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lunes, 20 de febrero de 2012

MARCUSE O LA UTOPÍA NEGATIVA





Acabo de releer El Hombre Unidimensional, Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada. Ed. Orbis, Barcelona 1985, de Herbert Marcuse (1898-1979) y creo, que podemos extraer de su lectura algunas consideraciones importantes para mayor conocimiento de nuestra sociedad actual. Perteneciente a la Escuela de Frankfurt, junto a Max Horkheimer y Theodor W. Adorno forman una trilogía cuyo objetivo es hacer una crítica disolvente de la sociedad real, inspirándose en Hegel, Marx y Freud, -los llamados "filósofos de la sospecha"- y entrelazando estrechamente la investigación filosófica con la sociológica y psicológica.
En el Hombre Unidimensional Marcuse usa la expresión "sociedad cerrada" para definir a aquellas sociedades que han logrado eliminar todo tipo de oposición de su organización de tal manera que quedan imposibilitadas para la autocrítica de ellas mismas y de los individuos que la componen. Son sociedades unidimensionales porque solo se mueven en una dimensión de la realidad sin asimilar la dialéctica de la oposición  o de la negación (Hegel y Marx). Su denominación incluye a todas las sociedades democráticas burguesas desarrolladas en el mundo occidental y a las no democráticas.Unas y otras han construido un sistema de oposición que hacen creer a sus individuos que son libres en sus decisiones y que sus fines son los más racionales posibles eliminando como disidente e irracionales todo lo que se opone a sus intereses. Para Marcuse -y en general toda la Escuela de Frankfurt- ésta labor la hace la sociedad moderna para mantener un dominio clasista y perpetuarse en el poder, mediante métodos de control sutil en todos los campos del saber y de la praxis: política, derecho, filosofía, arte,etc.
Para el hombre de una sola dimensión la Razón es incapaz de trascender la realidad; su alienación en la sociedad tecnológica en la que se mueve, le impide distinguir la separación entre "lo que es" y lo que "debe ser", de tal manera que le cierra las posibilidades de "existir" fuera de ella y de realizarse. Este "racionalismo critico" se manifiesta en la filosofía analítica o positivismo, incapaz de cumplir  con la función transformadora de la sociedad que se supone corresponde a la filosofía. Al buscar la eficacia tecnológica de la parte -propio de las ciencias- y olvidarse de la totalidad transformadora, -propio de la filosofía- se desentiende del desarrollo armónico racional entre el hombre y la naturaleza.
Frente a este hombre unidimensional, alienado y acrítico, Marcuse propone la negación total del sistema hasta llegar a la eliminación total del sistema mediante la revolución que ha de ser llevada a cabo por aquellos marginados que aún no han sido absorbidos por el sistema: Colectivos feministas, homosexuales, ecologistas, -y los hoy llamados "antisistema", etc, en concreto, todos aquellos grupos sociales que se mantienen al margen de los procesos productivos y que no tienen nada que perder con su caída ¿Les suena a algo esto, queridos lectores? Efectivamente, el Mayo del 68 en París, la mini-revolución fué montada al principio por estudiantes, siguiendo las consignas de nuestro autor. Sorprende que para un freudomarxista -como lo es Marcuse- no sean los proletarios los encargados de hacer la revolución; su respuesta es el aburguesamiento de este colectivo en las sociedades capitalistas, lo que les impide salir del sistema para oponerse a él.
La conclusión  de la obra es, por tanto, negativa. Marcuse no aporta salidas ni soluciones a los males que aquejan a la sociedad actual. Se queda en una crítica demoledora de la situación sin apuntar soluciones a su "sociedad unidimensional". Su "proyecto trascendente" terapéutico queda vacío en la nada. El sistema capitalista tiene cierto derecho a preguntar a aquellos que lo denostan y lo quieren sustituir por la justificación de su acción, definiendo el nuevo orden sustitutorio. Después de todo, la obra de Herbert Marcuse -como la de la Escuela de Frankfurt- apunta hacia la utopía, eso sí, una utopía negativa, donde se nos invita a realizar un camino sin apuntar dirección meta o destino; muy alejada en el tiempo y en el contenido a la utopía trascendente de Platón, Tomás Moro, y Campanella. 
Poco consuelo el que nos ofrecen los humanismos modernos, apelando a la capacidad crítica y reflexiva de la mente humana, como garante de un futuro incierto, cuyo dios es la propia Razón. ¿Pero de qué razón hablamos? ¿Cómo delimitar a la propia racionalidad auténtica frente a la pseudorazón impregnada de intereses creados al servicio de fines ocultos? ¿De qué racionalidad hablamos? ¿Qué posibilidad tiene la filosofía para ser instrumento de liberación? ¿De qué tenemos que liberarnos? ¿De la razón crítica, histórica, dialéctica, analítica, vital, simbólica, utópica, poética, instrumental, etc.? Pues ya no se trata de definirla frente al mito, ni de enfrentarla a la fe, delimitando sus competencias; tampoco hablamos de una razón ilustrada que ha superado su minoría de edad; se trata de adjetivar dialécticamente a la razón en un mundo global que no es de nadie y es de todos; Se trata de una razón emancipatoria. En definitiva, se trata de recoger las distintas "razones" de todos los pueblos, grandes y pequeños, ricos y pobres, blancos y negros, norte y sur, etc., en un diálogo constructivo, donde todos los pueblos puedan ser oídos en sus justas reividicaciones. ¿Utopía o realidad?




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