"Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua".
Jorge Luis Borges
No hay vida sin paisaje, como no hay cuadro sin marco. Vida y paisaje van inseparablemente unidos. Si la vida es el transcurrir, pasar y durar, el paisaje es el hontanar donde todo acontece, te acompaña, como la sombra de uno, inseparable al cuerpo: No puedes renunciar a ella. El valle por donde discurre el río Nacimiento es de una belleza cautivadora. Situado entre Sierra Nevada y Sierra de Baza, es tierra de enlace y transición entre el valle del Zenete y el desierto de Tabernas; el mismo que gracias al "Wester" se convierte en Nuevo Méjico, Arizona, Texas o Colorado; tierra de Apaches o Sioux y del VII de Caballería. Tierra de vaqueros, pistoleros, gringos y mejicanos; de estaciones de ferrocarril de la Union Pacific Railroad Company, que sólo proyectan vida virtual gracias a la técnica del celuloide, donde realidad y ficción, verdad y apariencia, son lo mismo. Tierra de promesas olvidadas, de esperanzas frustradas, de ilusiones rotas, unas veces por la adversidad de la naturaleza y otras por la desidia del hombre. De plantas arraigadas al suelo, adaptadas a las inclemencias del tiempo: De esparto, adelfas, retama, alcaparra, tomillo y jaras. Ser tierra de transición le permite tener un clima seco y soleado, a la vez que inestable y ventoso. Éste, mueve las nubes con tal celeridad, que las espanta del valle, para descargar su apreciado tesoro en las dos sierras, almacenando la nieve del invierno, que amamanta durante la primavera las tierras de olivos, almendros, y frutales. La vida queda pegada a la luz, la tierra, el color y el olor, como la planta a la tierra de la que vive y se nutre, en simbiosis y armonía entre los opuestos. El río, harto de ser un aprendiz, seco y sin agua, se reivindica como río, con agua, sin rebeliones y demagogias ni ruidos de indignados. Sólo el grito del modesto en la naturaleza que lucha por el reconocimiento de su dignidad. Temperamental en las avenidas de otoño, se convierte en andante cantarín en el deshielo de primavera, entre guijarros y meandros, sus aguas cristalinas siguen su curso adaptándose a la orografía del terreno, unas veces plano, otras inclinado. Su alocada carrera, tiene destino; su aparente libertad, está determinada, prefijada por la ribera que le conduce inexorablemente al mar. Su bravura de juventud, queda apaciguada, mitigada..., intuyendo su final. Como la vida misma.
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