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martes, 21 de octubre de 2014

"Aquí Abla, dígame"





Corría el año de 1953. Una cuadrilla de celadores y mecánicos vestidos con monos de color azul tomaron las calles del pueblo como si de un ejército de ocupación se tratara, armados con alicates, piquetas, cables, argollas, rollos de acero y escaleras desmontables, para acceder a lo más alto de las fachadas y balcones y tender la linea telefónica. !Por fin una vieja aspiración de los abulenses se iba a a cumplir!: Abla se comunicaba con el mundo, saliendo de su silencio local. Aquellos profesionales trabajaban a destajo, unos abriendo agujeros  para sujetar las argollas y otros tendiendo la línea de telefonía o los cables acerados entre una calle a otra para salvar los espacios abiertos y completar el tendido. Después de unas semanas, los treinta primeros domicilios con teléfono estaban conectados con la centralita del pueblo. Esta se encontraba en la calle José Antonio nº 1, antigua calle Real, a los pies de la torre de la Iglesia y contigua a la Plaza del Generalísimo Franco y lugar de la Casa Consistorial o Ayuntamiento. Un letrero redondo destacaba en su fachada con el nombre de "TELÉFONOS" con letras en blanco sobre fondo azul marino. La puerta de color verde intenso mostraba a los lugareños el lugar donde poder conectar con sus seres queridos. En el interior un vestíbulo con un pequeño locutorio cerrado por una puerta de cristales y la estancia donde se encontraba la centralita separada por un tabique en cuyo centro resaltaba una ventanilla de cristal con marco niquelado. En su interior una centralita dividida en dos cuerpos uno rectangular con los treinta números con su chapita marcada por el número y debajo el agujero para conectar los pares de clavijas alternando los colores de blanco, verde y azul; en la otra parte un teléfono rematado por dos timbres y un auricular a la izquierda y una manivela para llamar a la derecha pegada en la pared. Al fondo, un timbre potente y una mesa camilla multiusos que lo mismo servía para oficina, que para comedor y hasta para jugar a la brisca en los largos días fríos de invierno.
Una mañana apacible de septiembre la telefonista del pueblo, con más nervios que otra cosa puso la primera conferencia entre el gobernador de Almería y el alcalde del pueblo, previa bendición de los locales por Don Juan el párroco. Quedaba inaugurada la central telefónica de Abla de la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE), para gloria y propaganda del régimen y progreso, prosperidad y alegría para los abulenses. Pero no todo era fiesta y esplendor, a poco que rascáramos sobre la superficie se encontraba la verdadera realidad. Después de seleccionar a varias candidatas, se les hizo un examen para elegir la más idónea, de gramática, matemáticas y contabilidad. También se tuvo en cuenta la situación de la casa, ya que ésta sería la sede de la central telefónica y su situación céntrica sería determinante. También se valoró como mérito ser familia numerosa puesto que el régimen por el que se regía la contrata  era de régimen familiar (eufemismo que  encubría una disposición de todos los miembros familiares para atender el servicio, aunque la encargada titular fuese una solo persona). !Toda la familia disponible día y noche, las 24 horas, los 365 días del año..., para ganar la friolera de 150 pesetas al mes! (ese fue el primer sueldo que posteriormente mejoró). Sin seguridad social, ni vacaciones, ni bajas por enfermedad..., algunos comentaban que era un trabajo fácil, bajo techo, sin frío ni calor, comparado con la vida a la intemperie del agricultor. Fueron casi cincuenta años sujetos a la esclavitud de un trabajo ingrato de cara al público. Nadie agradecía nada y todos tenían derechos y prisa, "el cliente siempre tiene razón" (nos decían  nuestros jefes) A veces las conferencias se retrasaban más de lo debido, porque el servicio se saturaba o  porque las líneas se averiaban con cualquier incidente metereológico, siendo complicado convencer a clientes y abonados de tales contingencias. "Hace una hora que pedí hablar con Barcelona...me es muy urgente".  (Sólo habían pasado diez minutos). Los camioneros llamaban a las cinco de la mañana desde un bar de la carretera a la Alhondiga de Sevilla para preguntar por los precios de las hortalizas: "A este paso llego yo antes con el camión"...(comentaban con sorna) "Aquí Abla, dígame" contestaba la telefonista con presteza. Al otro lado del teléfono se extrañaban del nombre del pueblo, confundiéndolo con la función de "hablar". La entrega de telegramas y avisos de conferencia, era otra actividad comprendida en el servicio, para una población que no disponía de teléfono en casa, y a la que se le citaba en la centralita a una hora determinada para hablar con sus familiares o amigos !Cuántas noches  de vigilia! !Cuántas fiestas y vacaciones sin poder pisar la calle! !Cuántos desvelos y favores, no correspondidos! !Ni siquiera a la hora de comer podían estar todos sentados a la mesa!..., siempre esa llamada inoportuna, en el momento preciso. El timbre no dejaba de sonar día y noche. Pero no todo eran sinsabores: Había gente agradecida que valoraba el servicio y lo agradecía. Las buenas noticias siempre encontraban una alegría sana de complicidad en la telefonista..., así como las malas, pesar y dolor. Siempre  había una palabra de consuelo para los más abatidos...
Han pasado muchos años desde que sucedieron estos hechos. Mi nombre es Antonio "El de teléfonos", y soy hijo de Paquita, la telefonista de Abla.




Dedicado: A mis Padres, Antonio y Paquita. Para ellos, mi cariño, gratitud y admiración por su ejemplaridad y dedicación. A todos los hombres y mujeres que prestaron un servicio telefónico en regimen familiar, no siempre valorado y reconocido. Con agradecimiento y afecto.


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