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lunes, 12 de marzo de 2012

El último tren




El título  no  trata sobre ninguna película del oeste, aunque ésta sea tierra de  excelentes films de pistoleros y vaqueros. El título, tiene que ver con el oficio de Manolico, era el encargado de recibir la correspondencia del tren correo, todos los dias, esperando tranquilamente en la estación por el tren de ayer, alimentado con carbón, que llegaba a los sitios al mismo tiempo que el humo. De ahí el dicho de "haga frío o calor Manolico a la estación". (Ver articulo del blog, etiquetas Abla). Se trata de algo mas serio e importante para nuestra familia. El viernes dia 9 el primo Manuel, "Manolico" nos dejó. Sus ojos se cerraron para siempre y su risa fuerte y firme, no la oiremos más. Se ha ido como vivió: En paz consigo mismo y con los demás.
La Biblia, o "El Libro", nos reconforta a los creyentes ante la incertidumbre de algo misterioso como es la muerte. En el Libro del Génesis -el hagiógrafo- iluminado por la revelación de Yahvéh (Dios), nos ilustra que la mayor recompensa que obtienen los elegidos y los justos, como muestra inquebrantable de vivir una vida intachable, es la longevidad con que Dios les premia; así Matusalén vivió casi 900 años, por llevar una vida decente. Muchos años nos parecen, pero aunque lo dividamos por 10, nos da una cantidad de 90 años, Manolico lo ha superado, pues ha muerto a la edad de 94 largos años.
El Libro de Job, nos muestra otro ejemplo de como Yahvéh, después de poner a prueba la paciencia del "Santo Job", quitándole todo lo que le había dado en vida, mujer, hijos, casa, ganado y riquezas -todos muertos y desaparecidos- enfermo  con llagas y en la más completa de las miserias, seguía diciendo:"Dios me lo dió, Dios me lo quitó; alabado sea Dios". Superada la prueba, Dios le restituyó todo lo que le había quitado, con creces, incluida la longevidad: "vivió muchos años para dar testimonio de la bondad de Dios". Yahvéh recompensa en la tierra con vida longeva a los justos, como muestra de gratitud.
Cuando alguien fallece, -excepto algunas excepciones- todo el mundo cuenta y narra la bondad del fallecido. Si es de la familia el sentimiento de pérdida y el dolor es proporcional a la cercanía o lejanía del finado. Pero también por las obras y conducta del que nos deja, se siente con más o menos intensidad su ausencia. Es el caso del Primo Manuel, un hombre bueno y muy familiar, cercano a nosotros, su figura y recuerdo se engrandece en la medida que notamos su ausencia;  asociado a mis padres y mis tíos, cuando la familia importaba y mucho, compartimos muchas vicisitudes juntos. No puedo menos que recordar las  frías noches de invierno, junto a la mesa camilla, -afortunadamente sin televisión- cuando él y algunos familiares y amigos de mi padre, nos visitaban después de cenar para charlar -de sus cosas, menos de política- y en la estrechez y la pobreza de aquellos tiempos, se superaban con la solidaridad y el compromiso de unos con otros. A veces se improvisaban cenas, no previstas en el guión, cuyo menú siempre era el mismo, huevos con patatas; donde mamá preguntaba que como queríamos los huevos fritos o cocidos...De aquellas largas veladas, surgieron grandes ideas -al menos a mí me lo parecían- que luego el tiempo difuminaba o no se podían realizar. No transformaron el mundo, pero sí crearon lazos familiares que solo la muerte ha conseguido desatar, aunque no la memoria y el recuerdo que es inmortal.Por eso no lloramos porque todo terminó, sino porque ocurrió.
Manolico, hoy como todos los días, ha salido a la estación, y ha cogido el último tren. Ese que le llevará muy lejos y nunca retornará. Va al encuentro de sus seres queridos, que le esperan con los brazos abiertos, para recibir noticias nuestras y gozar de su compañía. Mientras, los claveles rojos que adornaban su féretro, yacen esparcidos entre  las vías de una pequeña estación de tren, como testimonio y homenaje de quien tanto amó su profesión.





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