Bangladesh es algo mas que un país exótico o una canción de George Harrison. Es una tierra donde cuatro millones de exclavas del mundo pobre visten al mundo rico, hacinadas en 4.500 talleres gracias a sus salarios de miseria. Hasta 16 horas diarias y 26 días al mes de trabajo; solo descansan un día a la semana por un euro de salario y 32 al mes; de 10 euros por prenda, solo 10 céntimos van a salarios. ¿No es una vergüenza? El último miércoles de abril muchos empleados en Dacca se negaron a ir a trabajar. Las grietas en las paredes hacían presagiar que el edificio Rana Plaza no aguantaría mucho tiempo el peso de las 3.000 personas y de las decenas de máquinas que producían ropa para distintas marcas. Pero cuando se gana menos de 50 dólares al mes, ausentarse significa un día sin comer. En cuestión de minutos la estructura de ocho pisos se vino abajo y más de 500 personas murieron atrapadas. El incidente le dio la vuelta al mundo y volvió a desnudar las precarias condiciones laborales de una industria que mueve miles de millones de dólares. Entre los escombros del Rana Plaza se encontraron etiquetas de las marcas Mango, El Corte Inglés, JC Penney, Benetton y Primark. Sin embargo, cuando sus nombres salieron a la luz pública, algunas aseguraron estar inscritas en grupos de monitoreo, quienes a su vez dijeron que inspeccionar las edificaciones no era responsabilidad suya sino del gobierno. Es el resultado de la deslocalización de empresas textiles del primer mundo, y la explotación de la mujer por salarios de vergüenza impropios de una civilización desarrollada, retrotrayéndonos a épocas de la revolución del trabajo en el siglo XIX. Los milagros no existen y nadie con dos dedos de luces podría explicarse vestidos a cinco euros o camisetas a dos, si no fuera por la brutal explotación de la mujer en talleres insalubres, donde los derechos laborales brillan por su ausencia y todo queda supeditado a la rentabilidad económica. Esos vaqueros envejecidos que te enloquecen en los escaparates de luces atrayentes, se envejecen con un sistema de inyección de arena que genera silicosis pulmonar, la enfermedad incurable de los mineros. Son ropas hechas de jirones de sudor y piel por gentes que se sienten afortunadas, porque el hambre y la necesidad les corroe por dentro, dolor mitigado solo por salarios de miseria. Las causas principales de este estado de cosas son la pobreza, una deficiente legislación laboral, la corrupción y la excesiva demanda de trabajo de mano de obra barata. Nosotros ¿qué podemos hacer? Lo primero, sentir el dolor y solidarizarnos con los familiares de las 540 víctimas. Lamentar que tenga que suceder una gran tragedia para concienciarnos del problema. Y sobre todo, informarnos de dónde viene la ropa que compramos, y obrar en consecuencia, aunque nuestro bolsillo se resienta.
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lunes, 6 de mayo de 2013
Bangladesh
Bangladesh es algo mas que un país exótico o una canción de George Harrison. Es una tierra donde cuatro millones de exclavas del mundo pobre visten al mundo rico, hacinadas en 4.500 talleres gracias a sus salarios de miseria. Hasta 16 horas diarias y 26 días al mes de trabajo; solo descansan un día a la semana por un euro de salario y 32 al mes; de 10 euros por prenda, solo 10 céntimos van a salarios. ¿No es una vergüenza? El último miércoles de abril muchos empleados en Dacca se negaron a ir a trabajar. Las grietas en las paredes hacían presagiar que el edificio Rana Plaza no aguantaría mucho tiempo el peso de las 3.000 personas y de las decenas de máquinas que producían ropa para distintas marcas. Pero cuando se gana menos de 50 dólares al mes, ausentarse significa un día sin comer. En cuestión de minutos la estructura de ocho pisos se vino abajo y más de 500 personas murieron atrapadas. El incidente le dio la vuelta al mundo y volvió a desnudar las precarias condiciones laborales de una industria que mueve miles de millones de dólares. Entre los escombros del Rana Plaza se encontraron etiquetas de las marcas Mango, El Corte Inglés, JC Penney, Benetton y Primark. Sin embargo, cuando sus nombres salieron a la luz pública, algunas aseguraron estar inscritas en grupos de monitoreo, quienes a su vez dijeron que inspeccionar las edificaciones no era responsabilidad suya sino del gobierno. Es el resultado de la deslocalización de empresas textiles del primer mundo, y la explotación de la mujer por salarios de vergüenza impropios de una civilización desarrollada, retrotrayéndonos a épocas de la revolución del trabajo en el siglo XIX. Los milagros no existen y nadie con dos dedos de luces podría explicarse vestidos a cinco euros o camisetas a dos, si no fuera por la brutal explotación de la mujer en talleres insalubres, donde los derechos laborales brillan por su ausencia y todo queda supeditado a la rentabilidad económica. Esos vaqueros envejecidos que te enloquecen en los escaparates de luces atrayentes, se envejecen con un sistema de inyección de arena que genera silicosis pulmonar, la enfermedad incurable de los mineros. Son ropas hechas de jirones de sudor y piel por gentes que se sienten afortunadas, porque el hambre y la necesidad les corroe por dentro, dolor mitigado solo por salarios de miseria. Las causas principales de este estado de cosas son la pobreza, una deficiente legislación laboral, la corrupción y la excesiva demanda de trabajo de mano de obra barata. Nosotros ¿qué podemos hacer? Lo primero, sentir el dolor y solidarizarnos con los familiares de las 540 víctimas. Lamentar que tenga que suceder una gran tragedia para concienciarnos del problema. Y sobre todo, informarnos de dónde viene la ropa que compramos, y obrar en consecuencia, aunque nuestro bolsillo se resienta.
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