Translate

viernes, 18 de noviembre de 2011

FORJADORES DE NUESTRA IDENTIDAD

  


                     " Humano soy y nada de lo que es humano me es ajeno"
          
                                                                  Lucio Anneo Séneca



Hoy me propongo escribir, no sobre política -que bastante tenemos con esta campaña interminable- sino sobre la instrucción de la identidad humana, para aquellos seres humanos  que buscan la manera de edificar la existencia humana con sentido. Por eso -querido lector- si no perteneces a este género de personas que sienten la necesidad de cambio, mejor lo dejas y no pierdas el tiempo leyéndome. Todas las reflexiones que vas a encontrar en mi artículo, van dirigidas a personas críticas, inconformistas, reflexivas, curiosas e inquietas, que no están de acuerdo con el sistema y quieren cambiarlo buscando una alternativa que dé sentido a su vida. Si continúas, encontrarás el testimonio personal de quien escribe, para provecho de quien quiera servirse de él.
Lo primero que se me ocurre decirte es que tienes que encontrarte con tu propio yo. Para eso tienes que volver la mirada introspectiva hacia dentro de ti mismo, olvidando por el momento el mundo exterior, para conocerte, sentirte y amarte a ti mismo. Sí, digo amarte porque pasarás el resto de tu vida contigo mismo y no es baladí aceptarte como eres con tus virtudes y limitaciones. Decía Pessoa, "que eres importante para ti porque es a ti a quien tú sientes." Porque la vida de las demás personas te pueden interesar en cuanto que interactúan contigo, pero la que debe ocuparte y preocuparte es la tuya, con tus éxitos y fracasos, tus derechos y obligaciones. "Aunque la mayoría de las personas no van hacia ninguna parte, es  un milagro encontrarse  con una que reconozca estar perdida"  J. Ortega y Gasset.
¿Y todo esto para qué? Pues para asumir tu propio destino y esculpir tu propia personalidad entre las múltiples posibilidades que encontrarás en el camino. Para asumir tu propia responsabilidad sobre lo que la educación  ha construido desde la infancia, de acuerdo con patrones no siempre bien asumidos ni cuestionados, mediante imperativos categóricos: "debes de", "haz de", "tienes que", y que disfrazados de "autonomía personal", no son sino mandatos heterónomos de dudoso altruismo y fiel reflejo de prejuicios y costumbres. Para no diluirte en el "rol" que la sociedad te ha asignado o en el "status" que te ha situado; siendo, profesor, hombre de negocios, empresario, funcionario, cliente, consumista. Se trata del "Status quo" -estado actual- en el que la sociedad nos ha situado como mecanismo de poder, donde proyectamos "no lo que queremos ser sino lo que los demás quieren que seamos", para jugar en el tablero de la economía consumista donde se valora más el "tener" que el "ser". Y dado que somos un reflejo de la sociedad en la que vivimos, así construimos nuestras creencias y asumimos su paradigma de acuerdo con sus postulados que no son otros sino, la diferencia, la desigualdad, el miedo, el control, y el instinto de supervivencia. En definitiva, para ser tú mismo, como quieres ser y no como los demás quieren que seas.
La palabra "prosopon" tiene su origen en la Grecia clásica y significa "careta" o máscara que utilizaban los actores para actuar en el teatro, ocultando su rostro para jugar un papel o rol asignado en la obra a representar; de ella procede la palabra "persona", que según la definición de Boecio (S.VI d.Xto) es "una sustancia individual de naturaleza racional"; se deduce por tanto, su autonomía individual y su verdadera esencia, la racionalidad. Somos actores del gran teatro del mundo. Nuestra vida es una representación del papel o rol que nos corresponde por status fijos o adquiridos; Los primeros son deterministas, se nos imponen por herencia genética y no implican mérito de quien los posee -nadie elige el momento de nacer, ni el sexo, ni la familia de pertenencia- aunque los segundos son de libre elección, educación, amistades, formación, y todo aquello que forma parte de nuestra segunda naturaleza. Por ser adquiridos, implican esfuerzo, mérito, excelencia y determinación. Nos conducen al éxito o al fracaso, dependiendo de múltiples factores o de unos u otros valores de la cultura de una determinada sociedad y de un determinado momento histórico.
Ante este panorama tenemos dos soluciones o aceptamos ciegamente los valores imperantes de una determinada época, dejándonos llevar por la corriente de moda, el aplauso fácil y el conformismo heterónomo e impersonal, o hacemos frente a ellos, cuestionándonos de forma crítica, reflexiva, responsable y autónoma.
Cada ser humano debe decidir por sí mismo que camino tomar. Yo personalmente he luchado contra todas esa construcciones mentales de mi entorno, etiquetas, prejuicios, costumbres que solo por pertenecer al pasado y venir de la tradición había que asumir, obedecer y cumplir sin cuestionarlas. Mi yo, eso que yo quería ser nunca lo aceptó. Me costó dejar por el camino, familiares, amigos, compañeros y formadores, que equivocados, con buena fe, me aconsejaban seguir en una vocación religiosa que no  tenía. Lo tenía todo: seguridad, aprecio, un expediente académico brillante, amigos a los que apreciaba, buena vida, y confort en un entorno natural privilegiado. Pero me faltaba lo esencial: la libertad.  El tiempo demostró que yo tenía razón. Fue difícil emprender una nueva vida después de pasar 25 años creyendo en algo que de golpe te deja suspendido en el aire. Tuve que abandonar La Moraleja -barrio residencial de Madrid- para trasladarme a un piso pobre de Cuatro Caminos. Al principio lo pasé muy mal sin saber a dónde me llevaría. La palabra "fracaso" martilleaba en mi mente, aunque  siempre creí en mis posibilidades. La angustia económica cercenaba  mis legítimas aspiraciones, mitigada por la enseñanza del inglés como profesor y la ayuda inestimable de mis padres. Tuve que reinventar hasta el lenguaje con mis compañeros de piso. Y, paradojas del destino, allí descubrí la pobreza -no como voto religioso- sino como obligada experiencia personal. Empecé una lucha donde tenía que equilibrar lo que me dictaba la mente -la parte que por educación recibida más había desarrollado- con mi parte visceral, la más intuitiva y con los sentimientos y emociones de mi corazón. El clima de libertad y de librepensamiento que disfrutaba entre mis compañeros de piso, no lo cambiaría por nada del mundo. Allí cada uno argumentaba con razones y discernía de acuerdo a su modo de ver el mundo; cuando se quería convencer a alguien, no se apelaba a ninguna instancia superior metafísica o trascendente, ni al misterio de las Escrituras, ni a la inspiración de una revelación mística de dudosa procedencia para imponer su criterio, sino a la racionalidad de los argumentos y al diálogo constructivo.
Otro frente de lucha que tuve que superar fue el familiar y su entorno sociológico; mi decisión no se comprendió y se aceptó por la familia. En el clima de nacionalcatolicismo que impregnaba  la sociedad rural de mi pueblo, el abandono de la carrera eclesiástica  era considerado como una traición contra la religión. Pero mi elección ya estaba tomada y nadie ni nada la cambiaría. Llegué a la conclusión que no podía sacrificar mi vocación de profesor de filosofía, por contentar a mis seres queridos y menos a la gente de mi pueblo. Y pese a las dificultades que auguraban en mi nueva empresa, tomé el camino correcto que mi conciencia dictaba. Más tarde descubrí que empezaba a seguir el mandato de Aristóteles, quien desautorizó a su maestro Platón en su "teoría de las ideas", por ser errónea a su juicio, diciendo: "soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad". Aprendí a observar y experimentar a través de la experiencia empírica y a deducir según su lógica, y cuando por mi torpeza me alejaba de lo práctico y caía en elucubraciones teóricas, Marx, me recordaba en la XI Tesis sobre Feuerbach que "lo importante no era conocer el mundo, sino transformarlo."
Seguir la verdad de mi conciencia y de mi corazón me costó días de incertidumbre, equivocaciones y dudas. Pero ¿qué empresa humana carece de estos aditivos? evidentemente, ninguna. J.Paul Sartre me enseñó que "los seres humanos estamos condenados a ser libres." Yo decidí que no me gustaba representar personajes con papeles atípicos no queridos por mí, engañándome a mí mismo, como hacen los malos actores al interpretar papeles que no van con ellos. Por eso, decidí escuchar la voz de mi interior para descubrir quien era y qué quería ser. San Agustin me sacó de dudas: "noli foras ire, in te ipsum redi in interiore homine habitat veritas ",  "no busques fuera pues es en tí mismo donde está la verdad".

Ha pasado mucho tiempo desde que viví estas experiencias. Atrás queda el encuentro con el amor, con la mujer a quien amo y respeto, como el primer día que la conocí. El nacimiento de mis tres hijos, la aventura de ser padre, acompañándoles  en el despertar  a la vida. Espero en la actualidad, seguir educando a mis hijos con el ejemplo, asumiendo el papel de la autenticidad, la honradez y las responsabilidad, por encima de convencionalismos sociales, etiquetas e hipocresía; aceptando el éxito y el fracaso como algo inherentes a la naturaleza humana . Hoy soy un profesor de filosofía -dicen que jubilado- pero yo no me siento así. La pasión por el conocimiento y la admiración por lo pequeño o grande, sigue despertando mi curiosidad. La música -la otra pasión de mi vida junto a la filosofía- me ayuda a envejecer con dignidad. Nadie se jubila de amar y conocer a los otros - a los próximos y a los lejanos-, ni de educar e instruir a sus semejantes, ni de sentir nuevos sentimientos, pasiones y emociones y experimentar nuevas aventuras. Han pasado muchos jóvenes por mis clases, he tratado de enseñarles el amor al conocimiento y a la verdad, con la certeza  de proporcionarles instrumentos que les harán más libres y responsables. Algunas veces he podido ser duro, inflexible y distante: les ruego me perdonen si no supe explicarme en aquellos momentos. Ahora pienso que yo he aprendido más de ellos que ellos de mí. Seguiré aportando todo lo que tengo, desde mi modesto blog, con ilusión y pasión, aquello que tanto repetí en mis clases de filosofía cuando leíamos a Aristóteles, que "una vida sin reflexión no merece la pena ser vivida", y que el compromiso más importante de nuestra existencia es ser más humano, reconociendo al humano que hay en cada uno de nosotros. Mejor que yo, lo dice el Maestro Eckhart:

"El que yo sea un hombre, 
 eso lo comparto con otros hombres. 
 El que vea y oiga, y el que coma y beba, 
 es lo que por igual hacen todos los animales. 
 Pero el que yo sea yo, 
 es mío exclusivamente, y no pertenece a nadie más."

                                          MAESTRO ECKHART



No hay comentarios:

Publicar un comentario