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miércoles, 25 de abril de 2012

LA VIDA COMO REPRESENTACIÓN





El proceso de socialización que "sufrimos" los seres humanos en la sociedad moderna, nos conduce a ser actores y actuar no como nos gustaría sino como nos moldea la sociedad. En vez de mostrarnos libres, auténticos y honestos -siendo coherentes con lo que somos, sentimos y pensamos- nos mostramos superficiales, inauténticos y engañosos, según los patrones  y clichés impuestos por la moda imperante del momento.  A menudo, solemos llevar una máscara, por medio de la que interpretamos a un personaje que coincide con el gusto de los demás. Se trata de gustar aunque no nos gustemos.
La palabra prosopon -se traduce como persona y nos  aclara lo que decimos-  proviene del griego y significa máscara o careta que empleaban los actores en el teatro cuando representaban  las tragedias griegas. La careta ocultaba el actor y encarnaba al personaje. Es lo que sentimos cuando en el teatro de la vida nos ocultamos bajo la careta, a costa de pagar un precio muy alto, renunciando a nuestra propia identidad, a nuestra propia esencia.
En nuestra reflexión, se imponen ciertas preguntas que debemos responder: ¿Qué se entiende por Status? ¿Qué es la honorabilidad? ¿Qué es el prestigio? ¿Qué significa triunfar? ¿Qué es la vanidad? Demasiadas preguntas para este modesto artículo. La paradoja se manifiesta en la medida en que intentamos aparentar y mostrarnos triunfadores mediante la máscara teatral, y lo que revelamos son inseguridades, carencias,  complejos, fracasos y vacíos que intentamos ocultar.
Y todo esto, ¿Para qué? Para que la gente tenga un concepto de mi persona de acuerdo con un modelo establecido por ella. Pero, ¿Quién es la gente? ¿Qué esperamos de la gente cuando nos conformamos según cree ella? La gente no es nadie. Ni dan ni quitan. Sólo es el eco donde rebotan nuestras palabras. La imagen donde nos reflejamos. La importancia de sus palabras, creencias y opiniones, carecerían de autoridad e influencia si nosotros no se la damos. De hecho, hagamos lo que hagamos siempre seremos denostados, criticados, aplaudidos o confirmados, por eso que llamamos gente.
La transformación que ejercen las opiniones de la gente en nosotros mismos, nos desequilibra en los ámbitos y circunstancias de nuestra existencia: trabajo, relaciones personales y sociales, socavando nuestra personalidad y mismidad y despojándonos de nuestros propios criterios, de tal manera que lo que piensan los demás es más importante  que lo que pensamos nosotros mismos. Debido a este despojo voluntariamente querido, nuestra meta a corto plazo de conseguir la felicidad y bienestar, queda en manos de los otros que asumen el gobierno de nuestra vida, cayendo en la falacia que prioriza más al cómo nos ven que  a cómo nos sentimos.

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