Que no el fin del año. No debe sorprendernos el fin del mundo y menos el fin de año. Todo lo que comienza acaba. El fin del mundo acontece todos los días para millones de criaturas sin esperanza y en la mas completa de las miserias.
A mi ya no me inquieta ningún anuncio premonitorio del fin del mundo. Para mi el fin del mundo llegaba siempre a casa con los presagios de la cosecha de uva. Vivíamos a expensas de la providencia y ésta manifestaba sus designios en forma de "muestra" y floración, o de mildiu, heladas u otras enfermedades. El verdadero fin del mundo lo anunciaba papá, año tras año anunciando o bien que no había cosecha de uva o que había tanta que su precio estaba por los suelos. Si no era el fin del mundo, al menos a mí me lo parecía; del precio del peso de uva, dependía la alimentación de la familia o de que el panadero apuntara en una libreta larga, rugosa y fea, "el pan fiao" que alimentaba a la familia. La uva era el crédito que abría aquel libro donde fecha tras fecha se apuntaba todo con lápiz. El fin del mundo era cuando el tendero te decía las fatídicas palabras "ya no puedo fiarte mas". También aquella libreta nos daba sus alegrías. Cuando sus viejas páginas aparecían tachadas y la deuda saldada, para volver a empezar en una nueva hoja en blanco. Para miedos, los sufridos en la escuela cuando uno confundía los números del problema de matemáticas con el "Sanbenito" del maestro: El cataclismo de los cielos estrellados caían sobre ti, lo mas parecido al fin del mundo. Después se repetía la escena con la entrega de notas y la consabida frase de papá: "Así no serás un hombre de provecho". Hasta el régimen anunciaba su apocalipsis, año tras año, equiparando a la democracia con el fin del mundo. Siempre hemos vivido en la zozobra y en la angustia, en un país, donde el miedo por ingobernables, lo utilizaba el régimen como terapia contra la democracia. No sabemos cuando será el fin de todo, pero la prima de riesgo, las jubilaciones y los recortes, se nos han colado en las entrañas, metiéndonos el miedo en los huesos, marcando el fin de una época. Cuando de pequeño veía caer el fin del mundo sobre mi, en forma de castigo paterno, huía hacia una choza con mis amigos en la ribera del río, para evitar el castigo; hoy no sé donde guarecerme.
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