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martes, 19 de marzo de 2024

¿Por qué calla Dios?



"La Guardia Civil investiga el presunto asesinato de dos niñas de dos y cuatro años, así como la posterior muerte del padre, en una pedanía de Alboloduy (Almería), en un nuevo caso de violencia vicaria. El presunto asesino, con antecedentes por violencia machista, tenía una orden de alejamiento de su exmujer en vigor. Si bien la investigación  continúa abierta, la línea que ha cobrado más fuerza conforme a los indicios que se manejan hasta el momento, es que el hombre habría matado a sus hijas envenenándolas antes de acabar con su vida". (El Diario.es)

La muerte no tiene sentido. Ninguna religión puede explicarla porque no puede transcender la frontera de lo finito. Toda religión que afirme que Dios no está oculto no es verdadera. Esta frase de Pascal ha de hacernos pensar por qué Dios guarda silencio: es difícil explicar el mal en el mundo. El mal y la muerte son dos grandes cuestiones que la filosofía moral y la religión no pueden explicar ni desde la razón filosófica, ni tampoco desde la fe religiosa. El mal lo combatimos con todas nuestras fuerzas sabiendo que es inherente a la naturaleza humana como pago de ser libres. La muerte solo nos queda aceptarla porque no hay otra elección posible. Convivimos con las dos porque no tenemos otra alternativa.

Comenzamos con el problema del mal. ¿El ser humano es bueno o malo? La importancia de esta cuestión radica en dos hipótesis posibles: el hombre o es bueno o es malo. Si es bueno, entonces la maldad proviene de factores externos: circunstancias adversas, educación, medio social... Por otro lado, si asumimos que somos malos, entonces las reglas sociales, instituciones, códigos penales, existirían para corregir nuestras malas inclinaciones. La relación entre estas dos realidades del bien y del mal, ha sido y es un tema de profunda reflexión en la historia de la filosofía, así como en la fenomenología de la religión, y por supuesto en la teología. Desde todas estas disciplinas se ha intentado dar una respuesta convincente, aunque todas se quedan en el intento, pues el problema es demasiado complejo y de difícil solución. Hasta me atrevería afirmar que en la actualidad es irrelevante. Lo importante ahora, es sentir con el corazón el dolor de la tragedia de las dos niñas asesinadas por su padre, sin que encontremos respuestas a este sin sentido. Mis reflexiones se centrarán en un análisis ético-filosófico, desde un humanismo antropológico, obviando otros aspectos no menos importantes que por extensión sobrepasan este artículo.

Ante un acto criminal, como es el asesinato de estas niñas inocentes, así como los males que sufren los seres humanos a causa de los fenómenos naturales, es inevitable preguntarse "el por qué" de estos males, y por qué Dios no interviene y lo permite. No es fácil la respuesta. Desde un humanismo antropológico -y si me permiten- desde la creencia, surgen numerosas preguntas de difícil respuesta, cada una legítima desde la complejidad del problema. Para unos serán suficientes las respuestas de la ciencia y sus leyes físicas sujetas a un determinismo cosmológico;  para otros, -creyentes en la transcendencia- no basta la ciencia  sino que van más allá. La pregunta siempre es la misma: ¿Cómo puede Dios siendo bueno y omnipotente permitir esto? La respuesta no es sencilla sin cuestionarnos  antes la compatibilidad entre el "libre albedrío" y el determinismo.  David Hume partió del principio de causalidad el cual manifiesta que "todo efecto proviene de una causa", e intentó resolver el dilema sosteniendo que el libre albedrío y la causalidad no son opuestos en realidad. El libre albedrío, dice, es compatible con la causalidad y, más aún, es dependiente de la causalidad. Sólo podemos hacer elecciones libres en un mundo gobernado por la causalidad. Si el mundo no estuviese gobernado por la causalidad no podríamos saber qué pasaría después  de que hiciésemos nuestras elecciones y, por lo tanto, nuestras elecciones carecerían de sentido. Las propias elecciones son causas: en un mundo sin causalidad las elecciones no tendrían ningún efecto. El hábito y la costumbre de la experiencia tienen algo que decir, pero no siempre; si algo sucedió siempre, no tiene por qué no seguir sucediendo. Perfecto, tal y como concibe la ciencia el empirismo. Pero insuficiente para explicar la conducta humana; hay que aceptar un punto intermedio entre libertad y determinismo cuando nos referimos a los hechos humanos; hay que aceptar una libertad "condicionada" por factores naturales, biológicos, psicológicos y sociológicos. Una libertad humana contingente, no absoluta, que hace de la voluntad humana ser libre y responsable de sus actos.

En cuanto a la permisividad de Dios sobre estas catástrofes, y la procedencia del bien y del mal, la respuesta está en el libre albedrío. Según esta solución propuesta, el mal es una consecuencia de la existencia del libre albedrío humano. Se afirma que un universo en el que hay seres que poseen libre albedrío es más rico y variado y, en un sentido importante, mejor que uno que contenga solo amables autómatas. Si los seres humanos fuesen siempre buenos, esto podría ser porque Dios les hubiese creado cien por cien obedientes a sus leyes y en ese caso serían meras máquinas, haciendo el bien automáticamente. La existencia del libre albedrío, pues, explica el mal moral y el valor de la libertad justifica la decisión de Dios de crear seres humanos libres, que sean criaturas capaces de elegir ambas cosas: el bien y el mal.

Abla ha quedado muda. Sin habla. ¿Qué se puede decir ante esta tragedia que asola nuestro pueblo? Tantos las niñas como su madre están empadronadas en este hermoso pueblo de la alpujarra almeriense a los pies de Sierra Nevada. Una de las pequeñas era alumna del CEIP Joaquín Tena Sicilia. Son muchas las preguntas que las buenas gentes de nuestro pueblo nos hacemos en estos momentos de consternación, incredulidad y sorpresa, y pocas las respuestas que encontramos: solo furia, rabia contenida e impotencia. El vacío, la soledad, la nada. y muchas, muchas preguntas sin respuesta. El absurdo de la muerte en unas niñas inocentes víctimas del odio de un padre poseído por la sin razón y, en cuyo corazón, el amor ha sido sepultado por el odio hacia la madre hasta arrebatarle lo más querido del mundo: sus hijas. Es lo que queda.

Y ante esta tragedia debemos hacernos la pregunta fundamental: ¿cuál es el significado, sentido, o valor de la vida humana? Pregunta fundamental para la que no hay respuesta científica, y, sin embargo, ineludible porque estamos remitidos a interpretar, evaluar y jerarquizar el mundo en el que nos movemos. En cuanto que rompemos la mera dinámica de los instintos como normativos de la conducta humana, tenemos que preguntarnos por lo qué es importante o no, por lo que genera felicidad y plenitud, y por lo que es bueno o malo a la hora de orientar nuestra vida. Estas son las preguntas que llevan desde la filosofía moral a la religión. ¿Qué significa el vivir y el morir? ¿Cuáles son las orientaciones básicas para realizarnos como personas y ser felices? ¿Qué es el bien y el mal para el hombre? ¿Hay bien y mal objetivos y normativos, o sólo son instancias subjetivas, lo bueno y malo para mí, o para una cultura determinada? ¿Cómo luchar contra el mal, en sus diversas dimensiones, y qué podemos esperar a la luz de la injusticia, del sufrimiento y de la muerte, que cuestionan el sentido del hombre? El ser humano es el que se interroga sobre esas realidades y busca su significado, más allá de la facticidad del origen y de la meta final de nuestro ser animal. Preguntas cuya repuesta la filosofía lo intenta, aunque no sabe la respuesta. Y la religión, en un salto en el vacío, se refugia en la fe y el misterio.




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