Translate

miércoles, 14 de agosto de 2024

Pompas de jabón






Surgen como pompas de jabón en nuestra memoria. Arrastradas por el agua cristalina de la Rambla de Los Santos, fruto del deshielo de Sierra Nevada. Como estrellas en movimiento que lucen en la corriente de agua sorteando rocas en una alocada carrera hacia no se sabe dónde. Son los recuerdos de un niño de un pueblo rural en los años 50, cuando observa a las mujeres del pueblo con barreños repletos de ropa, acercarse a la rambla para lavar la ropa sucia acumulada, mezcla de sudor, sulfato o barro. Ropa que habla de trabajo y esfuerzo. Ropa de hombres y mujeres de campo impregnada de olor a sudor por el trabajo duro con desvelo y dedicación, de aquellos que, un día sí y otro también, cuidan con esmero la parra, el olivo, o duermen en la era junto a la parva entre aparejos y aperos. Mi cabeza se puebla de imágenes de mujeres, que a lo largo de la rambla pasan las horas de rodillas con sus barreños de ropa a rebosar  -cuando la lavadora era un invento lejano- y el jabón Lagarto y la lejía se sustituían con jabones elaborados en la casa con sosa cáustica y aceites de desecho. Lavan montones de ropa: sábanas, ropa interior, camisas y calzones, en tablas o en piedras apropiadas en los remansos del río, al ritmo de una canción o en sintonía con el ruido monótono del paso del agua entre las rocas. No falta el comentario picarón o esas conversaciones entre mujeres murmurando con recato de su vida íntima marital, o entre las mozas, sobre este o aquel mozo que les mira de forma singular para decirles sin palabras aquello que las ruboriza. ¡Cuántos secretos femeninos ocultos revelados en gineceos improvisados de trabajo sin el control ni la vigilancia del marido, la suegra o la vecina criticona! El lavado de ropa requería un esfuerzo físico, que dudo que muy pocos hombres hubieran sido capaces de soportar. Nuestras mujeres lo hacían con entereza. 
Cuando la rambla permanecía seca porque se acababa el deshielo, el agua del Barranco de Sierra Nevada, encauzada por la acequia de Las Huertas para el riego, servía generosamente el agua en los dos lavaderos oficiales del pueblo. Yo recuerdo el del Barrio del Albaicín, situado en un extremo del pueblo, con su escalinata de acceso para salvar el desnivel de la calle y acceder a la acequia. Un generoso caño de agua surtía al lavadero, bajo el frontispicio de cemento donde  se podía leer la fecha de construcción y unas iniciales ilegibles. Una pileta de cemento alargada en forma de L se desplegaba en aquel espacio abierto para facilitar el agrameo de la ropa.
Hoy la mayoría de lavaderos de nuestros pueblos han desaparecido por el avance  de la modernidad. Hoy los trapos sucios los lavamos en casa, en lavadoras modernas y con detergentes fabricados consecuencia de sesudas investigaciones industriales. Hemos ganado en eficacia, economía, y también en soledad; pero hemos perdido en sociabilidad, cercanía y contacto humano. Decía Heráclito que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Yo sigo viendo a nuestras madres y mujeres lavando de rodillas. Siguen ahí. En el mismo sitio donde las dejé.





No hay comentarios:

Publicar un comentario