Translate

miércoles, 31 de octubre de 2012

Gachas de harina de maíz





Recuerdo que llovía intensamente. El agua grisácea mezclada con tierra launa, salpicaba en el balcón de mi habitación ensuciando los cristales de la ventana. Las canales escupían torrentes de agua, procedentes de todas las fachadas, formando pequeños riachuelos, que hacían de la calle un aprendiz de río. Tendría unos diez años y allí seguía atado a la pata de la mesa camilla, intentando acabar la caligrafía inglesa y resolver los problemas de matemáticas. Hacía un frío que pelaba, y lo que menos me gustaba, era hacer los deberes bajo la estricta vigilancia de mi padre.  Mas de una vez me preguntaba por qué mis padres eran tan cuidadosos en mi educación, hasta el punto que dudaba si querer más a mi madre que a mi padre. Al final, siempre llegaba a la misma conclusión: A los dos los quería por igual. A la hora de comer, mi enfado se hizo ostensible, allí en el centro de la cocina estaban las trébedes preparadas para comer las gachas de maíz con caldo colorado, que tanto odiaba. Era un día horrible para mi, aunque me las ingenié para hacerlo mas llevadero. Comí lo preciso, quedándome con hambre. Cuando mi padre se marchó para tomar café, me sentí aliviado en la soledad de mi estancia. Cogí uno de sus folios y dibujé una estrella de cinco puntas que pegué en una bandera roja, símbolo de libertad de un país imaginario independiente, en el que que yo sería un héroe feliz, lejos de los deberes aburridos y anodinos de la escuela. Calqué una moneda de un duro que conservaba de mi abuelo, y borré la figura de Franco sustituyéndola por la imagen de Di Stéfano, delantero centro del Real Madrid.  Ya tenía  la moneda del país independiente que había creado a mi imagen y semejanza. Me sentía libre y fuerte, en aquel imaginario país, lejos del control de mis padres; (al menos eso creía yo) Nadie impediría mi libertad en aquel lugar idílico, construido caprichosamente para satisfacer mis propios deseos y donde no habría ni escuela, ni maestros ni deberes, solo niños libres jugando al fútbol y paseando en bicicleta. Nadie, excepto mi madre, que  desde la cocina me dijo: "Cuando decidas venir tienes la cena sobre la mesa". Sabía que unos huevos fritos con patatas me esperaban. ¡Era tanta el hambre que tenía, que mis principios libertarios se disiparon ante un plato tan suculento! Mientras, en el pueblo, se luchaba contra la depresión y el hambre, preparando las maletas para Alemania en busca de trabajo, ajenos a mis delirios de grandeza. Hoy, si hay un gran plato que eche de menos, son aquellas gachas de harina de maíz que con tanto cariño y esmero preparaba mi madre.



N.B. Dedicado  a todos aquellos gobernantes que permanecen en una minoria de edad, para que encuentren la sensatez y la cordura propia de la madurez adulta.




No hay comentarios:

Publicar un comentario