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jueves, 26 de junio de 2014

El Cine de mi pueblo




Hoy estamos más tristes los que fuimos niños en los años 60. Las butacas del cine parroquial de mi pueblo dejarán de hacer ruido y los aplausos de admiración de la chiquillería aplaudiendo al "feo", han quedado mudos. Eli Wallach, el actor que dio vida al bandido Tuco en "El bueno, el feo y el malo", falleció ayer martes a los 98 años, según informó el New York Times. Durante dos meses del caluroso verano de 1966, la Sierra de la Demanda se convirtió en parte de los Estados Unidos, por obra y gracia del celuloide. Esta pacífica y temporal anexión fue obra de un curioso director de cine italiano, Sergio Leone,  a quien le debemos el espagetti-wester,  que no pasará a la historia del cine como el mejor director del género o las mejores producciones del Wester, pero que a nosotros nos entretenían y nos gustaban, a la par que generaba algunos jornales en la maltrecha economía de la comarca almeriense. A propósito de su muerte, hoy quiero hablaros del cine de mi pueblo. Había muy pocas cosas tan esperadas durante la semana que conocer la película que se iba a proyectar en el cine parroquial, desde que se recibía en las sacas, que Manolico traía de la estación del ferrocarril. Era un milagro (no sabemos si de la Providencia o de la técnica) imaginarse la caballería de los EEUU o los pistoleros más rápidos del Oeste, encerrados en aquellas sacas trasportadas cansinamente por su viejo jumento, hasta verlos representados en la cartelera como un anticipo de lo que serían después proyectados en la pantalla.  Nos jugábamos mucho, nada más y nada menos que la fuente de inspiración de nuestros juegos semanales, porque la película no terminaba en aquella sala vieja e incómoda de butacas de madera y sillas de anea, ni siquiera con la palabra fatídica "the end", sino que se prolongaba durante la semana, imitando las gestas de nuestros héroes. Para los niños de mi pueblo había dos géneros, las películas de aventuras o de guerra -como nosotros le llamábamos- y las de amor, que "odiábamos " con todas nuestras fuerzas. A la censura del régimen nunca le preocupó la violencia generada por aquellas producciones y sí el destape femenino controlado por el púlpito de la iglesia y la tijera del censor. Eso sí, cuando la parroquia se adueñó del Cine del pueblo y arruinó a la familia de su antiguo propietario que debió emigrar a Cataluña, entonces "la moral y las buenas costumbres" se restituyeron en el pueblo, solo interrumpidas por la proyección de "El último Cuplé".

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