La forja del espíritu
Rincón de la fragua,
ruidoso por la mañana,
como patio de recreo,
y un sabor a bocadillo
de salchichón o sobrasada,
en sus carteras de pana.
Griterío de escolares,
que juegan en el recreo
a la rayuela o las chapas,
o con peonzas afiladas.
Solaz vespertino plácido
al son del hierro en la fragua,
olor a carbón quemado,
que impregna aires pasados
entre herraduras y arados.
Golpes de martillo y yunque,
en duro hierro forjado,
y bajo su resistencia
de brillo e incandescencia,
aparece en la materia
aquel objeto creado.
Y en la escuela, Don José,
con su "San Benito" presto,
inculca con disciplina
un comportamiento recto:
forja y templa con sapiencia
la mente en niños despiertos.
LAVANDERAS
Agua concebida en vientre de sierra,
entre truenos, relámpagos, y estruendo.
Nieve de cielo desovando en peñascos,
deshielo de primavera desaguando en tierra...
Agua que buscas entre quebradas el valle,
entre truenos, relámpagos, y estruendo.
Nieve de cielo desovando en peñascos,
deshielo de primavera desaguando en tierra...
Agua que buscas entre quebradas el valle,
a la sombra de taray y álamos, para ser acariciada
por manos de mujeres que bajan a tu encuentro,
con jabón, barreño, y diretes sin acalle.
Agua de la rambla de Los Santos, venturosa,
que transformais lienzos en color de nieve,
con mano briosa de mujer hacendosa.
por manos de mujeres que bajan a tu encuentro,
con jabón, barreño, y diretes sin acalle.
Agua de la rambla de Los Santos, venturosa,
que transformais lienzos en color de nieve,
con mano briosa de mujer hacendosa.
Agua que agrama en piedra rugosa,
al ritmo del jabón que embebe
al ritmo del jabón que embebe
entre avatares de risas y palabra ruidosa.
Quién pudiera como el río...
¡Quién pudiera como el río
ser fugitivo y eterno!
descubrir caminos ocultos
besar riberas sin guetos,
de mundos que son opuestos.
¡Quién pudiera como el río
ser fugitivo y eterno!
buscar debajo sus aguas,
y en sus verdosas riberas
palpar la vida que emana.
¡Quién pudiera como el río
ser fugitivo y eterno!
contemplar cada mañana
tus pies pisando su seno,
la mirada de tus ojos, reflejada,
en su diáfano espejo.
¡Quién pudiera como el río
ser fugitivo y eterno!
reflejar en sus aguas
los amores que han partido...
y que nunca más han vuelto,
como riachuelos perdidos.
Rasgos que en sus troncos
el tiempo ha dejado escrito,
clamor mudo pronunciado
en el silencio entre olvidos.
¡Quién pudiera como el río
ser testigo, ojo y oído!
de aquel pasado presente
que se agolpa como ausente,
de todo aquello que he sido,
de todo aquello sentido.
Antonio González
Nieve
Y esa nieve blanca
que blanquea la montaña,
se convertirá en llanto
y cubrirá su rostro ajado,
en primavera;
despojada de su manto,
tomará el camino
para mover la piedra del molino,
que a la vera del río,
ocioso, sentado espera.
Y así colmar artesas de harina blanca,
y hornear el pan de trigo,
fruto de la sementera.
Antonio González
La pérdida
Sueños de infancia quemados
en el rincón del hogar,
la ilusión hecha ceniza,
sueños entre llama y viento,
que se van.
Pavesas hacia las estrellas,
en un intento vano
para encontrar su brillar:
la pérdida en su lugar.
Antonio
González Padilla
Cuando yo no esté
Y cuando yo no esté,
mis olivos seguirán creciendo,
sus troncos enraizarán bajo la tierra,
y sus ramas
se fortalecerán buscando el sol,
y al final del otoño,
cada año aliviarán su ramaje doblado
para convertirse en zumo dorado.
Cuando yo no esté,
la parra seguirá trepando,
por esa pared de piedra encalada
buscando la seguridad frente al viento,
protegiendo de orfandad sus racimos
con sus pámpanos y tiernos sarmientos.
Y bandadas de pájaros volando
pasarán por lo alto del cielo azulado,
buscando territorios cálidos
al otro lado del mediterráneo,
en la búsqueda de un oasis templado.
Cuando yo no esté,
el reloj de la torre sonará en el valle,
medirá el tiempo con monotonía,
sin desfallecimiento,
pausadamente,
durante la noche y el día.
Y por el Camino Real,
los caballos seguirán trotando,
petricoreando el asfalto con sus cascos,
al compás de su marcial paso.
Cuando yo no esté,
ya habré pasado el puente de
Los Santos, por última vez,
y no acompañaré su "Traída",
esos, a los que tanto amé
a lo largo de mi vida.
Y yo, desde mi vieja butaca,
con un libro en mis manos,
seguiré observando
esa montaña nevada,
que me tiene enamorado.
Cuando yo no esté...
la vida seguirá pasando.
Antonio González
pan caliente
Callejón del horno,
harina amasada,
con olor a encina quemada
y a retama;
horno en callejón caliente,
donde masa y reciente
se aparean muy lentamente...
y al alba matinal, el parto
de un pan crujiente.
Callejón del horno,
harina amasada,
con olor a encina quemada
y a retama;
horno en callejón caliente,
donde masa y reciente
se aparean muy lentamente...
y al alba matinal, el parto
de un pan crujiente.
Amor de otoño
Amores que se esfuman en otoño
como hojas que cambian de color,
amores arrastrados entre el verdor
de la ribera, por aguas del arroyo.
como hojas que cambian de color,
amores arrastrados entre el verdor
de la ribera, por aguas del arroyo.
Blancura espumosa en la cumbre,
bravas en su ímpetu de juventud,
hoy mansas aguas en la quietud,
un pasar de dulce mansedumbre.
bravas en su ímpetu de juventud,
hoy mansas aguas en la quietud,
un pasar de dulce mansedumbre.
Tranquila en su camino hacia la mar,
con paso firme a la desembocadura
con la alegría del que sabe caminar.
con paso firme a la desembocadura
con la alegría del que sabe caminar.
Certeza firme en la andadura;
y descansar, después de tanto bregar,
en aguas que acunan la luna.
y descansar, después de tanto bregar,
en aguas que acunan la luna.
Antonio González
Te escribiré un poema
Algún día te escribiré un poema
sin palabras, sin fonemas,
un poema sin nombre, ni letras.
Te escribiré un poema
sin bellas metáforas,
con flores que no huelan
o fuentes cristalinas que no canten
en un jardín con olor a jazmín.
Te escribiré un poema,
sin mencionar los pájaros
en las ramas,
las noches estrelladas,
o la luz de la luna plateada
que escapa al alba.
Sin riachuelos en la montaña,
o palmeras dobladas de esmeraldas
en idílicas playas.
Te escribiré un poema... sin palabras;
sin epítetos, que por decir algo,
no digan nada,
de rebuscadas metáforas,
que esconden el sentir de la palabra.
Te escribiré un poema...
sin la cálida brisa del estío,
o del viento bravío de la montaña,
en desiertos de arena y oasis de plata,
en la alborada.
Te escribiré un poema...
¡Un poema sin palabras, mi amor,
porque todas en tus ojos están...,
en tu mirada!
Antonio González Padilla