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lunes, 7 de marzo de 2011

KANT: "Hume me despertó de mi sueño dogmático"




¿Qué puedo conocer? He aquí la pregunta a desvelar en la Crítica de la Razón  Pura. Kant considera que para responder a esta pregunta hay que establecer previamente principios desde los cuales es posible un conocimiento científico de la naturaleza y los límites dentro de los cuales se ha de dar este conocimiento.
Kant comienza distinguiendo entre sensibilidad y entendimiento. La sensibilidad predominantemente pasiva puesto que es la que recibe, las impresiones del exterior (ideas simples en Locke o impresiones de la sensación en Hume) . Por el contrario el entendimiento es activo y espontáneo, porque produce conceptos e ideas sin derivarlos de la experiencia ( las categorías: sustancia, causa, necesidad, existencia real.
Hay que decir que Kant fue inicialmente racionalista: defendió que el entendimiento podía conocer la realidad construyendo sistemas a partir de sus propias categorías, sin contar ni recurrir a la experiencia. Indudablemente, la experiencia confirmaría tales sistemas deductivos y a priori. Recuérdese que esta era la fe de Descartes, Galileo y Kepler. Kant por lo tanto, participó, al principio, en este dogmatismo racionalista que, como sabemos, se basaba en la aceptación implícita o explícita de la identidad entre el pensamiento y la realidad bajo el denominador común de la estructura matemática: el pensamiento tiene una estructura lógico-matemática, la realidad también; En consecuencia, los productos del pensamiento, coherentemente deducidos, no pueden dejar de ser confirmados por la experiencia. Esta armonía preestablecida por Dios, según Leibniz, era una exigencia de la estructura lógica y era la que planteaba problemas tanto a la libertad divina como a la humana.
Pero Kant dice que Hume le despertó de este sueño dogmático. Quedó impresionado por el principio del empirismo: la experiencia es el origen y el límite de nuestros conocimientos. Pero, por este camino el empirismo había llegado con Hume a la disolución de las sustancias y a la aniquilación de la física. El esfuerzo de Kant consiste en recuperar ambas cosas (no es posible recuperar la física como ciencia, sin recuperar la sustancia) sin renunciar al principio empirista.

¿Cómo lo hace? Pues retornando e incorporando a su pensamiento lo que había sido la idea clave del pensamiento racionalista que le precedió (Descartes, Leibniz) Esto era lo que el racionalismo tenía de positivo, para Kant: haber descubierto el nuevo "cosmos noetos” en el que se encontraban Las estructuras o formas que harían inteligible la realidad: el ‘Cogito”. Por eso, cuando Kant recupera la sustancia para recuperar también la física, no lo hace ya como categoría óntica, sino como categoría noética. La sustancia, como la causa, como la existencia o como la necesidad, no son otra cosa que los conceptos puros del entendimiento (el” intelectus ipse” de Leibniz) cuya misión es la de unificar, estructurar y hacer inteligible la multiplicidad caótica y desordenada de los datos sensibles. Así es como el hombre podrá volver a conocer científicamente la experiencia sensible (los objetos fisicos), por medio de esta ordenación y unificación que se establece a priori, desde las formas, categorías o estructuras del pensamiento.


Se comprende que Kant discrepa parcialmente de las dos grandes corrientes predecesoras: racionalismo y empirismo; por eso mismo, acepta parcialmente también sus enfoques. Su conclusión es que: todo conocimiento científico proviene de la experiencia aunque no todo lo que hay en el concimiento científico tiene su origen en la experiencia. El entendimiento posee unas estructuras a priori (racionalismo), pero estas estructuras sólo pueden ser aplicadas legitimamente a la ordenación y unificación de la experiencia (empirismo). El entendimiento, aunque dotado de espontaneidad que le permite rebasar la experiencia, no debe hacerlo, si quiere hacer ciencia. Sin embargo el entendimiento lo hace, y entonces es cuando aparece la “metafísica”. Preconocer científicamente realidades que están más allá de la experiencia, (Dios, alma, mundo) . Pero tal conocimiento científico es una ilusión nacida de la ilegitimidad cometida por el entendimiento. Por eso, Kant que no excluyó jamás la metafísica como actividad del espíritu, la excluyó como conocimiento científico, al no reunir las condiciones de éste. (El conocimiento de las cosas extensas por ser matematizables, no ofrecen el desagradable espectáculo de los conocimientos metafísicos).

lunes, 21 de febrero de 2011

KANT: Un proyecto humanista.






"Sapere Aude" (Atrévete a pensar por ti mismo)

Alguna vez en nuestra vida nos hemos preguntado sobre cuestiones que afectan a lo más profundo de nuestra existencia, buscando certezas de difícil hallazgo. ¿Quién no  se ha preguntado sobre el conocimiento de Dios, -no en su creencia sino en su demostración-? ¿Cuáles son  los límites de la ciencia?  ¿Los actos morales se deben fundamentar en una recompensa o por el contrario exclusivamente en el deber? ¿Hay vida y esperanza después de la muerte?.

Hoy quiero invitaros, amigos míos, a que conozcáis a un gran hombre llamado Immanuel Kant (1724-1804) Hombre de Ilustración, inquieto por estos problemas allá por el siglo XVIII. Nuestro filósofo nació en una pequeña ciudad llamada Könisgberg. De familia humilde y profundamente religiosa. Era de complexión pequeña y salud quebradiza y muy metódico y meticuloso en todo lo que hacía: así se explica que viviera ochenta años. De afable trato y un gran conversador y un poco tímido con las mujeres. Algunos ejemplos ilustrarán lo que decimos.
Se levantaba a las cinco de la mañana al grito de :"!Es la hora!", que un viejo criado militar le gritaba. Se preparaba  sus clases y alrededor de las ocho en punto partía hacia la Universidad, lo hacía con tal regularidad y precisión, que las vecinas ponían el reloj en hora a su paso.
Cuentan que un día, mientras impartía clase de geografía física sobre las poblaciones que recorría el río Támesis en Inglaterra, lo hacía con tal precisión y meticulosidad, que un joven inglés entusiasmado por la exposición, invitó a Kant a que volviese por allí; Kant le contestó que él nunca había salido de su tierra. Efectivamente, éste hombre que revolucionó el pensamiento europeo del XVIII, nunca abandonó su ciudad. Su obra principal: Crítica de la Razón Pura, la escribió a la edad de cincuenta y siete años, marcando un hito en la historia del pensamiento.

"Sapere Aude", ese fue el grito de  uno de los mayores ilustrados de Europa. Ha llegado el momento de  luchar por la mayoría de edad. La minoría de edad no provenía, según Kant, de la incapacidad de la propia razón, sino de su mal uso. Había que fundamentar la Ciencia siguiendo el modelo de la fisico-matemática de Newton y refutar la metafísica negando su status de ciencia.
Immanuel Kant se encuentra en el cruce de las cuatro grandes corrientes filosóficas que surcan el siglo XVIII: En la primera etapa de su vida, Kant vive el espíritu de la Ilustración. La confianza en la razón, en una razón usada independientemente, en una razón que no admite ninguna imposición desde fuera de ella misma, así como la valoración de la obra de Newton, son rasgos fundamentales de su mentalidad. Desde el punto de vista filosófico, los autores que valora más el joven Kant son los racionalistas. Su formación filosófica se hace siguiendo las enseñanzas de Wolff y, de hecho, cuando Kant ingresa en la Universidad sus primeros escritos tratan sobre las relaciones entre el pensamiento de Descartes y el de Leibniz. La tercera corriente que influye en su pensamiento, provocando un primer conflicto con su mentalidad anterior, es la que proviene de Rousseau. El mismo Kant confiesa en 1764 que había puesto todas sus esperanzas en las ciencias hasta el día en que la lectura de Rousseau le había convencido de que los progresos de las ciencias y de las artes no conseguían hacer que los hombres fueran ni mejores ni más dichosos. Y, por último, el pensamiento que va a hacer que Kant se tenga que plantear los problemas desde una nueva perspectiva, dando origen además a su llamada “etapa crítica” (alrededor de 1770), es el de Hume. Hume saca a Kant del “sueño dogmático” en el que se encontraba sumido hasta esta etapa de su vida y orienta su filosofía por unos derroteros radicalmente distintos.
Como consecuencia de estas influencias, algunas de ellas encontradas, Kant se ve enfrentado a una serie de problemas a los que trata de dar solución.

En primer lugar, el problema del conocimiento en general. Este problema no es nuevo. Toda filosofía tiene que enfrentarse con él. Lo que ocurre es que, en el mundo moderno, es el problema fundamental y el más urgente. Además, la filosofía de la época había llevado el tema a un callejón sin salida: mientras que el racionalismo, partiendo de la conciencia, mantenía que lo verdadero, lo “real”, era lo coherente, lo lógico, y que lo proveniente de los sentidos no era fiable, el empirismo situaba en el conocimiento sensible, en la experiencia, la base del conocimiento auténtico; al margen de la experiencia ningún conocimiento es posible y la razón no puede hacer otra cosa que juzgar con las ideas que el hombre adquiere por su mediación. Era necesario, pues, enfrentarse con el tema desde una perspectiva nueva que superara esa dualidad irreconciliable.

Un segundo problema, totalmente relacionado con el anterior, es el del conocimiento científico. Uno de los rasgos que define al siglo XVIII es la admiración por la obra de Newton que Kant comparte plenamente. Sin embargo, la obra de Hume con su afirmación de que sobre la experiencia no pueden existir conocimientos que posean un valor universal y necesario, y con su negación de la causalidad, había puesto en solfa la solidez de la ciencia físicomatemática de Newton. Se hacía necesario, por lo mismo, fundamentar sobre unas nuevas bases su indiscutible prestigio y sus indiscutibles progresos.
Y por último, el tercer problema con el que Kant se encuentra, y que exige a sí mismo una urgente solución, es el de fundamentar la moral, el de señalar cómo debe comportarse el ser humano, y cuáles son las bases en las que se asienta la exigencia  de ese comportamiento. Esta cuestión es también permanente en la historia del pensamiento, pero en el siglo XVIII adquiere una urgencia mayor que en otros momentos históricos puesto que la religión -que había servido de base y dotado de contenido a la moral hasta esa época— ya no puede , desempeñar el mismo papel en un siglo que proclama la independencia de la razón. Era necesario, pues, buscar una moral, independiente de la tradición religiosa, que quisiera lo bueno por convencimiento —y no por imposición o por temor— y que contribuyera a liberar a los hombres.

Su pensamiento es de rabiosa actualidad, si tenemos presente los problemas con los que Kant se enfrenta. Es muy fácil darse cuenta de que esos mismos problemas lo son también de nuestro mundo. Si Kant valora la ciencia —sobre todo la físico-matemática de Newton— y se ve precisado a profundizar en cuál es el fundamento de su validez, y, como consecuencia del mismo, en qué tipo de cuestiones posee autoridad y dónde no tiene nada que decir, ¿no se plantea el mismo problema en nuestra época? ¿Acaso no existen pensadores para los que el conocimiento científico es el único tipo de conocimiento posible y afirman que solamente los problemas que puede abordar la ciencia son los que tienen una solución racional? ¿Y no existen, asimismo, pensadores para los que el conocimiento científico, y sobre todo su excesiva valoración, son la causa de la decadencia de la cultura occidental?
En cuanto a la moral, ¿se puede afirmar que está fundamentada en nuestra época? ¿No se producen en este campo algunas de las polémicas más apasionantes del final de este siglo?
También son de nuestra época las reflexiones que se hace Kant sobre la sociedad y su afán por sentar las bases para que la guerra, que es la situación normal, desaparezca definitivamente de la faz de la tierra.
Pero la actualidad de Kant es mayor aún si en lugar de fijarnos en los problemas que se plantea atendemos a la orientación de las soluciones que da a esos problemas.
La participación que Kant atribuye al sujeto en la elaboración del conocimiento va a ser a partir de su obra una constante en el pensamiento contemporáneo.
Por otra parte, los conceptos de “universalidad” y “autonomía”, que se encuentran en la base de su moral, se van a convertir en los conceptos clave de la moral actual.
Y, por último, las bases sobre las que Kant sienta la posibilidad de una “paz perpetua” son posibilidades que nuestro tiempo está intentando realizar, aunque, todo hay que decirlo, sin mucho éxito por el momento.
Kant se encuentra en el cruce de las cuatro grandes corrientes ideológicas que surcan el siglo XVIIII: racionalismo, empirismo, Ilustración y crítica de la Ilustración llevada a cabo por Rousseau y, con su obra, pretende solucionar los problemas que plantea este múltiple cruce, que fundamentalmente son tres:

a) ¿cuál es el estatuto de la ciencia?

b) ¿cuál es del conocimiento en general?

c) ¿cómo debe comportarse el ser humano?

La contestación a las dos primeras preguntas es el objeto de su obra Crítica de la Razón Pura y viene determinada por lo que Kant denomina "el hecho de la razón pura”, que es la ciencia físico—matemática de Newton, de cuyo valor no duda en ningún momento. Por eso, parte, para dar la contestación, del análisis de las características de esta ciencia.
Según Kant, la física y las matemáticas están compuestas de juicios sintéticos a priori, es decir, de juicios en los que se mezclan dos elementos: uno que proviene de la experiencia y otro que aporta el sujeto. Sin la aportación del sujeto no hay conocimiento científico, y esa misma aportación es necesaria tanto en el conocimiento sensible como en el conocimiento intelectual. Sin ella no hay conocimiento auténtico, y, por lo mismo, en el conocimiento ya no se pone el hombre en contacto con la realidad, con la cosa en sí -a la que denomina noúmeno—, sino con el objeto del conocimiento, con el fenómeno.
La teoría de Kant recibe el nombre de idealismo trascendental, ya que en ella lo que el hombre conoce son sus propias ideas, no la realidad, que en sí misma es incognoscible, pero sus ideas no existirían sin una realidad que aportara el elemento material sobre el que se vuelcan los elementos formales del sujeto.
Precisamente por esto, la metafísica no es una ciencia, ya que pretende conocer la realidad independientemente del sujeto y, además, sus objetos —el yo, Dios, y el mundo— no son realidades sensibles que pueda aportar el elemento material necesario para que se produzca un conocimiento auténtico; la metafísica pretende lograr un conocimiento de realidades de las que el sujeto no puede tener experiencia y eso es imposible. Pretende conocer el noúmeno.

En su obra Crítica de la Razón Práctica trata de dar respuesta a la pregunta de cómo debe comportarse el ser humano, a la que va unida la de qué es lo que le cabe esperar, que Kant considera más importantes que las anteriores.
La respuesta a estas preguntas va a venir determinada por lo que Kant denomina “el hecho de la razón práctica”, que es la existencia en todo hombre de una ley moral, que posee carácter de imperativo categórico y a la que el hombre debe acomodar su conducta por ser expresión de su razón. La moral kantiana es, pues, una moral autónoma, ya que el hombre al cumplir esta ley moral porque proviene de su propia razón, al cumplir el deber por el deber, se obedece a sí mismo, y es también una moral universal, ya que los imperativos categóricos, al ser expresión de la naturaleza racional del hombre, son comunes a todos los seres humanos.
Analizando “el hecho de la razón práctica”, se encuentra también la contestación a la pregunta de qué es lo que le cabe esperar al hombre. En efecto, para explicar la existencia del orden moral es necesario postular que el hombre es libre e inmortal y que existe un Ser Supremo, Dios, que garantiza que el cumplimiento del deber estará recompensado con la felicidad eterna.
Kant se propone revitalizar el espíritu ilustrado mediante una reflexión crítica sobre la propia Razón para manifestar la dignidad especial de quien la posee y el orgullo de ser hombre. La intención de kant es, por lo tanto humanista, descubrir al hombre como ser capaz de pensar, como ser libre e independiente porque el pensamiento racional derribará todos los obstáculos dogmáticos hijos de la autoridad irracional y de la ignorancia.

El análisis crítico de la razón pura establecerá:

Los principios que rigen el conocimiento de la naturaleza.

Las leyes que regulan la conducta libre de los hombres.

Los fines últimos de la vida y las condiciones para alcanzarlos.

Así que la filosofía para Kant sólo es una reflexión sobre los principios y fines de la razón humana para poder responder a las tres preguntas que orienten nuestra existencia: ¿Qué puedo conocer? (ciencia), ¿Qué debo hacer? (moral) ¿Qué puedo esperar? (religión). Por eso se puede decir que la filosofía kantiana no es teórica, sino práctica, humanista; Él es un humanista ilustrado, puesto que el hombre y la razón son los motivos de su pensamiento. En el fondo, sólo hay una pregunta que le interesa: ¿Qué es el hombre?. Y su proyecto es clarificar los principios y los límites dentro de los cuales se puede conocer científicamente la naturaleza, los principios de la acción humana y las condiciones de la libertad y el destino último del hombre y las condiciones de su realización. Estamos, por lo tanto, ante un proyecto humanista e ilustrado porque el hombre es el objeto de la investigación y porque el método para realizarlo es el análisis crítico de la razón.




martes, 15 de febrero de 2011

ARISTÓTELES: "No es más feliz quien busca que quien encuentra"





Aristóteles, en su Ética a Nicómaco nos  comenta lo que él entiende como virtud: La virtud (moral) es... una disposición voluntaria adquirida, que consiste en un término medio en relación con nosotros mismos, definida por la razón y de conformidad con la conducta de un hombre consciente. Y ocupa el término medio entre dos extremos malos, el uno por exceso y el otro por defecto.» (Ética a Nicómaco., II, 6, 1107.)

Para Aristóteles el Bien Supremo es la actividad intelectiva o vida contemplativa, que es una vida conforme a la virtud. Ahora bien, no todo es actividad intelectiva en el hombre. En efecto, en el alma humana distingue Aristóteles dos partes: una dotada de razón y otra que carece de ella, esto es, una parte que realiza la actividad de pensar y otra que tiene la capacidad de obedecer a la primera.
De ahí que Aristóteles establezca una distinción entre virtudes intelectuales, propias del alma racional, y virtudes morales, propias del alma irracional.
Son virtudes intelectuales o dianoéticas: el entendimiento o razón intuitiva, la ciencia, la sabiduría, el arte, la prudencia, la discreción, el buen consejo, etc. Todas estas virtudes perfeccionan en el hombre sus potencias superiores. Son virtudes morales o éticas: la fortaleza, la templanza, la veracidad, la amabilidad, la justicia, etc. Estas virtudes ordenan conforme a la razón las potencias inferiores.

¿Qué entiende Aristóteles por virtud? La virtud es un hábito adquirido deliberada o voluntariamente, a partir de una capacidad o potencialidad inicial, y desarrollado mediante la enseñanza y el aprendizaje—en el caso de las virtudes intelectuales- y mediante el ejercicio y repetición de buenos actos, en el caso de las virtudes morales. Es evidente que la introducción de la libertad y el esfuerzo en la consideración de la virtud supone una superación del intelectualismo moral de Sócrates, para quien la ciencia conducía irremediablemente al buen obrar. Lo importante de este planteamiento es que se trata de un modo de ser o hábito; no de algo innato, sino de algo adquirido a fuerza de repeticiones de acciones guiadas por la razón de tal manera, que adquirimos las virtudes morales mediante el ejercicio y la práctica de las mismas. Es evidente la superación del intelectualismo socrático como el teoricismo platónico.
Por último, Aristóteles define la virtud moral como el medio entre dos extremos viciosos, uno por defecto y otro por exceso: por ejemplo, la valentía es el medio entre la temeridad o imprudencia y la cobardía; la modestia es el medio entre la timidez y el descaro. Pero, ¿cuál es el criterio para discernir lo que sea ese medio? En primer lugar, no se puede decidir con rigor matemático —la ética no es una ciencia exacta, dice Aristóteles—; el medio está un poco en relación con las características y condiciones de cada cual, la realizamos cada uno individualmente como tarea que nunca acaba y que perfecciona a la persona con sus debilidades y defectos, reflexionando en cada momento sobre la acción adecuada para esa ocasión y circunstancia. Finalmente admitir que el término medio no puede ser aplicado a acciones como le mentira el  homicidio, la maldad. En último término, el criterio debe ser la recta razón, el medio que señalaría el juicio de un hombre razonable.
La conclusión de Aristóteles en su Ética es que si la felicidad es la actividad conforme a la virtud, la felicidad más alta lo será con relación a la virtud más perfecta, y la virtud más perfecta es la actividad del entendimiento, que tiene por objeto los objetos más altos, los de la metafísica, y los de la matemática.
Es evidente que Aristóteles incurre en el mismo error que la ética socrática. Ahora bien, ya no es suficiente para obrar solo la sabiduría de la razón, sino que introduce el concepto de “hábito.  (Confr. Intelectualismo moral).

Aristóteles hace un tratamiento del problema del hombre, en su doble dimensión ética y política, basado en una concepción del alma fundamentalmente distinta de la platónica.Ya hemos dicho en otras ocasiones que fue más empirista y mucho más reacio a introducir principios explicativos de la naturaleza que trascendiese a ésta. Al explicar el problema del movimiento veíamos como se dejaba translucir una concepción dinámica de la realidad en orden a la consecución de un fin que era su bien (carácter teleológico).
Pues bien, en esta dimensión de lo humano, no cambian las cosas. También existe una concepción dinámica de la naturaleza humana. Aristóteles entiende que la felicidad es el bien supremo; es decir, algo que se busca por sí mismo y que nunca es medio para fines más elevados. Pero la felicidad para este pensador griego de talante empirista, no consiste en un ideal trascendente y externo a la naturaleza, en algo anclado en un mundo lejano; tampoco cree que sea algo meramente subjetivo. Piensa que consiste sencillamente en la perfección o planificación de los seres, en la culminación de la tarea natural de desarrollo. Pero tal culminación, en el caso de los seres naturales, no ha de entenderse en Aristóteles como un “ergon” (obra) sino como una “energeia” (fuerza), es decir, como una “praxis” (comportamiento o modo de obrar) y concretamente en un determinado modo de ésta: la “eu—praxia” (buena conducta).
Aristóteles parece, parece por tanto, que reduce el bien trascendente Platónico a las Virtudes éticas. Pero continua vinculado a la tradición racionalista de sus maestros. Por ello, no desplaza aún de la ética las virtudes “dianoéticas” (racionales). Es más, en ellas parece asentar la planificación definitiva del hombre y la felicidad. Quiere esto decir, que para Aristóteles, la vida más plena y más elevada sigue estando en la “theoria”(contemplación). Quizá considerase el maestro esta vida del “theorein” como sobrehumana, propia del Acto puro que es “noesis noeseos” (pensamiento autosuficiente). Considerando las virtudes éticas como las autenticas formas del ser humano. Si fuese así, debió de reconocer la imposibilidad humana para ser totalmente feliz, porque el negar la trascendencia, donde se podría dar el transcendimiento humano como en el éxtasis platónico, la muerte natural se convertía en la confirmación de nuestra imperfección y de nuestra contingencia, en vez de ser su corrección. De cualquier manera parece claro que Aristóteles valoró muy seriamente la “theoria” y por eso precisamente colocó parte de la felicidad humana en la “phrónesis” (sabiduría práctica o saber obrar bien) , en ese saber controlar los impulsos y en ese saber afrontar los peligros que para él era algo distinto del conocimiento teórico.
Pero es que, incluso en este terreno de las virtudes éticas la razón es el principio rector del comportamiento sabio. Si en campo de la sabiduría práctica (virtudes éticas) hay algo felicidad, ello es en función de ese control racional tan gusto de sus maestros. Así que, Aristóteles, a pesar de la profundidad de su reacción ante Platón,  continúa profundamente ligado a los principios filosófico—éticos de la filosofía griega precedente que había sido racionalista. La Razón es la que introduce la mesura y la ponderación en la conducta determinando las virtudes morales. Y con ello, el hombre empieza a ser feliz gracias a su esfuerzo y a su capacidad para controlar razonablemente sus energías psíquicas y sus fuerzas instintivas. Pero para acabar de serlo, la Razón habrá de continuar su camino sola trabajando no ya en la regulación de la conducta, sino en la contemplación teórica de la realidad. Algunos han querido ver aquí un intento por parte de Aristóteles de buscar la apertura de la ética a la trascendencia.
Yo, personalmente, creo que no se da. Será el pensamiento cristiano quien lo haga sobre la base de este sustrato ideológico. Lo cierto es que también los estoicos bebieron de esta fuente racionalista que empezó a manar con Heráclito. Pero no supieron hacerlo con mesura y asi llegaron a los ideales inhumanos de la “agkrateia” (dominio de si), de la “autarkeia” (independencia) y de la “apatheia” (insensibilidad). Pero Aristóteles sólo dijo que en la renuncia y en el control equilibrado de las pasiones había algo de felicidad. Muestra, al igual que Sócrates anteriormente, una actitud equilibrada que se manifiesta en los dos sentidos que el diccionario griego da del término “eupraxia”:
—Buena conducta acciones nobles, terminadas comportamiento perfecto.
—Buena suerte.
Parece como si Aristóteles quisiera decir que la autarquía, la independencia y la insensibilidad ante el turbulento mundo de nuestras pasiones, que nos hace tantas veces infelices, proporcionan cierta felicidad; pero que ésta no está solo en este dominio de sí y en ésta independencia. Conducirse perfectamente (eupraxia), exige, además de dominio de sí, buena suerte. Lo primero se consigue mediante el esfuerzo moral, por medio de las virtudes éticas; pero lo segundo, ya no depende de nosotros. Será el pensamiento cristiano el que saque consecuencias de esto, introduciendo el concepto de gracia como don divino.
Aristóteles distingue, por lo tanto, entre felicidad y virtudes éticas. Aquella, depende también de causas ajenas al esfuerzo personal. Con ello, está introduciendo un ingrediente de modestia y de humildad reconociendo la limitación humana, ingrediente que brilla por su ausencia en la moral estoica que identifica la virtud moral con la felicidad y, por ello, matiza tal virtud con ciertos ribetes de soberbia porque supone afirmar que el hombre, abandonado a sus solas fuerzas, a su esfuerzo personal, puede conseguir la perfección, la plenitud y la felicidad sin restricciones.
Aristóteles también distingue felicidad de placer. El placer y la virtud dan felicidad; pero no toda, porque ésta trasciende a ambos. Esta trascendencia a la que alude constantemente el término “eupraxia” indica, por lo tanto, que para Aristóteles hay un bien más alto que el placer y la virtud; es la “theoria”, la contemplación. Sin embargo, se trata de un bien inalcanzable para el hombre y ello impide su felicidad total.
El análisis de esta afirmación aristotélica es lo que ha llevado a algunos a buscar en Aristóteles la posibilidad de la trascendencia del alma sobre el cuerpo después de la muerte, es un tema muy oscuro y no creo que Aristóteles se manifestase nunca de modo contundente sobre él. Sin embargo es cierto que Aristóteles supone que solo se trabaja para reposar; que sólo nos movemos para alcanzar la inmovilidad; que el fin del movimiento, que está en la experiencia fundamental de su concepción dinámica de la naturaleza y del hombre, es su constante y progresiva autosupresión. Para Aristóteles es cierto e indudable que sólo buscamos para encontrar. Pero tal encuentro trasciende nuestras posibilidades puesto que tendría que darse en un tiempo perfecto que nos es imposible (eternidad) ya que somos realidades en el tiempo imperfecto, en la dialéctica trágica del pasado, del presente y del futuro. Por eso hemos dicho en otra ocasión que la muerte, que en Platón fue principio de la vida, solo es la confirmación de nuestra imperfección, nunca su corrección.
Ante esta situación, sólo quedan ya dos soluciones: o se trasciende desde la ética a la religión, reconociendo que la Filosofía y la Ciencia no están en condiciones de hacernos totalmente felices, o nos conformamos con el concepto de felicidad alumbrado por Aristóteles que es el más elevado sin alusiones a la trascendencia, pues la felicidad del que busca sin encontrar parece una  fábula increíble. Por éso la ética cristiana va a optar claramente por el salto. Le será fácil interpretar la “theoria” como “visio et fruitio”, posibilitando la apertura de la ética a la religión. Y el cristianismo toma esta decisión porque hace intervenir a su voluntad, porque quiere que así sea, porque cree que la felicidad plena no puede consistir, como para el griego, en el simple descubrimiento del orden del Universo por medio del conocimiento contemplativo (sabiduría); porque ha tenido la experiencia del fracaso de los conocimientos científicos en orden a proporcionar la felicidad. Agustin de Hipona refleja perfectamente en su("intelligas ut credas)", para autotrascenderse desde la intimidad de su ser: “Noli foras ire; in te ipsum redi, quia in interiore hóminis habitat Veritas”. (No busques fuera lo que está  en ti mismo, pues en el interior del hombre habita la verdad). Así es como procede: desde lo interior a lo Superior y desde la fe a la inteligencia de lo creído ("crede ut intelligas") este será el planteamiento del cristianismo primitivo hasta la llegada de Santo Tomás de Aquino.

Y a mí, efectivamente, me parece que no hay opciones nuevas que hacer. O se acepta la trascendencia para evitar el fracaso del proyecto humano o se acepta el fracaso por no creer en la trascendencia, porque la experiencia manifiesta que la muerte nos sorprende siempre buscando y aflorando. En este sentido, el existencialismo, que se decantó por el fracaso, resulta para mi el más consecuente y coherente de las formas del pensamiento acerca del hombre, una vez perdida la fe en la trascendencia. Y es que, definir al hombre como “pasión inutil” es lo único que queda sin una apertura de la ética hacia la trascendencia, sin una grantía de inmortalidad.
Por eso, el resto de las teorias modernas sobre el hombre: pragmatismos, hedonismos, naturalismos, marxismo, consumismo, “pasotismo”, no son consecuentes con los principios de que parten. Les falta el arrojo y la valentía de un Pirandello, de un Sartre, de un Camus,  para sacar, con total coherencia, las últimas consecuencias de la “muerte de Dios” que anunció Nietzsche. Veamos.
Los modernos y contemporáneos, en la mayor parte de los casos, se han formado una concepción de la filosofía humana, del humanismo, completamente distinta a lo que veníamos desarrollando. Qué duda cabe que la clase de filosofía que se profesa, depende de la clase de persona que se es. Y el ambiente general del mundo contemporáneo es materialista. Por eso, negarán fundamentalmente la realidad del alma y eliminarán el problema y su posible inmortalidad. Naturalmente, al plantearse el problema ético de la conducta y de la felicidad, tendrán que montar una nueva filosofía en la que, al revés que para los griegos y los medievales, lo importante no es la “sophía” (Sabiduría) sino el “filo”(La tendencia). No es el lugar sino el camino, no es el fin sino el medio. Es decir, los modernos y contemporáneos, antes de poner en tela de juicio sus presupuestos materialistas, prefieren decir con Lessing que “es más feliz quien busca que quien encuentra”. Por eso abundan las teorías filosóficas, políticas etc. que se rotulan humanismos. Y está de moda hablar de humanismo y de derechos humanos, incluso para quienes, o sobre todo para quienes, por su deplorable conducta, perdieron los derechos que como seres humanos les correspondían. Y es que el hombre no dispone de un derecho incuestionable a casi nada, sus derechos se los gana a pulso en el respeto a sus deberes para con los derechos de los demás. Quien no ha aprendido a respetar, no tiene derecho a exigir que le respeten. Y digo esto porque a mí me suena la frase de Lessing a carta de permisividad, a santificación de la acción, independientemente de otras consideraciones aleatorias, como por ejemplo las consecuencias y los resultados. Sin embargo, tales licencias, el hombre sólo se las puede permitir otorgándose a sí mismo un permiso, pero nunca reclamando un derecho.
Así que veo razonable y coherente la postura de quienes declaran el absurdo de la existencia y del hombre por constatar la imposibilidad de encontrar lo que se busca o de alcanzar lo que se desea: (recuérdese al efecto la experiencia de nuestro Miguel de Unamuno con la inmortalidad); pero esto no es propiamente hablar de un humanismo porque es declarar al hombre como pasión inútil; más bien es la destrucción, de su nada, de su absurdez. Y tampoco es esto una confirmación de que sea más feliz el que busca que el que encuentra, sino su refutación más trágica y dramáticamente ostensible.
Pero quienes pretenden ofrecernos la felicidad, presentando un proyecto humanista basado en la licencia y en la santidad o inocencia de la acción independientemente de sus resultados, al negarse a aceptar como posible, lógica y coherente alguna forma de hipocresía, porque saben que en medio de la ansiedad, es imposible la felicidad plena, y en tal caso, lo que procede siguiendo las leyes de la lógica es reconocer el fracaso del hombre. Así que no veo razonable declarar el sentido de la existencia y al mismo tiempo la imposibilidad de un autotrascendimiento del hombre, alegando que es más feliz el que busca que el que encuentra lo buscado. Esto me parece que es jugar con las palabras para ver si se consigue que nadie entienda lo que se quiere decir.




domingo, 13 de febrero de 2011

"PIDO A LOS DIOSES LARGA VIDA PARA TI, NO SEA QUE QUIEN TE SUCEDA, RESULTE AÚN PEOR"

Corren malos tiempos para la política y los políticos. El pueblo español cada vez es más escéptico y no cree que los políticos puedan resolver los gravísimos problemas que afectan a nuestro País. Yo sí creo en la política. Estas son mis razones.
Dionisio I (430-367 a.C.), -apodado el Antiguo para distinguirle de su sucesor homónimo-, escaló las cimas del poder en Siracusa sobornando al ejército y engañando al pueblo. Ávido de grandeza, incluso llevó a Platón a su Corte, aunque poco tiempo después, -por cuanto el filósofo criticó severamente su Tiranía-, furioso, lo esclavizó. Ambicioso también de gloria, organizó un certamen poético, compró a los jueces, y ante el asombro de la población, procuró que lo proclamaran vencedor.
En la imposición de tributos se caracterizó por ser cruel y sanguinario. Pese a la estima inicial, el pueblo terminó odiándolo, de lo que él era consciente. De ahí la sorpresa que le ocasionó saber que Hiemera, -cierta anciana de la ciudad-, rogaba insistentemente a los dioses por él. Tanta extrañeza le provocó el rumor, que hizo traer a la mujer a su presencia para escuchar, de su propia boca, las razones de tan insólita devoción: “Siendo niña, -le dijo-, tuvimos un gobernante cruel. Rogué a los dioses que lo quitaran del camino y ellos me oyeron. Más a aquel Tirano, le sucedió otro que lo superó en maldad. Volví a rogar pidiendo lo mismo y nuevamente mis ruegos fueron escuchados. Posteriormente llegaste tú, que has hecho niños de pecho a tus antecesores. De ahí que, escarmentada, pido a los dioses larga vida para ti, no sea que quien te suceda, resulte aún peor.”

Esta anécdota me sirve como ilustración paradigmática para hablar sobre la política. ¿Qué es la política? ¿Somos por naturaleza políticos -como nos decía Aristóteles-  y por ser animales sociables necesitamos vivir en común en la "polis"? No somos dioses tampoco bestias, solo somos humanos por eso necesitamos la política para desarrollar la convivencia entre nosotros, alejados de la violencia, para evitar la guerra, el miedo y la barbarie.
Necesitamos de la política, "por naturaleza", pero también por civilización, historia y cultura. La política discurre y se teje y desteje en la temporalidad histórica.
La política se desarrolla en la sociedad y ésta se complementa en la ciudad donde convivimos con seres humanos que no hemos elegido, por los que no se siente nada en particular, y que en muchos sentidos, son nuestros rivales, cuando no nuestros aliados. Esto supone articularse en torno a un Estado, lucha por el poder, acuerdos desacuerdos, enfrentamientos, aunque regulados por  leyes acatadas por todos, evitando la violencia. Por eso la política empieza donde termina la guerra. Es evidente que el poder está repartido y por doquier, pero solamente nos sometemos al que hemos elegido para ser más libres, más humanos, más fuertes. Por eso hacemos política.
Thomas Hobbes  decía en el Siglo XVII  que "el hombre es un lobo para el hombre". Lo argumenta como sigue: "En la naturaleza del hombre encontramos tres causas principales de discordia: primera, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria. La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para obtener un beneficio; la segunda, para obtener seguridad; la tercera, para ganar reputación...Con todo esto se pone de manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos, se encuentran en la condición o estado que se denomina guerra; una gerra tal que es la todos contra todos..." El Estado se impone como algo necesario.La cooperación, el diálogo, el entendimiento, frente a la lucha, la enemistad, y el  enfrentamiento. 
Es cierto, que  los tiempos no acompañan para creer en la política. Casos de corrupción hay por doquier y están en la memoria de todos los ciudadanos. La sociedad civil en un Estado Democrático de Derecho ha de estar vigilante y no delegar  esta función exclusivamente en los políticos, sino asumir su responsabilidad y castigar con el voto a los que no cumplan.  No podemos eludir nuestra responsabilidad y menos dejar en manos de dictadores, -sean del signo que sean-, tecnócratas, profesionales de la política, corruptos, demagogos, facistas, fanáticos y racistas, lo que afecta a la mayoría. No hacerlo sería renunciar al poder que nos corresponde como sociedad civil e irresponsable por nuestra parte. No lo dejemos todo en manos de los dioses como hizo Hiemera.


viernes, 28 de enero de 2011

TARZÁN, UN PERRO PRODIGIOSO



Abla es un pueblo pequeño situado en las Alpujarras almerienses, pequeño en habitantes pero grande en tradiciones e historia. Allí viví mi infancia en tiempos de postguerra, pasando algunas necesidades, aunque no hambre, y siendo un niño muy feliz junto a mis padres y mis tres hermanos.
Hoy os quiero contar una de tantas experiencias divertidas y ocurrentes que manifiestan la felicidad y la creatividad que viví con mi pandilla de amigos. La vida en el pueblo transcurría lentamente, propia de un pueblo sujeto a la monotonía  de las labores del campo. Allí nunca ocurría nada que no fuera determinado por el calendario: la vida social del pueblo giraba en torno a la religión, la escuela y el campo.
Pero un día otoñal de octubre apareció en la plaza del pueblo un circo muy especial: Era un circo formado por perros, eso sí, perros muy inteligentes y adiestrados para actuar en un espectáculo, que a todos los niños del pueblo nos dejaban asombrados.  No era para menos: Aquellos perros actuaban como si fueran personas. Eran bípedos y lo hacían erguidamente utilizando las patas delanteras como manos que podían coger,un libro, una espada o las riendas de un carromato, cuyos caballos no eran tales, sino perros. Porque todo lo que allí se movía eran perros, a los que solo les faltaba hablar para ser humanos. Era admirable contemplar el entierro de un magnate (Que también era perro), yaciendo en una carroza transportada por caballos (perros) y dirigida por cocheros. Lo maś interesante era el cura que presidia la comitiva detrás del carromato mortuorio, erguido y revestido con su capa pluvial y con un libro de rezos en su mano. El cortejo fúnebre avanzaba a lo largo de la pista, compuesto por grupos de gente entre las que se encontraba la viuda, sus hijos y los amigos de la familia,todos en actitud doliente, como requería el momento. La plasticidad estética del acontecimiento y su solemnidad deslumbraba a la  chiquillería y a mis amigos, -entre los que me encontraba-  y nos dejaba  a todos boquiabiertos.
Terminada la función, nuestra suerte fue encontrar a "Tarzán", -que así le llamamos-, un perro blanco con lunares  negros, de estatura pequeña y con ojos grandes de mirada triste. Expulsado y abandonado por sus dueños, nunca se supo por qué. Aquel perro, por genes,  inteligente y artista nos iba a convertir en profesionales del circo, y aunque ninguno conocíamos las leyes de Mendel ni la teoría de la evolución darwiniana, sus descendientes necesariamente serían como él: artistas excepcionales.
El problema surgió en el grupo cuando hubo que establecer qué  clase de alimentación debía tener Tarzán y qué clase de adiestramiento sería el más conveniente, para mantenerle  en forma, siguiendo las pautas Lamarquistas,  "donde la función crea el órgano" y que "todo órgano  se atrofia si no se activa". Pronto surgió la respuesta: Lo único que motivaría a Tarzán seria la ingesta de chocolate "Cañete". Dicho y hecho. Con los ahorros del grupo se compró la tableta de chocolate. Aún recuerdo el olor del chocolate  inaccesible a nuestras bocas y prohibido para nuestros bolsillos. !Que suerte tenía Tarzán poder gustar de aquel delicioso chocolate! Su respuesta no se hizo esperar: erguido sobre sus patas traseras se relamía de gusto y nos ofrecía su vena más artística, saltando con energía para poder conseguir la onza de chocolate. De repente surgió una voz sabia en el grupo:" ¿Veis?, no nos hemos equivocado, Tarzán es un un perro prodigioso y un verdadero artista".



martes, 25 de enero de 2011

"Quito la cruz, pero por vuestra libertad yo pierdo mis derechos"





"Una profesora de religión del instituto de Zújar (Granada) retira el símbolo cristiano porque molestaba a otros dos docentes recién llegados. Susana Fernández ha adquirido un protagonismo del que trata de rehuir. Días atrás unos compañeros la obligaron a retirar un crucifijo y un icono de una virgen oriental del departamento de ciencias sociales del instituto de Zújar (Granada), donde imparte clases de Religión desde hace cinco años. Estos profesores, que han llegado al centro educativo este mismo curso, se sentían ofendidos cuando veían la Cruz en la pared. «En principio yo me negué porque era un espacio compartido», explica Fernández en una de las pocas declaraciones que ha dado a los medios de comunicación estos días. «Quito la Cruz, pero por vuestra libertad yo pierdo mis derechos», les vino a explicar señalándoles que se trata de «unos símbolos que no tienen por qué ser ofensivos»"

Hasta aquí la noticia que leemos en el periodico digital de ABC firmada por Diego Márquez.
Podemos preguntarnos  "ad hoc" en qué consiste el hecho religioso y que rol juega dentro de una sociedad democrática. El hecho religioso se manifiesta como una dimensión antropológica ineludible. Esa dimensión se desarrolla en nosotros, como consecuencia de la necesidad que tenemos los seres humanos de encontrar sentido a nuestras vidas, a las que la religión proporciona seguridad y esperanza.
La idea del "sentido" se asocia a la conciencia de nuestra especie y a la certeza de la inevitabilidad de nuestra propia muerte. Por eso el ser humano es el único animal para el que el hecho mismo de vivir constituye un problema. Necesita estructurar la relación con la realidad en amplias perspectivas causales y finales, capaces de responder a los "porqués" y  "Paraqués". Preguntas como ¿Qué hay después de la muerte? ¿Por qué estoy en el mundo? ¿Seré feliz en la otra vida? ¿qué será de mí?. La búsqueda de respuestas a esas preguntas es la raiz del hecho religioso.

¿Cuál es el papel que cumple la religión en un grupo social o en una sociedad? Proporciona seguridad y cohesión a los grupos sociales y suministra estabilidad y sentido de la propia  identidad a las sociedades y a los grupos sociales. Aunque también puede originar enfrentamientos y  odios entre esos grupos, cuando determinados grupos fanáticos tratan de imponer sus convicciones religiosas particulares a otros. Abreviando, afirmamos que la religión es un reflejo de la vida social. Las creencias religiosas manifiestan de forma simbólica,  las formas de vida típicas de una determinada sociedad.

En las sociedades democráticas y en los centros públicos de nuestro País, deben de convivir las dos posturas antagónicas, a favor o en contra de la religión. Hay que reconocer que para muchos creyentes, su fe es el fundamento de su moral y ésta se manifiesta por medio de símbolos. La cruz es el símbolo más importante de la religión católica. Para los católicos  significa  el acontecimiento central y trascendental del hecho salvífico de Dios con respecto al hombre y forma parte del acervo cultural de nuestra historia y nuestra vida cultural.
Para una profesora de religión es un instrumento didáctico y pedagógico para inculcar en sus alumnos los principios y fundamentos de la moral católica y forma parte del currículo. Por ello, la libertad de la profesora para utilizarla, debe ser respetada y aceptada por los compañeros que conviven en un mismo espacio. El derecho de la  Profesora se inscribe en la libertad religiosa por ser ciudadana de un Estado Democrático de Derecho y enseñar a los alumnos los principios morales, de acuerdo con sus convicciones religiosas y las de sus alumnos.

No siendo el crucifijo un objeto beligerante ni violento, sino todo lo contrario,pensamos que el hecho de mostrar una cruz, símbolo de altruismo, annegación, entrega, no anula ni determina la libertad  de los no creyentes. Aceptamos que para los no creyentes los principios morales  y su libertad se fundamenten autonomamente en la racionalidad, lejos de un sentido trascendente. Y, por último, que unos y otros, mediante el uso de la razón que comparten, pueden delimitar un terreno común de acuerdo en el que se fundamente el mínimo consenso social necesario para la convivencia  y el respeto de ideas y creencias.


sábado, 8 de enero de 2011

SÓCRATES: Una lucha contra el relativismo.


 



Para conducir las primeras reflexiones del hombre a la cordura y a la sensatez apareció la legendaria figura de Sócrates. Se negó a escribir y sólo actuó por medio de la palabra; por ello resulta hoy difícil saber con exactitud lo que fue su pensamiento y lo que fue propio de Platón pues son los diálogos de juventud de éste la fuente principal para el conocimiento de Sócrates.
Sócrates, amado por unos y odiado por otros, fue un auténtico látigo para los sofistas de su tiempo sin dejar de ser él mismo sofista.Toda su reflexión filosófica pretendió ser un humanismo también. Se propone alcanzar la felicidad y considera también como los sofistas, que depende también del arte de pensar, del arte de hablar y del arte del obrar. Los conceptos de sabiduría, diálogo y bondad están siempre en la base de toda su reflexión sobre el hombre y de su pensamiento soteriológico. Pero se opondrá formalmente a los sofistas por que mantendrá una concepción bien diferente de lo que son las ideas, de lo que son las palabras, y de lo que son las obras. Veamoslo por partes:

 El arte de pensar.

Para Sócrates es una axioma el hecho de que las cosas tienen una cualidad inteligible que es ESENCIA, su razón de ser. No hizo de las esencias realidades separadas, sino principios inmutables y permanentes de las cosas, inmanentes a ellas. Reacciona frente al relativismo afirmando la objetividad en el fundamento de las esencias.
De esta manera, los conocimientos científicos, nunca pueden quedar relativizados por el sujeto ya que no se duda de la existencia de nudos de inteligibilidad en el seno de la realidad, que quiebran ese subjetivismo garantizando un fundamento objetivo. Aristóteles dice de él que fué el primero que investigó las esencias desde él deseo de encontrar un fundamento objetivo del saber y un punto de referencia, como contraste experimental, para los conocimientos científicos. Sócrates es, por tanto, el inventor de un método de investigación que consiste en definir las realidades investigadas. Y definir es, delimitar, perfilar precisar con nitidez las fronteras Sócrates presupone, contra Gorgias, la existencia de la realidad; y contra Protágoras, su inteligibilidad. Concibió el mundo como un cosmos de esencias, de nudos de inteligibilidad; como un orden de núcleos permanentes y estables que hacen del todo un conjunto necesario, armónico e inteligible. Tal mundo, se puede enfrentar al de lo singular y concreto que es fugaz, pasajero y contingente y, por esa misma razón, aparente y falso, también irracional, múltiple y cambiante. Y en éste orden armónico de las esencias es donde encontró el fundamento objetivo de toda forma correcta de pensar,hablar y comportarse.
Concretamente, en el campo de la investigación racional (pensamiento), estableció la definición entendida como una captación intelectual de las esencias y, por ello, como un método de investigación. Esta captación de las esencias será explicada posteriormente en virtud de una operación intelectual abstractiva que, en función de lo que los escolásticos llamarán "unitas praecisionis", elaboraran una imagen o representación intelectual, llamada universal, idea o concepto , y que no es otra cosa que la forma que la naturaleza adquiere en la mente, abstraida de sus determinaciones concretas con las que se encuentra tal naturaleza en el mundo de las singularidades. Posteriormente Aristóteles distinguió estas dos formas de la naturaleza con las palabras "eidos" y "morphé".

 El arte del diálogo.

El diálogo fué veradaderamente el método de Sócrates. Le cabe la gloria de haber descubierto éste método de investigación y de aprendizaje en el campo de las ciencias humanas y pedagógicas, No tenía razón Aristófanes cuando le consideró como un ateo diciendo que el lenguaje era el único Dios. Pero el lenguaje y el diálogo era el único método que Sócrates conocía para alcanzar primero, el conocimiento teorético, después el práctico y, por último, la felicidad como fin de la existencia humana. Claro que el lenguaje de Sócrates no recibe un contenido variable como el de los sofistas. Ellos se acomodaban a las circunstancias y jamás valoraron la trascendencia y objetividad de las ideas (esencias) Su objetivo no era otro que el de persuadir y lo importante era conseguir el apoyo y el prestigio personal. Sócrates condena este escepticismo y este relativismo como vías erróneas para un auténtico humanismo. Utiliza el mismo método formal que los sofistas y tiene la misma inquietud; pero para él, el lenguaje debe recibir siempre un contenido permanente que es valor trascendente al hombre. A este valor objetivo y trascendente se somete el lenguaje y el hombre mismo regula y dirige su comportamiento tambiém en su función. Así precisamente piensa Sócrates, que el hombre se planifica, se perfecciona y puede sentirse feliz. No endiosado y convertido en demiurgo creador de valores, sino entregado al compromiso existencial de servirlos y participarlos; participar en la verdad en la justicia, en la bondad, en la belleza, en la libertad. La felicidad humana surge, por lo tanto, de un múltiple compromiso existencial humano: el compromiso con la ciencia, el compromiso con los demás hombres colaboradores en la tarea de buscar la verdad, y el compromiso con la misma verdad y los demás ideales trascendentes y eternos, en los que cada hombre, que se decide al compromiso de servirlos, encuentra la posibilidad de eternizarse.
Sócrates utilizó el lenguaje al servicio de la verdad y lo empleó en dos fases metodológicamente complementarias. Primero, la IRONÍA: Sócrates comenzaba por desarmar a sus adversarios sumiéndolos en contradicciones y avergonzándolos hasta que reconocían su ignorancia. Esta docta ignorancia, pensaba, era la base o el solar limpio para edificar el edificio de cualquier tipo de saber riguroso. El "sólo sé que no sé nada" si no es la forma más alta de sabiduría, sí que es ya una primera forma de saber, y sobre todo, una actitud adecuada para iniciar el auténtico camino del saber.
La segunda fase del método es aún más delicada de practicar. Sócrates gusta decir que él ha aprendido este oficio de su madre que era partera. Es la MAYEUTICA u obstetricia de las almas, por medio de la cual se alumbra en la mente la idea de las cosas. El arte de "concebir", el arte de pensar, es también un parto con dolor y con riesgo en el que, ayudados por el maestro del lenguaje, van naciendo en nuestra mente las ideas de las cosas, el descubrimiento de las definiciones fundadas en las esencias necesarias, permanentes inmutables, captadas por el "nous" y alumbradas en su interior como auténticos conceptos (concipio= parir). Nada tiene de extraño, por lo tanto, que el esclavo del Menón comenzase a relatar altas verdades matemáticas y geométricas ayudado por la maestría de Sócrates. 


El arte de obrar.

Es la sabiduría práctica la auténtica forma de sabiduría para muchas de las escuelas moralistas, hasta el extremo de designar al hombre honesto y justo con el calificativo de Sabio. A tenor de esta aclaración, recuérdese como B. Russell, haciendo una crítica de los derroteros de peligrosa irracionalidad por los que discurren algunas de las aplicaciones científicas y tecnológicas de nuestro tiempo, distingue entre ciencia y tecnología, por un lado y, sabiduría, por otro.
Ciencia y tecnología son ingredientes que el progreso exige : pero el auténtico progreso no existirá hasta que no esté presente la sabiduría entendida como una justa y adecuada concepción de los fines de la ciencia y de la vida en general.
Una preocupación permanece de Sócrates es la de determinar la esencia o naturaleza del BIEN para que, una vez conocida se pueda definir precisamente y después practicarse para alcanzar la felicidad. Se puede decir que es este el sentido y la orientación de toda reflexión filosófica del Maestro El pensamiento y el lenguaje se ponen al servicio de la verdad, del bien, y en su medida, de la felicidad del hombre. El mundo ético de Sócrates está dominado por los conceptos de "aghathón" (bien), "areté" (virtud) y "eudemonía" (felicidad) . Se trata de determinar lo que es el "eidos" del bien y de la virtud para alcanzar la felicidad.
Sus predecesores le ofrecieron ya ciertas posibilidades: El UTILITARISMO definió el bien en función de la utilidad.Sócrates pensó que esta respuesta era insuficiente porque la utilidad es siempre medio y el bien y la felicidad ha de ser el fin. 
Los NATURALISMOS presentaron siempre el bien aliado con el poder, con el dominio con la fuerza y con la biología.Sócrates pensó que desde esta perspectiva sólo se consigue abatir al hombre en el fango de la materia negándole toda trascendencia y toda posibilidad de eternizarse en la participación de lo intemporal.
LOS HEDONISMOS, al entender el bien como placer, dan también una pobre respuesta pues pagan su error con el terrible castigo del aburrimiento.
El principio básico de la ética socrático es que "no hay sino un bien que el conocimiento y un mal que es la ignorancia.” Por lo tanto, considera Sócrates que el criterio del bien reside en la sabiduría, que el conocimiento basta por si sólo para determinar la conducta humana. Sócrates no concibe como se puede obrar mal conociendo el bien. No concibe la mala intención, la maldad de la naturaleza humana. Por eso, él, como el pensamiento griego en general, rechazan la idea de culpa y de pecado. Es la ignorancia la causa de todos los males y no sólo de los fracasos.
Pero ésta concepción de la naturaleza humana, no puede ser defendida. 'El hombre, como demuestran los hechos, actúa en ocasiones mal y, si bien es cierto que a veces es por ignorancia, en otras, es por maldad. Sócrates, como hizo ver Aristóteles, confunde la sabiduría práctica "sofrosine", con la sabiduría teórica "sophía". A mi juicio, no es justo pensar que el hombre no puede sustraerse ante la influencia del bien conocido, que todo proceder impecable arranca de un conocimiento perfecto. A veces, actuamos en desacuerdo con nuestra conciencia psicológica y con nuestra conciencia moral.
De otro modo, no seriamos libres. Y a veces, vemos personas ignorantes con un gran corazón: un corazón "con razones" que la razón no conoce, según decía Pascal. Así que la ignorancia teórica es perfectamente compatible con la sabiduría práctica, con la abnegación y el sacrificio, con el sentido claro y preciso del bien y del mal, con el coraje del hombre comprometido con la virtud. No hace falta ser inteligente y docto para ser honesto. Ni se es honesto por ser docto e inteligente; tampoco por el mero hecho de ser ignorante. Lo único que se quiere decir es que las categorías éticas (bien-mal) son autónomas e independientes de las categorías científicas (verdad­-error). La inteligencia es una buena condición para practicar las virtudes y, cuando no está ofuscada, se siente atraída por la belleza de la bondad y de la justicia. Pero, por sí sola, no basta para hacer el bien.
Pero Sócrates consideró que la virtud era un hábito racional y confundió la virtud con la ciencia, los hábitos racionales con los hábitos morales. Por eso replicaba Aristóteles no sin razón que el valor, no consistía en conocer los peligros sino en saber afrontarlos; un tipo de sabiduría distinto e irreductible al primero. 
El intelectualismo socrático ofrece una perspectiva del mundo de la virtud adosada al marco de la razón. A ésta perspectiva se le puede llamar RACIONALISMO ETICO. Sócrates, para atajar las aberrantes conclusiones de los sofistas, abre las puertas del "logos" y el ímpetu arrollador de éste torrente lógico entra en el ámbito de la moral invadiendo y desbordando los sagrados depósitos de la poesía homérica, las costumbres heredadas, los horizontes hasta entonces inquebrantables del recto proceder. El proceso de racionalización del depósito tradicional es sano por un lado como reactivo ante inmovilismos trasnochados; pero es también peligroso si no se sabe usar con tacto y equilibrio. El Maestro, de alma apolínea, sólo sacó del racionalismo ético la lección, también ética, de la renuncia; pero sus seguidores, cínicos y estoicos, abocarian a formas exageradas del racionalismo que acabarán paulatinamente con toda esa corriente cálida y sentimental de los valores tradicionales y de las "razones del corazón". El rigorismo de la razón ahogará definitivamente la corriente cálida de los sentimientos; entonces, los ideales éticos se tornarán lacios e inhumanos. Si en otro momento hemos dicho que el hombre no es solamente pasión,ahora hay que decir que no es tampoco razón solamente. Un racionalismo rígido acaba con el hombre porque acaba con sus venas, con su corazón,con la tarea ética y política. Sin fuerzas instintivas y pasionales queda sin trabajo el auriga de nuestra razón. Hay, indudablemente que romper en favor de la perfección y de la felicidad para los racionalistas éticos, quizás sea la afirmación de la esencia divina, pero es sin duda la aniquilación de la esencia humana. Por eso, el ideal del Sabio en las escuelas postsocráticas es la muerte, en vez de la perfección del hombre, porque cometieron el grave error de calificar las acciones humanas a la luz exclusiva de las directrices racionales. De este modo, se inició históricamente un proceso subestimatorio de la naturaleza humana como reacción ante un planteamiento puramente naturalista o hedonista igualmente insuficiente.
Diríamos, por lo tanto, que es necesario ser razonable, racionalizar nuestra vida y nuestras costumbres; pero con esto no basta para ser moralmente honesto, porque nuestras acciones pueden ser, a pesar de todo, moralmente neutras o inmorales. Para la valoración de la conducta tienen que entrar factores apetitivos y volitivos. No basta con conocer para determinar el signo de la acción; hay también que querer y decidir, teniendo en cuenta el apetito sensible y el apetito irracional. Así pues la inteligencia no basta para determinar el sentido de la acción; ésta es psicológicamente imposible sin las fuerzas que emana de las tendencias y sin el ejercicio de la voluntad. Y puede ocurrir muy bien, salvo que defendamos posiciones deterministas, que la voluntad decida hacer lo que no es razonable o que permanezca en un estado de deliberación permanente, incapaz de decidirse;  o que actúe sin deliberación ni reflexión con un claro matiz de neutralidad moral. Y hasta se puede dar el caso de una inteligencia condicionada por unas tendencias fuertes o por una voluntad de hierro.
En resumen, la inteligencia es condición necesaria para la moralidad, porque aporta elementos decisivos en el proceso deliberativo y de reflexión y análisis. Pero no es condición suficiente, pues se requiere el apetito o las tendencias como una anticipación del bien apetecible a nivel biológico y la voluntad como presentación anticipada del bien apetecible a nivel racional. Y en esa confluencia, en esa dialéctica y en ese conflicto se dan la decisión y la responsabilidad moral. Por todo ello, básicamente de acuerdo con el planteamiento socrático en el que de la razón sólo se saca la lección ética de la renuncia a los excesos de las tendencias, no podemos estar de acuerdo con planteamientos extremos ni naturalistas, hedonistas, o racionalistas. El hombre, a mi juicio, es una realidad en equilibrio inestable de fuerzas anímicas. La tarea ética de cada cual es garantizar la estabilidad y proporción de ese equilibrio que corre constantemente el riesgo de romperse. La salud psicológica y la bondad ética u honestidad, son justamente lo que anda en juego. Nadie puede desentenderse porque ésto compromete a todos. Está en nuestras manos nuestro propio destino y en parte, también algo del destino de los demás, en la medida de nuestras posibilidades de interacción en la dinámica moral y social de las gentes con las que convivimos. Esto es grandioso y noble; pero podemos errar en los errores en ésta tarea se pagan caros si no se corrigen a tiempo. En unos casos con la neurosis y en otros por la perversión moral.
Para terminar, dejar claro que Sócrates pretendió alcanzar la felicidad. Creo que todos los humanismos pretendieron siempre lo mismo, aunque no se pusieran de acuerdo en lo que había que entender por ella. Lo que está claro es que Sócrates se resistió a colocarla del lado del naturalismo o del hedonismo para intentar buscarla en la razón. Quizás se extralimitó al considerar la importancia de ésta; pero él, que era un hombre virtuoso y equilibrado, jamás pensó en mecanizar la conducta desde los principios de la lógica, estableciendo ideales éticos inhumanos; sin embargo, es justo reconocer que sentó las bases para que otros menos apolíneos y equilibrados que él lo hicieran sin escrúpulos.




sábado, 11 de diciembre de 2010

PROTÁGORAS : EL PRIMER RELATIVISTA DE LA HISTORIA






En principio vamos a analizar los precedentes que posibilitaron la aparición del hombre como tema de investigación. Podríamos señalar  el desarrollo y emancipación de la razón a través de la filosofía de Parménides y del Pitagorismo, así como del pensamiento lógico, cosmológico y ético de Heráclito. Ello significó la aparición de una actitud crítica en lo científico y en lo religioso. En el campo científico cabe citar la obra del “Corpus Hipocraticum” interesado por la etiología de las enfermedades. En el campo religioso, la obra de Aristófanes Las Nubes, es una auténtica antiteodicea. Cabe igualmente destacar la situación político- social de Grecia. Las ideas democráticas habian sido sembradas por Licurgo y por Solón ya en el siglo VII a. de Cristo. Clístenes, ya próximo al siglo v, fué el fundador decidido del sistema democrático que consiguió su explendor.
En el siglo de Pericles (S. V a. de Cristo, Tras las guerras médicas contra los Persas, Grecia rompe con el sistema de las ciudades -Estado (polis) y se empieza a formar la conciencia nacional. Se vive una época de profundas trasformaciones, surgen grandes desequilibrios y el individuo empieza a sentirse desarraigado, al perder el sentido de lo que la existencia habia sido para él. Los cambios de ideas son propicios para la emancipación del individuo de la tutela del Estado y de los dioses. Por otro lado, las ideas democráticas, hacen que el linaje ya no sea suficiente para ejercer el liderazgo. Todo ello contribuye a que el hombre pase a primer plano de la reflexión. Ante la aparición del individualismo, empieza a sentirse la necesidad de garantizar la felicidad humana, analizando sus posibles formas de comportamiento tanto individual, ética,como colectivo (política). Los problemas naturalistas de la cosmología (física). Pierden actualidad e interés cuando el hombre griego descubre su situación problemática y su desorientación; es lógico que empiece entonces a preguntarse por sus propios problemas.
En consecuencia, el primer humanismo de la historia, comenzó con el interés de los griegos, por los problemas ético-políticos. Igualmente influyó la tradición pitagórica preocupada por el destino y la felicidad del hombre; ésta fue una dimensión olvidada ante la primacía de las investigaciones naturales y es ahora, cuando el interés de la especulación griega se centra sobre los problemas antropológicos, el momento de tomarla y desarrollarla.
Por último, podríamos citar el desencanto producido por las reflexiones en torno a la naturaleza. El escándalo de reflexiones tan enfrentadas, provocó la aparición de un excepticismo sobre tales temas, volcándose el interés de los pensadores sobre la realidad humana. La conclusión a la que había llegado toda la reflexión anterior sobre la naturaleza parecía demostrar que no existía una verdad clara y terminante que se impusiera a todos, y si la había, latía tan profunda en el seno de los seres que resultaba inalcanzable. Es por tanto, norma que en el caldo de cultivo de las explicaciones contradictorias sobre la naturaleza germinarán los escepticismos y los relativismos.Lo bueno, lo malo, lo justo y lo injusto, lo verdadero y lo falso; todo ello es relativo pues el hombre es la medida de todas las cosas.
Y aún en el casó de que el hombre tuviese que ajustarse a algo al determinar sus valores y modos de comportamiento, ese algo, no podría ser otra cosa que la naturaleza humana, desprovista de cualquier adherencia cultural (como si cultura no fuera también parte integrante de la naturaleza humana). Y la naturaleza humana, desprovista de hábitos sociales, de costumbres enseñadas y de normas inculcadas, sólo se rige por dos instintos básicos: El instinto del placer y el instinto del poder. Por lo tanto, cualquier norma o ley contraria a estas tendencias básicas, constituirá la base para una moral antinatural.
Esta conclusión, a mi juicio, adolece de un fallo fundamental. Considera gratuitamente la naturaleza humana identificada con los procesos de la vida instintiva, y aún con los más primarios desde el punto de vista de la ontogénesis. En realidad, el circulo funcional de la vivencia que presenta la naturaleza humana como una oscilación antropocósmica, manifiesta ostensiblemente la existencia de otros procesos tales como los de conocimiento que, en el caso del hombre, engloban procesos racionales, cuyas exigencias se enfrentan frecuentemente a las apetencias, creando lo que hoy llamamos, conflictos anímicos. Así que también la racionalidad pertenece a la naturaleza humana.Por ello, las normas jurídicas y éticas , no pueden ser nunca no deben ser absolutamente convencionales, sino exigencias del buen sentido, de la sensatez, de la lógica o de la racionalidad humana que es, al menos, tan natural como los instintos primarios.
Esta concepción de la naturaleza humana tan peyorativa, fundamentada en los principios básicos del placer y del poder, propia de los antiguos hedonismos y naturalismos, ha resurgido modernamente en los nuevos. En la actualidad, las Escuelas de Freud y Adler defienden la misma tesis, según la cual, todos los comportamientos humanos, individuales y comunitarios, no son otra cosa que simples sublimaciones de estos instintos básicos ante la presión ejercida por el Super-Ego como conjunto de normas absolutamente convencionales, introyectadas por medio del fenómeno educativo.

PROTÁGORAS fue quien sacó las penúltimas consecuencias de este planteamiento. Con su "homo mensura", perfiló el primer relativismo antropológico de la historia. Las categorías, éticas, estéticas, científicas y hasta políticas, todas son relativas al hombre. El es la medida de todas las cosas, porque éstas, no son en sí nada. Tal y como se me aparecen en mí, así son para mí; tal y como se te aparecen a tí, así son para tí. El éxito del hombre está en conseguir mediante la habilidad de su pensamiento y de su palabra que a los demás las cosas les parezcan ser tal y como a él le parece que son. El lenguaje, lejos de servir para desvelar, comunicar y participar la verdad, solo sirve para recrearla en cada caso y en cada circuns­tancia de acuerdo con los propios intereses. Para alguien convencido de la existencia de la verdad, diría que en tales cir­cunstancias, el lenguaje pervierte su función natural constitu­yéndose en obstáculo permanente que oculta lo que debería desvelar.
Algunos pretenden ver en Heráclito los orígenes de ésta filosofía relativista en la que lo importante es persuadir, no importa de qué. Efectivamente, Heráclito dijo que nada era permanente ni estable, pero dejó sentado, con la misma fuerza, que el logos era la Ley Eterna, inmutable y permanente que regía con inflexibilidad y dureza absolutamente todo devenir y toda conducta. El logos era la Ley, del  lenguaje, a Ley del pensamiento, de la naturaleza, de la conducta y de la "polis". Por tanto, Protágoras va más allá porque ha roto incluso con esa Ley universal y ha colocado al hombre en el centro del sistema. Nada, absolutamente nada es real independientemente del hombre.
Por ejemplo, la sensación, forma primaria de conocimiento, que parece más objetiva que ninguna otra, es totalmente subjetiva porque depende totalmente de condiciones fisiológicas y físicas del sujeto. El frío o el calor no existen en absoluto, indepen­dientes del hombre; ésta es su medida. Yo soy en realidad el frío y el calor, como todo lo demás. Por eso es posible sentir frío y calor con los mismos grados de temperatura; y éste puede ocurrir en distintas personas o, incluso, era la misma persona en diferentes momentos.
Y si ésto es así con el conocimiento sensorial que es la forma de conocimiento en la que predomina lo decidido del exterior, ¿qué ocurrirá con las formas más complejas de conocimiento en las que tiene más importancia la espontaneidad del sujeto? Todo conocimiento queda relativizado por el sujeto. No existe una verdad absoluta , sino que sólo existen verdades relativas a cada hombre. Por eso la verdad sólo puede tener un carácter y un valor instrumental ya que se ha sustituido los juicios de existencia por los juicios de valor subjetivo. Por eso, igualmente, en la dimensión social o comunitaria, en donde es imprescindible unificar criterios, a lo máximo que podemos aspirar es al convencionalismo de las leyes.
Esto, a mi juicio, acarrea serios problemas para el teórico de la sociología, de la política o de la ética: ¿cómo fundamentar el mutuo acuerdo entre los hombres en la formulación de las leyes positivas o de las pautas deseables de comportamiento individual, sin referencia alguna a algún tipo de orden objetivo externo (natural=ley natural, o sobrenatural=ley revelada), o interno (leyes lógicas=razón)? ¿Por qué los hombres, en el diálogo constructivo convienen en establecer ciertos modos típicos o ciertos principios éticos o jurídicos? Si no hay razón alguna que lo fundamente, o sería prácticamente imposible tal convención, quedando todo en un diálogo estéril, o ésta se conseguiría sobre la base de la violencia, física, ética o psicológica (miedo o mentira). Desgraciadamente, no faltan casos que confirmen lo dicho.



miércoles, 8 de diciembre de 2010

LOS NACIONALISMOS





El escritor Mario Vargas Llosa leyó este martes en la Academia Sueca el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura. En su intervención, el hispano-peruano criticó al nacionalismo, "que ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia". En esta misma línea, Vargas Llosa subrayó que las patrias "no son las banderas ni los himnos, sino un puñado de personas y lugares que pueblan nuestros recuerdos". "Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también en España, no estropeen esta historia feliz". Asimismo, ha reconocido que "detesta" toda forma de "nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento".

Esta cita de Vargas  Llosa, publicada en el Confidencial Digital,  me sirve "ad hoc" para reflexionar acerca del peligro de los nacionalismos excluyentes que conviven en España. La Historia de la filosofía nos puede ayudar a esclarecer estos asuntos politicos. En el siglo V a.Xto. Los sofistas anteriores a Sócrates, pensaron que la moral y la política se fundamenta siempre en normas convencionales, desprovistas de valor objetivo. Pero además, pensaron que tales normas eran antinaturales, basados en una concepción de la naturaleza humana parcial, restrictiva y alicorta. Con todos estos precedentes, se puede explicar que todos estos sofistas anteriores a Sócrates, se erigieron en maestros del arte de pensar, del arte de hablar y del arte del comportarse o de obrar, todo ello con miras de triunfar en la "Polis". La lógica, la oratoria y la ética, se fomentaron como procedimientos metodológicos para triunfar en la lucha democrática por el poder. 
El gran problema consistían que desengañados de toda objetividad trascendente al hombre, desarraigados de los dioses, escépticos de la firmeza y regularidad de la ley natural y convencidos de la miseria de la naturaleza humana, (únicamente tendencia al placer y al poder), ese arte de pensar, de hablar y de conducirse, no podía tener ideal más alto que el de erigirse por encima de los demás, el de convencer a los otros de la mayor habilidad del propio yo. Por todo ello, nada tiene de raro que los sofistas escritores atildados y artistas elegantes en el hablar, pusieron su sabiduría al servicio del lucro personal, de la fama y del prestigio, suscitando en la juventud emancipada la ambición por el poder y por el porvenir político, desafiándoles a dominar la palabra como medio de persuasión para los demás, de las virtudes propias y de la capacidad para gobernar. Despreocupados por las ideas y por los contenidos, el lenguaje, lejos de ser un sistema de comunicación, quedaba reducido a una técnica de persuasión, no importando de qué. Cualquier postura podía ser defendida por el profesional de la oratoria. Todos los casos eran defendibles, incluso los contradictorios. El arte consistía en hacer de la peor la mejor de las razones. Si se conseguía el prestigio, el aplauso, el liderazgo, se había conseguido el fin de la vida humana y con él, la felicidad. Para conseguir esto, cualquier razón era buena. Sólo hacía falta tener la suficiente habilidad como para que los demás así lo aceptasen. La valoración del discurso, de la verdad y de la bondad, se medía operativamente por sus resultados prácticos: era bueno, verdadero y honesto el que triunfaba, y el que fracasaba era por eso mismo, tonto o ignorante y malvado.

Pues bien, hasta aquí la cita con los griegos. Los nacionalismos, nacen en una época de exaltación de las emociones, del lugar, de la raza y de la diferencia localista, sin tener en cuenta el bien común de la colectividad.  Utilizan la lengua como signo identitario no para comunicarse y unir sino para todo lo contrario: La palabra al servicio de la ideología excluyente y partidista. Priorizando el sentimiento sobre la razón, su verdad frente a la verdad, aun a costa de tergiversar la Historia, sacralizar el territorio y elevar a categoría trascendente la nación. Si para conseguir estos objetivos, es necesario que alguien caiga por el camino, no importa: todo al servicio de la causa.
El nacimiento biológico, -contingencia particular, común a todos los seres humanos-, se eleva a tal categoría óntica por parte del nacionalismo, que hace de este hecho el" leiv motiv "de su existencia. Donde los principios, los valores democráticos de la ciudadanía y los derechos particulares de las personas, quedan supeditados si no abolidos por la ideología imperante nacionalista.  El espíritu librepensador y crítico del ciudadano, queda castrado desde el momento que no comulga con la religión nacionalista, siendo "expulsados del redil" de la madre patria. Identificando a ésta patria, con una ideología -falsa conciencia Marx-, con las apetencias de una clase dirigente, que solo busca su propio provecho y mantenerse en el poder. Para ello, -como hicieron los Sofistas-, utilizan la lógica, la oratoria y la ética: el arte de pensar, de hablar, y de comportarse, para erigirse por encima de los demás y no para servir a su pueblo.