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domingo, 31 de diciembre de 2017

El poder de la palabra





Si hubiera que elegir el mejor invento del hombre en su historia, elegiríamos: la palabra. Sí, la palabra, ese extraordinario instrumento de voz, significado, expresión o vocablo por los que damos nombre a las cosas, hablamos,  nos comunicamos, ponemos orden, imaginación y significado, a una realidad compleja (sin nombre las cosas serían un "totum revolutum" carentes de inteligibilidad y coherencia). Es el regalo más hermoso que los dioses nos han dado, o que nosotros nos hemos apropiado para ser tan poderosos como ellos. Ya en el Génesis, "dar nombre a las cosas" era un signo de poder absoluto exclusivo de Dios o Yahvéh. Hablamos hoy de Aporofobia, o rechazo al pobre. Mis alumnos saben muy bien el significado de esta palabra; en mis clases de filosofía utilizábamos a menudo el término "poro" agujero, salida etc., con la  "a" privativa, cuyo significado es algo problemático, sin salida, irresoluble, de difícil solución, de ahí aporía palabra griega que significa sin solución. Si a esto añadimos fobia, miedo a algo o alguien pues tenemos la palabra de miedo o rechazo al pobre, palabra acuñada por Adela Cortina, catedrática de filosofía.
Hoy, en la sociedad de los contrastes en la que vivimos, hay más miedo a la pobreza que al pobre. Al pobre nadie lo quiere, es cierto. Es una lata vacía que al ruido de unas monedas llama nuestra atención a la vez que mueve el corazón de algunos, mientras que a otros, molesta, huele mal, a sudor,  alcohol, orines..., por ese tufo propio de quien no se lava porque no tiene posibilidad ni medios para hacerlo: siempre molesta ver reflejada nuestra propia imagen en el otro. Pero el verdadero miedo está en caer en la pobreza, en sentirte sin hogar, sin cama ni abrigo, un lugar donde guarecerse de las inclemencias del tiempo y -a veces- de uno mismo (pobreza interior que aterra más que la material). La sociedad del bienestar trata de esconder y ocultar los problemas que no agradan o no interesan por no enfrentarse a ellos y resolverlos. También las palabras sufren esa transformación en manos de intelectuales, economistas, políticos o ideólogos que a través del lenguaje tratan de cambiar, modular, ocultar o doblegar la realidad social, de acuerdo a sus propios intereses. Aunque los propios engañados son ellos, puesto que la realidad es tozuda, y no cambia, por mucho que algunos la disfracen con nuevos neologismos.



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