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viernes, 30 de octubre de 2015

CIPRESES Y OLIVOS





ENTRE CIPRESES Y OLIVOS

Cuantas veces he pasado,
por aquella tapiada calle, 
entre olivos, recordando 
los muertos y almas en pena, 
que han partido, 
sin dejar rastro ni huella.

Detrás de aquella tapia blanca,
se levantan cipreses embravecidos,
sacuden a Dios del largo
y eterno olvido, 
de los que han partido,
para no volver por olvidar el camino.

Apuntan al cielo estrellado,
de luminarias encendidas,
parpadeando el mensaje recibido.
Encerrados en sus nichos,
azotados por el viento de la sierra,
gélido, que hiela hasta los huesos.

Nombres esculpidos en mármol,
con fechas, recordatorios, y versos;
sin ruido, ni movimiento. 
Sombras lentas,
que se mueven entre tumbas 
encaladas, cerradas al tiempo.

Solo las nubes bullen en el cielo, 
con mirada displicente,
ocultando la luna; 
proyectando sus luces y sombras, 
moviéndose entre tumbas.

Adornadas por descoloridas flores
de plástico, decrépitas por el sol,
acompasadas por un tintineo rítmico,
de tallos de alambre,
en sus búcaros de crisol.

La cúpula de la ermita, 
con su veleta de hierro,
se mueve a merced del viento,
sin oídos que oigan,
su mensaje incierto.
Un reloj da la hora cero.

!Qué sólos quedan los muertos!
!Qué fríos sus aposentos!
!Qué sueño sin sueños que soñar!
!Qué triste acabar así, tapiado,
rígido, y conservado; 
sin oír una palabra de aliento!

!Sin despertar!  

¿Es éste el cielo soñado,
prometido, añorado?
Es la soledad.
La soledad de los muertos.                     
                  
     Antonio González



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