A mi me siguen gustando los álbumes de fotos que conservo desde la infancia. Cuando no sé que hacer, me gusta repasar mi vida reflejada en aquellas fotografías que comienzan en blanco y negro y terminan en un color descolorido. Me gustan esos tochos en donde el paso de cada página, marca un eslabón amarillento, como huella indeleble del pasado. Hace tiempo, decidí no fotografiarme porque no sabía qué cara poner, para estar lo suficientemente aseado cuando falte. También porque la foto no refleja el alma, sino el envoltorio. A mi siempre me ha gustado lo oculto. Repasar las fotos es recordar lugares y estados de ánimo puntuales de nuestra vida. Recuerdo con especial devoción la foto de la escuela con el mapa de España de fondo, la tierra en forma de esfera sobre la mesa del profesor, y la enciclopedia Alvarez entre mis manos. Desconozco la trayectoria de todos mis amigos de la infancia, pero hasta lo que yo conozco, ninguno ha sido ni muy bueno ni muy malo. Lamento ser del montón, lo que me lleva al triste anonimato. Yo recomendaría a mis numerosos amigos, que por el bien de mi nombre y de las fotos que compartimos, no hagan ninguna barbaridad, no vaya a ser que perdamos nuestra reputación de ciudadanos honestos y honrados, y su deshonra nos la imputen por salir en la foto. Corren tiempos, en donde lo importante no es ser sino parecer. Si todo lo que tiene la oposición socialista gallega es una foto del Presidente Feijóo, -cuando aún no lo era- de hace veinte años con Marcial Dorado, lo llevan claro. Mas les valiera demostrar con pruebas irrefutables la concesión de uno u otro favor, a cambio de algo; si no las tienen, que callen y se ocupen de hacer verdadera oposición, que nunca está de mas. Yo espero portarme bien, al menos, para no obligar a mis amigos a utilizar la tijera, quitarme de su lado, o destruir el álbum de fotos. Pero sobre todo, para que nadie les acuse de ser amigos de un tipo raro, poco sociable, que escribe para matar el tiempo.
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miércoles, 3 de abril de 2013
Álbum de Fotos
A mi me siguen gustando los álbumes de fotos que conservo desde la infancia. Cuando no sé que hacer, me gusta repasar mi vida reflejada en aquellas fotografías que comienzan en blanco y negro y terminan en un color descolorido. Me gustan esos tochos en donde el paso de cada página, marca un eslabón amarillento, como huella indeleble del pasado. Hace tiempo, decidí no fotografiarme porque no sabía qué cara poner, para estar lo suficientemente aseado cuando falte. También porque la foto no refleja el alma, sino el envoltorio. A mi siempre me ha gustado lo oculto. Repasar las fotos es recordar lugares y estados de ánimo puntuales de nuestra vida. Recuerdo con especial devoción la foto de la escuela con el mapa de España de fondo, la tierra en forma de esfera sobre la mesa del profesor, y la enciclopedia Alvarez entre mis manos. Desconozco la trayectoria de todos mis amigos de la infancia, pero hasta lo que yo conozco, ninguno ha sido ni muy bueno ni muy malo. Lamento ser del montón, lo que me lleva al triste anonimato. Yo recomendaría a mis numerosos amigos, que por el bien de mi nombre y de las fotos que compartimos, no hagan ninguna barbaridad, no vaya a ser que perdamos nuestra reputación de ciudadanos honestos y honrados, y su deshonra nos la imputen por salir en la foto. Corren tiempos, en donde lo importante no es ser sino parecer. Si todo lo que tiene la oposición socialista gallega es una foto del Presidente Feijóo, -cuando aún no lo era- de hace veinte años con Marcial Dorado, lo llevan claro. Mas les valiera demostrar con pruebas irrefutables la concesión de uno u otro favor, a cambio de algo; si no las tienen, que callen y se ocupen de hacer verdadera oposición, que nunca está de mas. Yo espero portarme bien, al menos, para no obligar a mis amigos a utilizar la tijera, quitarme de su lado, o destruir el álbum de fotos. Pero sobre todo, para que nadie les acuse de ser amigos de un tipo raro, poco sociable, que escribe para matar el tiempo.
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