!Qué bonita es!
La Iglesia es el alma de mi pueblo. La iglesia del pueblo que me vió
nacer, vivir y tal vez morir, es algo especial en mi vida. Mi
casa se encuentra en la "Calle del pié de la Torre"; mi pequeña casa se
cobijaba bajo la sombra de aquella vieja mole de ladrillo rojo,
ancestral testigo de acontecimientos pasados, como muestran sus paredes
color ocre, sus agujeros donde anidan los pájaros, y en donde aún se
muestran sus heridas sin
restañar. Allí crecí bajo el signo del dualismo, al amparo y
protección de la iglesia y el temor de la vieja torre dispuesta a caer,
vencida por la edad y los achaques del tiempo. Mi vida trascurría entre
la escuela y la iglesia; entre mi formación en el "espíritu nacional" de
la escuela y los cantos de la misa gregoriana; entre misales y
catecismos; entre la
leche en polvo de los Americanos y el vino de misa (ser monaguillo tenía
sus réditos); entre lo inmanente y lo trascendente.
Hubo que derribar la vieja torre porque ya no resistía más. Agrietada y
desmoronada a pedazos, comenzó su declive en la guerra civil, cuando
"los rojos" convirtieron en metralla su campana mayor: la Santa María;
aquella dejó de ser sonido de encuentro para convertirse en rugido de
muerte y carne de cañón. Nunca llegué a conocer la torre de mi pueblo,
la derribaron
antes de mi nacimiento. La iglesia que yo conocí aparecía sin torre y
oculta entre las casas de su entorno, pero no por eso a mi me parecía
menos bonita. Sentía que era la casa de todos, grande, hermosa,
humilde, sin pretensiones de superioridad. Su silueta dorada solo era
visible
desde el sur, y aunque mutilada en su altura, luchaba por descollar sobre las casas blancas que la rodeaban, extensa y majestuosa,
cambiando de tonalidad según era bañada por el sol del mediodía o del
atardecer. Bajo sus viejas tejas anidaban los vencejos y golondrinas que
las utilizaban como plataforma de sus mortíferos ataques en una guerra a
vida o muerte, en un coro polifónico de trinos y lamentos. Allí
aprendí el catecismo y las palabras latinas,
incomprensibles para mí, para ayudar a misa como acólito, montar los
catafalcos de duelo y encender incensarios de acción de gracias: La vida
y la muerte siempre juntas, "Deus sive natura". Pero lo que mas me
gustaba era
tirarle de las trenzas a las niñas, cuando rompían las filas de las
procesiones, rompiendo el orden y la armonía, porque me tomaba muy en
serio mi oficio, como no podía ser de otra manera. Al alba, ayudaba a
misa, bajo la atenta mirada del Padre Eterno, -un viejo venerable con
barba blanca- que presidía el retablo de la Capilla del Sagrario, la
bola del mundo en una mano y el cetro en la otra; imprimía en mi
conciencia la idea de Dios de forma plástica, que ya nunca me
abandonará. Escoltado por San Miguel pisoteando al maligno y bajo la
mirada de la Virgen de los Dolores, en su camarín, forjé mis
convicciones religiosas de juventud, que aún permanecen en mi como el
primer día. Hoy
han pasado muchos años desde que sucedieron estas experiencias, pero el
recuerdo las reaviva como si fueran ayer. La iglesia ha sido restaurada, tanto en su interior como en el exterior; tiene una nueva torre y un
nuevo reloj, adaptándose a los nuevos tiempos en los que todo se mide.
Me quedo con mi antigua iglesia, aquella que me acompañó en el dolor y
despedida de mis seres queridos, tratando de dar calor y luz en aquellas
frías y oscuras noches, donde el alma se busca y no se encuentra; pero
también en las alegrías de aquellos días de dicha, que marcaron mi vida;
Sí, aquella que acogía a todo el pueblo, tratando de mitigar las
penurias de "este valle de lágrimas", mediante la solidaridad, el
compromiso y el perdón de sus gentes. Me gusta contemplar la
iglesia en soledad, cuando está vacía. El silencio y la paz pugnan por
imponerse uno al otro en el fondo de mi alma. No hay sitio en el mundo
donde me sienta tan feliz y agradezco a la vida por todo lo que me ha
dado. Si tuviera que definir en una palabra la Iglesia de mi pueblo,
tengo que recordar la postal que me envió mi madre cuando estudiaba en
Estados Unidos, con una frase escrita en el reverso: !Qué bonita es!
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