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viernes, 7 de octubre de 2011

Uno no es donde nace sino donde pace






Así lo dice la sabiduría popular del pueblo, posiblemente asociada a tiempos de hambrunas y penurias, cuando las circunstancias adversas no eran favorables en la casa de uno y había que emigrar a tierras ignotas. Quienes hemos viajado mucho por trabajo o afición -he sido profesor de lengua y cultura en un liceo francés- sabemos que hay muchos compatriotas nuestros que añoran su tierra, sus gentes y costumbres. Algunos, se adaptaban a su nueva vida y procuraban integrarse en las formas de vida de su nueva tierra, pero la mayoría se pasaba el tiempo añorando su pueblo, el clima soleado,  el mosto o la tortilla de patatas, paralizando y bloqueando las débiles iniciativas de adaptación e integración con los autóctonos. Eran una queja perenne de nostalgias e ilusiones truncadas por la necesidad  del régimen franquista, -al que solo le interesaba la entrada de divisas- muy necesarias para el sostenimiento económico y el equilibrio social del país, y  aliviadas -en parte- por los asiduos viajes de vacaciones a España.
Esa  dificultad de adaptación, propia del español,  manifiesta una forma de sacralización de lo propio, como lo mejor, lo óptimo, lo inigualable. Como consecuencia de ello, lo excluyente, la diferencia, el localismo, se expresa en la España  autonómica mediante el rencor permanente y la insatisfación pendenciera de los nacionalismos periféricos, creando enemigos ficticios que afectivamente -según ellos- "no les quieren", sin poder encontrar una razón lógica para tal comportamiento. "La esperada descentralización territorial que acercara la Administración a los ciudadanos se ha terminado convirtiendo en una excusa para que las diversas castas autonómicas inflen el tamaño del sector público y coloquen en puestos bien remunerados a millares de amigos y hombres de partido. Toda una ruina cuyo pecado original emanaba de una esquizofrénica característica cual era el que los políticos autonómicos fueran quienes gastaran y los políticos del Estado central quienes recaudaran. Así, siendo responsables de la zanahoria pero no del palo, fue tremendamente sencillo para los virreyes autonómicos el dilapidar a manos llenas el dinero de todos los españoles que desde Madrid generosamente se les entregaba. Un modelo donde se incentivaba la irresponsabilidad en las finanzas públicas, que, como no podía ser de otro modo, ha terminado colapsando tan pronto como el dinero que supuestamente debía transferir el Gobierno central se ha agotado con la crisis económica." (La Gaceta).
¿Hay que eliminar el Estado Autonómico de España que nos hemos dado en nuestra Constitución del 78? Yo diría que no. Bastaría con reformarla y centralizar las competencias de educación y sanidad, primando la "igualdad" sobre otras consideraciones. Porque, ¿es de sentido común que unos ciudadanos españoles que viven en territorio con lengua propia puedan trabajar en todo el territorio nacional mientras que el resto no le es posible por razón del desconocimiento de la lengua autonómica? Evidentemente no. ¿Es de sentido común que los padres no puedan elegir la lengua en la que quieren que sus hijos se eduquen sea español, catalań o euskera en el territorio nacional? La respuesta es obvia, no.
Es falsa la tesis de que el poder cuanto mas cercano y localista es mejor y mas eficiente. Todo lo contrario: se convierte en dueño y señor del territorio, incapaz de  dialogar con otras culturas, tergiversando la historia y fanatizando el discurso de lo propio. Creando una casta política proclive al totalitarismo, al clientelismo y al nepotismo. Caciques que utilizan las instituciones políticas para encubrir monopolios y mafias afines a sus intereses de enriquecimiento personal.  "Hágase un aeropuerto", aunque luego no haya aviones que lo utilicen. "Unamos Toledo y cuenca por AVE", aunque solo sean nueve la media de pasajeros por tren, etc..
Hoy necesitamos otra clase de sociedad con altura de miras: abierta, global, emprendedora y eficiente, que sepa sacarnos de la crisis. Adaptativa y flexible a los nuevos tiempos, que sin renunciar a lo propio, sepa adaptarse y valorar otros modos de pensar y de vivir; integrandora y enriquecedora mediante un diálogo constructivo, que sepa conservar lo bueno, -que es mucho- y potenciar lo que nos une como País, más allá de localismos trasnochados de dudosa eficacia.



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