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sábado, 24 de noviembre de 2012

La Guerra de las Almecinas





Si algo tienen de positivo las épocas de crisis es que agudiza el ingenio y la creatividad de aquellos que las soportan. Los niños de los años cincuenta, no eran ajenos a la  crisis que vivía la España de la postguerra. Las chuches y los caramelos, no eran una excepción a la escasez de alimentos, y no siempre se podían adquirir. Pero los niños de mi pueblo sabíamos como sustituir ésta carencia. En otoño, pandillas de adolescentes comenzaban la peregrinación al campo, buscando el dulce fruto del almecino. Este es un árbol de  clima mediterráneo, resistente al calor pero no al frío. Su fruto es la almecina de color verde, después amarilla y finalmente, cuando está madura,  negra, muy dulce y agradable, con un pequeño hueso. Apenas salíamos del colegio, andábamos grandes  distancias para ocupar el territorio y tomar posesión de los almecinos, al grito de  "lo hemos visto antes", y así ahuyentar a pandillas rivales. Cuando veíamos alguno bien cargado de almecinas negras, trepábamos rápidamente hasta las copas, -desafiando el peligro de las alturas- para llenar nuestros bolsillos,  y tener suficiente munición para empezar la guerra de los huesos mediante canutos de caña. Era un rito de lucha y guerra entre pandillas, compitiendo por ser mejores y ofrecer a las niñas los trofeos de nuestro esfuerzo. El tiempo en el pueblo se medía por los frutos del tiempo. La relación entre el pueblo y el campo enriquecía a ambos. Los niños, estábamos tan pendientes de los frutos, como el agricultor de sus cosechas. El conocimiento del territorio era esencial para que la operación llegase a buen puerto. Conocíamos donde estaban los guardas del campo, costumbres y horarios y por supuesto, los dueños. Porque no nos limitábamos a coger las almecinas, sino también toda clase de frutos de otoño -poco valorados- como los higos, seguíamos con la azofaifas, los chumbos, los membrillos, las zarzamoras y las majoletas. Había que tener cuidado y no confundir con los escaramujos o tapaculos, so pena de no poder cagar, como Dios manda.  Nuestros principales enemigos eran las pandillas rivales y también los guardas del campo, cuya autoridad era paralela al temor que les teníamos. Entre nuestras conquistas estaba el despistarlos para tener las manos libres y coger  los frutos prohibídos. Había normas entre nosotros, no escritas, pero que se respetaban escrupulosamente en un código que nadie se atrevía a trasgredir. Conocíamos el campo y los pagos como la palma de la mano. Sabíamos  donde cazar jilgueros (colorines), verderones y gorriones. Conocíamos las fuentes y manatiales donde saciar la sed o refrescarnos durante el verano. Caminos, atajos y cuevas donde descansábamos, lejos del control de nuestros padres, y donde podíamos hablar de todo lo que se nos ocurría. Ahora pienso que nuestra niñez fue maravillosa, en contacto con la naturaleza, los animales y los frutos del campo. El aprendizaje y la socialización en los grupos de pares, sirvió para adquirir una cantidad de valores emergentes, que en otro ambiente no hubiéramos podido aprender: La solidaridad, prodigalidad, amistad, altruismo, esfuerzo, sacrificio, paciencia, compromiso con los pactados, emulación, competitividad...
Cuando volvíamos al pueblo con los bolsillos repletos de almecinas, nos pavoneábamos de ser los mejores, ante las chicas, antes de iniciar largas batallas tirándonos los huesos de las almecinas con los canutos de cañas. !Me río yo de la lucha de clases entre proletarios y burgueses! La que se armó en el cine de invierno mientras proyectaban una película de pistoleros, fue de órdago. Los del palco lateral, iniciamos una batalla campal contra los burgueses de butacas, llamándoles de todo menos bonicos, a la vez que les saeteábamos con nuestros canutos con huesos de almecinas.
Ahora, cuando paseo por los campos de mi pueblo, en el otoño de mi vida, me surgen estos recuerdos de mi niñez. Cada árbol, camino, fuente o piedra, es un testigo silencioso y mudo, aparentemente. Porque bien que grita y habla un lenguaje, que solo puede ser escuchado con los oídos del corazón.





3 comentarios:

  1. ¡¡Hola Antonio!! Cuánto tiempo...

    Siempre es un placer visitar estos lares y saber que hay siempre momento de buscar el lado positivo de las cosas...

    Un abrazo

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  2. Con respecto a la posición que se establece en el texto, no estoy para nada de acuerdo, Antonio.

    Las palabras, etimológicamente, siempre han significado una cosa que con el devenir de los tiempos y de los cambios sociales, han venido a significar una cosa totalmente distinta. Por ejemplo, la palabra patria potestas, del Derecho Romano, se utilizaba para definir el derecho que tenía el cabeza de familia a representar a su hija y a su mujer. Hoy por hoy, este término se ha reconducido, puesto que se intenta asegurar la igualdad del hombre y la mujer. La patria potestad es ejercida por el hombre y por la mujer indistintamente a pesar de que "pater"--> patria, significa padre. Si mantuviéramos intactos los términos, aferrándonos como un clavo ardiendo al signficado originario de las palabras, tendríamos que aportar palabras nuevas para cada cosa; puesto que todo cambia y todo permanece en continua movimiento. Tu postura es más Parménides que Heráclito.

    Hoy por hoy, y si estudias en el Derecho la Institución del matrimonio en el contexto actual, dicha figura no tiene como finalidad única la conservación y procreación. Numerosas Sentencias del Tribunal Constitucional así lo afirman. La función de procreación, que daba lugar a la nulidad del matrimonio por impotencia en el matrimonio rato y no consumado, ha pasado a sustituirse por funciones más importantes como las de la socialización del individuo y la instauración de un régimen económico a través del cual se intenten satisfacer intereses ajenos y no propios (como ocurre en el Derecho Privado Patrimonial).

    Hay que ser prácticos y actuales. Las personas que intentan justificar la inconstitucionalidad del matrimonio homosexual en términos antiguos, carecen para mí de cualquier tipo de razón. La lógica no sólo no se reconduce siempre a través de fórmulas, sino que se debe adaptar al tiempo y forma de la sociedad en un contexto determinado.

    Todas aquellas personas que intentan encubrir la inconstitucionalidad del matrimonio homosexual en un término, carecen de argumentos suficientemente válidos para ello. De ponernos a cambiar términos que en su origen no significaban lo mismo, deberíamos de inventar nuevas Instituciones, nuevas figuras jurídicas y nuevas expresiones para no caer en ambigüedades del término.

    Las personas que justifican dicha postura en estos términos, me parece que descubren, encubiertamente, su homofobia y su oposición al reconocimiento igualitario de derechos (artículo 14 CE) entre personas de distinta orientación sexual.

    El conocimiento no se ha de aferrar siempre a los clásicos; ha de trascender y las personas debemos alcanzar la verdad por medio de nuestra adaptación y no de nuestros prejuicios.

    Tal y como decía Einstein: "Triste sociedad esta en la que es más difícil desintegrar un prejuicio que un átomo".

    Así, Antonio, no estoy para nada de acuerdo con la postura y el argumento que has mantenido en tu escrito sobre el matrimonio homosexual.

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  3. !Hola Imanol! Me alegro que expongas tus opiniones en mi blog, aunque discrepemos. De la dialéctica ha de surgir la verdad; esto es bueno y saludable. Tus aportaciones enriquecen este espacio, cosa que te agradezco profundamente. Contestaré tus planteamientos sobre el matrimonio, en un artículo que estoy preparando. Gracias por participar en el blog. Un abrazo afectuoso.

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