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domingo, 24 de septiembre de 2017

Abla, un pueblo con un incierto futuro






Son las seis de la mañana y el viento no corre. Todo está en calma. La mañana es propicia para azufrar la parra y evitar así la ceniza. A pesar del estío seco hay una relativa humedad que propicia esta actividad. Las primeras luces emergen en la oscuridad de la noche para anunciar el alba  y el silencio nocturno se retira para dar la bienvenida a la mañana. Todo está preparado para el inicio de una nueva jornada en el campo. La parra no espera y los animales tampoco. Manuel, subido en su jumento aparejado, enfila el camino del Pago Moral para trabajar en su pequeña parcela de unas dos fanegas de tierra donde cultiva la uva de mesa en su pequeño parral del que dependerá la subsistencia de toda su familia compuesta por su mujer y tres hijos más. El campo no espera y los peligros que acechan a la uva, tampoco. Como tampoco espera el de la tienda de comestibles, quien le ha dado un aviso de que debe pagar lo apuntado porque la situación se le hace insostenible, y no puede esperar más. Y el panadero a quien se le debe tres meses de pan..., o el pico que se debe del abono, el sulfato y el azufre, por no hablar de la tienda téxtil donde aún se debe la camisa comprada por navidad. Esta sería la crónica de  un día cualquiera en los años 60, cuando la parra de uva de mesa era un mar verde que cubría la casi totalidad de tierra de regadío de la vega de mi pueblo.
Aquellos años de posguerra han pasado, y aquellos personajes han desaparecido porque el tiempo se les ha cumplido, como las miles de parras que han sido arrancadas dejando la tierra en un eterno barbecho. Pero la realidad sigue siendo obstinadamente la misma. Nada ha cambiado en nuestro pueblo, un pueblo bonito, bien comunicado por autovía -que no por tren- en las faldas de Sierra Nevada entre Almería y Granada. Un pueblo milenario rico en tradiciones,  pero con la eterna duda de no saber qué hacer y cuál es su lugar junto a otros que configuran el Valle del Nacimiento. Con una agricultura de subsistencia que más parece la loca aventura de unos pocos, frente a la desazón de muchos, y con serias incertidumbres cuyo origen nace de la escasez de agua lo que agrava el problema y estrangula el despegue de esta tierra. Hablamos de Abla, nuestro pueblo, un pueblo con el alma agostada. Porque el alma está en la gente en su manera de ser, el alma es la expresión de los pueblos, cuando manifiestan su interior e interpretan su alegría asociada a un proyecto de vida y a unas expectativas de futuro, apegados a una tierra que promete, aunque a veces las circunstancias pueden ser tan adversas, que impidan a las generaciones jóvenes su arraigo en el pueblo donde nacieron. Su alma está triste porque han de emigrar del lugar que les vio nacer, contra su voluntad. Un pueblo es el lugar que ofrece esperanza y permite prosperar; si alguno de estos elementos falta, entonces tenemos un pueblo camino de su desaparición. El problema se agrava porque no se vislumbra una salida en el futuro.




 

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