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martes, 15 de abril de 2014

HIEROFANÍA





La religión es una experiencia simbólica de sentido. Junto a la filosofía y la ciencia se ha articulado como un tercer saber, que se centra en el significado de la vida humana y en las preguntas que plantea. "La naturaleza no es sólo la realidad referencial con la que se relaciona el hombre desde un saber utilitario e inmanente, marcado por la curiosidad y la evaluación, sino que aparece también como una realidad prepotente y absoluta que suscita admiración y temor, fascinación y reserva." (J.A.Estrada) La religión pretende ofrecer una interpretación global del hombre, como la filosofía, pero sin dejarse limitar por la racionalidad y la inmanencia. De ahí que se postule una comprensión original de la realidad misma, definiéndola como creación en las religiones bíblicas, y se busque una referencia trascendente y divina para explicarla. La infundamentación del mundo y del hombre, su contingencia, lleva a buscar una referencia última, absoluta, desde la que explicarla y relacionarla con el hombre. La persona interpreta la realidad en su doble nivel ontológico y epistemológico para desde ahí ofrecer un sentido a su existencia. En este sentido, la religión implica siempre extrapolación, un ir más allá de los límites (de la razón, del mundo, de la historia) que no puede justificar la racionalidad filosófica. No se asume simplemente la finitud y la contingencia como dimensiones fácticas de la vida humana, sino que se busca darle un fundamento y significado, más allá de la realidad material, de lo limitado y finito, de lo mortal y perecedero. "La pregunta por el significado de la vida humana no sólo desborda los límites del cosmos y de la vida terrena, sino que es motivada y canalizada más allá de la razón. La religión es hija del deseo, de la carencia y de la esperanza, y no sólo una construcción de la razón. No es necesariamente anti-racional, pero tampoco permanece dentro de los límites de la razón, aunque ofrece a ésta tópicos y problemas a discutir." (J.A. Estrada)
Como todo saber, articulado por un discurso racional, hace referencia necesaria a la experiencia empírica de la que se se nutre, mediante, imágenes, símbolos, conceptos, y metáforas. El ser humano está unido a la naturaleza y ésta solo sabe expresarse mediante conceptos que elabora a través de imágenes particulares que posteriormente eleva a categoría universal. Así es como construimos el lenguaje, instrumento de comunicación de todo discurso cientifico-racional y también religioso. El lenguaje religioso no puede apelar, como la ciencia, a un saber verificable, sino que se basa en un lenguaje simbólico, expresivo y comunicativo, que, en última instancia, remite al testimonio (narración y expresión) y a la experiencia personal, que pretende hablar con y en nombre de Dios o los dioses. Por eso, el lenguaje religioso tiene pretensiones de sentido y significación, vincula la ética al presunto sentido del hombre en la historia y el mundo e interpreta los acontecimientos en función de esa relación con lo divino. Desde este punto de vista la religión sí que es de este mundo.
Como todos sabemos, el origen de la religión cristiana lo encontramos en la Biblia, emparentada con sus dos otras religiones monoteístas: la judía y la islámica; las también llamadas religiones del libro. Las tres tienen una particularidad común: su aversión y rechazo a toda representación plástica a la imagen, a la representación de Dios, a la iconografía de lo absoluto. La explicación de este fenómeno está en el temor del Dios celoso del A.T. (Antiguo Testamento) a que el pueblo de Israel adorase a ídolos de oro "hechos por la mano del hombre" (influido por los pueblos vecinos) y rompiese la alianza entre ambos. Por eso lo que se manifiesta en el Monte Sinaí es un Yahvéh sin nombre: "Yo soy el que soy" y por tanto sin rostro pero con voz, difícil de corporeizar.
La llegada del cristianismo y el misterio de la encarnación en el que Dios se hace hombre en la persona de Jesucristo, pone rostro humano a la divinidad, establece la relación Padre-Hijo, a la vez que elimina la prohibición del A.T. de representar a Dios mediante imágenes, puesto que Dios irrumpe en la Historia y "se hace carne para vivir entre nosotros". Jesús de Nazaret adquiere el protagonismo del N.T. (Nuevo Testamento), mediante la Nueva Alianza, con la fuerza de la palabra o "Buena Nueva". Los cuatro evangelios, relatan su vida y milagros y sobre todo su muerte, como un mensaje de salvación, pero a la vez, como secuencias de unos hechos que acontecieron históricamente llenos de plasticidad y sensibilidad emotiva. El poder de la Iglesia como institución, el mecenazgo de ésta en el renacimiento, la imaginación de nuestros artistas, pintores y escultores, hicieron el resto. Solo faltó que la piedra, el lienzo, la madera, el vidrio, y el mármol, se dejaran hacer... De ahí, a la creación de la imaginería barroca, que constituye la esencia de nuestras procesiones de semana santa, hay un paso.




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