El escritor Mario Vargas Llosa leyó este martes en la Academia Sueca el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura. En su intervención, el hispano-peruano criticó al nacionalismo, "que ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia". En esta misma línea, Vargas Llosa subrayó que las patrias "no son las banderas ni los himnos, sino un puñado de personas y lugares que pueblan nuestros recuerdos". "Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también en España, no estropeen esta historia feliz". Asimismo, ha reconocido que "detesta" toda forma de "nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento".
Esta cita de Vargas Llosa, publicada en el Confidencial Digital, me sirve "ad hoc" para reflexionar acerca del peligro de los nacionalismos excluyentes que conviven en España. La Historia de la filosofía nos puede ayudar a esclarecer estos asuntos politicos. En el siglo V a.Xto. Los sofistas anteriores a Sócrates, pensaron que la moral y la política se fundamenta siempre en normas convencionales, desprovistas de valor objetivo. Pero además, pensaron que tales normas eran antinaturales, basados en una concepción de la naturaleza humana parcial, restrictiva y alicorta. Con todos estos precedentes, se puede explicar que todos estos sofistas anteriores a Sócrates, se erigieron en maestros del arte de pensar, del arte de hablar y del arte del comportarse o de obrar, todo ello con miras de triunfar en la "Polis". La lógica, la oratoria y la ética, se fomentaron como procedimientos metodológicos para triunfar en la lucha democrática por el poder.
El gran problema consistían que desengañados de toda objetividad trascendente al hombre, desarraigados de los dioses, escépticos de la firmeza y regularidad de la ley natural y convencidos de la miseria de la naturaleza humana, (únicamente tendencia al placer y al poder), ese arte de pensar, de hablar y de conducirse, no podía tener ideal más alto que el de erigirse por encima de los demás, el de convencer a los otros de la mayor habilidad del propio yo. Por todo ello, nada tiene de raro que los sofistas escritores atildados y artistas elegantes en el hablar, pusieron su sabiduría al servicio del lucro personal, de la fama y del prestigio, suscitando en la juventud emancipada la ambición por el poder y por el porvenir político, desafiándoles a dominar la palabra como medio de persuasión para los demás, de las virtudes propias y de la capacidad para gobernar. Despreocupados por las ideas y por los contenidos, el lenguaje, lejos de ser un sistema de comunicación, quedaba reducido a una técnica de persuasión, no importando de qué. Cualquier postura podía ser defendida por el profesional de la oratoria. Todos los casos eran defendibles, incluso los contradictorios. El arte consistía en hacer de la peor la mejor de las razones. Si se conseguía el prestigio, el aplauso, el liderazgo, se había conseguido el fin de la vida humana y con él, la felicidad. Para conseguir esto, cualquier razón era buena. Sólo hacía falta tener la suficiente habilidad como para que los demás así lo aceptasen. La valoración del discurso, de la verdad y de la bondad, se medía operativamente por sus resultados prácticos: era bueno, verdadero y honesto el que triunfaba, y el que fracasaba era por eso mismo, tonto o ignorante y malvado.
Pues bien, hasta aquí la cita con los griegos. Los nacionalismos, nacen en una época de exaltación de las emociones, del lugar, de la raza y de la diferencia localista, sin tener en cuenta el bien común de la colectividad. Utilizan la lengua como signo identitario no para comunicarse y unir sino para todo lo contrario: La palabra al servicio de la ideología excluyente y partidista. Priorizando el sentimiento sobre la razón, su verdad frente a la verdad, aun a costa de tergiversar la Historia, sacralizar el territorio y elevar a categoría trascendente la nación. Si para conseguir estos objetivos, es necesario que alguien caiga por el camino, no importa: todo al servicio de la causa.
El nacimiento biológico, -contingencia particular, común a todos los seres humanos-, se eleva a tal categoría óntica por parte del nacionalismo, que hace de este hecho el" leiv motiv "de su existencia. Donde los principios, los valores democráticos de la ciudadanía y los derechos particulares de las personas, quedan supeditados si no abolidos por la ideología imperante nacionalista. El espíritu librepensador y crítico del ciudadano, queda castrado desde el momento que no comulga con la religión nacionalista, siendo "expulsados del redil" de la madre patria. Identificando a ésta patria, con una ideología -falsa conciencia Marx-, con las apetencias de una clase dirigente, que solo busca su propio provecho y mantenerse en el poder. Para ello, -como hicieron los Sofistas-, utilizan la lógica, la oratoria y la ética: el arte de pensar, de hablar, y de comportarse, para erigirse por encima de los demás y no para servir a su pueblo.
Querido Don Antonio:
ResponderEliminarLo primero, es un placer volver a ver como usted nos deleita y nos ilustra con un nuevo artículo. Además, me es grato comprobar que trata un tema que siempre me ha apasionado y el cual he discutido mucho con mis amigos y compañeros.
Siempre me he preguntado: ¿Por qué existen los nacionalismos? Incluso me he llegado a preguntar: ¿Es posible que el País Vasco y Cataluña se separen de España? ¿Qué hay de malo en esto? se pregunta uno. Pues bien, he pensado mucho estas preguntas y creo que los nacionalismos existen por algo que creo que existe en la naturaleza de todo ser humano: el deseo de poder. Los catalanes y los vascos solo quieren poder, solo quieren actuar por ellos mismos porque se creen superiores. Esto es lo que pasa en España. Así me hacen reir todas esas patrañas ideológicas que intentan justificar los nacionalismos.
Pero esto es un caso aislado, es un caso español y no quiero entrar más al trapo. Yo quiero hablar del deseo de poder. A lo largo de mi vida, he conocido a mucha gente, y casi todas deseaban poder. También he conocido otras cuantas, contadas quizás con los dedos de una mano, que se habían librado de este deseo. Son personas increibles. Como se han librado de esta atadura, de este apego, la gente les respeta, y el poder, aunque no lo deseaban, les llegó. Tenían mucho poder, pero lo usaban de tal manera que no se beneficiaban ellos, se beneficiaban los demás y eso a su vez les hacía feliz a ellos.
Por esto, quiero hacer ver que el deseo de poder no trae nada bueno, y esto es lo que pasa con los nacionalismos, que la mayoría de las personas involucradas salen mal paradas.
No creo que los nacionalismos se basen solo en el deseo de poder. En unos pocos (la clase dirigente)es posible, pero el resto de la gente que los sigue ¿por qué lo hace? Reflexionad sobre ello.
ResponderEliminarCreo que lo hacen simplemente por que creen que al separarse de los demás van a obtener beneficios. Por supuesto no niego que haya parte ideológica, pero es una parte ínfima.
ResponderEliminarClaro que en todo esto estoy generalizando, no todo el mundo se mueve por el dinero.
Es cierto que las clases dirigentes solo buscan el poder y el pueblo llano está engatufado por la ideología o falsa conciencia que desarrolla un papel utópico, basado en promesas y utopias muy dificil de demostrar y menos de llevarlas a cabo. K. Marx llamaba a esto superestructura ideológica.
ResponderEliminarAntonio, comparto totalmente el análisis que haces del nacionalismo y el hecho de que lo lleves hasta la etapa de la sofística presocrática. Creo que el propio Protágoras defendió siempre las mismas posiciones que el resto de sus colegas. No hay más que leer el diálogo platónico que lleva su nombre en donde aparecen el mismo Protágoras frente a Sócrates con una propuesta del autor de la obra: ¿se puede enseñar la areté? Y la trampa didáctica de Platón: cuando la cena concluye y con ella la disputa entre los dos personajes, el lector siempre se pregunta en qué página se le ha ido el santo al cielo, porque no conoce la respuesta a la pregunta planteada. El filósofo nos obligará así a leer otro diálogo en donde nos ofrecerá su propuesta razonada.
ResponderEliminar¡Qué grandes los griegos en todo! ¿Por qué nuestros políticos e incluso la gente sencilla no leerá a los clásicos en vez de tanta salsa rosa de la que aparece en los medios?
Ánimo Antonio con este nuevo trabajo que ahora te ocupa. Ayer, mientras compartíamos mesa y mantel, te prometí que entraría aquí y, como ves, ya lo estoy haciendo.
Un abrazo.