Translate

martes, 5 de marzo de 2013

No hay mal que cien años dure





Hay dos clases de hombres, los que se hacen análisis clínicos y siempre tienen el colesterol o los triglicéridos desvocados, y  los que nunca pasan por la consulta del médico y siempre están sanos. Por esto del principio de conservación, la  familia te obliga a hacerte análisis de todo. Después de múltiples pruebas incluida la de la próstata, por cierto la mas problemática y para mí la mas traumática. Vista la guapa enfermera que con toda amabilidad me recostó  en la camilla mirando hacia la pared, (uno ingenuo se las prometía del todo felices) cuando de pronto apareció el doctor con cara de portero de discoteca,  de haber reñido con su suegra o haber recibido una paralela de la Hacienda pública, y !zas! la pagó con el pobre paciente, que fui yo. Ningún doctor te pregunta cuantos años quieres vivir, todos en su profesionalidad y juramento hipocrático, tratan de que llegues sano y pero no salvo a la tumba. Se trata de atiborrarte de pastillas para llegar a los noventa y luego tener una apariencia saludable en el ataud. Conozco un amigo de la familia que después de fumar tres cajetillas de cigarrillos diariamente, murió con 92 años, y no por culpa del tabaco, sino de viejo. Después de seguir un régimen estricto, sin fumar, beber,  quedarte con hambre, no comer lo que te apetece y hacer 35 kilómetros en la bicicleta estática, quemando 750 calorías y una hora de ejercicio físico, te queda una análisis para enmarcar y un estómago en rebeldía ¿Merece la pena? "Si sigues así, no llegarás ni a los setenta" -dice mi doctora- Seguir así es comer carne de cordero, tocinetas de cerdo, queso curado, regado de buen vino tinto, café, copa y puro... buenas siestas... Y si alguna vez te pierdes por la montaña, contemplarla desde la falda con una buena barbacoa y animar a los acompañantes a que la suban, por esto de que el ejercicio físico siempre  es bueno: "Mens sana in corpore sano". A veces uno se cuestiona si no es mejor vivir con intensidad poco tiempo que ser esclavo de la rutina de las pastillas, tener la mente lúcida para contarlas, para  llegar aseado a la vejez. Aunque a la postre, como dice la sabiduría popular: "No hay mal que cien años dure".




No hay comentarios:

Publicar un comentario