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domingo, 28 de julio de 2013

Dios y el mal




Esta es la pregunta que está en boca de muchos creyentes españoles y que tiene difícil respuesta. Hasta me atrevería afirmar que ahora es irrelevante. Lo importante es sentir en el corazón el dolor de la tragedia y solidarizarnos con los familiares de los 78 fallecidos. El brutal accidente de Santiago de Compostela, es eso, un accidente. Habrá que buscar que pasó y, si fue por negligencia humana, actuar con la Ley y exigir todo tipo de responsabilidades. Habrá que estudiar como se pueden evitar otros accidentes de este tipo y actuar en consecuencia en este tipo de trenes con aplicaciones técnicas que impidan la voluntariedad y el fallo humano de un maquinista desquiciado.  Hoy toca llorar a nuestros muertos, aliviar el dolor de las familias y solidarizarnos en el dolor porque ello nos hará más humanos y más fuertes, como pueblo y como país.
Ante una tragedia de tal calibre, es inevitable preguntarse "el por qué" de estos males, y por qué Dios lo permite. No es fácil la respuesta. Por lo pronto,  dejemos que técnicos y juristas hagan su trabajo (nosotros lo haremos desde la filosofía). Desde un humanismo antropológico o religioso, caben numerosas preguntas y respuestas, cada una legítima desde el respeto a la pluralidad. Para unos serán suficientes las respuestas de la ciencia y sus leyes físicas sujetas a un determinismo cosmológico;  para otros, -creyentes en la transcendencia- no basta la ciencia  sino que van más allá. La pregunta siempre es la misma: ¿Cómo puede Dios siendo bueno y omnipotente permitir esto? La respuesta no es sencilla sin  cuestionarnos  antes la compatibilidad entre el "libre albedrío" y el determinismo.  David Hume intentó resolver el dilema sosteniendo que el libre albedrío y la causalidad no son opuestos en realidad. El  libre albedrío, dice, es compatible con la causalidad y, más aún, es dependiente de la causalidad. Sólo podemos hacer elecciones libres en un mundo gobernado por la causalidad. Si el mundo no estuviese gobernado por la causalidad no podríamos saber qué pasaría después  de que hiciésemos nuestras elecciones y, por lo tanto, nuestras elecciones carecerían de sentido. Las propias elecciones son causas: en un mundo sin causalidad las elecciones no tendrían ningún efecto. El hábito y la costumbre de la experiencia tienen algo que decir, pero no siempre; si algo sucedió siempre, no tiene por qué no seguir sucediendo. Perfecto, tal y como concibe la ciencia el empirismo. Pero insuficiente para explicar la conducta humana; hay que aceptar un punto intermedio entre libertad y determinismo cuando nos referimos a los hechos humanos; hay que aceptar una libertad "condicionada" por factores naturales, biológicos, psicológicos y sociológicos. Una libertad humana contingente, no absoluta, que hace de la voluntad humana ser libre y responsable de sus actos.
En cuanto a la permisividad de Dios sobre estas catástrofes, y la procedencia del bien y del mal, la respuesta está en el libre albedrío.  Según esta solución propuesta, el mal es una consecuencia de la existencia del libre albedrío humano. Se afirma que un universo en el que hay seres que poseen libre albedrío es más rico y variado y, en un sentido importante, mejor que uno que contenga solo amables autómatas. Si los seres humanos fuesen siempre buenos, esto podría ser porque Dios les hubiese creado cien por cien obedientes a sus leyes y en ese caso serían meras máquinas, haciendo el bien automáticamente. La existencia del libre albedrío, pues, explica el mal moral y el valor de la libertad justifica la decisión de Dios de crear seres humanos libres, que sean criaturas capaces de elegir ambas cosas: el bien y el mal.




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