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martes, 5 de noviembre de 2024
Antropología, Ética y Psicología del Comportamiento
domingo, 28 de julio de 2024
"A pesar de todo se mueve"
martes, 19 de marzo de 2024
¿Por qué calla Dios?
La muerte no tiene sentido. Ninguna religión puede explicarla porque no puede transcender la frontera de lo finito. Toda religión que afirme que Dios no está oculto no es verdadera. Esta frase de Pascal ha de hacernos pensar por qué Dios guarda silencio: es difícil explicar el mal en el mundo. El mal y la muerte son dos grandes cuestiones que la filosofía moral y la religión no pueden explicar ni desde la razón filosófica, ni tampoco desde la fe religiosa. El mal lo combatimos con todas nuestras fuerzas sabiendo que es inherente a la naturaleza humana como pago de ser libres. La muerte solo nos queda aceptarla porque no hay otra elección posible. Convivimos con las dos porque no tenemos otra alternativa.
Comenzamos con el problema del mal. ¿El ser humano es bueno o malo? La importancia de esta cuestión radica en dos hipótesis posibles: el hombre o es bueno o es malo. Si es bueno, entonces la maldad proviene de factores externos: circunstancias adversas, educación, medio social... Por otro lado, si asumimos que somos malos, entonces las reglas sociales, instituciones, códigos penales, existirían para corregir nuestras malas inclinaciones. La relación entre estas dos realidades del bien y del mal, ha sido y es un tema de profunda reflexión en la historia de la filosofía, así como en la fenomenología de la religión, y por supuesto en la teología. Desde todas estas disciplinas se ha intentado dar una respuesta convincente, aunque todas se quedan en el intento, pues el problema es demasiado complejo y de difícil solución. Hasta me atrevería afirmar que en la actualidad es irrelevante. Lo importante ahora, es sentir con el corazón el dolor de la tragedia de las dos niñas asesinadas por su padre, sin que encontremos respuestas a este sin sentido. Mis reflexiones se centrarán en un análisis ético-filosófico, desde un humanismo antropológico, obviando otros aspectos no menos importantes que por extensión sobrepasan este artículo.
Ante un acto criminal, como es el asesinato de estas niñas inocentes, así como los males que sufren los seres humanos a causa de los fenómenos naturales, es inevitable preguntarse "el por qué" de estos males, y por qué Dios no interviene y lo permite. No es fácil la respuesta. Desde un humanismo antropológico -y si me permiten- desde la creencia, surgen numerosas preguntas de difícil respuesta, cada una legítima desde la complejidad del problema. Para unos serán suficientes las respuestas de la ciencia y sus leyes físicas sujetas a un determinismo cosmológico; para otros, -creyentes en la transcendencia- no basta la ciencia sino que van más allá. La pregunta siempre es la misma: ¿Cómo puede Dios siendo bueno y omnipotente permitir esto? La respuesta no es sencilla sin cuestionarnos antes la compatibilidad entre el "libre albedrío" y el determinismo. David Hume partió del principio de causalidad el cual manifiesta que "todo efecto proviene de una causa", e intentó resolver el dilema sosteniendo que el libre albedrío y la causalidad no son opuestos en realidad. El libre albedrío, dice, es compatible con la causalidad y, más aún, es dependiente de la causalidad. Sólo podemos hacer elecciones libres en un mundo gobernado por la causalidad. Si el mundo no estuviese gobernado por la causalidad no podríamos saber qué pasaría después de que hiciésemos nuestras elecciones y, por lo tanto, nuestras elecciones carecerían de sentido. Las propias elecciones son causas: en un mundo sin causalidad las elecciones no tendrían ningún efecto. El hábito y la costumbre de la experiencia tienen algo que decir, pero no siempre; si algo sucedió siempre, no tiene por qué no seguir sucediendo. Perfecto, tal y como concibe la ciencia el empirismo. Pero insuficiente para explicar la conducta humana; hay que aceptar un punto intermedio entre libertad y determinismo cuando nos referimos a los hechos humanos; hay que aceptar una libertad "condicionada" por factores naturales, biológicos, psicológicos y sociológicos. Una libertad humana contingente, no absoluta, que hace de la voluntad humana ser libre y responsable de sus actos.
Y ante esta tragedia debemos hacernos la pregunta fundamental: ¿cuál es el significado, sentido, o valor de la vida humana? Pregunta fundamental para la que no hay respuesta científica, y, sin embargo, ineludible porque estamos remitidos a interpretar, evaluar y jerarquizar el mundo en el que nos movemos. En cuanto que rompemos la mera dinámica de los instintos como normativos de la conducta humana, tenemos que preguntarnos por lo qué es importante o no, por lo que genera felicidad y plenitud, y por lo que es bueno o malo a la hora de orientar nuestra vida. Estas son las preguntas que llevan desde la filosofía moral a la religión. ¿Qué significa el vivir y el morir? ¿Cuáles son las orientaciones básicas para realizarnos como personas y ser felices? ¿Qué es el bien y el mal para el hombre? ¿Hay bien y mal objetivos y normativos, o sólo son instancias subjetivas, lo bueno y malo para mí, o para una cultura determinada? ¿Cómo luchar contra el mal, en sus diversas dimensiones, y qué podemos esperar a la luz de la injusticia, del sufrimiento y de la muerte, que cuestionan el sentido del hombre? El ser humano es el que se interroga sobre esas realidades y busca su significado, más allá de la facticidad del origen y de la meta final de nuestro ser animal. Preguntas cuya repuesta la filosofía lo intenta, aunque no sabe la respuesta. Y la religión, en un salto en el vacío, se refugia en la fe y el misterio.
sábado, 14 de octubre de 2023
Dios y el problema del mal
Ante un acto criminal, como es la matanza de tantas personas entre ellas niños inocentes en Israel y Gaza, así como los males que sufren los seres humanos a causa de los fenómenos naturales, es inevitable preguntarse "el por qué" de estos males, y por qué Dios no interviene y lo permite. No es fácil la respuesta. Desde un humanismo antropológico -y si me permiten- desde la creencia, surgen numerosas preguntas de difícil respuesta, cada una legítima desde la complejidad del problema. Para unos serán suficientes las respuestas de la ciencia y sus leyes físicas sujetas a un determinismo cosmológico; para otros, -creyentes en la transcendencia- no basta la ciencia sino que van más allá. La pregunta siempre es la misma: ¿Cómo puede Dios siendo bueno y omnipotente permitir esto? La respuesta no es sencilla sin cuestionarnos antes la compatibilidad entre el "libre albedrío" y el determinismo. David Hume intentó resolver el dilema sosteniendo que el libre albedrío y la causalidad no son opuestos en realidad. El libre albedrío, dice, es compatible con la causalidad y, más aún, es dependiente de la causalidad. Sólo podemos hacer elecciones libres en un mundo gobernado por la causalidad. Si el mundo no estuviese gobernado por la causalidad no podríamos saber qué pasaría después de que hiciésemos nuestras elecciones y, por lo tanto, nuestras elecciones carecerían de sentido. Las propias elecciones son causas: en un mundo sin causalidad las elecciones no tendrían ningún efecto. El hábito y la costumbre de la experiencia tienen algo que decir, pero no siempre; si algo sucedió siempre, no tiene por qué no seguir sucediendo. Perfecto, tal y como concibe la ciencia el empirismo. Pero insuficiente para explicar la conducta humana; hay que aceptar un punto intermedio entre libertad y determinismo cuando nos referimos a los hechos humanos; hay que aceptar una libertad "condicionada" por factores naturales, biológicos, psicológicos y sociológicos. Una libertad humana contingente, no absoluta, que hace de la voluntad humana ser libre y responsable de sus actos.
sábado, 27 de mayo de 2023
Defiende lo que piensas
sábado, 21 de enero de 2023
"Sapere aude", Atrévete a pensar por ti mismo
domingo, 11 de septiembre de 2022
"Todo fluye, nada permanece"
"Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río"
Heráclito
En esta serena mañana de septiembre, cuando el verano se debilita anunciando los días de otoño, pese a sus altibajos, una cierta nostalgia embarga mi alma cuando reflexiono sobre el paso del tiempo. Tal vez sea mi edad, tal vez sea el cambio de las estaciones o que los días se acortan por la llegada próxima del otoño, el caso es que cada año que pasa, vuelven a mi espíritu las mismas reflexiones sobre la brevedad del tiempo. "Todo fluye" decía un filósofo presocrático griego llamado Heráclito "el Oscuro" porque sus contemporáneos apenas entendían sus sentencias. Todo cambia y nada permanece, todo es un fluir en el tiempo, como hace el río en el que nunca podemos bañarnos dos veces en sus mismas aguas porque siempre serán otras las que discurran. La vida es un continuo devenir y lo único que permanece -mientras vivimos- es el recuerdo nostálgico de un pasado que se agranda en nuestra memoria frente a un futuro que se encoge. Todo lo demás es efímero o pasajero, pues todo tiene el estigma de la durabilidad y por ende de la finitud. En esto consiste la vida en un caminar hacia la muerte. ¿Habrá mayor contradicción que nacer para morir? Decía Antonio Machado que nos iremos "ligeros de equipaje", tan desnudos como cuando nacimos, por un sendero que transitamos en soledad. Así pues, morimos cada día a la par que vivimos, porque vivir es morir. Nadie se queda aquí. Se fueron nuestros antepasados y también nos iremos nosotros: Tú y yo. Todos, porque nadie es eterno. También se irán los poderosos, desde el rey hasta el súbdito más humilde, desde el rico más opulento al mendigo más pobre, etc. Todos, porque la muerte nos iguala a todos y no tiene preferencias. Así lo expresa Jorge Manrique en las Coplas por la muerte de su padre: "...Y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos". Aquí dejaremos nuestra casa, que con tanta ilusión construimos, para que otros la habiten. Nuestros libros quedarán aquí para ser leídos por otros, olvidados o llenos de polvo en nuestra estantería. Nuestra viña seguirá dando su fruto para que otros beban su vino... a la tarde seguirá la noche, y el sol seguirá saliendo todos los días. Todo seguirá su curso sin nosotros. El río de la vida seguirá su camino hacia la mar, atormentando nuestra existencia en la medida que nos vamos haciendo mayores, entre el azar y la incertidumbre, cada vez más perplejos de no tener respuestas ante las grandes preguntas. La fragilidad de nuestro cuerpo, los achaques, la enfermedad, son los precursores que anuncian nuestra debilidad y nuestro triste final; lo que la modernidad llama "tercera edad" usando un eufemismo para obviar la palabra "viejo", a todos aquellos que hemos pasado los 70. Eso sí, cuando nos vayamos, existiremos en el recuerdo de quienes nos quisieron y quisimos, mientras estos permanezcan vivos. ¿Solo eso? No necesariamente, si le damos a la vida un sentido trascendente y la colmamos de buenas obras en favor de nuestros semejantes. Para ello los cristianos tenemos la Fe, que nos sirve de bálsamo y consuelo en los grandes insomnios de nuestra existencia. Pero no solo "la certeza" que nos da la Fe en la resurrección de Jesús de Nazaret alimenta nuestra esperanza, sino la firme convicción de que también nosotros resucitaremos como Él.
miércoles, 22 de junio de 2022
La Mimesis
viernes, 5 de noviembre de 2021
Problemática del hecho religioso como "saber"
lunes, 25 de octubre de 2021
¿Es la Religión un saber?
jueves, 21 de octubre de 2021
La Aventura del saber
El Saber como punto de partida