Sentado en un banco del parque, mientras vigilaba a mi nieta deslizándose por el tobogán, un señor de mas de ochenta años se dirigió a mi, con palabras entrecortadas: "Hay que ver "joven" con que energía su nieta sube los peldaños del tobogán para luego sentir el placer de lanzarse desde lo alto". Sorprendido por llamarme "joven" siendo abuelo, me limité a sonreírle y asentir con la mirada. Deduje
después, que aquel hombre se sentía solo y necesitaba hablar con
alguien con quien comunicarse. Me contó que en su juventud, tuvo que
emigrar a Alemania, porque en el pueblo él y su familia se morían de hambre y no había trabajo ni perspectivas de futuro. Los menos aventureros, nos pedían paciencia y tiempo, esperando mejores tiempos, pero el hambre aguantaba todo menos razones y argumentos conformistas -me decía-. Pronto se formó un grupo,
entre amigos y familiares, y en dos semanas ya estaban todos preparados
con sus maletas de cartón en la estación, esperando el tren que les
llevaría a su nuevo destino. Algunos amarraban sus
maletas con sogas y cuerdas, ante el temor de que fallase la cerradura; o
tal vez para no dejar escapar sus ilusiones y sueños encerrados en
aquellas maletas, ante un futuro incierto
en un país desconocido por sus costumbres y su idioma. La estación era
un hervidero de mujeres y niños que entre llantos, besos y lágrimas, se apiñaban férreamente ante los hombres a los que impedían subir al tren. Minutos después, sólo quedaba como recuerdo, la estela difuminada de humo en el cielo de la máquina de vapor...
Hoy,
no se marchan en trenes de vapor, ni tampoco les acompañan sus maletas
de cartón, ni son despedidos en la estación entre grandes
aglomeraciones; tal vez su chica o su chico a quien besan con fuerza, esperando reunirse algún día para ver cumplidos sus sueños. Sueños truncados por un País que se desangra perdiendo lo más apreciado de su futuro: Sus jóvenes. Se marchan, acompañados por sus móviles, última generación, portátiles y un bagaje técnico-profesional, apreciados por medio mundo. Lo hacen con la tristeza del fracaso, ajeno a ellos y la esperanza del retorno. Es una hemorragia silenciosa, ante una sociedad que no les valora y no no les da alternativas. Son nuestros jóvenes, preparados en la universidad a costa de muchos esfuerzos por parte de sus padres, profesores y de ellos mismos. Se marchan porque un gobierno miope, un empresariado sin iniciativas, un país sin recursos, no les han dado la posibilidad de realizar sus proyectos. Hablan idiomas; Son científicos, técnicos, ingenieros. Son la mejor generación de españoles preparados. No han sido culpables de ésta feroz crisis, sino víctimas de la sinrazón y del despropósito de una
sociedad que no ha sabido retenerlos y aprovechar su excelente
formación. Otros serán quienes lo hagan. Pagaremos con creces este emprobrecimiento en lo ético-moral
pero también en lo científico-técnico y en lo económico. ¿De qué han
servido tantos esfuerzos y desvelos en vuestra formación? Como profesor y ciudadano, yo también me siento culpable, en lo que me toca. Aquí seguimos, en el parque, cuidando a nuestros nietos. Sentados en el banco, esperando vuestro regreso a casa, con los brazos abiertos...
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