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miércoles, 16 de octubre de 2013

La Faena de Abla




Todo aquel que se siente abulense sabe muy bien a qué me refiero cuando utilizo el nombre de "La faena". Dicen los historiadores, que en la península ibérica podía pasar una ardilla de rama en rama, de árbol en árbol, desde el norte hasta el sur, sin tocar el suelo. España era un bosque inmenso poblado de todo tipo de árboles. Lo mismo sucedía en el campo de mi pueblo: un inmenso parral verde, una mancha de pámpanos, sarmientos y tallos, extendidos  a lo largo y ancho de su vega como queriendo abrazar el sol y el aire. La mancha verde cubría cualquier trozo de tierra ocre y la tapaba a la vista del sol,  para lucir entre todo su esplendor un bosque de parras, alineadas en estricta formación, alternando con puntales y madres el peso y la tirantez del parral. Era el parral. En su hondura  umbrosa,  se escondía el tesoro más apreciado de las familias  abulenses. Allí, se juntaban ilusiones y trabajo, esperanzas y esfuerzos, frío y calor, alegrías y decepción. Era el centro de cientos de familias, el cuidado, la dedicación y el esmero de tantos y tantos campesinos de mi pueblo, "la niña bonita" que atraía la atención de todos desde su aparecer como brotes en el mes de marzo hasta su madurez en el mes de octubre. Su corona, la faena, como meta. Todo estaba preparado para este tiempo del otoño, donde se rendían cuentas.  No siempre era agradecida.  Se pueden contar los años con los dedos de la mano, en los que ayudó con prodigalidad a  atajar las necesidades y las hambres de los abulenses. Siempre había una mala explicación para el mal fario de la cosecha.   Cuando no era la muestra  eran  las heladas y hasta el tórrido calor del verano, el maldito mildiu, o los precios de risa de los intermediarios...Casi siempre perdía el agricultor. No conozco un fruto más delicado que la uva, ni que requiera tantos cuidados y tanta atención. Sus desgracias eran las nuestras, sus logros también. Entre tantas dificultades, hoy no queda una parra en pie; algunos pocos olivos, almendros y para de contar...Hoy nuestra agricultura ha perdido su identidad. El pueblo adormece de espaldas al campo, en un atardecer sombrío que le ha avocado hacia una noche oscura, cuyo amanecer no se vislumbra.
Desde el invierno,  comienza su andadura con la poda, dejando en cada parra tres brazos con cuatro o cinco yemas. Cortando los sarmientos viejos y dejando los nuevos, futuros iniciadores de la nueva cosecha. Después de la poda, toda la familia se aprestaba a recoger los sarmientos muy necesarios y útiles para encender la chimenea, cocinar, calentar el hogar e incluso aviar el brasero de la mesa camilla. Cuando aparecen los primeros brotes, hay que sulfatar para eliminar la filoxera y mantener los troncos y ramas en buen estado. Entre tanto hay que  regar las parras  y pasados unos días, labrar con el arado tirado con un par de mulos o asnos, ya que en aquella época no existían los tractores y los pocos que había tenían dificultades para  hacer una labor sorteando los puntales, las parras y las alambradas que cubrían el parral. Vuelta a empezar, cuando la muestra aparece hay que dar polen racismo tras racimo El polen es la espora masculina de las flores que el viento y los insectos se encargan de diseminar hasta colocarlo en el pistilo, parte femenina de la flor, y así provocar la polinización. Lo hacía toda la familia artificialmente para no dejar ningún cabo suelto a la naturaleza. Luego azufrar para exterminar el  oídio del racimo, procurando hacerlo entre 18º y 35º, siempre de madrugada y sin un ápice de viento...
Así hasta llegar a la estación término... hasta el otoño, donde los racimos de uva de mesa variedad "barco" se prestaban a ser recolectados. La Faena. !Bendita faena!  Síntesis de tanto trabajo y esmero; meta de esperanzas presentes y de sueños fallidos. Abla, mi pueblo, se acostaba cansada, monótona, aburrida, campesina...!De pronto, se despertaba tras un estallido de alegría, industriosa, arrogante, laboriosa, ruidosa! En cada casa, hogar o familia, en cada barrio, calle o plaza, el ajetreo de hombres, mujeres, niños y animales, anunciaban la faena. Multitud de mujeres se apilaban en los almacenes, entre cientos de cajas,  dispuestas a envasar la cantidad ingente de uva de "Barco"  en platós, que previamente habían sido transportados por camiones desde el pie de la parra, y posteriormente exportadas a Europa y América. Arrieros con asnos, mulos y yeguas, sacaban a la vera de los caminos cajas de 25 kilos de uva, previamente cortadas por cuadrillas de cortadores con celeridad asombrosa. Había que darse prisa porque otro parralero esperaba impaciente "echar su uva", y los fríos del próximo invierno amenazaban con su presencia. Era el momento esperado durante un largo año. Allí, a pie de parra, se pesaba -previamente acordado el precio- que siempre era mucho para el comprador y poco para el vendedor. A veces se vendía a ojo, sin pesar; nunca se sabría quien acertaba o ganaba. En aquellos instantes se ventilaban muchas cosas, cuál de ellas más importantes para las familias: la deuda al tendero de todo un año (para tener crédito y seguir "fiando") las deudas de pan, ropa, así como los gastos de abonos y fertilizantes,  y las trampillas de cada cuál. El dinero caía en una semana más que en todo el año como maná en el desierto. ¡Había que ver la cara de satisfacción de los abulenses después de un largo año de duro trabajo!



UVA MARINERA

Mar verdoso de altivos tallos,
como veleros desplegados, que
cobijas tus tesoros en el fondo,
en racimos de uvas agrupados.

Nacidas aquí, mirando al otro lado,

a la espera de dorar y dar el salto,
como tesoro hallado en "El Dorado",
de tierras y mercados conquistados.

Uva del Barco, en la llanura preñada,
criada por aguas de riachuelo heladas,
por pechos de sultana amamantada...

En la Nueva Tierra, la mejor bandera,

es llevar tu dulzura terrena,
con vocación marinera, a la otra ladera.

            

          ANTONIO GONZÁLEZ

   

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