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sábado, 18 de octubre de 2014

También ésta es nuestra Historia




"Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizás no merezcamos existir"

                                                                     José Saramago



Son las cinco de la mañana. Un coche de somatenes se para en la puerta del cura y rápidamente se bajan dos tipos con gabardina y sombrero para llamar a la puerta de la casa parroquial, y una vez  abierta, desaparecer en su interior. Cinco minutos más tarde sale Don Francisco casi en volandas entre aquellos dos tipos fornidos y es introducido en los asientos traseros del coche que parte silencioso por la misma calle por la que vino. Al día siguiente todo el pueblo sabía que habían acribillado a balazos al sacerdote en las tapias del cementerio de Huéneja. El pueblo era un hervidero entre la  indignación, la cobardía, la tristeza y la alegría de unos cuantos, ante aquel asesinato sin sentido. ¿A quién beneficiaba aquello? Nadie tenía respuesta. O tal vez, sí. Al rencor, la insensatez, la envidia, el ajuste de cuentas,  el tomarse la justicia por su mano, a la pobreza cultural, o todas a la vez. El pueblo cayó en zona republicana y no nacional. Aquel día la única campana que sonó en el pueblo, fue la María Dolores (la más grande y hermosa del campanario, fue defenestrada por milicianos, no si antes hundir tres techos y abrir un socavón en el suelo, para alimento de cañones como metralla) Así le pagaban tantas noches de atención, desvelos, y alertas a la gente del pueblo. Ella, que tanta alegría trasmitía con sus repiques en las fiestas patronales, como tristeza ante la partida inesperada de algún abulense con un lamento pausado y cadencioso de sus sones...No fue la única. El desmantelamiento de los altares a fuerza de picos y palas, la quema de imágenes y santos (ni los patronos, Los Santos Mártires, se libraron del fuego en la plaza del pueblo) Un segundo atentado contra la "sin razón" y la barbarie, un segundo atentado perpetrado contra las imágenes de nuestros patronos, rememorando su martirio en el siglo IV.  Una orgía de destrucción por borrar cualquier vestigio religioso, que se realizó ante los ojos atónitos de los abulenses, sin que hubiese una razón racional y objetiva que justificase tal violencia.
También ésta es nuestra historia, nos guste o no. No se trata de abrir heridas curadas en la transición del 78, ni de acusar a los otros con espíritu revanchista y maniqueo para ver quien fue más malo, puesto que violencia y violación de los DDHH hubo tanto en la zona republicana como en la nacional. Se trata de reflexionar sobre la naturaleza de la violencia y sus devastadoras consecuencias, cuando los pueblos pierden el rumbo y olvidan el diálogo como participación democrática para solucionar sus problemas. Cuando el odio y la revancha afloran de forma irracional destruyendo la convivencia entre familias y vecinos. Es cierto que los pueblos no tienen memoria. La memoria es privativa de cada persona  en particular y cada uno la recuerda según sus propias vivencias subjetivas. Pero los hechos objetivos están ahí, como testimonio ejemplar para no caer en los mismos errores del pasado. Conviene no olvidarlos.






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