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martes, 4 de febrero de 2014

Identidad




¿QUIÉN soy? Ya me gustaría a mi saberlo. La pregunta requiere toda una vida para contestarla y parte de la otra. La respuesta requiere un trabajo arduo consigo mismo entre lo que me propuse ser y lo que soy. Requiere una paciencia  franciscana para aceptarse como uno es, una fuerza de voluntad, una claridad intelectual y una honestidad moral, a prueba de bomba. Implica reconocer con humildad los defectos y limitaciones -sin pasarse- y sin llegar al extremo de minusvalorar nuestras aptitudes. Vivir es exactamente eso: aceptar el reto de moldear una identidad propia a partir de lo  dado y lo adquirido. Partiendo y asumiendo mi tiempo, mi circunstancia, mis  elecciones y equivocaciones, mis ensayos, mis errores...para singularizarme como un "yo" y no "otro". Para los que creemos incondicionalmente en el individuo como referente de la sociedad frente a los totalitarismos, sean del signo que sean, algunos revestidos de tintes democráticos, supone una elección no carente de riesgo, de soledad y de francotirador. Tener la personalidad suficiente de enfrentarse al aparato o tener la opinión propia, disidente con los cánones y aires  de los tiempos, supone hacer la travesía en solitario por el desierto, expuesto a ser engullido por ardientes arenas. La alternativa es bien conocida: ser diluido por la totalidad de la tribu, fundirse en el magma del rebaño, creer en el pensamiento único, aceptar las consignas  sin discrepar, a cambio de guarecerte en la masa acogedora de la ideología, e instalarse en un colchón bien mullido, a cambio de sustituir la posesión más sagrada de nuestro yo. Todo, bajo la sombra de una bandera, lengua o raza, no importa las renuncias exigibles, la  tergiversación de la Historia, o el crear enemigos  ficticios, para mantener el victimismo. La causa así lo exige. Para los que creemos en el valor de la libertad, como supremo bien humano, no hay aventura mas apasionante que elegir entre el ser y la circunstancia orteguiana. La empresa es costosa, y a menudo conduce a la soledad entre el pensamiento autónomo y el adoctrinamiento ideológico, tan provechoso para el individuo como inquietante para el poder.


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