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domingo, 2 de junio de 2013

CORPUS




Hoy se celebra el "Día del Corpus" en muchos pueblos de España. El calendario laboral de fiestas no permite celebrarlo en  jueves cuando se decía aquello que "tres días  brillan mas que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi, y día de la Ascensión". Cuando empieza el verano, España cruje por sus costados entre el calor de la canícula y la crisis que se ha metido como el polvo en las entretelas de la sociedad. Cada pueblo tiene su cristo, su virgen o su santo al que sacan en procesión, envuelto en la fiesta, nostalgia y código identificador de cultura para muchos y para no pocos un símbolo religioso. España se convierte en una procesión de pólvora y música, estandartes y oraciones. Este país no se entiende sin una imagen que pasear, sin la Misa Mayor, el himno al patrón y un cura acompañado por el cetro del alcalde y la batuta del director de la banda de música que, con emoción, entona el himno nacional a la salida del templo, de la imagen titular. Fiestas por doquier. Museo de variedades. Códigos identificadores. Parece un juego de niños poner y cambiar fechas, todo para beneficio del calendario laboral que entiende mucho de eficacia y rentabilidad económica, pero que obvia por anacrónico e ineficaz el calendario religioso litúrgico con el calendario civil. La representación de la religiosidad de los pueblos está sujeta a la cultura, tradición y a la geografía que incide en la forma de celebrar las fiestas. España no es ajena a su clima mediterráneo lleno de luz y calor, que hace que la gente salga a la calle a manifestar sus vivencias religiosas en forma de representación; también incide en la forma de ser del carácter extrovertido del español, sociable y participativo. Esto ni es bueno ni es malo, simplemente es así. En la España que vivimos, llena de contradicciones y paradojas, la descristianización crea debates entre creyentes y no creyentes sobre la validez y oportunidad de las fiestas religiosas. Aunque lo de menos es el sentido religioso y su significado, lo demás es una fiesta más que hay que aprovechar para no trabajar y pasarlo bien. Algunos piensan que es mejor pasarlas al lunes para evitar los acueductos laborales y otros que es mejor eliminarlas, dejando solo las civiles, sin mancillar el domingo o incluso haciendo un largo week end que contemple el viernes musulmán, el sábado judío y el domingo cristiano. Así todos contentos. Otros, mas tradicionalistas, quieren que se mantengan las fiestas en las fechas "de toda la vida" y no les faltan razones económicas sujetas al turismo interior y a la hostelería. Desde el punto de vista religioso, sería conveniente que la Iglesia defendiese su calendario litúrgico religioso, al margen del calendario civil. Vivir la religiosidad de manera profunda  interior sin tanto folklore ni manifestaciones barrocas de imágenes y procesiones. Hoy, los que viven en paro, no deben de tener muchos motivos para celebraciones, para ellos todos los días son horrorosamente iguales. Las procesiones, se han convertido en un espectáculo para turistas en donde los móviles y los flashs trabajan a destajo para conseguir inmortalizar el momento; hay mucho ocio y negocio y poca devoción, una muestra más de esta España nuestra de pandereta. Es cierto que épocas pretéritas, cuando no había representación anti-iconoclástica, esculturas, imágenes, pinturas y vidrieras catedralicias, cumplían un cometido pedagógico, hoy, suplido por otros medios técnicamente más modernos. La liturgia, dentro de los templos, podría suplir muy bien a las procesiones populares que solo sirven para la ostentación social de algunos y algunas, o para que los políticos exhiban sonrisas mitineras con cetro o bastón de mando, en contradicción con la ideología de su partido, o principios morales fundamentales; pero eso es lo de menos. ¿Qué mas da una contradicción más? La iglesia  hace la vista gorda ante una nueva manifestación de paganismo, en una sociedad menos creyente y mas secularizada. Debería empezar una nueva forma de evangelización, más alejada del nacional catolicismo y más cercana con los tiempos modernos de catacumba a los que se ve abocada.




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