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jueves, 28 de noviembre de 2013

Lilas en un prado negro




Querido Carlos:

Hay cartas que nadie querría escribir y menos enviar. Ésta es una de ellas. No por quien la escribe, sino por su contenido. Hoy, tu amigo José Luis Alvite, acaba de saber que tiene cáncer de colon y cáncer de pulmón, así me lo ha comunicado mi doctor. Ahora lo fácil sería decirte que lucharé con todas mis fuerzas y que a ésta nefasta enfermedad la venceré porque pelearé hasta el final. Pero no será así. Tú me conoces mejor que nadie: siempre he sido un perdedor y la aceptaré con resignación, no me queda otra. Hoy no estaré en tu programa de radio y créeme que lo siento, amigo mio, "por primera vez no puedo culpar de mi ausencia a la desidia, ni alegar que una monada ciega de Denver me salió al paso y sin motivo alguno se encaprichó conmigo". He de admitir la metástasis del tumor tan "desproporcionado, como encontrar un centollo en el interior de una almeja." Claro que mis ojos no han sabido ver lo que acontecía, porque… ¡qué demonios!, tantos años entre el humo del Savoy me enseñaron que la penumbra te salva del disgusto de que con la luz descubras que en la cola del piano no estaba sentada la mujer con la que contabas, sino el tipo impasible que viene a precintar las manos del pianista. Después de veinte años en el Savoy, aún sigo buscando esa mujer que esconda mis temores entre sus pliegues y me devuelva a ese campo de lilas en el prado verde de mi niñez.

¡Qué quieres que te diga!, el caso es que lo he encajado sin pestañear, no porque sea un valiente, sino, sencillamente, porque siempre supe que el mío en la vida sería un viaje en el que inesperadamente al tren se le acabarían por detrás el humo, y por delante, las vías. Siempre me he sentido viajero hacia "ninguna parte", y he aceptado estoicamente ser pasajero de una realidad que me sobrepasa por humanidad y contingencia, sin maleta ni estación. Un nadador contra corriente que sabe que después de muchos esfuerzos el agua acabará por arrastrarle río abajo.

Ni siquiera esa mujer, como musa de mis sueños, objeto voluptuoso y carnal, coqueta, fumadora, de labios carnosos, excitante, misteriosa, pechos voluminosos... y bebedora empedernida... esa mujer con la que cualquier hombre se perdería... podría rescatarme del naufragio, -Querido Carlos-

Hoy, más que nunca, me siento héroe de mi propio guión -el héroe que siempre he querido ser-: desaliñado, poco agraciado, rechoncho, calvo, fracasado y soñador; un quijote entre gangster, humano, pendenciero, perdedor, desahuciado, pobre..., algo tan real como la vida misma, dónde ironía y metáfora pugnan por sobrevivir. Donde la muerte, el destino, el bien y el mal, el vitalismo naturalista, el riesgo al filo de la navaja, y los despojos de una sociedad redimidos por una ética humanista comprometida, son -entre otros- los pensamientos que bullen en mi cabeza, mientras permanezco en el escenario de este viejo garito lleno de humo, penumbra, voluptuosidad, y las notas musicales de un viejo piano desafinado.

"Dice mi oncólogo que la situación es muy comprometida. (...) No importa. Ojalá pueda volver a tu lado. Y si no vuelvo, por favor, piensa que fue sólo porque me empeñé en el estúpido sueño de llegar por ferrocarril a una ciudad sin tren."


     

"La vida es una costumbre de la que cuesta apearse" -acostumbraba a decir, José Luis Alvite- Hoy, el Savoy está cerrado por defunción. Ha muerto José Luis Alvite. Un cáncer de colón y pulmón le han apeado del tren de la vida, pese a su empeño por no bajarse y continuar un viaje "en el que inesperadamente al tren se le acabaría por detrás el humo, y por delante, las vías". Hoy tampoco estará en el Savoy ni su columna podrá leerse en LA RAZÓN -periódico que compraba exclusivamente por leer su cita diaria- y de la que falta desde un 28 de noviembre de 2013, cuando le diagnosticaron el cáncer. (Puedes leer la carta que le escribió a Carlos Herrera comunicándole la noticia, al final de este artículo).
    
Demasiado, incluso para Alvite- luchar contra dos gangster cuyas balas mortíferas (mucho más peligrosas que las de Dillinger), han acabado con su vida. Una vida que se inició en un pueblo de Orense pero que terminó en Santiago de Compostela. Su infancia fue la de tantos niños de las posguerra, que "mitigaba el hambre con la saliva que tragaba y el mejor alimento para la inteligencia era el hambre", con una facilidad pasmosa para convertir la realidad en metáfora y crear unos personajes, en torno a los años 20, en los bajos fondos de Nueva York en la que nunca estuvo. Si queremos encontrar en la literatura una identificación entre la vida real del autor y sus personajes ficticios, aquí está. Su vida fue -en palabras suyas- un viaje hacia ninguna parte, "porque me empeñé en el estúpido sueño de llegar por ferrocarril a una ciudad sin tren". Desde ese modesto rincón del periódico, su mundo en el Savoy recobraba una vitalidad plástica asombrosa, rica en metáforas, comparaciones, y giros literarios. El joven Alvite fue en vida un personaje más, en la trama que se desarrollaba en torno a su persona. Desde pequeño tuvo que convivir con su otro "yo", mirado con sus propios ojos ante el espejo, como resultado de una mala operación de nariz efectuada por un mal cirujano, que le cambió la cara. El universo creado por Alvite, es de personajes sucios que escriben su vida en un rollo de papel higiénico, antes que en papel limpio; es el mundo del hampa, de los perdedores..., el mundo de aquellos personajes que pasan horas y horas detrás de una barra de bar leyendo el periódico, o tramando un sucio negocio al margen de la ley; un mundo denso, cargado de humo, entre la noche y el día, de películas en blanco y negro, y de mujeres atrayentes, que buscan conversación para que las horas sean menos tediosas; que ironiza con los complejos del hombre ante la mujer: "Tener clase es que a los 60 años una mujer tenga la sensación de que las arrugas de tu rostro son las rayas que le sobran a tu pijama"..., ese es el mundo de Alvite. "A los quince años el sexo me parecía pecado; a los cuarenta, me parecía un deber; ahora, sinceramente, me parece caro" -Así se expresaba con la naturalidad que le caracterizaba-.

Ya no está entre nosotros. Tampoco me lo imagino en el cielo, rodeado de ángeles asexuados entre nubes de algodón, cantando con los bienaventurados. No. No es su lugar. José Luis Alvite sigue en el Savoy, detrás de la barra del bar, con un vaso de wisky de cristal, gabardina, y sombrero: oye las notas de un piano desafinado junto a una mujer hermosa, que le sonríe detrás de las voluptuosas figuras del humo de su cigarrillo.



N.B. José Luis Alvite falleció el 15 de enero de 2015 en Santiago de Compostela. La carta a Carlos Herrera no es copia textual del autor, es creación literaria propia de quien escribe este artículo, excepto las frases entre comillas, que sí que lo son.
Obras recomendadas de J.L. Alvite: Historias del Savoy; Almas del nueve largo; Áspero y sentimental; Humo en la recámara, Lilas en un prado negro.




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