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martes, 9 de septiembre de 2014

La Vieja Estación






Ahí sigue sentada sin que nadie la saque a bailar. Es la vieja estación de mi pueblo que perdida su lozanía y juventud vegeta junto a unos raíles por donde pasa el tren y no se detiene, esperando que un guapo mozo la saque a bailar, bajo los acordes de una orquesta movida por el ruido del viento entre las ramas de los árboles que la circundan. ¿Para qué sirve una estación sino para que el tren pare? Una estación sin tren es como un jardín sin flores. Asentada en una altiplano entre Abla y Abrucena -de quien toma su nombre- su silueta aparece solitaria, por estar construida lejos del casco urbano, y así, recostada en la sierra de Baza frente a Sierra Nevada, recuerda tiempos mejores. Rodeada de almendros, bojas y retamas, era la puerta de entrada del valle del Río Nacimiento, cuando joven y coqueta, abría sus puertas a visitantes y viajeros, en la línea Almería-Linares. Bajo el techo a dos aguas de madera y las paredes blancas encaladas de su fachada, resurgía su silueta sobre el ocre del terreno, adornada con grandes ventanales y puertas de color gris, rematadas por dinteles de ladrillo rojo. Su reloj circular de París en números romanos y su campanilla de bronce  brillante, anunciaba con alegría o tristeza -depende para quien- la llegada o salida del tren. Su vestíbulo acogedor y amplio en forma de L, era todo en uno: sala de espera, taquillas y facturación. Un letrero al fondo de la estancia de "Jefe Estación" anunciaba quien mandaba allí. Según se entraba por la puerta de acceso, el olor a carbón quemado de una estufa impregnaba el ambiente, haciendo mas confortable la espera de los viajeros en los fríos inviernos. Construida a finales del siglo XIX, gracias al transporte de mineral de las Minas de hierro de Alquife con el puerto de Almería, pronto, alternó su vocación minera con la llegada de viajeros procedentes de la RENFE, desde la ciudades más importantes del país. Por la misma vía viajaba la correspondencia, el comercio, la moda y hasta las películas del Cine Parroquial...Por la misma vía viajaban las emociones las alegrías y por la misma vía se marchaban algunas lágrimas y las promesas de volver cuando el tren partía. Si ella pudiera hablar... Ha sido testigo mudo de proyectos, promesas, alegrías y desengaños; de besos, abrazos y despedidas; cómplice de mozos y mozas enamorados, cuya única manera de doblegar la voluntad de sus familias, opuestas a su amor,  era fugarse en tren hacia una pensión de la capital... Por ella han pasado las pesadas máquinas de vapor, arrastrando lenta y penosamente mercancías de mineral. Y viajeros, muchos viajeros hacia la capital: viajantes, estudiantes, agricultores, ganaderos; gentes de toda clase y condición. Familias de emigrantes, con maletas de madera, bultos y cestas de viandas (porque el viaje era muy largo) cargadas con mucha ilusión y muchos proyectos, a la vez que con tristeza, por ser arrancados del trozo de tierra que les vio nacer y de sus seres queridos. Hoy solo queda de ella un edificio viejo y abandonado, con ventanas y puertas tapiadas; una ruina silenciosa, en lucha con el tiempo y la naturaleza,  que erosiona sus paredes y le roba su espacio una maleza amarillenta que destruye su esplendor. Hoy, solo queda el recuerdo de un pasado glorioso de lo que fue, o alguna fotografía en blanco y negro olvidada en algún cuarto trastero como testimonio. Hoy, la vieja estación de mi pueblo, espera el paso del tiempo erguida con dignidad, encerrada en sí misma, ajena al tráfico de trenes que irreverentes y desagradecidos ni siquiera se detienen. Guardando los recuerdos de sus añorados viajeros. 




EL TREN DE MI PUEBLO


Cansino, tranquilo, va el tren de mi pueblo,
respirando humo, vapor con resuello;
trae noticias, correo y otros cuentos...,
une pueblos, gentes, ciudades y sueños...

Cada día su mole imponente, se para de frente
en la estación; rechinan sus dientes de color
carbón. Abrazos y besos, maletas y tropiezos;
lágrimas, adiós y promesas, en el andén.

La vieja campana, un viejo reloj, marca un viejo 
tiempo, de un viejo factor; un viejo jumento
"cargao" de  equipaje, por su viejo patrón.

!Qué bonito cuadro, qué bella estación!
Su pino grandioso ya nos dice adiós, moviendo
sus ramas, entre humo, carbonilla, y vapor.
                      
               ANTONIO GONZÁLEZ


3 comentarios:

  1. Enhora buena, me encanta tu forma de describir tu visualizacion, de los vestigios de nuestra estación, de cómo plasmas ese sentimiento que yo comparto y que no sabría contar como tu lo haces. Gracias.

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  2. La vida es un viaje de excitantes experiencias. Gracias a la palabra, nos encontramos en nuestra "Vieja estación" para coger el tren y seguir caminando... Gracias por leerme.

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