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domingo, 20 de marzo de 2016

Semana Santa en Abla I



                                                                          A mis Padres, Antonio y Francisca

Poema sobre
La Semana Santa de Abla I

Soy juglar, y trovador...
y por tanto, narrador;
soy palabra y recuerdo,
pregonero y contador
de hechos vivos y memoria,
que nuestro pueblo vivió.
!Benditos sean nuestros ancestros,
que nos legaron la tradición,
que nos dejaron un libro
cuyas páginas escritas
están en el corazón!
Allí se narran los hechos
trasmitidos en palabras,
de abuelos a nietos,
de padres a hijos, de viva voz...
Y esto es lo que trato y pretendo,
con mi relato, hacer yo.

Rememorar las costumbres,
sus creencias religiosas,
su folklore y su cultura,
las técnicas en agricultura,
aquello que definió
a todo un pueblo sabio,
que a lo largo de los años, cultivó.
Hoy, quiero contarte un hecho,
de especial relevancia:
de cómo un pueblo creyente
vivía la Semana Santa
con especial devoción.
!Presta lector atención,
y saca las enseñanzas
para vivir aún mejor!
Así comienza esta historia,
la Semana de Pasión:

En este hermoso pueblo,
llamado Abla por su blancor,
romano de nacimiento,
cristiano por tradición,
se vive la Semana Santa
con pasión y dedicación.
Como preludio a este hecho,
comienza con el novenario
a la Virgen del Dolor,
la que está junto al Sagrario,
y que Salzillo talló
como maestro-escultor.
!Qué bien supo esculpir en su rostro
de imagen viva, el dolor,
y hundir los siete puñales
en su inmenso corazón!
La misma que se libró,
de la quema de la hoguera,
del odio y del desamor,
que generó nuestra guerra.

El pueblo entero asistía,
cada noche y cada día,
al rezo del Santo Rosario, 
así como la letanía,
para escuchar la homilía,
y besar su escapulario.
Las lágrimas de aquella Virgen
anunciaban el calvario,
que el Viernes santo sufrió
Jesús "el condenado",
con la cruz entre sus manos,
el cuerpo amoratado,
y sus pies ensangrentados. 

 
En el Domingo de Ramos,
con palmas, olivos y salmos,
levantamos nuestras almas,
para en torno a nuestra plaza,
dar la bienvenida al Rey,
que nos libra del pecado.
!Hosanna Rey de los Cielos!
Grita con clamor el pueblo, 
como hijo del Dios bueno,
montado en una borrica
aclaman al hijo del carpintero.

!Bendito el que viene
en el nombre del Señor,
Hosanna en el cielo!
Con farolillos y piñas,
trenzamos palmas con manos,
recordando este día,
atando palmas y ramos
entre balcones y rejas,
tal como nos lo enseñaron.
De su incineración
resurgirán las cenizas,
que nos marcan como humanos.
 

El Lunes Santo comienza
con la procesión inicial:
con la Cena del Señor,
mostrando la hostia blanca
y su cáliz de pasión,
seguido por su hermandad,
con cirios y penitentes.
Su color es amarillo-oro,
color de espiga y de pan
de sustento y trabajo,
de sudor y de hermandad.
Por las calles de mi pueblo
Jesús va,
con el bueno de San Juan,
mostrando el sacramento
de amor y fraternidad.

 
Son las nueve de la noche,
y es Martes Santo.
En el templo parroquial,
Jesús atado a la columna,
con el cuerpo malherido
por los azotes sufridos,
se presta a salir seguido,
por la Hermandad de los Rojos,
de color sangre vestidos,
en recuerdo del despojo 
que han convertido a Jesús,
de llagas y heridas sumido,
por azotes y escarnio recibidos.

Las flores de los balcones
comienzan su florecer,
y luchan unas con otras
para así poder crecer:


Y ver pasar al "Ecce Homo"
para afligirse con él maniatado a la columna,
regada por la sangre que del cuerpo mana;
látigo de escarnio, La Verdad lacerada,
y la sangre de su rostro en labios resecada.

!Quién fuera en esta noche golondrina,
que anida bajo teja protegida!
Para secar con sus alas aleteadas,
la sangre a borbotones de esa herida.

!Oh Jesús, traicionado y negado
por tres veces de madrugada,
al canto del gallo, por el más cercano!

Ultrajado como títere de escarnio,
con cetro de caña y corona espinada,
un rey despojado, mofado y humillado.


Así se vive en el pueblo
la Semana de Pasión.
Cada año en Jueves Santo,
se rememora el gran día
de la entrega y el amor,
mediante la Eucaristía:
"Haced esto en memoria mía"
Por eso durante esta jornada,
celebramos la humildad,
del Maestro que se rebaja,
lavando los pies a sus discípulos,
practicando caridad,
cantando con devoción:
"Que donde hay caridad,
allí está Dios".

Durante toda la noche,
es noche de oración;
"Hora santa" -le llamamos-
ante el sagrario que guarda,
el pan y el cuerpo del Señor,
como regalo de Dios,
quien se quedó  entre nosotros
como muestra de su amor.

En las calles de mi pueblo,
bocinas y tubas de lamento,
recuerdan el gran momento,
en el que Jesús sufre
aquellos grandes tormentos.
Durante toda la noche,
es noche de oración,
de vigilia y Monumento,
Evangelio y meditación.


Hay un altar entre flores
allí en el Monumento,
doce cirios los que brillan
y uno apagado, sin fuego.
El calor lo ha abandonado
el frío lo ha petrificado, 
por tierra yace en el suelo  
yermo sin vida ni aliento.

"Haz lo que tengas que hacer"

se oye la voz del Maestro,
y aquel cirio se apagó 
para no alumbrar de nuevo.

Ya en el huerto,
Pedro, Juan y Santiago,
cansados aquella noche
dejan sólo a su Maestro;
el sueño cierra sus párpados
sumidos en el desaliento.
Jesús Hombre entra en pánico 
suda sangre en la oración,
su Padre lo ha abandonado 
solo está
ante su gran elección.

"Padre, que pase de mi este cáliz,
pero no se haga mi voluntad,
sino la tuya"

En la oscuridad del huerto
un falso beso entre antorchas
estremeció el olivar,
y un seco y gélido viento
enmudeció aquel lugar.
La luna desaprobó
la traición del falso gesto
ocultando su fulgor.
Y el cielo se demudó
anegando el olivar
en un agujero negro.

        
"Si es posible, que pase de mi 
este cáliz, pero no se haga mi
voluntad sino la tuya."
-Dice Jesús en el huerto-
antes de ser entregado,
y comprobar con tristeza, 
como un traidor encubierto,
sin conciencia ni nobleza,
entregará a su Maestro
mientras todos estaban durmiendo.
Y en la aurora matutina,
antes que despunte el sol,
las mujeres abulenses,
elevan rezos en la calle,
en honor de María Santísima,
la Virgen Madre de Dios.

 
En la mañana del Viernes
el gallo canta tres veces;
Pedro niega a Jesús,
mintiendo que le conocía,
cumpliéndose la profecía.
Humilde ante Pilato 
es presentado ante él,
esperando un veredicto
aquel que solo hizo el bien.
Se encuentra anonadado
sin quererle responder,
como si fuera un convicto
atado de pies y manos.
Las voces que le aclamaron
en el domingo de Ramos,
ahora le condenarán,
preferirán a un sedicioso,
el bandido Barrabás,
antes que al Jesús misericordioso.

Ya a las once la mañana,
Jesús, El Nazareno,
coronado y atormentado,
vestido de color morado,
sale del templo escoltado
con la cruz entre sus manos.
Su rostro triste y llagado,
por espinas coronado,
ayudado por Simón
-el de Cirene llamado-
sale marcando El Paso,
para salir en procesión,
escoltado por Morados,
-La Hermandad del Nazareno-,
por mujeres engalanadas,
adornadas con tocados y brocados.

Desde un balcón adornado
por lirios de color morado,
se levanta una saeta,
que apunta hacia el cielo,
de un poeta emocionado:


Salía El Nazareno, con la cara demudada,
reflejando en su rostro
una patética muerte anunciada.
De terciopelo morado
va vestido El Nazareno,
coronado por espinas
sobre su frente y su pelo.
El tosco madero pesado, percutía,
sobre el camino de piedra, adoquinado,
con esfuerzo abrazado,
que hombre y madero eran uno,
en la cumbre del Gólgota, crucificado.

Manos de mujeres tendidas
unidas para levantar al caído,
lágrimas de madres compungidas
protegían al hijo ya perdido,
la de aquel hombre de mirada triste,
abatido,
con moratones y sangre resecada
por un gélido viento en su cara.

Manos llagadas, aferradas
a los nudos del madero,
fundidas en abrazo de dolor y denuedo.
¡Un grito desgarrado...,
de aquel que se sabe inocente!
con el alma doliente
!traicionado!
abandonado a su suerte, olvidado
por Dios y por su gente.
uhorizonte rojo del traspuesto 
sol caído, tiñe las nubes de sangre,
sangre que fluye de la ceja
al ojo herido,
como prueba de amor,
-amor no correspondido- 
la de un rey, cuya corona no deja
de ser roja, por brotar en ella
espinas y no rosas.

Sus andares son penosos,
la de un Cristo hundido,
humillado y afligido,
por maltrato recibido.
Camina por los Granadillos
hacia el Paseo San Segundo,
y llegar así a la Cruz de los Caídos;
escoltado por San Juan,
pasando por Calle Baja,
hasta llegar a la Cruz de San Juan,
y por la Calle Alta, llegar hasta
la Plaza, donde se encontrará,
con María la Dolorosa
y su discípulo amado,
el Evangelista San Juan.

Allí espera la Verónica
para su rostro enjugar,
de la sangre y las heridas,
que emanan de su corona,
la de un Rey sin reino, 
que en este mundo no está: 
por ser un reino en el cielo
donde no existe la maldad.
El rostro del Nazareno, 
impregnado en el lienzo,
por la sangre  y el sudor,
refleja un dolor inmenso,
muy difícil de olvidar;
para ser mostrado al momento,
a la Virgen y a San Juan,
a vecinos y lugareños,
reunidos para memorar
el gran acontecimiento.

Desde un rincón de la Plaza,
emerge una voz compasiva,
hacia la madre afligida,
traspasada de dolor,
entre varales de plata
que relucen más que el sol:

Allá va la Dolorosa
con el rostro entristecido,
su corazón malherido,
y sus ojos humedecidos,
tras la huella de su Hijo.
Entre flores y faroles
acompañada,
y guirnaldas como oraciones,
una saeta recita
con alma sus emociones.

Lágrimas transparentes,
recorren como un torrente
su tez,
marcando en su bello rostro 
la palidez.
Con su manto enlutado
de terciopelo dorado,
junto al Discípulo amado,
va la Virgen Dolorosa
de camino hacia el Calvario,
con dolor y desamparo
por el Hijo abandonado.

Su Hijo el "Bien amado",
-el elegido por Dios-,
a duras penas se yergue,
impotente, 
aplastado por el madero
pesado.
Ella, como toda madre,
no entiende este castigo
de aquel que todo lo puede,
ni el despojo, la condena,
ni el olvido.

La Verónica muestra trazos,
en un lienzo blanco
de un rostro de sangre y sudor,
tras un desconsolado llanto
y aflicción,
al son de una saeta
que suena con emoción.
En un instante preciso, 
-Madre e Hijo-
entrecruzan sus miradas:
en una queda el dolor, 
en la otra, un inmenso amor.


El Paso del Nazareno, 
por las calles de mi pueblo,
en olor de santidad,
camino del Gólgota, va.


antonio gonzález padilla



NB  He tratado de reflejar en estos versos, las vivencias y recuerdos que suscitaron en mi los oficios y las procesiones de la Semana Santa de Abla, cuando yo era un niño.
Sobre La Verónica he querido describir este hecho, por ser una tradición piadosa del pueblo, más que como personaje histórico que no aparece en las Escrituras; solo en los evangelios apócrifos. Como todo el mundo sabe es más bien un personaje inventado por el pueblo piadoso para obtener el rostro de Jesús en un paño; de ahí su nombre: Vero-icono (verdadera imagen).




 

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