acúnanos en tu regazo
ponnos bajo tu manto
danos tu protección
y sumergenos en la paz,
en la fraternidad y el amor!

Somos hijos de Almería 
tierra de contrastes
de desiertos, mar y sol;
de cumbres nevadas
entre barrancos y laderas, 
de olivos y almendros en flor:
en esta bendita Tierra
creció nuestra devoción.
Hoy rezamos en tu presencia
recordando a nuestros padres,
aquellos seres queridos
que supieron transmitirnos
pasión por la tradición.

Amor a la naturaleza,
al diálogo con la tierra,
y a mirar hacia los cielos
esperando esa lluvia
que anegue nuestros deseos
y colme nuestra ilusión.
!Oh Virgen de Guadalupe,
con cuyo nombre de río oculto
te advocamos!
qué nuestra vida transcurra 
tan suave
y al mismo tiempo tan fuerte,
como el agua de tu río,
que fluye firme y lentamente,
con la sabiduría de llegar
al mismo destino del hombre:
la quietud y el descanso,
mansamente.

           
         Antonio González 
 

NB. Para todo vosotros que habéis participado en este viaje a Extremadura. Como recuerdo de esta experiencia inolvidable en la que tanto hemos aprendido los unos de los otros. 



jueves, 16 de mayo de 2024

RETAZOS DE PUEBLO POR ENTRE TUS YOS, ABLA





Este es el título del libro recién editado, cuyo autor es Antonio Fernández Ortiz,  "Antonio el de Narcisa", para sus paisanos y conocidos. A nadie se le puede llamar mejor para ser identificado que la pertenencia al linaje de su madre. Nadie puede ser más honrado que llevar el nombre asociado al ser que le dió a luz: su madre. "Antonio el de Narcisa" es su nombre, entre tantos otros que manifiesta las distintas etapas de su vida: Antonio Fernández, El Olímpico, Sole Venegas, etc. De todos ellos me quedo con  "Antonio el de Narcisa".
Nadie es profeta en su tierra. Dice un dicho español. Una verdad asociada, tal vez a la envidia,  característica de todo ser humano que en España se acentúa, por haber vivido una posguerra de pobreza y escasez. Antonio debe ser la excepción que confirme la regla. Así lo espero y así lo deseo. Tener un paisano que descolla en una Olimpiada, no es algo baladí. Ser bueno entre los mejores, nos llena de satisfacción y orgullo a los que nos sentimos honrados con su amistad. 
Nuestras vidas comenzaron su trayectoria en el Seminario Menor de San Tarsicio en Cuevas del Almanzora, donde cursamos el Ingreso y 1º de bachillerato. En "Las Picotas", un terreno anexo al río Almanzora, comenzó a ser el mejor en todas las actividades de educación física, especialmente en el salto de altura. Aquel chaval, delgado como una pluma, se elevaba por encima del listón con una facilidad pasmosa que dejaba boquiabierta a la chavalería reunida de toda la provincia. Yo entre ellos. Su vida dedicada al atletismo como deportista y como profesor en Los Escolapios de Alcalá de Henares, sería un ejemplo a seguir para tantos y tantos jóvenes que se inician en la cada vez más competitiva actividad deportiva. 

Hoy lo traemos a nuestro blog, no por sus actividades deportivas -ocasión habrá para ello- sino para comentar su libro recién publicado: RETAZOS DE PUEBLO POR ENTRE TUS YOS, ABLA. Un libro muy especial. Difícil de clasificar entre los géneros literarios al uso, por su forma y por su contenido. Lo que podría ser un impedimento para su comprensión, lo convierte en algo novedoso e inédito. Es desde la primera página a la última un poema, un hermoso poema costumbrista, que surge como un grito de alegría, desgarro, añoranza, tristeza...amor a la tierra y su gente; la de un poeta que se desgrana y diluye entre "los retazos de pueblo por entre tus Yos, Abla" en diálogo y comunión con sus gentes, verdaderos protagonistas de estos bellos poemas. Es una explosión desbordante de un tejedor de palabras, de un coleccionista de sílabas, de un soñador de sueños, que busca su esencia personalista, su ser, entre plazoletas y callejuelas, barrancos y tajos; donde naturaleza,  (fauna y flora), civilización y cultura, manifiestan un coro sinfónico poético en connivencia y diálogo en un entorno bucólico rural no exento, a veces, de desgarro, quejío y canto como trasfondo: el de ser un pueblo rural, donde parece que no sucede nada para quien no se detiene y presta atención. No es así para Antonio. Él ha sabido rescatar nuestra  atención con esas cosas sencillas y compartirlas, como solo un espíritu sensible puede hacerlo, admirando y creando "asombro", en ese diálogo eterno de preguntas y respuestas entre  hombre y  naturaleza. 
Su lenguaje sencillo, depurado, puro, manifiesta la esencia de su poesía muy personalizada, contagiada de vida y sentimiento. El empleo de multitud de adjetivos y diminutivos -muy propios de nuestra tierra- puede confundir al lector en la creencia de encontrarse con un lenguaje rural, tosco, provinciano, arcaico. Nada más lejos de la realidad. Su vocabulario es rico en palabras que nos retrotraen a tiempos pretéritos con un lenguaje culto y lugareño, que nos invita a prestar atención a esas cosas pequeñas que forman el quehacer diario de un pueblo rural. Su versos libres en rima asonante no pierden ritmo ni  musicalidad..., y cuando te dejas llevar en su lectura, te encuentras con una prosa ágil, desbordante, fresca, que  alterna con el verso en un maridaje entre verso y prosa muy logrado. 
Si a todo esto añadimos un reportaje fotográfico muy completo donde "una imagen vale más que mil palabras", y una portada ilustrada con la plaza del pueblo muy original, entonces se cierra el círculo entre imagen y palabra. Personas, familias, efemérides y eventos, asociados todos ellos, forman un retrato costumbrista que manifiesta gráficamente el alma de nuestro pueblo. 
Es cierto que los pueblos no tienen memoria colectiva. La memoria es un privilegio de cada persona individual. En ese ejercicio de rememoración vamos a contar lo que nos conviene, vamos a ocultar lo que no nos conviene, y en todo caso vamos a tergiversar las cosas. Esto es así. No existe  memoria histórica, sino  memoria individual. Gracias a la memoria somos lo que somos. No obstante, rescatar nuestra infancia perdida contra el olvido del tiempo, es una tarea noble y encomiable que conseguimos cuando nos sumergimos y ahondamos en la páginas de este libro en sintonía con su autor. El alma de este poemario está en su gente, tus Yos...en cada nombre, en cada mote, en cada mujer u hombre, identificados por su filiación, oficio o lugar de procedencia, asociados a hechos, lugares y folklore que los rescata del anonimato y del olvido. Una preciosa recopilación donde nadie falta y donde estamos "todos los que tenemos que estar".
Para terminar, recomiendo la lectura de este maravilloso libro, para todos aquellos que quieran ahondar en el alma de nuestro pueblo de Abla, y "resucitar" mediante la memoria, a los que nos precedieron y compartieron tantas cosas de nuestra infancia. Un libro muy apropiado para todo abulense, que aprecie serlo, y quiera conocer la esencia de su pueblo. ¡Enhorabuena, Antonio! Mi más sincera felicitación por compartir estos "Retazos de pueblo" en los que nos encontramos "entre tus Yos, Abla".




N.B.  Antonio Fernández Ortiz es el autor del libro: RETAZOS DE PUEBLO ENTRE TUS YOS, ABLA. 

Maquetación: Nayara Artero Juan y ArteSOSlidario.
Ilustración de portada: Isabel Latorre Tortosa
Fotografías propias del autor y cedidas por Francisco Fernández Delgado y de su blog Miguel Nieto Galisteo. ArteSOSlidario. Club  Atletismo Ajalkalá.






sábado, 4 de mayo de 2024

Un celo inexplicable




 "-¿Sabe Usted, Señor González, lo que le cuesta al Servicio de Salud Andaluz el análisis que tengo en mis manos? ¿Quién se lo ha ordenado? . "-Esa pregunta no me correspode a mi responderle, Doctor Galindo. Hágala usted a quien corresponda, por lo que ni lo sé ni me importa". 
Fue mi respuesta espontánea entre la sorpresa de incredulidad que manifestaba mi rostro y la de cabreo incontenible que me sobrevino ante aquella pregunta retórica cuya respuesta bien conocía el mismo que la preguntaba: y no es otro que el facultativo interino que le sustituyó y que -por cierto- hizo muy bien su trabajo. Pero este doctor, en vez de mantenerse neutral y respetar el trabajo profesional bien hecho de su colega, tuvo que manifestar su opinión personal impertinente y agresiva que recibí por sorpresa y desagrado. He de aclarar que pertenezco a MUFACE y no a la Seguridad Social. Por un convenio de ambas entidades he de ser atendido en el Centro de Salud de la localidad en el que resido, mediante la asignación de un médico elegido libremente por mi. Mi elección recayó en el Doctor D. Joaquin Galindo Pelayo, que para emitir ciertas recetas, era suficiente. Después de aquel incidente, ocurrido el verano pasado, decidí olvidar y pasar página.
Hasta que hace unos días se me ocurrió acercarme al Centro de Salud de Abla, para que me expidiera la receta mensual de estatinas tan necesarias para controlar mi hipercolesterolemia. Cual fue mi sorpresa, encontrarme con una nota anexa a mi talonario de recetas, en el que se cuestionaba mi residencia en el municipio y el uso  infrecuente con que hacía uso de estas recetas todos los meses. Al acercarme a su consulta, le manifesté mi sorpresa por el interés que tenía en conocer mi lugar de residencia actual y le manifesté que yo era residente de Abla desde hace más de 22 años, y que esos datos, estaban en poder de la Administración del Centro de Salud de Abla, que ellos archivan y a quienes corresponde gestionar. Tampoco entendí el interés que tenía porque me pasara cada mes por su consulta para recoger mi receta. Igualmente, intenté explicarle -aunque no tenía por qué hacerlo- la frecuencia irregular de petición de recetas cada mes, debido, a que podía obtenerlas en la Policlínica de Guadix por la doctora generalista de turno. ¿Qué interés tenia este Doctor en conocer la verdadera causa de mis ausencias? -me preguntaba- Tampoco comprendía el seguimiento del Doctor Galindo por este hecho, a no ser, que dudara de la veracidad de mis datos, duda que podía ser subsanada con un simple vistazo al fichero del Centro. Me sentí perseguido por el celo inexplicable de este doctor. No comprendía ese afán persecutorio y esos malos modos contra mi persona como si yo fuese más que un paciente un delincuente. Nuestro encuentro terminó con una despedida subida de tono y la firme promesa de que era la última vez que pisaba a aquella consulta, porque era la gota de agua que rebalsó el vaso. Me largué de su consulta no sin anunciarle, que el público en general conocería su proceder, cosa que hago, para que a otros no les ocurra lo que me ha ocurrido a mi. Así que mi conclusión es: No se callen, y denuncien a estos malos profesionales que se creen estar por encima del bien y del mal. Y si no están de acuerdo con el trato recibido, ejerzan sus derechos como ciudadanos libres de un Estado Democrático de Derecho, denunciando cualquier conducta irregular que atente contra la dignidad y el respeto que como personas nos merecemos. Afortunadamente, no todos son como el Doctor Galindo.
No quiero finalizar esta entrada, sin antes manifestar mi gratitud tanto al personal sanitario como al personal administrativo del Centro de Salud de Abla, ajenos a este problema puntual. Mi más sincero agradecimiento a todos ellos, por su excelente trato humano y profesional con que he sido atendido las veces que he necesitado de sus servicios. Muchas gracias.



domingo, 24 de diciembre de 2023

Aquellos días de Navidad...





Escribo con el canto de los niños de San Ildefonso al fondo de mi escritorio, desde un ventanal frente a Sierra Nevada. La lotería es un ritmo que nos evoca el paso del tiempo. Evoca en mí, tiempos ya pasados añorados y queridos. No me refiero a los grandes momentos de nuestra pasada historia, eventos y acontecimientos muy importantes que cambiaron a nuestro País desde lo político, lo económico y los social, sino al paso inexorable del tiempo en sentido trascendente y la ausencia de nuestros seres queridos en nuestro interior. Recuerdo la muerte de mi padre hace ya 43 años, siendo más joven que yo ahora.  Nunca tocó la lotería en casa, si acaso un reintegro o pedrea, pero de eso no pasaba. Papá nos decía que la verdadera lotería era el trabajo. Entre sus principios y lo poco que jugábamos, he aquí el resultado. El azar y la necesidad van juntos de la mano y lo inesperado puede suceder en cualquier momento de la vida. La diosa griega Tijé -diosa de la casualidad y la abundancia- nunca se portó bien con mi familia en la prosperidad económica, aunque sí en otros aspectos de la vida. El azar nos acompaña todos los días de nuestra vida. Es una lotería que jugamos todos los existentes mientras vivimos, impredecible compañera de camino que puede asaltarnos cuando menos lo esperamos, respecto a hechos o sucesos que no controlamos: nuestros logros económicos, la suerte en las relaciones sentimentales, la conservación de la salud, etc. De ahí el consejo del estoico que no deja lugar a dudas: concéntrate en lo que está en tu mano, y despreocúpate de lo que se haya fuera de tu alcance. Lo demás no debe preocuparnos: sabemos con certeza que el final nos tocará a todos esa lotería inherente a nuestra condición humana. Hablando de la lotería, recuerdo el soniquete en la radio de la cocina y a mi padre sentado junto al fuego del hogar con las manos extendidas para calentarse. Mi padre celebraba más que el premio, el hecho de sobrevivir un año más con la tranquilidad que daba la cosecha recogida: el parral de uva de barco vendido , el aceite en la despensa y el mosto en el lagar. El aroma del café recién hecho y la leche de cabra cocida en el cazo, son aromas que asocio con las mañanas de vacaciones en casa, en aquellos fríos días de invierno. Por fín las vacaciones de Navidad, lejos del internado y de la disciplina castrense que allí se impartía, disfrutando del calor de la familia. 
Por entonces, mis pensamientos e inquietudes estaban en otras cosas, no menos importantes para mi: montar el Portal de Belén en casa y para ello contaba con la ayuda de mi amigo Lalo, mis hermanos y mis primos. Una tropa ingente al servicio de la tradición. Había que ir a Fuente Agria para coger musgo, líquenes apropiados, para construir el río con papel plateado sacado de las tabletas de chocolate, y donde nunca faltaba el Tío de la higuera, rememorando un hecho real que aconteció en la comarca con final feliz. Se celebraba el triunfo, la valentía, la suerte -o todo a la vez-  la de aquel hombre, que  salvó la vida de morir ahogado, subido a una higuera arrastrada por la riada de agua que apareció flotando a siete kilómetros río abajo. Aquel Belén era el fruto de muchos esfuerzos y de mucha imaginación. Había día y noche, gracias a la instalación de la electricidad y de quitar los plomos del contador cada vez que tocábamos sus cables. La ilusión de mis hermanos y primos por conseguir el máximo realismo, se traducía en la estrecha colaboración que todos prestaban con diligencia, aportando ideas y materiales apropiados, por lo que el el Belén era la síntesis de las ideas más descabelladas que se nos ocurría. Hasta que llegó el día de su inauguración; comenzaba la fiesta más entrañable que recuerdo. Toda la familia se reunía en torno a Papá, Mamá, nuestros tíos y primos, para cantar villancicos entre mantecados, roscos y copas de anís. Allí estaba el tío David con su palabra fácil, contando anécdotas familiares, cuando no narrando hechos que a nuestra mente infantil le costaba distinguir entre fantasía y realidad. Mis hermanos, primos, y yo mismo, quedamos impresionados de sus relatos: era el fiel reflejo de nuestro abuelo David en su aspecto tranquilo y bonachón, a quien echamos de menos por su muerte prematura. Nuestra casa era un Belén viviente donde nos juntábamos toda la familia gracias a su céntrica situación. La alegría de la familia reunida era un regalo solidario de afecto y cariño. Aún resuenan aquellas risotadas de la Tía Jacinta, que no sorprendían a nadie,  hasta que surgían de repente por su espontaneidad y fuerza. O escuchar a la prima María hablar con devoción religiosa  del servicio a la Iglesia y su compromiso con la parroquia, bajo la atenta mirada de la Tía Trinidad, su madre,  hermana de nuestro abuelo David. Y qué decir del primo Manuel, familiarmente le llamábamos "Manolico", quien con su ejemplo nos daba lecciones de humanidad y dignidad a aquellos que le conocimos, y que tuvimos el placer de convivir y disfrutar de su compañía. Por aquellos años, el primer rostro que veíamos al descender del tren era la de Manolico, y el primero en transmitir la noticia del momento más relevante del pueblo, la conocíamos  por sus labios. Los niños y mayores veíamos a Manolico como una verdadera institución en el pueblo, él era el encargado de llevar la correspondencia de correos a la estación del ferrocarril a una distancia aproximada de dos kilómetros. Aquel trayecto lo hacía todos los días del año de forma sistemática y puntual, junto a su viejo burro. Era el cordón umbilical del pueblo con el exterior. No solo surtía al pueblo de correspondencia, noticias y periódicos, sino de paquetería que acarreaba en el viejo serón de su jumento. No era tan puntual como el filósofo alemán Inmanuel Kant, que cada vez que salía de casa para impartir clases en la universidad las mujeres ponían el reloj en hora, pero casi; de tal manera, que día tras día, no faltaba a la cita del tren correo de Almería-Madrid y viceversa. Era tal su regularidad que había un dicho en el pueblo que decía así: "haga frío o calor, Manolico a la estación". Efectivamente, tanto en los días fríos de invierno, con nieve y lluvia,  como en el caluroso verano, la primera silueta que divisamos cuando el tren de vapor, cansino y sediento por el esfuerzo realizado, se acercaba lentamente a la estación para repostar, era la de Manolico, con las sacas de la correspondencia en cada mano y ritualizando el momento de la entrega. La campanilla de la estación reclama la atención de los viajeros la llegada-salida del tren, y el estruendoso ruido de los frenos de la máquina, nos advierte que hemos llegado a nuestro pueblo.
Por si éramos pocos, la presencia del Tío Paco, hermano de mi padre, era un aditivo más a aquellas tertulias familiares. En ellas nos contaba sus aventuras en el servicio militar y los saltos en paracaídas en la Base aérea de Alcantarilla, con la sorprendente admiración de la chiquillería al que considerábamos un héroe.
Nosotros éramos los de la generación que comía arroz con conejo los domingos, nos alimentabamos cada  año con la matanza del cerdo, e íbamos a la escuela con carteras de pana. Teníamos todo el futuro por delante; ahora solo nos queda el pasado donde se apilan los recuerdos de los ausentes a los que acompañaremos, unos antes que otros. No, no nos ha tocado la lotería de Navidad, aunque sí otra más importante: la de la VIDA; esa sí que es importante. Al menos seguimos con buena salud, que no es poco, respirando el aire sano del pueblo que nos vió crecer, con el aroma a chicharra a la brasa, y la mirada complaciente de la sierra a través de la ventana, a la espera de ser cubierta por un manto blanco.
                             
                                                                 
                                                                                   Antonio González Padilla



Dedicado: a mis hermanos, Marina, Paqui y Juan David. A mis primos David, Maricarmen, Marina y Bernardo Miguel. Para que nos sintamos agradecidos y orgullosos de nuestra familia y de los valores que supieron inculcarnos.