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viernes, 28 de enero de 2011

TARZÁN, UN PERRO PRODIGIOSO



Abla es un pueblo pequeño situado en las Alpujarras almerienses, pequeño en habitantes pero grande en tradiciones e historia. Allí viví mi infancia en tiempos de postguerra, pasando algunas necesidades, aunque no hambre, y siendo un niño muy feliz junto a mis padres y mis tres hermanos.
Hoy os quiero contar una de tantas experiencias divertidas y ocurrentes que manifiestan la felicidad y la creatividad que viví con mi pandilla de amigos. La vida en el pueblo transcurría lentamente, propia de un pueblo sujeto a la monotonía  de las labores del campo. Allí nunca ocurría nada que no fuera determinado por el calendario: la vida social del pueblo giraba en torno a la religión, la escuela y el campo.
Pero un día otoñal de octubre apareció en la plaza del pueblo un circo muy especial: Era un circo formado por perros, eso sí, perros muy inteligentes y adiestrados para actuar en un espectáculo, que a todos los niños del pueblo nos dejaban asombrados.  No era para menos: Aquellos perros actuaban como si fueran personas. Eran bípedos y lo hacían erguidamente utilizando las patas delanteras como manos que podían coger,un libro, una espada o las riendas de un carromato, cuyos caballos no eran tales, sino perros. Porque todo lo que allí se movía eran perros, a los que solo les faltaba hablar para ser humanos. Era admirable contemplar el entierro de un magnate (Que también era perro), yaciendo en una carroza transportada por caballos (perros) y dirigida por cocheros. Lo maś interesante era el cura que presidia la comitiva detrás del carromato mortuorio, erguido y revestido con su capa pluvial y con un libro de rezos en su mano. El cortejo fúnebre avanzaba a lo largo de la pista, compuesto por grupos de gente entre las que se encontraba la viuda, sus hijos y los amigos de la familia,todos en actitud doliente, como requería el momento. La plasticidad estética del acontecimiento y su solemnidad deslumbraba a la  chiquillería y a mis amigos, -entre los que me encontraba-  y nos dejaba  a todos boquiabiertos.
Terminada la función, nuestra suerte fue encontrar a "Tarzán", -que así le llamamos-, un perro blanco con lunares  negros, de estatura pequeña y con ojos grandes de mirada triste. Expulsado y abandonado por sus dueños, nunca se supo por qué. Aquel perro, por genes,  inteligente y artista nos iba a convertir en profesionales del circo, y aunque ninguno conocíamos las leyes de Mendel ni la teoría de la evolución darwiniana, sus descendientes necesariamente serían como él: artistas excepcionales.
El problema surgió en el grupo cuando hubo que establecer qué  clase de alimentación debía tener Tarzán y qué clase de adiestramiento sería el más conveniente, para mantenerle  en forma, siguiendo las pautas Lamarquistas,  "donde la función crea el órgano" y que "todo órgano  se atrofia si no se activa". Pronto surgió la respuesta: Lo único que motivaría a Tarzán seria la ingesta de chocolate "Cañete". Dicho y hecho. Con los ahorros del grupo se compró la tableta de chocolate. Aún recuerdo el olor del chocolate  inaccesible a nuestras bocas y prohibido para nuestros bolsillos. !Que suerte tenía Tarzán poder gustar de aquel delicioso chocolate! Su respuesta no se hizo esperar: erguido sobre sus patas traseras se relamía de gusto y nos ofrecía su vena más artística, saltando con energía para poder conseguir la onza de chocolate. De repente surgió una voz sabia en el grupo:" ¿Veis?, no nos hemos equivocado, Tarzán es un un perro prodigioso y un verdadero artista".



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