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domingo, 28 de julio de 2024
"A pesar de todo se mueve"
martes, 19 de marzo de 2024
¿Por qué calla Dios?
La muerte no tiene sentido. Ninguna religión puede explicarla porque no puede transcender la frontera de lo finito. Toda religión que afirme que Dios no está oculto no es verdadera. Esta frase de Pascal ha de hacernos pensar por qué Dios guarda silencio: es difícil explicar el mal en el mundo. El mal y la muerte son dos grandes cuestiones que la filosofía moral y la religión no pueden explicar ni desde la razón filosófica, ni tampoco desde la fe religiosa. El mal lo combatimos con todas nuestras fuerzas sabiendo que es inherente a la naturaleza humana como pago de ser libres. La muerte solo nos queda aceptarla porque no hay otra elección posible. Convivimos con las dos porque no tenemos otra alternativa.
Comenzamos con el problema del mal. ¿El ser humano es bueno o malo? La importancia de esta cuestión radica en dos hipótesis posibles: el hombre o es bueno o es malo. Si es bueno, entonces la maldad proviene de factores externos: circunstancias adversas, educación, medio social... Por otro lado, si asumimos que somos malos, entonces las reglas sociales, instituciones, códigos penales, existirían para corregir nuestras malas inclinaciones. La relación entre estas dos realidades del bien y del mal, ha sido y es un tema de profunda reflexión en la historia de la filosofía, así como en la fenomenología de la religión, y por supuesto en la teología. Desde todas estas disciplinas se ha intentado dar una respuesta convincente, aunque todas se quedan en el intento, pues el problema es demasiado complejo y de difícil solución. Hasta me atrevería afirmar que en la actualidad es irrelevante. Lo importante ahora, es sentir con el corazón el dolor de la tragedia de las dos niñas asesinadas por su padre, sin que encontremos respuestas a este sin sentido. Mis reflexiones se centrarán en un análisis ético-filosófico, desde un humanismo antropológico, obviando otros aspectos no menos importantes que por extensión sobrepasan este artículo.
Ante un acto criminal, como es el asesinato de estas niñas inocentes, así como los males que sufren los seres humanos a causa de los fenómenos naturales, es inevitable preguntarse "el por qué" de estos males, y por qué Dios no interviene y lo permite. No es fácil la respuesta. Desde un humanismo antropológico -y si me permiten- desde la creencia, surgen numerosas preguntas de difícil respuesta, cada una legítima desde la complejidad del problema. Para unos serán suficientes las respuestas de la ciencia y sus leyes físicas sujetas a un determinismo cosmológico; para otros, -creyentes en la transcendencia- no basta la ciencia sino que van más allá. La pregunta siempre es la misma: ¿Cómo puede Dios siendo bueno y omnipotente permitir esto? La respuesta no es sencilla sin cuestionarnos antes la compatibilidad entre el "libre albedrío" y el determinismo. David Hume partió del principio de causalidad el cual manifiesta que "todo efecto proviene de una causa", e intentó resolver el dilema sosteniendo que el libre albedrío y la causalidad no son opuestos en realidad. El libre albedrío, dice, es compatible con la causalidad y, más aún, es dependiente de la causalidad. Sólo podemos hacer elecciones libres en un mundo gobernado por la causalidad. Si el mundo no estuviese gobernado por la causalidad no podríamos saber qué pasaría después de que hiciésemos nuestras elecciones y, por lo tanto, nuestras elecciones carecerían de sentido. Las propias elecciones son causas: en un mundo sin causalidad las elecciones no tendrían ningún efecto. El hábito y la costumbre de la experiencia tienen algo que decir, pero no siempre; si algo sucedió siempre, no tiene por qué no seguir sucediendo. Perfecto, tal y como concibe la ciencia el empirismo. Pero insuficiente para explicar la conducta humana; hay que aceptar un punto intermedio entre libertad y determinismo cuando nos referimos a los hechos humanos; hay que aceptar una libertad "condicionada" por factores naturales, biológicos, psicológicos y sociológicos. Una libertad humana contingente, no absoluta, que hace de la voluntad humana ser libre y responsable de sus actos.
Y ante esta tragedia debemos hacernos la pregunta fundamental: ¿cuál es el significado, sentido, o valor de la vida humana? Pregunta fundamental para la que no hay respuesta científica, y, sin embargo, ineludible porque estamos remitidos a interpretar, evaluar y jerarquizar el mundo en el que nos movemos. En cuanto que rompemos la mera dinámica de los instintos como normativos de la conducta humana, tenemos que preguntarnos por lo qué es importante o no, por lo que genera felicidad y plenitud, y por lo que es bueno o malo a la hora de orientar nuestra vida. Estas son las preguntas que llevan desde la filosofía moral a la religión. ¿Qué significa el vivir y el morir? ¿Cuáles son las orientaciones básicas para realizarnos como personas y ser felices? ¿Qué es el bien y el mal para el hombre? ¿Hay bien y mal objetivos y normativos, o sólo son instancias subjetivas, lo bueno y malo para mí, o para una cultura determinada? ¿Cómo luchar contra el mal, en sus diversas dimensiones, y qué podemos esperar a la luz de la injusticia, del sufrimiento y de la muerte, que cuestionan el sentido del hombre? El ser humano es el que se interroga sobre esas realidades y busca su significado, más allá de la facticidad del origen y de la meta final de nuestro ser animal. Preguntas cuya repuesta la filosofía lo intenta, aunque no sabe la respuesta. Y la religión, en un salto en el vacío, se refugia en la fe y el misterio.
sábado, 14 de octubre de 2023
Dios y el problema del mal
Ante un acto criminal, como es la matanza de tantas personas entre ellas niños inocentes en Israel y Gaza, así como los males que sufren los seres humanos a causa de los fenómenos naturales, es inevitable preguntarse "el por qué" de estos males, y por qué Dios no interviene y lo permite. No es fácil la respuesta. Desde un humanismo antropológico -y si me permiten- desde la creencia, surgen numerosas preguntas de difícil respuesta, cada una legítima desde la complejidad del problema. Para unos serán suficientes las respuestas de la ciencia y sus leyes físicas sujetas a un determinismo cosmológico; para otros, -creyentes en la transcendencia- no basta la ciencia sino que van más allá. La pregunta siempre es la misma: ¿Cómo puede Dios siendo bueno y omnipotente permitir esto? La respuesta no es sencilla sin cuestionarnos antes la compatibilidad entre el "libre albedrío" y el determinismo. David Hume intentó resolver el dilema sosteniendo que el libre albedrío y la causalidad no son opuestos en realidad. El libre albedrío, dice, es compatible con la causalidad y, más aún, es dependiente de la causalidad. Sólo podemos hacer elecciones libres en un mundo gobernado por la causalidad. Si el mundo no estuviese gobernado por la causalidad no podríamos saber qué pasaría después de que hiciésemos nuestras elecciones y, por lo tanto, nuestras elecciones carecerían de sentido. Las propias elecciones son causas: en un mundo sin causalidad las elecciones no tendrían ningún efecto. El hábito y la costumbre de la experiencia tienen algo que decir, pero no siempre; si algo sucedió siempre, no tiene por qué no seguir sucediendo. Perfecto, tal y como concibe la ciencia el empirismo. Pero insuficiente para explicar la conducta humana; hay que aceptar un punto intermedio entre libertad y determinismo cuando nos referimos a los hechos humanos; hay que aceptar una libertad "condicionada" por factores naturales, biológicos, psicológicos y sociológicos. Una libertad humana contingente, no absoluta, que hace de la voluntad humana ser libre y responsable de sus actos.
sábado, 27 de mayo de 2023
Defiende lo que piensas
sábado, 21 de enero de 2023
"Sapere aude", Atrévete a pensar por ti mismo
domingo, 11 de septiembre de 2022
"Todo fluye, nada permanece"
"Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río"
Heráclito
En esta serena mañana de septiembre, cuando el verano se debilita anunciando los días de otoño, pese a sus altibajos, una cierta nostalgia embarga mi alma cuando reflexiono sobre el paso del tiempo. Tal vez sea mi edad, tal vez sea el cambio de las estaciones o que los días se acortan por la llegada próxima del otoño, el caso es que cada año que pasa, vuelven a mi espíritu las mismas reflexiones sobre la brevedad del tiempo. "Todo fluye" decía un filósofo presocrático griego llamado Heráclito "el Oscuro" porque sus contemporáneos apenas entendían sus sentencias. Todo cambia y nada permanece, todo es un fluir en el tiempo, como hace el río en el que nunca podemos bañarnos dos veces en sus mismas aguas porque siempre serán otras las que discurran. La vida es un continuo devenir y lo único que permanece -mientras vivimos- es el recuerdo nostálgico de un pasado que se agranda en nuestra memoria frente a un futuro que se encoge. Todo lo demás es efímero o pasajero, pues todo tiene el estigma de la durabilidad y por ende de la finitud. En esto consiste la vida en un caminar hacia la muerte. ¿Habrá mayor contradicción que nacer para morir? Decía Antonio Machado que nos iremos "ligeros de equipaje", tan desnudos como cuando nacimos, por un sendero que transitamos en soledad. Así pues, morimos cada día a la par que vivimos, porque vivir es morir. Nadie se queda aquí. Se fueron nuestros antepasados y también nos iremos nosotros: Tú y yo. Todos, porque nadie es eterno. También se irán los poderosos, desde el rey hasta el súbdito más humilde, desde el rico más opulento al mendigo más pobre, etc. Todos, porque la muerte nos iguala a todos y no tiene preferencias. Así lo expresa Jorge Manrique en las Coplas por la muerte de su padre: "...Y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos". Aquí dejaremos nuestra casa, que con tanta ilusión construimos, para que otros la habiten. Nuestros libros quedarán aquí para ser leídos por otros, olvidados o llenos de polvo en nuestra estantería. Nuestra viña seguirá dando su fruto para que otros beban su vino... a la tarde seguirá la noche, y el sol seguirá saliendo todos los días. Todo seguirá su curso sin nosotros. El río de la vida seguirá su camino hacia la mar, atormentando nuestra existencia en la medida que nos vamos haciendo mayores, entre el azar y la incertidumbre, cada vez más perplejos de no tener respuestas ante las grandes preguntas. La fragilidad de nuestro cuerpo, los achaques, la enfermedad, son los precursores que anuncian nuestra debilidad y nuestro triste final; lo que la modernidad llama "tercera edad" usando un eufemismo para obviar la palabra "viejo", a todos aquellos que hemos pasado los 70. Eso sí, cuando nos vayamos, existiremos en el recuerdo de quienes nos quisieron y quisimos, mientras estos permanezcan vivos. ¿Solo eso? No necesariamente, si le damos a la vida un sentido trascendente y la colmamos de buenas obras en favor de nuestros semejantes. Para ello los cristianos tenemos la Fe, que nos sirve de bálsamo y consuelo en los grandes insomnios de nuestra existencia. Pero no solo "la certeza" que nos da la Fe en la resurrección de Jesús de Nazaret alimenta nuestra esperanza, sino la firme convicción de que también nosotros resucitaremos como Él.
miércoles, 22 de junio de 2022
La Mimesis
viernes, 5 de noviembre de 2021
Problemática del hecho religioso como "saber"
lunes, 25 de octubre de 2021
¿Es la Religión un saber?
jueves, 21 de octubre de 2021
La Aventura del saber
El Saber como punto de partida
lunes, 23 de agosto de 2021
Racionalidad, Motivación y Voluntad
jueves, 17 de junio de 2021
Kant, en Lecciones Preliminares de Filosofía
miércoles, 13 de noviembre de 2019
SPINOZA
domingo, 31 de diciembre de 2017
El poder de la palabra
jueves, 14 de diciembre de 2017
Introducir orden donde antes hubo contingencia
Cuando llega cierto período de la vida rico en experiencia y en años, es de sentido común hacer una recopilación a través de la memoria de los años pasados desde la infancia hasta la madurez. Es un mecanismo psicológico que normalmente funciona por esto de poner orden inteligibilidad en la vida de uno donde antes hubo contingencia, azar, incoherencias y decisiones unas veces acertadas y otras equivocadas. Se trata de introducir diseño donde antes hubo contingencia, buscando un final que de alguna manera dé inteligibilidad y sentido a nuestra vida personal y rescatarla de esa sucesión de hechos deshilvanados e incoherentes, a veces, sin un sentido coherente. Es la tendencia a reordenar todo lo ocurrido a lo largo de la vida o en uno de sus tramos desde la perspectiva del suceso más reciente. Es una tentación que parece incluso razonable, pues permite introducir un orden sobre el conjunto de lo vivido, aliviándonos de la desagradable sensación de que la totalidad de la propia existencia estuvo trufada de sucesos incoherentes, decisiones desgraciadas o la defensa de convencimientos poco menos que absurdos. Comprender el pasado eso que resume lo que hemos sido es una necesidad vital de todo ser humano para comprendernos a nosotros mismos. Se trata de un diálogo interno que cada uno hace consigo mismo para justificarse, comprenderse y en definitiva aceptarse. Pues de eso se trata. Es el guión de nuestra vida a la que tratamos de ponerle un final o al menos una meta que dé sentido al plan de nuestra propia vida comprometida con el tiempo y con la historia. Es la construcción de nuestro yo rescatado del fondo del olvido que el paso de los años o la memoria débil ha sepultado o desfigurado su estar y ser en el mundo. Esa mirada al pasado y la unión de hechos que en definitiva descansan en la memoria y a la que remitimos un asentamiento al que llamamos "yo", no es otra cosa que el vínculo que une nuestra mismidad con todo aquello que llamamos yo psicológico o conciencia personal ético-moral, con aquellos hechos, decisiones o acciones tomadas en nuestra vida y que forma parte de lo que somos, para bien o para mal. El examen de nuestros pasado y la aceptación del mismo, tanto en lo positivo como en lo negativo, es muy importante para nuestra autoestima, nuestra salud mental y emocional, y tiene una importancia vital para el bienestar de nuestro yo y su adaptación a eso que llamamos principio de realidad o al mundo real. Poner fines o metas en el presente, asumiendo el pasado, hará que nos sintamos bien con nosotros mismos. De la nota final de de ese examen, depende nuestra aceptación de lo que somos y nuestra felicidad. No seamos demasiado exigentes con nosotros mismos.
jueves, 29 de diciembre de 2016
El tiempo, ese gran misterio que acuna nuestra existencia
Ahora que se acaba el año y empieza uno nuevo, me parece oportuno meditar en eso que llamamos "tiempo", el tesoro más apreciado y querido que tenemos en ese viaje por la existencia que llamamos "vida"; porque en realidad somos tiempo, algo que no valoramos en su justo precio hasta que no lo perdemos (tempus fugit) Algo grandioso y misterioso que acuna nuestra existencia.
viernes, 15 de abril de 2016
HUME: El emotivismo moral
La vida del ser humano se mueve entre la racionalidad y los sentimientos, emociones y vivencias que bullen en nuestro interior. Tendemos a creer que nuestra vida se rige por pautas racionales, pero es más una creencia que una realidad. Lo cierto es, que dependemos de factores que no podemos controlar: somos y estamos instalados en el azar. Somos más frágiles de lo que suponemos y nuestra existencia se mueve entre las leyes de la física y la biología -por un lado- y el mundo de la racionalidad volitiva, por otro. En realidad, somos un producto de fuerzas que no podemos controlar y cuyo origen es desconocido. Hemos construido un yo, una conciencia pensante en torno al cual gira el mundo y pretendemos que se pliegue a nuestras exigencias. La misma naturaleza en nuestro afán de dominio, la hemos creado a nuestra imagen y semejanza, haciendo una metáfora de ella en donde nos reflejamos como "yo"; a ella le hemos atribuido los mismos sentimientos que nosotros disfrutamos como seres vivos sentientes. Pero la naturaleza es ajena a a nuestros pesares, deseos, motivaciones y cuitas; a ella le importa un bledo nuestros mundo, ese mundo que hemos construido socialmente en torno a un yo, para posteriormente creernos todos sus postulados. Pero nada más falso y falaz que este yo.
Es una falacia naturalista el paso del ser al deber ser; el estudio de la naturaleza humana no sirve para justificar tal paso. Entonces ¿Dónde podemos fundamentar los juicios morales? Hume considera que la razón, el conocimiento intelectual, no es ni puede ser el fundamento de los juicios morales. Su principal argumento lo expone del siguiente modo: la razón, el conocimiento intelectual, no puede determinar nuestro comportamiento ni tampoco puede impedirlo; ahora bien, los juicios morales determinan e impiden nuestro comportamiento; luego los juicios morales no provienen de la razón. Es cierto, según su teoría del conocimiento. El conocimiento de las relaciones entre ideas, las mátemáticas, por ejemplo, es útil para la vida pero por sí mismo no impulsa a su aplicación: las matemáticas se aplican a las técnicas cuando se persigue un fin u objetivo que no procede de las matemáticas mismas; en cuanto al conocimiento fáctico se limita a mostrarnos hechos y los hechos no son actos morales. Si examinamos un hecho reprobable como es el asesinato, por mucho que sea examinado no encontraremos en tal hecho eso que llamamos "vicio"; mientras dirijamos la mirada al objeto no encontraremos nada que se parezca a un vicio -nos dice Hume-; solo en el caso de examinar nuestro propio corazón encontraremos un sentimiento de reprobación que brota en ti mismo, respecto de tal acción. He aquí un hecho, pero un hecho que es objeto del sentimiento, no de la razón. (Tratado, III, 1, 1). Es lo útil lo que define lo que es conveniente para la humanidad o no. Así es como llegamos a una ética utilitarista donde lo bueno y lo malo está en función de su pragmatismo.
jueves, 10 de diciembre de 2015
La Filosofía, un saber imprescindible
"No se aprende filosofía, sino a filosofar"
Inmanuel Kant
Ante la noticia de que la filosofía sería eliminada en cuarto de ESO y en segundo de bachillerato, siendo sustituida por religión o valores éticos, no puedo menos que levantar mi voz -como antiguo profesor de filosofía- y denunciar un atropello que atenta contra la verdadera formación de nuestros alumnos.
La pregunta que todos nos hacemos es el por qué del tremendo atentado contra la filosofía (otro atentado parangoneándo las palabras de Aristóteles sobre la huida de su maestro Platón de la ciudad de Atenas, por cuestiones políticas), y las consecuencias que se derivarán en la formación humanista y el daño que causará en las generaciones futuras de ciudadanos a los que se les hurtará un instrumento fundamental para adquirir una formación crítica y unos conocimientos muy válidos para la fundamentación de ideas y valores tan necesarios para la vida. Sorprende que quieran erradicar la filosofía de los curriculum para emplear el tiempo en otras disciplinas de ciencias -tanto formales como materiales- en detrimento de la propia filosofía, cuyos comienzos era un saber de la totalidad sin diferencia alguna, partiendo de un tronco común y diversificándose a lo largo de los siglos a causa de su especialización y metodología.
En la antigüedad los filósofos eran físicos, matemáticos, naturalistas, cosmólogos, psicólogos, sociólogos, etc todo en uno. Amaban el saber por el saber y trataban de fundamentar y encontrar los primeros principios tanto de la naturaleza como los del hombre sin establecer distinción alguna, entendiendo a éste como parte integrante del cosmos. La filosofía nos ayuda a comprender la inteligibilidad del hombre y su mundo y a tratar de responder las grandes preguntas que como seres humanos nos hacemos desde la propia filosofía (ciencia), religión (creencias), y la ética o moral (conducta). Las preguntas últimas sobre la realidad la iniciaron los griegos hace 2500 años y siguen siendo las mismas sin que hasta ahora haya respuestas satisfactorias, pero ello lejos de invalidar su función, nos invita a pensar la ardua y difícil tarea con lo que se enfrenta esto que llamamos filosofía. ¿Por qué la filosofía es tan importante para nuestra vida y qué pueden aportar unos antepasados a nuestro mundo actual culto y tecnificado? Ésta es la pregunta que muchos se hacen y que trataré de responder desde la propia historia de la filosofía y mi experiencia personal como profesor durante más de treinta años. Una respuesta obvia es que los problemas y planteamientos vitales del ser humano hoy son los mismos que los del hombre actual; en nada han cambiado.