A esa mujer callada
que parece que no mira
pero estás en su mirada.
A ella estas palabras
que flotan en el tiempo
y no se las tragará la nada:
allá donde penas y dichas
sean más que palabras,
donde cielo y tierra
anulen el tiempo...allá, allá lejos,
donde no habite el olvido
y quede el recuerdo.
A esa mujer virtuosa
que sin ruido ni alharacas
dejó una armonía silenciosa.
Fue todo corazón
alegría fuente de gozo
amor entrega y dedicación.
Nunca olvidamos su canto
aquellos que la vivimos
y la sentimos en el llanto.
Cuando el viento arreciaba
se nos fue sin hacer ruido
nuestro corazón mutaba
de verde a color ocre herido.
Su llama se extinguió
esa tarde sigilosa
y de pronto se apagó.
¿De quién estamos hablando?
-algunos preguntarán-
¿por qué la añoramos tanto?
Hablo de aquella mujer
que amasa el pan con sus manos
que lava ropa en el río
y la tiende al solano.
Hablo de aquella mujer
que entre fogones y brasas
atiende con diligencia
a sus quehaceres de casa.
Hablo de aquella mujer
de título "Sus Labores"
que cuida a sus cinco hijos
en tiempos de penuria y sinsabores.
¿Aún quieres conocer
el nombre de esta mujer
que sembró en este mundo
esta copiosa semilla?
Su nombre: Francisca Matilla.
Antonio González Padilla
Dedicado a la Madre de mi mujer, Francisca Matilla, en el aniversario de su fallecimiento. Sirva este poema como reconocimiento a su entrega y dedicación de los que nos sentimos orgullosos de pertenecer a esta gran familia.
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