Desde el Camino Real de Abla el tiempo transcurre a otra velocidad. A medida que te alejas de la ciudad, los cien kilómetros de distancia entre la urbe y el pueblo, se convierten en tranquilidad, sosiego, quietud...Los relojes atrasan mas que avanzan, el tiempo recobra una cadencia al compás de los sonidos de la naturaleza, lejos de los ruidos de una civilización acelerada. La crisis ha dejado la comarca como una postal fija, paralizada, con mesas apiladas en las terrazas, barras de bares con periódicos sin abrir, aceras nuevas sin transeúntes, casas desnudas con esqueleto de hormigón, jardines y parques sin bullicio, coches perezosos cubiertos con polvo de olvido, trancos de casas sin pisadas, iglesias vacías sin esperanza, campos abandonados a su suerte. ¿Dónde está la gente? Antes, cogiendo aceituna, ahora, en el rincón de la chimenea, viendo consumir sus vidas como el leño que arde en el hogar; paralizados, sin confianza, inseguros, con miedo a perder el trabajo -los que lo tienen- o a no encontrarlo jamás -los que no lo tienen. ¿Acaso escondidos, rumiando su voto, desengañados por tantas promesas sin cumplir; heridos en su dignidad de ciudadanos, avergonzados de su clase política que les ha despojado y decepcionado? Lejos quedan los días de la fiesta, el ruido y los cantos de sirena. Pronto han pasado a esconderse en la noche oscura de los tiempos para nunca mas volver, aquellos que prometieron pleno empleo, bajada de impuestos, reformas de la administración, lucha contra la corrupción, etc. Aún estamos esperando que entren en la cárcel y devuelvan lo robado; pero ¿Quiénes nos devolverán la ilusión? Esto es lo que hay. Cuando comencé mi artículo solo pensaba en contarles las excelencias de la vida rural, ahora he derivado sin quererlo en lo fenoménico de la crisis. Me he perdido y no sé como terminarlo; tan perdido, como remolino de papel y brozas movidas por el viento sin dirección ni procedencia; zarandeado, apiñado en cualquier rincón de una calle sin nombre; como algunos de mis conciudadanos a quienes le han ofrecido un bocadillo, a cambio de manifestarse contra la política de recortes del gobierno, confundiendo las ideologías con el hambre y la penuria; sin caer en la cuenta que lo que las empobrece no es la necesidad, sino la falta de libertad y de dignidad.
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