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martes, 19 de marzo de 2024

¿Por qué calla Dios?



"La Guardia Civil investiga el presunto asesinato de dos niñas de dos y cuatro años, así como la posterior muerte del padre, en una pedanía de Alboloduy (Almería), en un nuevo caso de violencia vicaria. El presunto asesino, con antecedentes por violencia machista, tenía una orden de alejamiento de su exmujer en vigor. Si bien la investigación  continúa abierta, la línea que ha cobrado más fuerza conforme a los indicios que se manejan hasta el momento, es que el hombre habría matado a sus hijas envenenándolas antes de acabar con su vida". (El Diario.es)

La muerte no tiene sentido. Ninguna religión puede explicarla porque no puede transcender la frontera de lo finito. Toda religión que afirme que Dios no está oculto no es verdadera. Esta frase de Pascal ha de hacernos pensar por qué Dios guarda silencio: es difícil explicar el mal en el mundo. El mal y la muerte son dos grandes cuestiones que la filosofía moral y la religión no pueden explicar ni desde la razón filosófica, ni tampoco desde la fe religiosa. El mal lo combatimos con todas nuestras fuerzas sabiendo que es inherente a la naturaleza humana como pago de ser libres. La muerte solo nos queda aceptarla porque no hay otra elección posible. Convivimos con las dos porque no tenemos otra alternativa.

Comenzamos con el problema del mal. ¿El ser humano es bueno o malo? La importancia de esta cuestión radica en dos hipótesis posibles: el hombre o es bueno o es malo. Si es bueno, entonces la maldad proviene de factores externos: circunstancias adversas, educación, medio social... Por otro lado, si asumimos que somos malos, entonces las reglas sociales, instituciones, códigos penales, existirían para corregir nuestras malas inclinaciones. La relación entre estas dos realidades del bien y del mal, ha sido y es un tema de profunda reflexión en la historia de la filosofía, así como en la fenomenología de la religión, y por supuesto en la teología. Desde todas estas disciplinas se ha intentado dar una respuesta convincente, aunque todas se quedan en el intento, pues el problema es demasiado complejo y de difícil solución. Hasta me atrevería afirmar que en la actualidad es irrelevante. Lo importante ahora, es sentir con el corazón el dolor de la tragedia de las dos niñas asesinadas por su padre, sin que encontremos respuestas a este sin sentido. Mis reflexiones se centrarán en un análisis ético-filosófico, desde un humanismo antropológico, obviando otros aspectos no menos importantes que por extensión sobrepasan este artículo.

Ante un acto criminal, como es el asesinato de estas niñas inocentes, así como los males que sufren los seres humanos a causa de los fenómenos naturales, es inevitable preguntarse "el por qué" de estos males, y por qué Dios no interviene y lo permite. No es fácil la respuesta. Desde un humanismo antropológico -y si me permiten- desde la creencia, surgen numerosas preguntas de difícil respuesta, cada una legítima desde la complejidad del problema. Para unos serán suficientes las respuestas de la ciencia y sus leyes físicas sujetas a un determinismo cosmológico;  para otros, -creyentes en la transcendencia- no basta la ciencia  sino que van más allá. La pregunta siempre es la misma: ¿Cómo puede Dios siendo bueno y omnipotente permitir esto? La respuesta no es sencilla sin cuestionarnos  antes la compatibilidad entre el "libre albedrío" y el determinismo.  David Hume partió del principio de causalidad el cual manifiesta que "todo efecto proviene de una causa", e intentó resolver el dilema sosteniendo que el libre albedrío y la causalidad no son opuestos en realidad. El libre albedrío, dice, es compatible con la causalidad y, más aún, es dependiente de la causalidad. Sólo podemos hacer elecciones libres en un mundo gobernado por la causalidad. Si el mundo no estuviese gobernado por la causalidad no podríamos saber qué pasaría después  de que hiciésemos nuestras elecciones y, por lo tanto, nuestras elecciones carecerían de sentido. Las propias elecciones son causas: en un mundo sin causalidad las elecciones no tendrían ningún efecto. El hábito y la costumbre de la experiencia tienen algo que decir, pero no siempre; si algo sucedió siempre, no tiene por qué no seguir sucediendo. Perfecto, tal y como concibe la ciencia el empirismo. Pero insuficiente para explicar la conducta humana; hay que aceptar un punto intermedio entre libertad y determinismo cuando nos referimos a los hechos humanos; hay que aceptar una libertad "condicionada" por factores naturales, biológicos, psicológicos y sociológicos. Una libertad humana contingente, no absoluta, que hace de la voluntad humana ser libre y responsable de sus actos.

En cuanto a la permisividad de Dios sobre estas catástrofes, y la procedencia del bien y del mal, la respuesta está en el libre albedrío. Según esta solución propuesta, el mal es una consecuencia de la existencia del libre albedrío humano. Se afirma que un universo en el que hay seres que poseen libre albedrío es más rico y variado y, en un sentido importante, mejor que uno que contenga solo amables autómatas. Si los seres humanos fuesen siempre buenos, esto podría ser porque Dios les hubiese creado cien por cien obedientes a sus leyes y en ese caso serían meras máquinas, haciendo el bien automáticamente. La existencia del libre albedrío, pues, explica el mal moral y el valor de la libertad justifica la decisión de Dios de crear seres humanos libres, que sean criaturas capaces de elegir ambas cosas: el bien y el mal.

Abla ha quedado muda. Sin habla. ¿Qué se puede decir ante esta tragedia que asola nuestro pueblo? Tantos las niñas como su madre están empadronadas en este hermoso pueblo de la alpujarra almeriense a los pies de Sierra Nevada. Una de las pequeñas era alumna del CEIP Joaquín Tena Sicilia. Son muchas las preguntas que las buenas gentes de nuestro pueblo nos hacemos en estos momentos de consternación, incredulidad y sorpresa, y pocas las respuestas que encontramos: solo furia, rabia contenida e impotencia. El vacío, la soledad, la nada. y muchas, muchas preguntas sin respuesta. El absurdo de la muerte en unas niñas inocentes víctimas del odio de un padre poseído por la sin razón y, en cuyo corazón, el amor ha sido sepultado por el odio hacia la madre hasta arrebatarle lo más querido del mundo: sus hijas. Es lo que queda.

Y ante esta tragedia debemos hacernos la pregunta fundamental: ¿cuál es el significado, sentido, o valor de la vida humana? Pregunta fundamental para la que no hay respuesta científica, y, sin embargo, ineludible porque estamos remitidos a interpretar, evaluar y jerarquizar el mundo en el que nos movemos. En cuanto que rompemos la mera dinámica de los instintos como normativos de la conducta humana, tenemos que preguntarnos por lo qué es importante o no, por lo que genera felicidad y plenitud, y por lo que es bueno o malo a la hora de orientar nuestra vida. Estas son las preguntas que llevan desde la filosofía moral a la religión. ¿Qué significa el vivir y el morir? ¿Cuáles son las orientaciones básicas para realizarnos como personas y ser felices? ¿Qué es el bien y el mal para el hombre? ¿Hay bien y mal objetivos y normativos, o sólo son instancias subjetivas, lo bueno y malo para mí, o para una cultura determinada? ¿Cómo luchar contra el mal, en sus diversas dimensiones, y qué podemos esperar a la luz de la injusticia, del sufrimiento y de la muerte, que cuestionan el sentido del hombre? El ser humano es el que se interroga sobre esas realidades y busca su significado, más allá de la facticidad del origen y de la meta final de nuestro ser animal. Preguntas cuya repuesta la filosofía lo intenta, aunque no sabe la respuesta. Y la religión, en un salto en el vacío, se refugia en la fe y el misterio.




sábado, 14 de octubre de 2023

Dios y el problema del mal





¿El ser humano es bueno o malo? La pregunta sobre la naturaleza moral del hombre no es mera curiosidad teórica; tampoco es baladí. Tiene implicaciones profundas en cómo concebimos la educación, la política, el derecho, la justicia, etc.  La importancia de esta cuestión radica en dos hipótesis posibles: el hombre o es bueno o es malo. Si es bueno, entonces la maldad proviene de factores externos: circunstancias adversas, educación, medio social... Por otro lado, si asumimos que somos malos, entonces las reglas sociales, instituciones, códigos penales, existirían para corregir nuestras malas inclinaciones. La relación entre estas dos realidades del bien y del mal, ha sido y es un tema de profunda reflexión en la historia de la filosofía, así como en la fenomenología de la religión, y por supuesto en la teología. Desde todas estas disciplinas se ha intentado dar una respuesta convincente, aunque todas se quedan en el intento, pues el problema es demasiado complejo y de difícil solución. Hasta me atrevería afirmar que ahora es irrelevante. Lo importante ahora, es sentir con el corazón el dolor de la tragedia y la solidaridad con todas aquellas personas, que en uno u otro bando, han perdido un ser querido sin que encontremos respuestas  a este sin sentido. Mis reflexiones se centrarán en un análisis ético-filosófico, desde un humanismo antropológico, obviando otros aspectos no menos importantes que por extensión sobrepasan este artículo.

Ante un acto criminal, como es la matanza de tantas personas entre ellas niños inocentes en Israel y Gaza, así como los males que sufren los seres humanos a causa de los fenómenos naturales, es inevitable preguntarse "el por qué" de estos males, y por qué Dios no interviene y lo permite. No es fácil la respuesta. Desde un humanismo antropológico -y si me permiten- desde la creencia, surgen numerosas preguntas de difícil respuesta, cada una legítima desde la complejidad del problema. Para unos serán suficientes las respuestas de la ciencia y sus leyes físicas sujetas a un determinismo cosmológico;  para otros, -creyentes en la transcendencia- no basta la ciencia  sino que van más allá. La pregunta siempre es la misma: ¿Cómo puede Dios siendo bueno y omnipotente permitir esto? La respuesta no es sencilla sin  cuestionarnos  antes la compatibilidad entre el "libre albedrío" y el determinismo.  David Hume intentó resolver el dilema sosteniendo que el libre albedrío y la causalidad no son opuestos en realidad. El  libre albedrío, dice, es compatible con la causalidad y, más aún, es dependiente de la causalidad. Sólo podemos hacer elecciones libres en un mundo gobernado por la causalidad. Si el mundo no estuviese gobernado por la causalidad no podríamos saber qué pasaría después  de que hiciésemos nuestras elecciones y, por lo tanto, nuestras elecciones carecerían de sentido. Las propias elecciones son causas: en un mundo sin causalidad las elecciones no tendrían ningún efecto. El hábito y la costumbre de la experiencia tienen algo que decir, pero no siempre; si algo sucedió siempre, no tiene por qué no seguir sucediendo. Perfecto, tal y como concibe la ciencia el empirismo. Pero insuficiente para explicar la conducta humana; hay que aceptar un punto intermedio entre libertad y determinismo cuando nos referimos a los hechos humanos; hay que aceptar una libertad "condicionada" por factores naturales, biológicos, psicológicos y sociológicos. Una libertad humana contingente, no absoluta, que hace de la voluntad humana ser libre y responsable de sus actos.
En cuanto a la permisividad de Dios sobre estas catástrofes, y la procedencia del bien y del mal, la respuesta está en el libre albedrío. Según esta solución propuesta, el mal es una consecuencia de la existencia del libre albedrío humano. Se afirma que un universo en el que hay seres que poseen libre albedrío es más rico y variado y, en un sentido importante, mejor que uno que contenga solo amables autómatas. Si los seres humanos fuesen siempre buenos, esto podría ser porque Dios les hubiese creado cien por cien obedientes a sus leyes y en ese caso serían meras máquinas, haciendo el bien automáticamente. La existencia del libre albedrío, pues, explica el mal moral y el valor de la libertad justifica la decisión de Dios de crear seres humanos libres, que sean criaturas capaces de elegir ambas cosas: el bien y el mal.



sábado, 27 de mayo de 2023

Defiende lo que piensas





"Defiende lo que piensas", reza el slogan de la candidatura del PSOE de Abrucena un pueblo en la Alpujarra almeriense. Me ha gustado. Como si no defendemos todos aquello que pensamos. Otra cosa es que, nuestros pensamientos o modos de reflexionar sean erróneos por lo que estamos abocados a equivocarnos una y otra vez, "humanum est errare" (es de humanos errar). Reflexionar o pensar no es nada fácil. Hacerlo con objetividad me parece casi imposible, porque la objetividad solo está en las ciencias exactas (lógica, y geometría) Nuestros pensamientos personales están condicionados -por no decir casi determinados- por nuestros intereses, deseos, voliciones, emociones y sentimientos, por lo que están contaminados de subjetividad. Igualmente todos defendemos lo que pensamos, algunos con tal vehemencia que raya el paroxismo, el respeto y la violencia, imponiendo nuestros criterios. El lenguaje, y en concreto la palabra, es el instrumento válido con el que contamos para expresar aquello que pensamos. Y aquí empiezan las dificultades. ¿Cómo conseguimos expresar con exactitud aquello que pensamos?¿Cómo saber con certeza, que el otro que nos escucha, entienda aquello que nosotros queremos transmitirle?. Mediante el lenguaje, la construcción del concepto universal en la abstracción, la definición y la sintaxis.
Comencemos con la abstracción. "Lo igual se dice de lo distinto. Siempre  y necesariamente. Platón puso en esa sencilla fórmula el nacimiento de la filosofía, que no es más que una reflexión sobre las paradojas del lenguaje. De no ser distintas, dos cosas no podrían ser llamadas iguales. Sencillamente porque no serían dos cosas; solo una. Y para cada cosa concreta se necesitaría una palabra concreta. Lo que es lo mismo: nada podríamos decir de nada" (Gabriel Albiac, El Debate). Aquí de lo que se pretende es hablar sobre la fuerza de la abstracción que generaliza universalmente, frente a la riqueza de lo concreto que individualiza. "La que nos da el placer de llamar a cada cual por su diferencia" -dice Albiac- Por eso los griegos no hablaban de individuos sino de palabras o de ideas, para ser más precisos. Es así como realmente cumple su función la abstracción, sin ella no podríamos predicar nada de nada. Hablar de "la mesa" como idea sintetizada de una pluralidad de objetos-mesa, aunque sean parecidos son distintos, es fantástico y beneficioso porque nos permite entendernos sin tener que poner una palabra para cada mesa en concreto. La definición como núcleo de inteligibilidad universal a través del concepto o idea en la palabra, acotando y entendiendo aquello que llamamos significado de una palabra, es el segundo elemento fundamental para no caer en el relativismo y entender una verdad común. No somos nosotros quienes hacemos el lenguaje a nuestro antojo o libre albedrío, sino que es el lenguaje quien se impone y la sintaxis lo codifica con necesarias reglas férreas. Este sería el tercer elemento necesario para utilizar un lenguaje en el que todos podamos entendernos. La verdad es fruto del consenso y del diálogo como pacto entre las partes, pero siempre respetando las reglas. Nadie está por encima de eso.
Defendamos lo que pensamos. Obvio. Pero conozcamos mecanismos y estructuras que articulan y hacen posible el lenguaje y la palabra, por el bien de la comunicación. Un buen comienzo para desbrozar aquello que nos impide comunicarnos y defender aquello que pensamos con mejor eficacia.




sábado, 21 de enero de 2023

"Sapere aude", Atrévete a pensar por ti mismo





No hay peor mal que la ignorancia ni más bien que la sabiduría, decía Sócrates el maestro de Platón, hace unos cuantos miles de años. Hoy algunos no piensan así. Cuanto más ignorante sea mi vecino más lo puedo dominar.; cuanto más ignorante sea el pueblo más lo puedo conformar según mis criterios ideológicos. Vivir en la ignorancia o confundir  la realidad con la apariencia es una actitud propia de hombres primitivos carentes de formación y fáciles de dominar. Así quieren que seamos: hombres serviles a expensas de la superstición, el azar, o de su manipulación ideológica. Cuanto más conocimiento tengamos sobre una opción u otra, más libre y más racional será nuestra elección y más humana y libre serán sus consecuencias. Así lo muestra la historia de la filosofía desde Grecia a nuestros días. El conocimiento nos hace libres porque nuestras acciones están cargada de razones. Ya lo intuía Platón: el hombre es libre cuando sale de la caverna y ve la realidad tal como es, sin sombras y no se deja llevar por las apariencias, la mentira, el engaño. De ahí la "paideia" o educación. Educar es salir de la caverna, de las sombras, para mirar hacia la luz la auténtica realidad.
Pues no. Para la izquierda "progresista" es todo lo contrario. Conviene mantener a la mujer embarazada en la ignorancia más profunda para que su elección sobre abortar o no abortar sea según conviene a su ideología imperante de izquierdas. Oír o ver los movimientos del feto es una manipulación burda que quita libertad a la futura madre o mujer gestante y coarta su libertad del derecho a decidir sobre la decisión de abortar. ¡Valiente estupidez! Ahora resulta que tomar una decisión de este calibre ético, en donde prima la información, el conocimiento y conlleva sensatez, precaución, y libertad, es un atentado contra la libre decisión de la mujer. ¿Qué hay de mal en ello? ¿Cómo es posible que el Estado de derecho cuya función esencial es  garantizar los derechos fundamentales de las personas elimine el primer derecho, el de la vida, sin el cual los demás derechos carecen de fundamento? Otra cosa es obligar alguien, ya sea mujer o facultativo, a tomar una decisión que no dependa de su libre albedrío. "Sapere aude" "Atrévete a servirte de tu propia razón", decía Inmanuel Kant, un ilustrado alemán del siglo XVIII, cuando nos recomendaba salir de la minoría de edad a través del conocimiento.







domingo, 11 de septiembre de 2022

"Todo fluye, nada permanece"


                                                              "Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río"

                                                                                                               Heráclito


En esta serena mañana de septiembre, cuando el verano se debilita anunciando los días de otoño, pese a sus altibajos, una cierta nostalgia embarga mi alma cuando reflexiono sobre el paso del tiempo. Tal vez sea mi edad, tal vez sea el cambio de las estaciones o que los días se acortan por la llegada próxima del otoño, el caso es que cada año que pasa, vuelven a mi espíritu las mismas reflexiones sobre la brevedad del tiempo. "Todo fluye" decía un filósofo presocrático griego llamado Heráclito "el Oscuro" porque sus contemporáneos apenas entendían sus sentencias. Todo cambia y nada permanece, todo es un fluir en el tiempo, como hace el río en el que nunca podemos bañarnos dos veces en sus mismas aguas porque siempre serán otras las que discurran. La vida es un continuo devenir y lo único que permanece -mientras vivimos- es el recuerdo nostálgico de un pasado que se agranda en nuestra memoria frente a un futuro que se encoge. Todo lo demás es efímero o pasajero, pues todo tiene el estigma de la durabilidad y por ende de la finitud. En esto consiste la vida en un caminar hacia la muerte. ¿Habrá mayor contradicción que nacer para morir? Decía Antonio Machado que nos iremos "ligeros de equipaje", tan desnudos como cuando nacimos, por un sendero que transitamos en soledad. Así pues, morimos cada día a la par que vivimos, porque vivir es morir. Nadie se queda aquí. Se fueron nuestros antepasados y también nos iremos nosotros: Tú y yo. Todos, porque nadie es eterno. También se irán los poderosos, desde el rey hasta el súbdito más humilde, desde el rico más opulento al mendigo más pobre, etc. Todos, porque la muerte nos iguala a todos y no tiene preferencias. Así lo expresa Jorge Manrique en las Coplas por la muerte de su padre: "...Y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos". Aquí dejaremos nuestra casa, que con tanta ilusión construimos, para que otros la habiten. Nuestros libros quedarán aquí para ser leídos por otros, olvidados o llenos de polvo en nuestra estantería. Nuestra viña seguirá dando su fruto para que otros beban su vino... a la tarde seguirá la noche, y el sol seguirá saliendo todos los días. Todo seguirá su curso sin nosotros. El río de la vida seguirá su camino hacia la mar, atormentando nuestra existencia en la medida que nos vamos haciendo mayores, entre el azar y la incertidumbre, cada vez más perplejos de no tener respuestas ante las grandes preguntas. La fragilidad de nuestro cuerpo, los achaques, la enfermedad, son los precursores que anuncian nuestra debilidad y nuestro triste final; lo que la modernidad llama "tercera edad" usando un eufemismo para obviar la palabra "viejo", a todos aquellos que hemos pasado los 70. Eso sí, cuando nos vayamos, existiremos en el recuerdo de quienes nos quisieron y quisimos, mientras estos permanezcan vivos. ¿Solo eso? No necesariamente, si le damos a la vida un sentido trascendente y la colmamos de buenas obras en favor de nuestros semejantes. Para ello los cristianos tenemos la Fe, que nos sirve de bálsamo y consuelo en los grandes insomnios de nuestra existencia. Pero no solo "la certeza" que nos da la Fe en la resurrección de Jesús de Nazaret alimenta nuestra esperanza, sino la firme convicción de que también nosotros resucitaremos como Él. 



miércoles, 22 de junio de 2022

La Mimesis

 

Algunas reflexiones sobre la memoria desde una perspectiva filosófica y antropológica.  En un artículo de Pedro Cuartango en el periódico ABC de Madrid, se afirma que no somos más que los meros recuerdos que enlazamos en el fugaz presente, con un pasado que se aleja a una vertiginosa velocidad. El mismo Platón fundamentó su epistemología en la memoria (mimesis); afirmaba que saber es recordar lo que nuestra alma contempló en el mundo de las ideas. Y sobre la Historia de la filosofía  se dice que ésta no es más que "notas al pie de página" del pensamiento de Platón. El mismo Aristóteles considera a la memoria como una facultad de nuestros sentidos internos, (que junto a la imaginación, estimativa, y sentido común) organiza la materia  de nuestras percepciones empíricas, las cuales servirán como materia del conocimiento en un complicado proceso de abstracción a través del entendimiento agente para universalizar el conocimiento. Ya Humeun filósofo inglés del siglo XVIII, decía que el yo es un "Haz de sensaciones unidas por un no sé qué que queda balbuciendo..." (la definición se las trae); negaba el "yo" como entidad metafísica -(porque antes negó la sustancia, la causalidad y hasta la existencia)- por ser ideas ficticias al carecer de su correspondiente impresión. De este modo el "yo" quedaba en una posición carente de realidad unido solo por el hábito o costumbre de las intuiciones sensibles, por ese afán del empirismo por sobrevalorar lo inmediato. Sin la existencia del yo ¿Dónde situar la memoria como facultad de la identidad subjetiva?. El psicologismo de Hume, llevado hasta sus últimas consecuencias, se ha cargado la sustancia (yo), la causalidad, la existencia. Ha negado a la metafísica y ha abocado a la filosofía a un fenomenismo escéptico, a una "realidad" que descansa en la vivencia de un yo psicológico (que no ontológico). 
La argamasa que une nuestra conciencia es la memoria. Sin memoria no seriamos nosotros, sino otros. Somos lo que recordamos, y recordamos, lo que hemos conocido, sentido y vivido en el pasado. Nos construimos a partir de la memoria de lo que hemos hecho, vivido, sentido y experimentado, y lo hacemos en el presente, ya que el futuro es pura entelequia de lo que aún no es. Aunque según HBergson hay recuerdos que son más difíciles de olvidar que recordar. Momentos puntuales de nuestra vida de vivencias sentidas de alegría o dolor son difíciles de olvidar, y cuanto más lo intentamos, menos lo conseguimos.
Pero la memoria no es una facultad estrictamente subjetiva o individual, también existe la  memoria colectiva de los pueblos o naciones, que les permite rememorar su pasado histórico para aprender del pasado y reinterpretar el presente evitando caer en los mismos errores del pasado. Las fiestas nacionales y las gestas o acontecimientos importantes, se erigen como recuerdos históricos, que desde una perspectiva sociológica, reafirman la unión y comunión de la nación como pueblo. Los lugares, nombres  o monumentos de nuestras ciudades, no son sino el memorial de un acontecimiento histórico, o de un personaje concreto relevante. Todo ello es posible gracias a esta magnífica facultad, la memoria, que nos permite desde el pasado, construir lo que somos en el presente, y lo que queremos ser en el futuro.



viernes, 5 de noviembre de 2021

Problemática del hecho religioso como "saber"




Es evidente que el saber del hecho religioso manifiesta una peculiaridad especial, si es comparado con otros saberes como el filosófico y científico. Entre otras razones cuando nos preguntamos cuál es la fuente u origen de sus contenidos. Si establecemos como origen la pretensión religiosa de una experiencia revelada por un ser absoluto o trascendente, -y no creación propia del hombre víctima de sus propios miedos-, entonces nos encontraremos con problemas epistemológicos y ontológicos de comunicación, verdad y validez, de difícil solución. En el caso del cristianismo, la implicación de la razón en la religión fue más fuerte que en otros contextos culturales, porque los cristianos se presentaron en la sociedad romana como representantes de la verdadera filosofía ante una cultura marcada por el logos de la cultura griega. Es bien conocida además la importancia de la cosmología y de la ética para las cosmovisiones religiosas, tanto como para la misma filosofía. De ahí, la necesidad de la teología y la filosofía de la religión, que clarifican los presupuestos filosóficos de los mismos pronunciamientos religiosos, así como también la crítica teológica de las distintas escuelas filosóficas, que ha servido de inspiración a la misma filosofía. Este es el núcleo de la ‘fides quaerens intellectum’ (la fe que pregunta al intelecto) anselmiana cuyos efectos duran hasta hoy.
        El lenguaje religioso no puede apelar, como la ciencia, a un saber verificable, sino que se basa en un lenguaje simbólico, expresivo y comunicativo, que, en última instancia, remite al testimonio (narración y expresión) y a la experiencia personal, que pretende hablar con y en nombre de Dios o los dioses. Por eso, el lenguaje religioso tiene pretensiones de sentido y significación, vincula la ética al presunto sentido del hombre en la historia y el mundo e interpreta los acontecimientos en función de esa relación con lo divino. Los diversos tipos de religiones dependen precisamente de cómo se concibe la relación con la divinidad en el contexto de las diferentes tradiciones culturales, es decir, de cómo se articulan la inmanencia y la trascendencia divina en relación con el hombre y el mundo. Dios, mundo, y hombre, son el objeto de la reflexión filosófica y de las creencias religiosas en Occidente, mezclándose e interaccionando ambos ámbitos de saberes y creencias, como ocurre también entre la filosofía y la ciencia.
      Los primeros elementos de la conciencia religiosa son los símbolos, las imágenes y las narraciones míticas. Las religiones utilizan imágenes antropomórficas, naturales y totémicas con las que expresan sus creencias animistas, espirituales y ultra-terrenales. Las tumbas y los enterramientos son escenarios cualificados para captar la dimensión religiosa del hombre, muy unida a la estética. Hay temor, asombro, esperanza y ansias de pervivencia que se canalizan en lo religioso. Si el temor hace a los Dioses (Cicerón), también éstos hacen a los hombres temerosos, vinculando religión y magia, rituales simbólicos y técnicas primitivas de comunicación e intercambio. La proyección de la subjetividad en la religión tiene como contrapartida el troquelado de la conciencia en función de las creencias, símbolos e imágenes de la religión. No se trata sólo de que la religión sea la cristalización de la conciencia social, en la línea de Durkheim, sino que la misma conciencia personal vive de significados y símbolos que aporta la religión, junto a otros saberes. Las metáforas, los conceptos, los símbolos y las imágenes son los instrumentos de la comunicación humana en general y la religiosa en particular. La mente humana se va haciendo cada vez más compleja y la conducta más diversificada, a partir de una cultura naturalista. En ella se une el saber instrumental técnico científico, el comunicativo cultural, la reflexión crítica y abstracta de la filosofía, la expresividad estética y el deseo y la creencia religiosa. 




lunes, 25 de octubre de 2021

¿Es la Religión un saber?

 


Tal vez el título que se ajuste más al contenido de este artículo sea más bien: ¿Es el fenómeno religioso un saber?. La respuesta es sí, con sus peculiaridades. Intentaremos justificar esta afirmación a continuación. 
Tres son los ámbitos del saber del ser humano: la filosofía, la ciencia y la religión. Los dos primeros surgen como fruto del esfuerzo, la admiración y el tesón del hombre al preguntarse por dar solución a los problemas más importantes de inteligibilidad, adaptación, supervivencia  e inmanencia del hombre con su entorno natural; el tercero, la religión, también es un saber, si por saber entendemos un ámbito de conocimiento con un contenido racional, (eso sí, un saber peculiar y significante que trata de responder a preguntas en relación a  la vida humana, respecto a lo absoluto, lo trascendente, la ultimidad... Preguntas que enfrentan al hombre en relación con los problemas más profundos del sentido de su existencia, ofreciendo una visión global de éste. 
     Veamos lo que nos dice J.A.Estrada: "La naturaleza no es sólo la realidad referencial con la que se relaciona el hombre desde un saber utilitario e inmanente, marcado por la curiosidad y la evaluación, sino que aparece también como una realidad prepotente y absoluta que suscita admiración y temor, fascinación y reserva. La religión pretende ofrecer una interpretación global del hombre, como la filosofía, pero sin dejarse limitar por la racionalidad y la inmanencia. De ahí que se postule una comprensión original de la realidad misma, definiéndola como creación en las religiones bíblicas, y se busque una referencia trascendente y divina para explicarla. La infundamentación del mundo y del hombre, su contingencia, lleva a buscar una referencia última, absoluta, desde la que explicarla y relacionarla con el hombre". J.A. Estrada, Ciencia y Religión, Ciudad de México, 2003. 
    Podemos definir la religión desde un punto de vista etimológico o desde un punto de vista conceptual. Etimológicamente la palabra religión proviene del latín "religare" (religar, volver a ligar, sujetar) y significa la relación del ser contingente, el hombre, con un ser trascendente Dios, como realidad divina que se manifiesta mediante la hierofanía revestida de poder, temor, y fascinación; (Mircea Eliade en Historia de las religiones). Desde la fenomenología del hecho religioso, conceptualmente, podemos definir la religión como "una experiencia simbólica de sentido". Esta relación o hierofanía, se establece con un ser que está más allá de nuestra experiencia empírica, un ser trascendente, entendiendo como tal, una realidad que no es observable, captable, ni verificable por nuestros sentidos, al estar fuera del espacio y el tiempo. 
     Los fenomenólogos de la religión subrayan que la jerarquización fundamental de la vida humana está constituida por la bipolaridad sagrado/profano, siendo lo sagrado lo no manipulable, lo intocable, en una palabra, lo absoluto. El hombre se relaciona con el ámbito de lo sagrado o de lo santo, en el que se dan las primeras experiencias religiosas como hierofanías, que hacen de la naturaleza o el hombre, representaciones e instrumentos de la divinidad. Esta relación con lo sagrado, se manifiesta a través de los ritos como hechos simbólicos entre estos dos mundos, tanto en el plano social como en el individual. Aquello que ya Rudolf Otto en su libro "La idea de lo sagrado", definió como numinoso, o sea, lo fascinante, misterioso, y tremendo. Y frente a ello, lo profano, comprendiendo como tal lo contingente, finito, temporal, terrenal, inconsistente, mudable, etc. La religion intentan establecer una correspondencia entre estos dos órdenes de la realidad, -lo sagrado y lo profano-, orientando al ser humano en lo racional, psicológico y afectivo. Para ello ha de superar el abismo entre lo contingente y lo trascendente, salir de lo finito y contingente y abrirse a lo infinito, absoluto y eterno, mediante la apertura -desde un nivel experiencial- a creencias, doctrinas, credos y representaciones, vinculadas a ritos, vivencias y experiencias de lo sagrado. Eso sí, marca y delimita la frontera entre estos dos planos, contrapuestos, pero comunicables entre sí, estableciendo sus limites en el espacio y el tiempo
    En este sentido, según J.A. Estrada, "la religión implica siempre extrapolación, un ir más allá de los límites (de la razón, del mundo, de la historia) que no puede justificar la racionalidad filosófica, y menos la ciencia. No se asume simplemente la finitud y la contingencia como dimensiones fácticas de la vida humana, sino que se busca darle un fundamento y significado, más allá de la realidad material, de lo limitado y finito, de lo mortal y perecedero. La pregunta por el significado de la vida humana de la religión, no sólo desborda los límites del cosmos y de la vida terrena, sino que es motivada y canalizada más allá de la razón. La religión es hija del deseo, de la carencia y de la esperanza, y no sólo una construcción de la razón. No es necesariamente anti-racional, pero tampoco permanece dentro de los límites de la razón, aunque ofrece a ésta tópicos y problemas a discutir." (J.A. Estrada; o.c.)



jueves, 21 de octubre de 2021

La Aventura del saber



El Saber como punto de partida

    El hombre es el ser que se pregunta. Desde la naturaleza es el único que tiene la capacidad de asombrarse. Se asombra ante ese mundo que se presenta ante él y a la vez pertenece a él. Aristóteles lo llamó  Thaumathein (asombro) y es desde aquí donde se inicia el saber como actividad específica de su racionalidad. Xavier Zubiri lo llamó "animal de realidades" y es aquí donde surge la capacidad de preguntarse y donde nace la filosofía en la antigua Grecia. Fue allí donde se gestó el comienzo de esto que llamamos filosofía, como expresión cultural pluriforme y como respuesta ante las múltiples preguntas. Las condiciones de estabilidad y seguridad proporcionadas por aquella sociedad, permitieron el clima apropiado para el inicio de esta aventura del saber, donde las preguntas tienen más importancia que las respuestas. Es cierto, que la pluralidad de respuestas, a veces contrapuestas, de autores y escuelas, desconciertan a los estudiosos, aunque esto es más una impresión que una realidad: Un hilo conductor de racionalidad subyace en cada una de las respuesta, aunque los primeros saberes filosóficos aparecen como intentos titubeantes de avance y retroceso de esto que llamamos filosofía. En este contexto, surgen la filosofía y la ciencia; también la religión, como después veremos, al combinar la seguridad y estabilidad que da la propia sociedad y tradición en que se vive, con la capacidad de preguntarse, de buscar y de crear, que proporciona la racionalidad filosófica. 
       De este modo, del asombro y admiración ante el mundo, surge la curiosidad y el ansia de conocer de qué está constituida la realidad, cómo funciona el mundo y cuáles son sus leyes y estructuras. Hay que comprender y controlar el mundo. Interesa el cómo de la realidad, hacer inteligible la naturaleza, que se convierte en el gran libro abierto a la racionalidad humana. Se intenta penetrar en los grandes enigmas del mundo, que se convierten en retos científicos, y se articula la significación y referencia del lenguaje científico desde el principio de verificación en sus diversas modalidades. El lenguaje de la ciencia tiene pretensiones realistas, objetivas y positivas, a partir de un talante pragmático y utilitarista.
       Igualmente, hay que constatar la conflictiva relación del hombre con la naturaleza, de la que forma parte y a la que, al mismo tiempo, trasciende desde su racionalidad y su libertad, la cual, no sólo está determinada por la voluntad de poder, -siendo este uno de los ejes fundamentales de la actividad científico-técnica y de su afán por domesticar y controlar el mundo-, sino también por la curiosidad y su ansia de poder acerca de la naturaleza. Surgen las primeras hipótesis, teorías y ensayos para comprender el mundo y apoderarse instrumentalmente de él, y con ellos, formas primitivas de cooperación social y de división del trabajo. El intento de descifrar los misterios del cosmos combina el afán teórico de la ciencia y la búsqueda filosófica del conocimiento; ya que pronto se toma a la naturaleza como base normativa del comportamiento humano, anticipando las teorías de derecho natural y la inspiración iusnaturalista. 
       El saber filosófico no sólo se preocupa por cómo es el mundo, sino que se plantea qué es, cuál es su significado y cuáles son las relaciones entre mundo y hombre. Ciencia y filosofía, que en la tradición occidental nacieron juntas como “episteme” global, una vez diferenciadas se complementan e interaccionan entre sí, pasando de conocer el cómo de la realidad a preguntarse por su esencia, su significado y su valor, así como a establecer la relación entre sujeto y mundo.
       El afán de saber pertenece a la condición humana, es el privilegio o la responsabilidad que nos ha tocado llevar, es el contrapunto a la limitación de su aparato instintual, y fue determinante en la cultura griega clásica, así como en la posterior civilización occidental, por la importancia que da al conocimiento como valor en sí mismo. Anteriormente, el pensamiento mítico era el cauce indiferenciado del conocimiento, en el contexto de las culturas neolíticas. Se impuso la tradición oral y escrita, posibilitadas por los asentamientos estables generados por la agricultura, que, juntamente con la industria, es una de las dos revoluciones decisivas de la especie humana. Después, abriéndose paso la desmitificación, se inició la tradición presocrática del filósofo que busca la sabiduría como un bien en sí mismo, combinando los saberes cosmológicos, preponderantes en la tradición jónica, con el saber "metafísico" que pregunta por lo que son las cosas, por su significado, valor y origen, como ocurre, en la tradición eleática.
    La realidad (cósmica, natural, mundanal) aparece simultáneamente como caótica y maravillosamente ordenada, como cosmos regulado y como anarquía amenazante. El mito es la gran creación cultural, en la que se combinan los distintos saberes y se buscan respuestas al por qué y para qué del mundo y del hombre. Las antropogonías y cosmogonías intentan responder a la pregunta por los orígenes, y, a su vez, determinan ya, en buena parte, las antropologías y cosmologías, que buscan clarificar el significado del hombre y del cosmos.
Inicialmente no surge tanto la pregunta filosófica acerca de “¿Por qué hay algo y no hay nada?”, cuanto la previa acerca del sentido (orden) y significación (valor) del universo, del que forma parte el hombre y la naturaleza.  Las preguntas más que las mismas respuestas son el motor de la actividad racional teórica y práctica y constituyen el núcleo no sólo de la filosofía sino del pensamiento en general. Se problematiza la realidad, primero la del mundo y las cosas, luego a la misma conciencia humana y sus pretensiones racionales. Posteriormente surgen los problemas científicos y los enigmas filosóficos, siendo esta capacidad de cuestionar uno de los elementos diferenciadores de la reflexión humana respecto a la inmediatez del mundo animal.




lunes, 23 de agosto de 2021

Racionalidad, Motivación y Voluntad



El principio básico de la ética socrática es que "no hay sino un bien que el conocimiento y un mal que es la ignorancia.” Por lo tanto, considera Sócrates que el criterio del bien reside en la sabiduría, que el conocimiento basta por si sólo para determinar la conducta humana. Sócrates no concibe como se puede obrar mal conociendo el bien. No concibe la mala intención, la maldad de la naturaleza humana. Por eso, él, como el pensamiento griego en general, rechazan la idea de culpa y de pecado. Es la ignorancia la causa de todos los males y no sólo de los fracasos.
Pero esta concepción de la naturaleza humana, no puede ser defendida. 'El hombre, como demuestran los hechos, actúa en ocasiones mal y, si bien es cierto que a veces es por ignorancia, en otras, es por maldad. Sócrates como hizo ver Aristóteles, confunde la sabiduría práctica "sofrosine", con la sabiduría teórica "sophía". A mi juicio, no es justo pensar que el hombre no puede sustraerse ante la influencia del bien conocido, que todo proceder impecable arranca de un conocimiento perfecto. A veces, actuamos en desacuerdo con nuestra conciencia psicológica y con nuestra conciencia moral.
De otro modo, no seriamos libres. Y a veces, vemos personas ignorantes con un gran corazón: un corazón "con razones" que la razón no conoce, según decía Pascal. Así que la ignorancia teórica es perfectamente compatible con la sabiduría práctica, con la abnegación y el sacrificio, con el sentido claro y preciso del bien y del mal, con el coraje del hombre comprometido con la virtud. No hace falta ser inteligente y docto para ser honesto. Ni se es honesto por ser docto e inteligente; tampoco por el mero hecho de ser ignorante. Lo único que se quiere decir es que las categorías éticas (bien-mal) son autónomas e independientes de las categorías científicas (verdad­-error). La inteligencia es una buena condición para practicar las virtudes y, cuando no está ofuscada, se siente atraída por la belleza de la bondad y de la justicia. Pero, por sí sola, no basta para hacer el bien.
Pero Sócrates consideró que la virtud era un hábito racional y confundió la virtud con la ciencia, los hábitos racionales con los hábitos morales. Por eso replicaba Aristóteles no sin razón que el valor, no consistía en conocer los peligros sino en saber afrontarlos; un tipo de sabiduría distinto e irreductible al primero. 
El intelectualismo socrático ofrece una perspectiva del mundo de la virtud adosada al marco de la razón. A ésta perspectiva se le puede llamar RACIONALISMO ÉTICO. Sócrates, para atajar las aberrantes conclusiones de los sofistas, abre las puertas del "logos" y el ímpetu arrollador de este torrente lógico entra en el ámbito de la moral invadiendo y desbordando los sagrados depósitos de la poesía homérica, las costumbres heredadas, los horizontes hasta entonces inquebrantables del recto proceder. El proceso de racionalización del depósito tradicional es sano por un lado como reactivo ante inmovilismos trasnochados; pero es también peligroso si no se sabe usar con tacto y equilibrio. El Maestro, de alma apolínea, sólo sacó del racionalismo ético la lección, también ética, de la renuncia; pero sus seguidores, cínicos y estoicos, abocarían a formas exageradas del racionalismo que acabarán paulatinamente con toda esa corriente cálida y sentimental de los valores tradicionales y de las "razones del corazón". El rigorismo de la razón ahogará definitivamente la corriente cálida de los sentimientos; entonces, los ideales éticos se tornarán lacios e inhumanos. Si en otro momento hemos dicho que el hombre no es solamente pasión,ahora hay que decir que no es tampoco razón solamente. Un racionalismo rígido acaba con el hombre porque acaba con sus venas, con su corazón, con la tarea ética y política. Sin fuerzas instintivas y pasionales queda sin trabajo el auriga de nuestra razón. Hay, indudablemente que romper en favor de la perfección y de la felicidad para los racionalistas éticos, quizás sea la afirmación de la esencia divina, pero es sin duda la aniquilación de la esencia humana. Por eso, el ideal del Sabio en las escuelas postsocráticas es la muerte, en vez de la perfección del hombre, porque cometieron el grave error de calificar las acciones humanas a la luz exclusiva de las directrices racionales. De este modo, se inició históricamente un proceso subestimatorio de la naturaleza humana como reacción ante un planteamiento puramente naturalista o hedonista igualmente insuficiente.
Diríamos, por lo tanto, que es necesario ser razonable, racionalizar nuestra vida y nuestras costumbres; pero con esto no basta para ser moralmente honesto, porque nuestras acciones pueden ser, a pesar de todo, moralmente neutras o inmorales. Para la valoración de la conducta tienen que entrar factores apetitivos y volitivos. No basta con conocer para determinar el signo de la acción; hay también que querer y decidir, teniendo en cuenta el apetito sensible y el apetito irracional. Así pues la inteligencia no basta para determinar el sentido de la acción; ésta es psicológicamente imposible sin las fuerzas que emana de las tendencias y sin el ejercicio de la voluntad. Y puede ocurrir muy bien, salvo que defendamos posiciones deterministas, que la voluntad decida hacer lo que no es razonable o que permanezca en un estado de deliberación permanente, incapaz de decidirse; o que actúe sin deliberación ni reflexión con un claro matiz de neutralidad moral. Y hasta se puede dar el caso de una inteligencia condicionada por unas tendencias fuertes o por una voluntad de hierro.
En resumen, la inteligencia es condición necesaria para la moralidad, porque aporta elementos decisivos en el proceso deliberativo y de reflexión y análisis. Pero no es condición suficiente, pues se requiere el apetito o las tendencias como una anticipación del bien apetecible a nivel biológico y la voluntad como presentación anticipada del bien apetecible a nivel racional. Y en esa confluencia, en esa dialéctica y en ese conflicto se dan la decisión y la responsabilidad moral. Por todo ello, básicamente de acuerdo con el planteamiento socrático en el que de la razón sólo se saca la lección ética de la renuncia a los excesos de las tendencias, no podemos estar de acuerdo con planteamientos extremos ni naturalistas, hedonistas, o racionalistas. El hombre, a mi juicio, es una realidad en equilibrio inestable de fuerzas anímicas. La tarea ética de cada cual es garantizar la estabilidad y proporción de ese equilibrio que corre constantemente el riesgo de romperse. La salud psicológica y la bondad ética u honestidad, son justamente lo que anda en juego. Nadie puede desentenderse porque ésto compromete a todos. Está en nuestras manos nuestro propio destino y en parte, también algo del destino de los demás, en la medida de nuestras posibilidades de interacción en la dinámica moral y social de las gentes con las que convivimos. Esto es grandioso y noble; pero podemos errar en los errores en ésta tarea se pagan caros si no se corrigen a tiempo. En unos casos con la neurosis y en otros por la perversión moral.
Para terminar, dejar claro que Sócrates pretendió alcanzar la felicidad. Creo que todos los humanismos pretendieron siempre lo mismo, aunque no se pusieran de acuerdo en lo que había que entender por ella. Lo que está claro es que Sócrates se resistió a colocarla del lado del naturalismo o del hedonismo para intentar buscarla en la razón. Quizás se extralimitó al considerar la importancia de ésta; pero él, que era un hombre virtuoso y equilibrado, jamás pensó en mecanizar la conducta desde los principios de la lógica, estableciendo ideales éticos inhumanos; sin embargo, es justo reconocer que sentó las bases para que otros menos apolíneos y equilibrados que él lo hicieran sin escrúpulos.

Veamos ahora que nos dice la Psicología. La psicología moderna y, los docentes en particular, tienen un problema que aún está por resolver: Todos queremos estar motivados o que nos motiven, todos queremos que nuestros alumnos se motiven con nuestra materia, que participen y se entusiasmen con nuestras clases, pero ¿Cómo conseguirlo? Motivación viene de "motus" = movimiento, impulso, tendencia..., ponerse en movimiento para conseguir una determinada acción, o sea, tener ganas para hacer algo, así de simple. Consideramos que quien está motivado, tiene una ventaja sobre quien no lo está, y creemos que ese convencimiento le proporciona una fuerza interior que elimina los obstáculos o los hace más asequibles, para conseguir un determinado fin. Hoy esta palabra la hemos desterrado de nuestro vocabulario y la hemos sustituido por motivación. ¿De dónde procede ese impulso? ¿Cómo lo llamamos? ¿Qué hay que hacer para conseguirlo? ¿Cómo podemos motivar a nuestros alumnos para que tengan "ganas" de hacer algo y crearles esa necesidad?

Antes le llamábamos voluntad, facultad de querer hacer algo, razonado y alumbrado por el entendimiento; una fuerza que nace del interior de la persona y de su propio convencimiento. Hoy la moderna psicología, por el afán de estudiar empíricamente la conducta y vaciar de contenido metafísico al "yo", acentúa la importancia de la satisfacción de las tendencias mediante la fuerza de atracción del objeto externo, de tal modo, que la conducta depende más de "motivaciones externas" ligadas a la recompensa material obtenidas, que a causas internas dependiendo de una escala de valores altruistas, (como veis las palabras no son ajenas a los contenidos). ¿Qué sucede cuando he de hacer algo y no estoy motivado? Pues no lo hago. Si a corto plazo no atisbo ni veo una recompensa que me estimule, abandono. ¿Dónde está el sentido del deber? Motivar a nuestros alumnos con las notas y el aplauso social, es bueno y necesario porque eleva su autoestima, pero no es suficiente, porque, a veces, hay que hacer cosas que no nos gustan. El deber consolida la fuerza de nuestros proyectos a largo plazo, y es un elemento seguro para mantenernos fieles a nuestros principios y conseguir nuestros proyectos. Ortega escribió: “Es triste tener que hacer por deber lo que podríamos hacer por entusiasmo”. Pero no hay otra solución. José Antonio Marina ha escrito, El misterio de la voluntad perdida (Anagrama), un libro que trata sobre estos temas con la agudeza, claridad y simplicidad que le caracteriza. Te recomiendo que lo leas.



jueves, 17 de junio de 2021

Kant, en Lecciones Preliminares de Filosofía




En un artículo maravilloso de mi querido y entrañable amigo Pablo Alcázar, se expone con especial maestría, la importancia de haber tenido como docente en bachillerato a un excelente profesor de filosofía. No le falta razón cuando glosa las excelencias de D. José Barrio, catedrático de filosofía de quien aprendió valores y principios en sus clases de filosofía en un instituto de Jaén. 
Yo no tuve la suerte de tener un profesor que marcara una impronta  o un ideal en mi vida. Tampoco sería honesto por mi parte evocar la figura de algunos de ellos olvidando al resto. Tuve varios profesores a lo largo de mi formación, que prendieron la llama de la vocación por el amor al estudio de la filosofía y su enseñanza, a quienes debo tanto: mi mayor gratitud a todos ellos.
Pero hoy quiero hablaros de un libro y su autor, que conocí y que impactó en mi formación filosófica y del que aprendí "el esfuerzo sistemático por  develar el eterno enigma que hostiga sin cesar la insaciable curiosidad del hombre que constituye la filosofía. Ella no se refiere a cuestiones ajenas a la vida y ante cuya solución, en uno u otro sentido, el hombre pueda permanecer indiferente. Es la vida misma, con sus angustias y sus esperanzas, que aparece comprometida en la pregunta y arriesgada en la respuesta. Porque los problemas últimos y totales no se limitan a arañar la epidermis: arrastran a nuestro ser y lo penetran íntimamente. De su solución, claramente determinada o apenas entrevista, depende el curso ulterior de nuestra existencia, su felicidad o su desdicha" (Prólogo del citado libro). 
Se trata de Lecciones Preliminares de Filosofía de Manuel García Morente, editado en Editorial Losada, Buenos Aires en 1938; a propósito de un curso dado en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Tucumán. El libro trata sobre los problemas metafísicos y gnoseológicos, las cuestiones solidarias del ser y del conocer, en sus vicisitudes históricas,  ofreciendo una visión realista de la filosofía de Parménides, Platón y Aristóteles. Allí aprendí como nadie puede "bañarse dos veces en el mismo río", porque "todo fluye", según Heráclito; o como el movimiento es una aporía relacionado con los sentidos: Aquiles el más rápido corredor de Grecia nunca podrá alcanzar a la tortuga en una supuesta carrera... A distinguir la realidad de la apariencia a través de la idea platónica; a valorar la importancia de la verdad como principio ético frente al amiguismo servil, como hizo Aristóteles cuando contradijo a su maestro Platón: "Soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad". La prevalencia del "acto" frente a la "potencia", etc.
La claridad expositiva de García Morente, sin olvidar la profundidad que un curso de Departamento, puede ofrecer por su brevedad, me impactó. La exposición sobre el idealismo trascendental de Kant frente al racionalismo cartesiano o el empirismo inglés, es magistral. No he encontrado una exposición más completa que la que aquí se expone sobre la Crítica de la Razón Pura, el problema de los juicios sintéticos a priori o la deducción trascendental de las categorías.
Para terminar, contaros una anécdota sobre este libro. Cierto día andaba yo por los pasillos de la universidad con este libro bajo el brazo, cuando me crucé con mi profesor Don Mariano Álvarez Gómez, catedrático de metafísica de la Universidad de Salamanca, quien me dijo: Padilla, has elegido el mejor libro para entender a Kant. Lo que no sabía Don Mariano, era, las veces que este libro me sacaría de apuros a lo largo de mi vida profesional. Pero esto lo dejamos para otro día.



miércoles, 13 de noviembre de 2019

SPINOZA




"El fin último del gobierno no es  gobernar a través del miedo y la obediencia exacta, sino todo lo contrario, liberar al hombre del miedo de tal manera que pueda vivir en la mayor seguridad posible...(...)...El objetivo del gobierno no es convertir a los hombres en bestias o marionetas, sino permitirles desarrollar sus mentes y cuerpos en seguridad para usar sus mentes sin rectricciones...(...)... En efecto, el verdadero objetivo del gobierno es la libertad."

                                                           
                                        Baruc Spinoza, Tractatus Theologico Politicus, cap. 20





domingo, 31 de diciembre de 2017

El poder de la palabra





Si hubiera que elegir el mejor invento del hombre en su historia, elegiríamos: la palabra. Sí, la palabra, ese extraordinario instrumento de voz, significado, expresión o vocablo por los que damos nombre a las cosas, hablamos,  nos comunicamos, ponemos orden, imaginación y significado, a una realidad compleja (sin nombre las cosas serían un "totum revolutum" carentes de inteligibilidad y coherencia). Es el regalo más hermoso que los dioses nos han dado, o que nosotros nos hemos apropiado para ser tan poderosos como ellos. Ya en el Génesis, "dar nombre a las cosas" era un signo de poder absoluto exclusivo de Dios o Yahvéh. Hablamos hoy de Aporofobia, o rechazo al pobre. Mis alumnos saben muy bien el significado de esta palabra; en mis clases de filosofía utilizábamos a menudo el término "poro" agujero, salida etc., con la  "a" privativa, cuyo significado es algo problemático, sin salida, irresoluble, de difícil solución, de ahí aporía palabra griega que significa sin solución. Si a esto añadimos fobia, miedo a algo o alguien pues tenemos la palabra de miedo o rechazo al pobre, palabra acuñada por Adela Cortina, catedrática de filosofía.
Hoy, en la sociedad de los contrastes en la que vivimos, hay más miedo a la pobreza que al pobre. Al pobre nadie lo quiere, es cierto. Es una lata vacía que al ruido de unas monedas llama nuestra atención a la vez que mueve el corazón de algunos, mientras que a otros, molesta, huele mal, a sudor,  alcohol, orines..., por ese tufo propio de quien no se lava porque no tiene posibilidad ni medios para hacerlo: siempre molesta ver reflejada nuestra propia imagen en el otro. Pero el verdadero miedo está en caer en la pobreza, en sentirte sin hogar, sin cama ni abrigo, un lugar donde guarecerse de las inclemencias del tiempo y -a veces- de uno mismo (pobreza interior que aterra más que la material). La sociedad del bienestar trata de esconder y ocultar los problemas que no agradan o no interesan por no enfrentarse a ellos y resolverlos. También las palabras sufren esa transformación en manos de intelectuales, economistas, políticos o ideólogos que a través del lenguaje tratan de cambiar, modular, ocultar o doblegar la realidad social, de acuerdo a sus propios intereses. Aunque los propios engañados son ellos, puesto que la realidad es tozuda, y no cambia, por mucho que algunos la disfracen con nuevos neologismos.



jueves, 14 de diciembre de 2017

Introducir orden donde antes hubo contingencia






Cuando llega cierto período de la vida rico en experiencia y en años, es de sentido común hacer una recopilación a través de la memoria de los años pasados desde la infancia hasta la madurez. Es un mecanismo psicológico que normalmente funciona por esto de poner orden inteligibilidad en la vida de uno donde antes hubo contingencia, azar, incoherencias y decisiones unas veces acertadas y otras equivocadas. Se trata de introducir diseño donde antes hubo contingencia, buscando un final que de alguna manera dé inteligibilidad y sentido a nuestra vida personal y rescatarla de esa sucesión de hechos deshilvanados e incoherentes, a veces, sin un sentido coherente. Es la tendencia a reordenar todo lo ocurrido a lo largo de la vida o en uno de sus tramos desde la perspectiva del suceso más reciente. Es una tentación que parece incluso razonable, pues permite introducir un orden sobre el conjunto de lo vivido, aliviándonos de la desagradable sensación de que la totalidad de la propia existencia estuvo trufada de sucesos incoherentes, decisiones desgraciadas o la defensa de convencimientos poco menos que absurdos. Comprender el pasado eso que resume lo que hemos sido es una necesidad vital de todo ser humano para comprendernos a nosotros mismos. Se trata de un diálogo interno que cada uno hace consigo mismo para justificarse, comprenderse y en definitiva aceptarse. Pues de eso se trata. Es el guión de nuestra vida a la que tratamos de ponerle un final o al menos una meta que dé sentido al plan de nuestra propia vida comprometida con el tiempo y con la historia. Es la construcción de nuestro yo rescatado del fondo del olvido que el paso de los años o la memoria débil ha sepultado o desfigurado su estar y ser en el mundo. Esa mirada al pasado y la unión de hechos que en definitiva descansan en la memoria y a la que remitimos un asentamiento al que llamamos "yo", no es otra cosa que  el vínculo que une nuestra mismidad con todo aquello que llamamos yo psicológico o conciencia personal ético-moral, con aquellos hechos, decisiones o acciones tomadas en nuestra vida y que forma parte de lo que somos, para bien o para mal. El examen de nuestros pasado y la aceptación del mismo, tanto en lo positivo como en lo negativo, es muy importante para nuestra autoestima, nuestra salud mental y emocional, y tiene una importancia vital para el bienestar de nuestro yo y su  adaptación a eso que llamamos principio de realidad o al mundo real. Poner fines o metas en el presente, asumiendo el pasado, hará que nos sintamos bien con nosotros mismos. De la nota final de  de ese examen, depende nuestra aceptación de lo que somos y nuestra felicidad. No seamos demasiado exigentes con nosotros mismos.



jueves, 29 de diciembre de 2016

El tiempo, ese gran misterio que acuna nuestra existencia






Un año más se nos escapa entre las manos el tiempo, esa sombra misteriosa que nos acompaña queramos  o no en nuestra vida. ¿Qué es el tiempo? "Si nadie me lo pregunta, lo sé, pero si trato de explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé" -decía San Agustin-. El ser humano es una entidad que surge y está en el tiempo; su vida diaria está llena de nociones temporales como, "ahora", "antes", "después", "en este instante". El mundo que percibimos lo captamos "en el tiempo"; sin éste aliado fiel, acompañante en nuestro quehacer diario no seríamos nada, surgimos, nacemos, somos en el tiempo y acabaremos en él. Nada más equívoco que el tiempo. Para unos se hace demasiado largo, en el momento del sufrimiento y las penas; para otros, demasiado corto en las alegrías y felicidad. Los aburridos tienen todo el tiempo del mundo, mientras que a los estresados les falta. El tiempo es un amigo que te visita pero no se queda y nunca vuelve...Hay un tiempo psicológico, tiempo histórico,  tiempo físico, tiempo cosmológico. También un tiempo abordado por la filosofía; a éste último dedicaremos nuestro tiempo.
Ya la filosofía griega, propensa a la reflexión sobre los más variados asuntos, abordó la temática del tiempo. Los filósofos griegos indagaron más en el ser que en el devenir; la filosofía griega centró su reflexión más en el SER que en el ACONTECER, influida por dos grandes filósofos: Parménides y Platón. Pero la gran pregunta no es sobre el ser o el existir, ni siquiera la esencia del hombre, sino, ¿Qué es el tiempo? El Ser está vinculado al tiempo porque nadie "es" sino en el tiempo, luego parece ser que la condición o posibilidad del ser o existir está en el tiempo, luego el tiempo -por así decirlo- "no es", sino que está antes que el ser o el existir.
De todos los filósofos griegos es, sin duda, Aristóteles el que nos ha legado la doctrina más sólida sobre el tiempo. La visión aristotélica del tiempo está estrechamente vinculada al movimiento, ya que, en su opinión, el tiempo no es posible sin acontecimientos, sin seres en movimiento. De ahí que conciba el tiempo como el movimiento continuo de las cosas, susceptible de ser medido por el entendimiento. Conceptos como "antes" y "después", sin los cuales no habría ningún tiempo, se hallan incluidos en la sucesión temporal. Esta estrecha vinculación induce a Aristóteles a definir el tiempo en su Física en los siguientes términos: " la medida del movimiento respecto a lo anterior y lo posterior". Esta definición nos revela que el tiempo no es el movimiento, pero lo implica de tal suerte que si no tuviéramos conciencia del cambio, no sabríamos que el tiempo transcurre. El tiempo aristotélico es exterior al movimiento, pero supone un mundo que dura sucesivamente y esta duración sucesiva nos permite establecer relaciones de medida entre sus partes según un "antes" y un "después", Así surgirá el tiempo métrico, cuya estimación estará regulada por el movimiento de los astros, como el de rotación o el de translación, o por el movimiento rítmico de aparatos de desarrollo preciso, como los relojes.

Kant, filosofo ilustrado alemán, pensaba que el tiempo es una intuición pura. Algo así como un supuesto de nuestra sensibilidad interna y externa sin el cual la experiencia no podría darse. Toda experiencia está y se da en el tiempo. La posibilidad que hace que un acontecer suceda, dure, permanezca en el cambio, se la debemos al tiempo. Pero éste no se encuentra fuera de mi ni en las cosas exteriores a mi. El tiempo no es una idea obtenida por abstracción a partir de la observación de los acontecimientos, no es un concepto empírico, sino una estructura necesaria para cualquier observación. El tiempo es la posibilidad que hay en nosotros, en cuanto observadores, de percibir los acontecimientos. Tanto el tiempo como el espacio no son más que relaciones entre las cosas en cuanto que son percibidas. Cualquier experiencia tiene como condición el tiempo, de manera que éste es la condición general de todas las experiencias, superior incluso al espacio, no siempre necesario. Nuestra experiencia externa está sometida a las coordenadas espacio-temporales, mas la interna sólo lo está a la temporal. Según Kant, no podemos saber si "fuera" las cosas se suceden, pues cuando intentamos atisbarlas ya lo hacemos desde el tiempo, que es una cualidad de la conciencia del hombre. La sensibilidad humana lleva el tiempo como una manera de ser suya. El tiempo es una forma a priori de la sensibilidad que condiciona y hace posible toda experiencia.

La filosofía contemporánea estudia el tiempo a través del historicismo, vitalismo y existencialismo, intentando situar al hombre como un algo sujeto a la historia, la vida y la temporalidad, muy lejos del reducionismo idealista de la filosofía moderna. En este contexto, surge el hombre como un producto de la historia, como algo sin hacer, un sujeto biológico pero también biográfico, capaz de interrogarse sobre los grandes enigmas y problemas desde la temporalidad transcurrida entre el nacimiento y la muerte, que constituyen acontecimientos fundamentales. El tiempo existe sólo dentro de nosotros, como conciencia de los hechos que nos van pasando y como ordenación de la experiencia. Y esa conciencia está estrechamente vinculada a nuestros sentidos porque la percepción es previa al pensamiento o, mejor, se halla en relación dialéctica con él. Husserl hablaba de noema, el acto de pensar, y noesis, lo que es pensado. El tiempo es a la vez noema y noesis, forma parte intrínseca de la posibilidad de pensar y a la vez determina lo pensado porque no podemos concebir nada fuera del tiempo, dado que nuestro entendimiento opera dentro de un cuerpo situado aquí y ahora.
Heidegger, en su analítica existencial del Dasein, descubre al hombre como un ser incompleto e inacabado, que tiene que hacer y proyectar su propia vida, auto trascendiéndose y anticipándose a lo que va a ser, porque el futuro, entendido como posibilidad de existir, constituye una dimensión de su ser. Pero el futuro implica el pasado, puesto que nuestra posibilidad de ser se plantea desde lo ya sido. Por lo tanto, también el pasado constituye una dimensión del ser del hombre. Ahora bien, la comprensión de lo ya sido determina la comprensión de lo que actualmente somos. El presente, pues, aparece envuelto por la relación entre futuro y pasado. Estas tres dimensiones –pasado, presente y futuro- constituyen la unidad del ser humano y reciben el nombre de temporalidad. El hombre es esencialmente un ser temporal y esta temporalidad es, en realidad, el tiempo originario, a diferencia del tiempo cósmico. La temporalidad es la estructura concreta del Dasein y su sentido último, porque el hombre no se limita a estar en el tiempo, sino que éste constituye su propia esencia. El tiempo es la textura más profunda de la existencia humana, que se patentiza como preocupación, y la preocupación cobra sentido en el tiempo, en el futuro, pasado y presente. El hombre se vivencia como ser arrojado, como “ser para la muerte” (Heidegger), no sólo predeterminado biológicamente, sino con conciencia de que va a morirse y la angustia surge ante la propia conciencia de infundamentación, es decir, de contingencia y finitud. De ahí surge el "terror a la historia", es decir, la conciencia de la fluidez del tiempo y la rapidez con la que pasa la vida, que relativiza los proyectos, aspiraciones y creaciones humanas. Desde el mito a las "filosofías de la historia", el ser humano intenta con metahistorias dar un sentido al devenir y poner orden en su transcurrir. El mito ofrece significación, consuelo y orientación, elimina lo insoportable y espantoso de una realidad infundamentada. El "carpe diem" de la tradición clásica subraya la conciencia refleja del hombre como ser para la muerte. 
Ahora que se acaba el año y empieza uno nuevo, me parece oportuno meditar en eso que llamamos "tiempo", el tesoro más apreciado y querido que tenemos en ese viaje por la existencia que llamamos "vida"; porque en realidad somos tiempo, algo que no valoramos en su justo precio hasta que no lo perdemos (tempus fugit) Algo grandioso y misterioso que acuna nuestra existencia.




viernes, 15 de abril de 2016

HUME: El emotivismo moral





La vida del ser humano se mueve entre la racionalidad y los sentimientos, emociones y vivencias que bullen en nuestro interior. Tendemos a creer que nuestra vida se rige por pautas racionales, pero es más una creencia que una realidad. Lo cierto es, que dependemos de factores que no podemos controlar: somos y estamos instalados en el azar. Somos más frágiles de lo que suponemos y nuestra existencia se mueve entre las leyes de la física y la biología -por un lado- y el mundo de la racionalidad volitiva, por otro. En realidad, somos un producto de fuerzas que no podemos controlar y cuyo origen es desconocido. Hemos construido un yo, una conciencia pensante en torno al cual gira el mundo y pretendemos que se pliegue a nuestras exigencias. La misma naturaleza en nuestro afán de dominio, la hemos creado a nuestra imagen y semejanza, haciendo una metáfora de ella en donde nos reflejamos como "yo"; a ella le hemos atribuido los mismos sentimientos que nosotros disfrutamos como seres vivos sentientes. Pero la naturaleza es ajena a a nuestros pesares, deseos, motivaciones y cuitas; a ella le importa un bledo nuestros mundo, ese mundo que hemos construido socialmente en torno a un yo, para posteriormente creernos todos sus postulados. Pero nada más falso y falaz que este yo. 
Humeun filósofo inglés del siglo XVIII, hace una crítica profunda a este "yo" desde el psicologismo, mostrándonos que no existe ese "yo" sino que aquello a lo que llamamos "yo", solo es un un haz de sensaciones, una construcción hecha con sentimientos, recuerdos, experiencias, tomadas del pasado, todas juntas unidas, por el hábito y la costumbre, atadas y referidas a algo que supuestamente llamamos "yo". Antes de llegar a este precioso análisis psicologista, Hume ha hecho lo mismo con el mismísimo principio de causalidad, -fundamento del conocimiento científico- relegándolo a un mero mecanismo contingente basado en la costumbre del pasado y desprovisto de es a "necesidad" tan importante para fundamentar el conocimiento. El "todo efecto proviene (necesariamente) de una causa" queda castrado sin el "necesariamente". El psicologismo  empirista de Hume nos aboca a un fenomenismo científico o lo que es peor a un escepticismo. 
Su atrevimiento no queda ahí. Si el límite de nuestro conocimiento son las impresiones  y a cada una de ellas le correspondiente una idea, ¿por qué afirmar la misma idea de SUSTANCIA si ésta no procede de ninguna impresión? La sustancia, elemento esencial ontológico de la metafísica tradicional, tampoco existe para nuestro autor. Hume ha conseguido eliminar de un plumazo el YO sustancial sujeto  epistemológico pero también óntico. ¿Qué es la sustancia, "un no sé qué queda balbuceando..." (la definición se las trae). Lanzado en su análisis psicológico, nada le detendrá para cuestionarse y negar la misma idea de EXISTENCIA, porque existe el brazo, la bombilla, la pantalla, el enchufe, etc pero ¿Dónde está la impresión de la existencia para construir la idea de existencia? No existe; por lo cual la idea de Existencia es falsa por no corresponderle una determinada impresión (a esto nos lleva el materialismo sensista) El psicologismo de HUME, llevado hasta sus últimas consecuencias, se ha cargado la idea de causalidad, sustancia y existencia. Ha abocado a la filosofía a un fenomenismo escéptico, a una "realidad" que descansa en la vivencia de un Yo psicológico (que no ontológico).
Si no existe el "YO" psicológico ¿Qué decir del yo ético-moral o conciencia? La respuesta es problemática por las consecuencias que se deducen para el conocimiento de nuestra conducta y sus consecuencias. Las consecuencias que se intuyen desde este planteamiento es que la conciencia moral es una construcción de nuestra sociedad que determina lo bueno y lo malo, lo justo e injusto, etc. El ámbito de nuestra libertad y nuestra autonomía queda tocado con este planteamiento psicologista de Hume. Las consecuencias son también evidentes: ¿Hasta qué punto somos responsables de nuestros actos si carecemos de una realidad subjetiva? ¿Dónde asentamos la libertad coma acto libre, querido, y responsable de nuestro yo, si no existe tal yo? La consecuencia trágica es que hay muy pocas cosas que podamos controlar y menos, de las que podamos hacernos responsables; si no podemos asentar las bases de nuestra libertad en la racionalidad de un "yo", habrá que hacerlo en el sentimiento; con ello entramos de lleno en lo que se ha dado en llamar el emotivismo moral de Hume. 
Es una falacia naturalista el paso del ser al deber ser; el estudio de la naturaleza humana no sirve para justificar tal paso. Entonces ¿Dónde podemos fundamentar los juicios morales? Hume considera que la razón, el conocimiento intelectual, no es ni puede ser el fundamento de los juicios morales. Su principal argumento lo expone del siguiente modo: la razón, el conocimiento intelectual, no puede determinar nuestro comportamiento ni tampoco puede impedirlo; ahora bien, los juicios morales  determinan e impiden nuestro comportamiento; luego los juicios morales no provienen de la razón. Es cierto, según su teoría del conocimiento. El conocimiento de las relaciones entre ideas, las mátemáticas, por ejemplo, es útil para la vida pero por sí mismo no impulsa a su aplicación: las matemáticas se aplican a las técnicas cuando se persigue un fin u objetivo que no procede de las matemáticas mismas; en cuanto al conocimiento fáctico se limita a mostrarnos hechos y los hechos no son actos morales. Si examinamos un hecho reprobable como es el asesinato, por mucho que sea examinado no encontraremos en  tal hecho eso que llamamos "vicio"; mientras dirijamos la mirada al objeto no encontraremos nada que se parezca a un vicio -nos dice Hume-; solo en el caso de examinar nuestro propio corazón encontraremos un sentimiento de reprobación que brota en ti mismo, respecto de tal acción. He aquí un hecho, pero un hecho que es objeto del sentimiento, no de la razón. (Tratado, III, 1, 1). Es lo útil lo que define lo que es conveniente para la humanidad o no. Así es como llegamos a una ética utilitarista donde lo bueno y lo malo está en función de su pragmatismo.



jueves, 10 de diciembre de 2015

La Filosofía, un saber imprescindible


                                       

                                              "No se aprende filosofía, sino a filosofar" 

                                                                                          Inmanuel Kant



Ante la noticia de que la filosofía sería eliminada en cuarto de ESO y en segundo de bachillerato, siendo sustituida por  religión o valores éticos, no puedo menos que levantar mi voz  -como antiguo profesor de filosofía- y denunciar un atropello que atenta contra la verdadera formación de nuestros alumnos. 
La pregunta que todos nos hacemos es el por qué del tremendo atentado contra la filosofía (otro atentado parangoneándo las palabras de Aristóteles sobre la huida de su maestro Platón de la ciudad de Atenas, por cuestiones políticas), y las consecuencias que se derivarán en la formación humanista y el daño que causará en las generaciones futuras  de ciudadanos a los que se les hurtará un instrumento fundamental para adquirir una formación crítica y unos conocimientos muy válidos para la fundamentación de ideas y valores tan necesarios para la vida. Sorprende que quieran erradicar la filosofía de los curriculum para emplear el tiempo en otras disciplinas de ciencias -tanto formales como materiales- en detrimento de la propia filosofía, cuyos comienzos era un saber de la totalidad sin diferencia alguna, partiendo de un tronco común y diversificándose a lo largo de los siglos a causa de su especialización y metodología. 
En la antigüedad los filósofos eran físicos, matemáticos, naturalistas, cosmólogos, psicólogos, sociólogos, etc todo en uno. Amaban el saber por el saber y trataban de fundamentar y encontrar los primeros principios tanto de la naturaleza como los del hombre sin establecer distinción alguna, entendiendo a éste como parte integrante del cosmos. La filosofía nos ayuda a comprender la inteligibilidad del hombre y su mundo y a tratar de responder las grandes preguntas que como seres humanos nos hacemos desde la propia filosofía (ciencia), religión (creencias), y la ética o moral (conducta). Las preguntas últimas sobre la realidad la iniciaron los griegos hace 2500 años y siguen siendo las mismas sin que hasta ahora haya respuestas satisfactorias, pero ello lejos de invalidar su función, nos invita a pensar la ardua y difícil tarea con lo que se enfrenta esto que llamamos filosofía. ¿Por qué la filosofía es tan importante para nuestra vida y qué pueden aportar unos  antepasados a nuestro mundo actual culto y tecnificado? Ésta es la pregunta que muchos se hacen y que trataré de responder desde la propia historia de la filosofía y mi experiencia personal como profesor durante más de treinta años. Una respuesta obvia es que los problemas y planteamientos vitales del ser humano hoy son los mismos que los del hombre actual; en nada han cambiado. 
Las preguntas de los presocráticos sobre el origen del universo siguen latentes en la actualidad, solo cambian las respuestas. La mutabilidad del universo en "el todo fluye heraclídeo" tiene tanta vigencia en la actualidad como la permanencia y estabilidad del Ser de Parménides.  La tradición metafísica y la filosofía de Nietzsche son muestras evidentes de esta división entre devenir y ser. Martin Heidegger, filosofo alemán del siglo XX se nutre de la filosofía de Parménides preguntándose  "¿Por qué existe el ser más bien que la nada?" partiendo de las posiciones ontológicas de Parménides en su obra: "Acerca de la naturaleza". ¿Qué es y de dónde procede el movimiento? ¿Hacia dónde va -si es que va a algún sitio-? ¿Hay una armonía cósmica oculta donde todo está predeterminado? ¿Hay algo más allá del mundo empírico de lo que captan nuestros sentidos? ¿Cuál es la auténtica realidad? ¿Cómo organizamos y fundamentamos nuestros comportamiento con los otros y con nosotros mismos? ¿Qué sentido tiene "ser fiel" al deber y al imperativo categórico de nuestra conciencia? Algunas de estas preguntas -aunque no todas- ya estaban en la filosofía griega hace miles de años.
En el debate entre Albert Rivera y Pablo Iglesias, alguien preguntó sobre una obra de Kant y ninguno supo contestar como corresponde a dos políticos que aspiran a ser presidentes de España y han estudiado en la universidad. Sorprendente, por no decir lamentable, el espectáculo al que asistimos los ciudadanos. Pues sí, hay que estudiar a Kant y si no vean. El mundo actual podemos comprenderlo gracias a la aportación de Kant. En su Crítica de la Razón Pura (1781-1787) se establece un nuevo paradigma cultural, que delimita claramente la diferencia entre saber empírico y saber teórico; dicho de otro modo, se establecen los límites entre el verdadero conocimiento científico y otros saberes o creencias que no son ciencia. Dios no es un objeto de experiencia, pero su acción se aprecia en la finalidad del universo, que no camina a ciegas. Más adelante, Einstein suscribió este argumento, afirmando que Dios no juega a los dados. Kant formuló el imperativo categórico, según el cual el hombre siempre es un fin, nunca un medio. Nadie mejor que él supo fundamentar la ética humanista en una voluntad basada en un imperativo categórico y en el deber por el deber.
¿Cómo entender nuestro siglo XX y sus dos guerras mundiales sin estudiar a Hegel y la influencia de su dialéctica en Ludwig Feuerbach y Carlos Marx? Con independencia de aceptar la dictadura del proletariado, o la de ser marxista o no, la filosofía de Marx representa una crítica contra el pensamiento especulativo teórico del idealismo filosófico y la importancia de la praxis: "Lo importante no es conocer el mundo, sino transformarlo" (Marx, XI tesis sobre Feuerbach). Conceptos como plusvalía, valor de uso, valor de cambio, etc, son imprescindibles para el conocimiento del mundo económico actual.
La filosofía no es un saber anacrónico, especulativo o baldío, sino el origen y fundamento del pensamiento científico, político y ético. No hay que "aprender filosofía" sino a filosofar, puesto que no es ajena a nuestro cotidiano vivir: tiene una función práctica, concreta, además de una función teórica: sus principios ayudan a tener una visión de totalidad, crítica y racional del complejo mundo en el que nos movemos; por tanto, la filosofía no es el arte de consolar a los necios... su única tarea es la búsqueda de la verdad y destruir prejuicios. No hay que olvidar como la Lógica nos ayuda argumentar e inferir razonamientos que luego pueden ser aplicados a las demás ciencias,  descubrir falacias mediante el análisis del lenguaje, y desvelar discursos demagogos cuya finalidad es ocultar la verdad e instrumentalizar a las masas. Tampoco es despreciable la Epistemología como parte de la filosofía que trata sobre el alcance y límites de nuestro conocimiento, validez, aplicación y métodos, o la Filosofía de la  Ciencia para conocer como se modifican y aplican los patrones de los descubrimientos. Pero si la filosofía tienen una función esencial que brilla con luz propia sobre las demás, esa es  la Ética. Saber justificar nuestro comportamiento personal y social a través de principios que se fundamentan por ser personas de naturaleza racional, sujetos de derechos y deberes por nuestra propia esencia de seres humanos, con independencia de toda raza, creencia, o lugar de nacimiento, etc, no es banal y carezca de importancia. Algunos ejemplos nos ayudarán a entenderlo. Tanto el trabajo de un científico, como las de un biólogo o un médico, comporta decisiones con implicaciones ético-morales que van más allá del trabajo científico-técnico y que la ciencia poco puede decir; corresponderá a la filosofía  moral establecer los fines y los medios que se adecuen mejor a los derechos humanos. Lo mismo sucede con la Medicina, que interviene en aspectos tan polémicos como el aborto o la eutanasia. Un médico no es una máquina de recetar y aplicar sus conocimientos sin más a sus pacientes, sino un ser racional que somete sus actos al juicio de su conciencia, de acuerdo con un código ético. Lo mismo sucede en el terreno del derecho y la ciencia política. Nuestra Constitución del 78 habla  que el sentido de la pena que no es castigar sino rehabilitar y reinsertar.  Ya Sócrates en el siglo V a.C. afirmaba que le peor mal del hombre es la ignorancia  (nadie obra mal a sabiendas); y que el mejor bien es el conocimiento; esto es el intelectualismo moral, que con tanta fuerza defendió, pagando con su propia vida, y en cuyos principios, se fundamenta nuestro derecho penal para la reinserción social del infractor. Por estas y otras múltiples razones, la filosofía ha de estudiarse en el bachillerato y posteriormente en la universidad, por ser un instrumento imprescindible para ordenar nuestro mundo y dar un sentido racional y crítico a nuestra vida.