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viernes, 4 de abril de 2014

Hay que tomarse la risa en serio




El hombre nace sabiendo llorar pero ha de aprender a reír. En la segunda parte de la Poética, Aristóteles dice que el hombre es el único animal que ríe. Luego dirá Bergson que además  es el único que hace reír. Parece, por tanto, que la risa es algo esencialmente humano, y, sin embargo, sorprende la poca atención que le ha dedicado la filosofía, la antropología o la psicología.
En la Grecia clásica, Platón no es muy favorable a las manifestaciones jocosas, ni a la risa ni al canto, ni siquiera a la Poesía, todas ellas consideradas extremadamente peligrosas para el poder, son armas subversivas. Todo ello es peligroso y atenta contra la rectitud de la República. En el Filebo dice Platón que la risa es un placer pero al mismo tiempo afirma que es fea, obscena, transgresora de la armonía, de la medida, de la integridad y de la conciencia social y de los hombres libres. Termina diciendo que es un placer que produce dolor y que atañe sólo a los locos, bufones, viles y esclavos. Sin embargo, Aristóteles sí trata sobre la risa, y además lo hace de forma consciente y ámplia, en diferentes facetas de la sabiduría: En la Poética, en la Retórica, en la Política.  De todos los afectos, amabilidad, benevolencia o favor son los que más se aproximan a la risa y a la alegría. En la Poética habla por primera vez de las risa, su origen y sus efectos. Y siempre es favorable cuando se produce en su justa medida, como resultado del ingenio, de la burla, de la agilidad, de la ironía, provoca sensaciones especiales como recreación, benevolencia, es decir, divierte y pone de buen humor al oyente, relaja la tensión y genera simpatía, tanto en la vida social (Ética), en la vida política (Política y Retórica) y en la vida artística (Poética).
Con estos antecedentes, y la interpretación que hace el cristianismo de la existencia humana en este "valle de lágrimas",  la Edad Media nos manifiesta la controversia entre  fe y razón,  superstición y método científico, risa y temor de Dios. El teocentrismo religioso y la cercana llegada del juicio final, profundizaba la sima entre el pecador humilde que espera la redención, y el orgulloso, altanero y apegado a los placeres de este mundo, mostrando una sociedad oscura, superticiosa e ignorante. Estos antagonismos están muy bien representados por dos personajes: Jorge de Burgos y Guillermo de Baskerville, en El nombre de la rosa de Umberto Eco. En un pasaje de esta narración, encontramos el debate sobre la risa entre estos dos personajes: Jorge de Burgos -el antiguo bibliotecario monje ciego, autor de los crímenes de la abadía-, y el franciscano investigador Guillermo de Baskerville. “La risa es propia del necio. (…) El ánimo sólo está sereno cuando contempla la verdad. Y se deleita con el bien que ha realizado. Y la verdad y el bien no mueven a risa. Por eso Cristo no reía. La risa fomenta la duda”, sostiene el siniestro monje ciego. Después de rebatirle tal afirmación, Guillermo admite que la duda es positiva para el hombre, y termina concluyendo que "A menudo la risa sirve para confundir a los malvados y para poner en evidencia su necedad”. Todos conocemos el desenlace final: El descubrimiento de Jorge de Burgos como autor de los crímenes perpetrados en nombre del cristianismo, envenenando las páginas de la poética de Aristóteles, y asesinando a los monjes que osaban leerla, mediante un proceso muy sutil de la tinta envenenada. (Como ven, la risa también mata en serio)
Hoy, consideramos la risa como un bien contagioso que hay que cuidar, y muy beneficioso para la salud física y mental. Cuando una persona se ríe de verdad,  entonces en su cerebro se liberan endorfinas, que tienen un efecto de tipo opiáceo similar a la morfina. Por eso las endorfinas se conocen como "opiáceos naturales". También se libera la dopamina muy relacionada con los estados de bienestar psicológico, y disminuyen los niveles de cortisol que es una hormona conocida como la "hormona del estrés".
Actualmente, está causando furor, siendo record de taquilla una película española llamada Ocho apellidos vascos, cuyo objetivo fundamental es la risa, dirigida por Emilio Martinéz-Lázaro. Es una comedia-romance, donde Rafa (Dani Rovira) es un joven señorito andaluz que no ha tenido que salir jamás de su Sevilla natal para conseguir lo único que le importa en la vida: el fino, la gomina, el Betis y las mujeres. Todo cambia cuando conoce a la primera mujer que se resiste a sus encantos: Amaia (Clara Lago), una chica vasca. Decidido a conquistarla, se traslada a un pueblo de "las Vascongadas", donde se hace pasar por vasco para conseguir que le haga caso. Adopta el nombre de Antxon, seguido de varios apellidos vascos: Arguiñano, Igartiburu, Erentxun, Gabilondo, Urdangarín, Otegi, Zubizarreta y… Clemente. 
La crítica especializada ha sido muy dura contra la película tildándola de "bodrio frívolo e irresponsable" (Zarzalejos) o "síntoma de la amoralidad de la equidistancia" (Jon Juaristi). No diría yo tanto. La película es una comedia romántica llena de ironía, con un gracejo andaluz típico del protagonista, que solo pretende entretener y hacer reír a la gente y que no ha gustado a la mal llamada "izquierda abertzale" (Bildu y Gara), porque no soporta que intérpretes no vascos hagan de vascos. Pero lo que realmente escuece es que alguien no vasco haga una crítica satírica de una sociedad endogámica, poniendo en evidencia la ceguera nacionalista e independentista (algo defendible en cualquier democracia, si no fuera por los 800 muertos causados por la violencia criminal de ETA). No cabe la posibilidad de confundir el dolor y la solidaridad de los españoles con la risa espontánea generada por la película: lo uno no puede identificarse con lo otro. Las víctimas del terrorismo pueden estar tranquilas.
Una sociedad que sabe reírse irónicamente de sí misma es una sociedad viva, sin censura, abierta, flexible y autocrítica; solo en las sociedades autoritarias la risa como ironía es peligrosa y es necesario erradicarla porque atenta a la ortodoxia del sistema, y socialmente es reprobable por peligrosa, seguramente por ser enemiga del sometimiento al dominio y al miedo. En este contexto, la censura es su antídoto como arma proteccionista y de control de los disidentes. Hay que tomarse la risa en serio.



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