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viernes, 25 de marzo de 2016

Semana Santa en Abla (II)


Poema de la

Semana Santa de Abla (II) 

Son las tres de la tarde,
de un Viernes Santo
en la Cruz de los Caídos,
frente al monte de los olivos,
Jesús pende de una cruz.
San Juan está  allí sumido,
indicando el camino,
con su palma en la mano,
acompañando a María,
con el corazón traspasado.

Sus jadeos son más dilatados,
apenas puede respirar,
el mismo peso del cuerpo
le impide ensanchar el pecho,
se asfixia cada vez más.
Sus fuertes extremidades,
apoyadas en los clavos,
pese al dolor insoportable,
le ayudan a respirar.
Finalmente El Crucificado,
exhala el último aliento,
encomendando su espíritu,
a su Padre el "Bien Amado·.

Un silencio luctuoso,
se apodera del lugar,
roto por el aletear de aves
que se aprestan a volar,
y un tambor acompasado,
con cadencia regular,
rompe un silencio hermanado
y nos invita a rezar:

Ante ti estoy, Jesús amado,
manos extendidas para perdonarme,
y en el madero del tormento romano,
atadas y clavadas, para castigarme.

Me presento ante tus ojos de amor,
para que me miréis con sereno gesto,
y la ira de la justicia del buen Dios,
se aplaque, por tu misericordia y perdón.

No solo diste tu vida con tu hecho, 
pues si quedaba duda, también
renunciaste a tu madre como gesto.

Nada quedó en el resto de tu cuerpo: 
ya que vertiste la última gota de sangre
por la brecha de tu costado abierto.


El cielo se torna gris,
crespones negros coronan
estandartes y banderas,
de hermandades y cofradías,
cambian su color morado,
por los signos enlutados.
San Juan y La Dolorosa,
quedan como anonadados,
contemplando al soldado,
que con yelmo y lanza armado,
traspasa aquel costado
del maestro e hijo amado.

Un color negro sepulcral,
reviste el cielo sombreado,           
a veces iluminado,
por relámpagos y nubes,
que lloran por El Crucificado. 
Manifiestan ante el mundo
el fracaso de un Dios-hombre,
que quiso ser como Dios,
y solo es un ajusticiado
que pende de un madero
cruzado, a la espera de ser
por el Padre glorificado.
               
El que ha de resucitar,
primero ha de ser enterrado;
por la Calle Baja va
el cuerpo del Crucificado,
envuelto en un sudario,
por "los civiles" escoltado,
en los oficios desclavado,
por la hermandad, cuyo nombre
es, la del resucitado.

Todo ha quedado ya dicho,
en Siete Palabras -escrito está-
las mismas que profirió Jesús,
en el Gólgota como altar,
antes de expirar.
Claveles de color rojo-sangre,
rodean el cuerpo yacente,
luchan por sobrevivir
en un sepulcro de muerte,
preludio de una batalla,
entre la vida y la muerte,
donde Jesús triunfará,
sobre las fuerzas del mal.

Seguido por penitentes,
con cirios de una luz tenue,
y de hombres enlutados,
con velas entre sus manos,
y de mujeres sufrientes,
el cuerpo de Jesús inerte,
busca descansar yacente,
en un sepulcro cedido,
prestado por un amigo.

Recorre Abla en la noche, 
un silencio sepulcral,
una serpiente de luces,
repta en la oscuridad,
entre cirios encendidos,
pavesas que eleva el viento
y rezos enmudecidos.
Son las mujeres piadosas,
que saben lo que es llorar,
acompañan a su Virgen,
llamada, "La Soledad":

Una estrecha calla, un camino angosto,
una sierra nevada sin ventisca ni heladas,
y una playa de arena con agua estancada,
sin olas ni brisa que acaricie el rostro.
 
La Virgen sola en soledad callada, aislada;
nadie le acompaña. Es palabra silenciada,
escrita en hoja blanca demudada:
la solitaria tristeza de una madre asolada.
 

Soledad es su nombre, la de madre dada,
después de perder al Hijo, abatida,
sin respuesta en el Gólgota abandonada.
 

Madre cuyo vientre da vida, sonrisa y llanto:
como mujer que pare aliento y vida, 
pero no muerte, soledad, y quebranto. 


Vigilia Pascual del 
Sábado Santo

El día más grande del año
en la liturgia cristiana,
es la del Sábado Santo,
por la simbología empleada.
Es la noche bendita de la luz,
y la Palabra, la del agua
del bautismo, y sobre todo es:
La Noche de La Pascua,
y del Cordero Pascual;
noche de catecumenado
de profesión de fe
en el Cristo Resucitado,
por la inmersión bautismal
en presencia del Cirio Pacual.
 

¿Quién ha movido la piedra
que tapaba el sepulcro,
de un Jesús que ha fracasado
de resucitar ante el mundo?

No ha sido un ángel del cielo,
quien esta mañana temprano
ha removido la piedra,
de aquel hombre sepultado.

Ha sido la esperanza,
el amor y la caridad,
el servicio a los demás,
la fe en su Padre Dios,
quien le ha hecho resucitar
frente a las fuerzas del mal.

Él es el elegido,
quien triunfa sobre la muerte,
por su Padre el Dios vivo.

Porque esta hermosa aventura,
que se inicia en la Encarnación,
y siguió por la Pasión,
no puede acabar en la muerte,
sino en la resurrección.



Por eso por la mañana
al despuntar el alba,
el sepulcro está vacío:
No hay que buscar entre los muertos,
a quien está con los vivos:



¿Por qué buscáis entre los muertos
a quien ha resucitado?
¿Por qué buscáis en la tumba
al que está glorificado?

!Hombres de poca fe
solo creéis si tocáis!
No creéis en la palabra,
de aquel al que decid, amáis.

Aquel a quien buscáis,
ya no está en este mundo,
está en la gloria del Padre,
después de redimir el mundo.

!Jesús ha resucitado!
!Lejos de la muerte está,
aquel que venció al pecado,
nacido de una mujer virginal!

Él se nos ha adelantado,
por ser hermano mayor,
él ha sido resucitado,
por su Padre, el Buen Dios.

Nosotros también seguiremos,
la senda que él nos trazó,
venceremos a la muerte,
el día de nuestra resurrección.


Hoy  repican las campanas,
de alegría y emoción,
hoy es el gran día del año,
Domingo de Resurrección.
La Virgen viste de gala
de blanco y de almidón,
radiante está su semblante
porque su hijo El Señor,
-aquel que nos redimió-,
hoy está sentado a la diestra
de su Padre, -en el cielo-
por la resurrección.

 
Allá va el Resucitado,
con su túnica del alba,
de blanco y oro su cuerpo,
su cuerpo glorificado,
y su estandarte en la mano.

A sus pies queda un sepulcro
abierto, vacío, sin nadie dentro;
en su cuerpo glorificado
queda su costado abierto,
sus manos firmes llagadas,
por clavos y sufrimiento
de una pasión ya pasada.

Nuestros padres nos enseñaron,

amar a la religión,
seguir la fe trasmitida
revivir la pasión
del Cristo resucitado,
con ilusión y devoción.

Cuando salía por la puerta
de la Iglesia parroquial
la imagen del resucitado
al son de la marcha real
y el cielo con fuego coronado,

sentimos una emoción
que embarga nuestros sentidos 
que alegran el corazón,
como niños alborozados.

La alegría se manifiesta
en el rostro de la gente,
que acompañan a Jesús
victorioso y resurgente,  
por haber vencido al dolor
y triunfar sobre la muerte.

Los monaguillos ordenando
a los procesionales,
la cruz de guía dirigiendo
al pueblo y la jerarquía,
todos, todos acompañando
a Jesús resucitado.

Triunfante y victorioso
con panes y uvas en los pies,
fruto del campo copioso,
regalo de hombres de bien
y de un pueblo generoso,

El Resucitado va, 
rodeado de su hermandad,
pregonando por las calles, 
por los campos y vecindad,
su victoria contra el mal.

La alegría de su madre,
se manifiesta en su andar,
la que un día fue dolorosa,
hoy en el trono está,
como una Virgen gozosa.


Por todo ello en el pueblo
se desborda la emoción,
y las mujeres del pueblo
entonan esta oración:


magnificat

"Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios  mi salvador"

Canta el coro de mujeres abulenses
-como fervientes creyentes-
a María Santísima, madre del Señor,
y el gozo de María,
se manifiesta en su rostro, como sonrisa de Dios.

Es la Virgen engalanada con sus mejores galas,
esperando al Señor.
Aquel que entre los muertos ha resucitado,
para nuestra salvación.

     antonio gonzález padilla 



N.B. Dedicado a mis padres, Antonio y Francisca, por educarme en los valores religiosos del cristianismo y en el amor a mi tierra, a mi pueblo y su gente. No he tratado de hacer un relato objetivo ni relatar los hechos con pulcritud histórica. He contado la Semana Santa de Abla vista con los ojos de un joven que la vivió con la intensidad propia de un adolescente en la década de los 60. Solo he dejado que la pluma escriba lo que el corazón siente y la memoria recuerda. He compaginado el lado litúrgico y simbólico de estos misterios religiosos bajo el signo de la fe, a través de poemas y sonetos, -como creyente-, con el legado folklórico y costumbrista recibido por la tradición.




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