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lunes, 7 de octubre de 2013

LAMPEDUSA: Un Cementerio para "Los sin Nombre"




No murieron en las aguas de Lampedusa, algunos ya lo hicieron antes de nacer. Su pecado, nacer en una tierra donde la vida no tiene valor  por la desidia de unos y otros. Las aguas voraces no se tragaron cuerpos famélicos, mujeres embarazadas, niños y jóvenes, se tragaron la decencia de una Europa civilizada que mediante una propaganda falaz deja ahogarse en sus puertas a quienes quieren compartir los beneficios de esa civilización superior. Lampedusa más que una isla es una fosa, un cementerio de los sin nombre, de los sin papeles. Nadie llorará su falta. Sus nombres quedarán enterrados en las profundidades del mar, diluidos en las aguas profundas, o  yacen bajo una tumba sin nombre en una isla perdida. Si hoy están en las portadas del mundo  occidental es por el número de ahogados y desaparecidos, no por su valía como personas: "Homo res sacra homini" -decía nuestro Séneca-, sino por un número suficientemente alto como para arroparlo con grandes palabras de luto y alarma, una fila interminable de muertos sin nombre al principio del telediario. El resto sucede cada día, por capítulos, sin que merezca el relato trágico de una barcaza con unos 500 inmigrantes a bordo —entre ellos muchos niños y mujeres embarazadas— que, antes del amanecer del jueves, se avería y empieza a hundirse a media milla de la isla italiana de Lampedusa. 
Europa les ha engañado. La misma que vio nacer el Derecho en boca de Cicerón, "Seamos esclavos de las leyes para ser hombres libres"; esa misma ley  sanciona a los pesqueros que se atreven a ayudar a las pateras, bajo el pretexto de ayudar a los que trafican con seres humanos.  La misma que allana el camino de residencia a aquellos que invierten o compran propiedades en España sin que se sepa su procedencia. Una ley al servicio del mercado y el capital, que elimina el principio de que todos somos iguales ante la ley. La misma que inventó la Democracia, o el hecho de solucionar los problemas  mediante el diálogo y la argumentación, se enzarza en disputas inútiles preguntándose quién tiene la culpa, si el país fronterizo o Europa en su conjunto. El Papa Francisco lo tiene muy claro: ¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos? Ninguno. Todos respondemos: "yo no he sido, serán otros". ¿Quién de nosotros ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas, de todos aquellos que viajaban sobre las barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos…? La ilusión por lo insignificante nos lleva hacia la indiferencia hacia los otros”(...) “Solo se me viene la palabra vergüenza. Es una vergüenza”.


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