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viernes, 23 de enero de 2015

Democracia, Etica y Educación






Los acontecimientos que han sucedido en París sobre el terrorismo fundamentalista religioso, han de ser minuciosamente estudiados y reflexionados por los expertos en estas cuestiones y por los intelectuales. La cercanía de los hechos impiden ver el bosque, pero -con cierta prudencia- se impone la reflexión lúcida para comprender el problema en toda su profundidad. Por intentarlo que no quede, y esto es lo que pretendemos, desde este humilde rincón.
Los hechos son bien conocidos por todos  aquellos que seguimos la actualidad, por lo que no veo necesario repetir lo que todo el mundo ya sabe del atentado criminal de París, contra la revista satírica Charlie Hebdo, por parte del fanatismo fundamentalista del Islam. En un artículo publicado en mi blog, "Plumas contra Metralletas", esbozaba las causas que originaron estos hechos, desde una posición sociológica, tratando de comprender el caldo de cultivo en donde se alimentan estos fanáticos religiosos, para "comprender" su forma de pensar -y lo más importante- su forma de actuar.  En este artículo voy a intentar profundizar en las causas que hacen que una religión monoteísta como es el Islam, con principios éticos y prescripciones morales basada en los DDHH, puedan ser manipuladas, interpretadas y contaminadas en favor de una determinada ideología política -hasta el punto- de degenerar en una justificación burda y criminal, que atente contra los principios y derechos de las personas. La clave para comprender esta situación está en: La educación, la ética y la democracia (separadas por razones metodológicas, pero más unidas de lo que a simple vista pudiese parecer) Vayamos por partes.
La educación en nuestra cultura occidental es aconfesional y tolerante; esto significa que el Estado, no toma partido por ninguna creencia o credo religioso, dejando en manos de la sociedad civil, instituciones, agrupaciones o ciudadanos individuales, la libertad de creer, practicar y enseñar cualquier credo religioso, o ser una sociedad laica, donde la religión quede relegada en el marco estrictamente personal y privado del individuo. Esta conquista de libertad religiosa o laica, fue gestada en los siglos  XVII y XVIII -Siglo de las luces- en un período llamado, La Ilustración. Esta revolución de las ideas, iniciada y mantenida en Europa por los filósofos ilustrados, estableció un marco conceptual, donde razón y religión eran dos planos separados, autónomos cada uno de ellos, pero respetuosos en sus distintos  ámbitos de competencia. En lo político, el paso de súbditos (dependientes de un rey o señor) dejó paso a ciudadanos libres, sujetos de derechos y deberes, entre los cuales estaba la libertad religiosa. Los derechos de la sociedad civil  emanan  del  pacto social de una sociedad libre y autónoma que libremente ha determinado regirse por principios humanistas, ajenos a los principios religiosos, aunque no contradictorios necesariamente. (esto es muy importante para comprender la separación entre el poder político y la religión ) Esta revolución de las ideas, propia de nuestras sociedades democráticas occidentales, es la que falta por producirse en el mundo islámico, donde no hay unos límites precisos y nítidos entre poder político y religioso. Esto se enseña en las escuelas de países  que se rigen por constituciones democráticas en los que hay libertad democrática, y donde lo teocrático no tiene cavida ni justificación. La instauración de la democracia, es pues, necesaria para la erradicación del fundamentalismo religioso en estos países.
Si la  revelación divina no tiene justificación en la forma como se organiza la política en las sociedades democráticas, ni estas han de someterse a su dictado, tampoco ha de hacerlo la moral. Desde Kant la moral se fundamenta en el imperativo categórico del deber. Es, pues, la religión la que debe acreditarse ante la moral, en lugar de ser la moral la que se pliegue a los dictados de cualquier supuesta revelación divina. El ejemplo que ilustra esta posición está en la Bíblia en el famoso pasaje del Génesis en el que Dios manda a Abraham  sacrificar a su hijo Isaac. A juicio de Kant -y de cualquier persona sensata- ni Dios puede ni debe mandar un asesinato ni Abraham consentirlo, porque si así fuese -que no lo es- ese dios no sería Dios, ni nada que se le pareciese. No veo ninguna diferencia entre esta posición de Abraham, y la de los fanáticos terroristas que justifican sus asesinatos por convicciones religiosas, sin cuestionarse la validez moral de estos actos. La consecuencia lógica a la que llega Kant es que la conciencia moral está por encima de cualquier  revelación divina, o sea, la superioridad de la moral común sobre cualquier revelación religiosa, y a partir de ahí, trazó para siempre la línea divisoria entre las creencias religiosas razonables y el fanatismo. Los seres humanos, estamos condenados a elegir de acuerdo a la racionalidad moral de nuestra conciencia, aún en situaciones límite. Nuestra elección ha de ser única y personal; esta es la grandeza y el fundamento de nuestra dignidad que es lo único a lo que no debemos renunciar jamás. Esto tan sencillo, o complicado (según se vea) ha sido asimilado por la cultura occidental, no así por el mundo Islámico. El islam necesita el revulsivo que supuso para Occidente la Ilustración, que no fue un movimiento antirreligioso, sino que sirvió para que la religión se liberara de algunos de sus excesos. Sin Democracia, educación y ética humanista, veo muy difícil (por no decir imposible) esta liberación.



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