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jueves, 7 de agosto de 2014

"Los Libros no dan "pa" comer"





-¿Para qué sirve saber leer y escribir?, preguntaba un niño en un pequeño pueblo rural de la postguerra? Su padre le respondía: -Para nada, hijo, para nada; eso no quita el hambre.  -Hombre, no digas eso al muchacho, -terciaba el municipal del pueblo- Mira Manolito, imagínate que tu padre y tu estáis separados a mucha distancia, tan lejos que por mucho que grites no te podría oír, para saber el uno del otro necesitarías escribir una carta y así sabrías de tu padre; para eso y otras muchas cosas sirve saber leer y escribir -¿De qué me sirve a mi estar en contacto con mi padre si estamos separados? -respondió Manolito- mientras su padre asentía con la cabeza.
Visto así, para una mentalidad rural de los años 40 poco importaba saber leer o escribir. No era necesario para sembrar,  segar o recolectar el trigo o la cebada; tampoco para azufrar, regar o sulfatar la parra; atar la cabra en el campo, o cazar pájaros: El aprendizaje se transmitía de padres a hijos de viva voz sin que se echara en falta la lectura o la escritura. El campo solo requería trabajo, esfuerzo, sacrificio..., y que el tiempo acompañe.
Aquella pregunta seguía revoloteándo mis pensamientos y yo era de los que creían que leer y escribir servía para bien poco. Hasta que un día cayó entre mis manos las aventuras del Capitán Trueno y su bella prometida Sigrid, y entonces todo cambió, me hice un empedernido lector de Comics y TBOs a costa de estudiar lo preciso para pasar de curso.
Con el tiempo, aprendí lo importante que era el dominio de la lectura y la escritura. Antes de empezar  mi último año de la universidad, tuve que acompañar a los jornaleros de mi pueblo a la recogida de la manzana en Francia, para ganarme unas "pesetas " y pagar mis estudios. Allí se trabaja a destajo en grupos de cuatro, para recoger el máximo de kilos y ganar más dinero; dos se ocupaban de las escaleras laterales, otro se subía al árbol y las copas, y el cuarto se ocupaba de las faldas; había jornadas que cogíamos  más de treinta palets de un metro cúbico de cabida. En los pocos ratos libres que disponíamos, cada uno contaba el destino del dinero ganado; la mayoría era para pagar deudas y trampas al tendero, panadero o almacenista de abonos. Cuando tocaba mi turno y les decía que el dinero era para libros, me miraban con cierta sorna, y me decían: -Los libros no dan "pa" comer. No sé hasta qué punto tenían razón en cuanto al dinero, aunque, gracias a la escritura, hoy puedo contarte estas cosas -querido lector-  y eso no tiene precio.


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