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martes, 12 de febrero de 2013

El Papa se jubila





El Papa nº 265 en la sucesión del trono de San Pedro, Benedicto XVI,  se jubila a la edad de 85 años, por razones de cansancio,  el 28 de febrero a las 20 horas. (Hora de Roma) “Mis fuerzas no se adecúan al ejercicio de mi ministerio por más tiempo” -comunicó en latín-. La noticia ha impactado en todo el mundo por inesperada, novedosa y sorprendente. A todos nos ha cogido con el pié cambiado, y ha faltado tiempo para establecer quinielas de futuribles papas. Desde mi humilde rincón, quiero felicitar al Papa, porque se necesita mucha valentía -por no decir fe y confianza en Dios- para renunciar a liderar la Iglesia católica. Sólo un hombre de la talla de Benedicto XVI puede hacer tal cosa; sólo aquel que entiende el ministerio como servicio a la Iglesia "Soy un servidor de la viña del Señor" -dijo en su nombramiento- y su profunda humildad, puede explicar hasta cierto punto su decisión personal. Es un derecho el que le asiste desde su libertad de conciencia y un deber de quien se siente sin fuerzas suficientes para conducir la nave de Pedro, para con los fieles de la Iglesia, en la certeza de que el Espíritu Santo pondrá otro excelente papa en su lugar. El Derecho Canónico de la Iglesia establece cuatro causas por las que un papa puede ser sustituido: la muerte, la herejía, la pérdida de la razón y la renuncia voluntaria personal. Seguirá siendo obispo emérito de Roma y se retirará a un convento de clausura donde se dedicará a la oración, el estudio y la meditación.
Son muchas las cosas buenas que nos deja este Papa, aunque yo destacaría la relación entre la fe y la razón como algo no contradictorio sino complementario. La idea maravillosa de que se puede creer en la trascendencia sin que haya que renunciar a la racionalidad; dicho de otro modo, que no hay humanismo integral sin la apertura a Dios. Igualmente, la denuncia de la dictadura del relativismo y la convicción profunda de que existe una verdad dogmática absoluta, en la que se fundamenta la fe de la Iglesia y su doctrina tradicional. En línea con sus antecesores, ha seguido denunciando las excesivas desigualdades sociales y económicas entre los pueblos de la tierra, y la necesidad imperiosa de proceder a una justa distribución de la riqueza. Es cierto que por parte de sectores progresistas se le acusa de no resolver ciertos problemas como el aborto, el matrimonio  homosexual, o el uso del profiláctico; pero no se puede pretender que el máximo defensor de los principios de la moral católica, renuncie a ellos o cambie de parecer en favor de un falso progresismo. La Iglesia como institución formada por seres humanos es pecadora, pero a la vez es santa, como representante de Cristo en la tierra. Ésta es su servidumbre y a la vez su grandeza.



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