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miércoles, 9 de septiembre de 2015

Tierra, agua, barro





Tierra, Agua, Barro


Al día siguiente, aquel hombre era puntual. Armado con pala, azada y su viejo jumento, limpiaba la calle de barro y piedras  testimonio dejado por la tormenta del día anterior. Movía con una destreza inusitada su pala y como si fuera un rito, cargaba el serón de su jumento que paciente soportaba el peso de la carga con paciencia franciscana. La puerta de mi casa quedaba limpia como una patena de los restos de tierra y barro que el agua arrastraba desde la parte más alta del pueblo. Aquel hombre ponía orden y limpieza dónde todo era desorden y caos. Yo le miraba con envidia y me maravillaba la capacidad que tenía para dejar las cosas en su sitio, de tal manera, que cuando llegaban las tormentas de verano y todos se alegraban de la llegada de las lluvias, esperaba impaciente el día siguiente para observar a "El Candelario" hacer su trabajo de limpieza.
Así sucedía cuando yo tenía  ocho o más años, porque hasta entonces, ocurría todo lo contrario, no soportaba que la tierra arrastrada por la erosión puesta en la puerta de mi casa por la naturaleza, fuese retirada con esa celeridad y puntualidad. De un plumazo secuestraban el juguete más apreciado y creativo con el que jugar: la tierra y el agua. Faltaba tiempo para jugar a las balsas y pantanos, crear ríos imaginarios y avenidas arrolladoras. No faltaba el "Tío de la Higuera" representado por un palito clavado en la vertedura del embalse que ante el ímpetu de las aguas era arrastrado por el supuesto cauce del río; (rememorando un hecho insólito que sucedió por aquel tiempo a un molinero de mi pueblo, que ante la crecida del río pudo salvarse subiéndose en una higuera y apareciendo a más de treinta kilómetros río abajo, salvando su vida y con apenas algunos rasguños y magulladuras; convirtiéndose -sin él quererlo- en un héroe popular) 
Han pasado muchas lluvias desde entonces, (no tantas como hubiéramos deseado), y aún recuerdo con cierta nostalgia aquellos tiempos de nuestra niñez, en donde la imaginación suplía con creces la falta de medios. Hoy después de la tormenta del pasado domingo, -donde llovió en unas horas más que todo el año- las calles de mi pueblo no son testigo del agua y permanecen limpias como si no hubiera llovido. No hay barro, arena ni piedras...Impolutas. Tampoco hay niños que jueguen en sus calles.




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