El refranero del pueblo nos dice que "cada vez que viene un hijo lo hace con un pan debajo el brazo". No le faltaba razón en una época de la postguerra donde siempre eran bienvenidos brazos para segar o trabajar la tierra. La Iglesia como comunidad, festejaba el evento mediante la inmersión en el agua con el bautismo, a la vez que lo hacía la familia con un ágape. En todos los acontecimientos importantes que jalonan la vida de un hombre, está la comida presente como un elemento que traspasa la función biológica del mantenimiento, para adquirir una simbología antropológicamente social. Es el rito de incorporación o pertenencia a un grupo que lo identifica como miembro activo con el rango que le pertenezca por derecho propio.
Las sociedades tradicionales con una economía casi de subsistencia comían lo que producían, en relación con la época o estación del año. Ahora bien, era en la fiesta cuando todo lo mejor de la producción de la casa era consumido y con abundancia. El ágape festivo aún es un importante exponente de la fiesta en nuestra casa, la gastronomía cultural es un buen exponente de ello, de comidas típicas y tradicionales. La excusa de la celebración, sea cual sea, se hace alrededor de una mesa.
La fiesta, que es sinónimo de celebración, ha ido evolucionando. Es en ella misma el mejor mestizaje de cultura humana, que se adapta a los tiempos y a las ideas. Cada colectivo la ha hecho suya, dándole identidad y forma. Hay una fiesta para cada edad y una edad para cada acto festivo. Hay fiestas íntimas, fiestas familiares, fiestas particulares y fiestas abiertas, fiestas populares y fiestas institucionales; cada colectivo tiene o puede tener fiestas (y sería bueno que tuviera); es una herramienta socializadora y de integración, da al grupo social sentido de colectivo, nos ayuda a orientar nuestras vidas y nos permite conocernos y reconocer a los que nos rodean. La fiesta es la válvula para escapar de la presión cotidiana en la vida del ser humano; es la liberación de las tensiones individuales y colectivas, herramienta clave para mantener el equilibrio social.
Por ello, cuando nos fijamos en cualquier cultura o sociedad, sus actos festivos llegan a ser color, forma, olor, sonido, gusto y imagen de lo que son, de lo que han sido y de lo que aspiran a ser, como colectivo. El calendario festivo y el estilo de fiesta son el espejo de historia, de talante y de carácter de aquella sociedad; son, al mismo tiempo, resumen de la transformación que con el paso del tiempo, aquel pueblo o grupo social ha ido haciendo sobre un territorio y sobre ellos mismos como grupo, haciendo servir y aprovechando lo que el entorno ya les daba de por sí.
Las sociedades tradicionales con una economía casi de subsistencia comían lo que producían, en relación con la época o estación del año. Ahora bien, era en la fiesta cuando todo lo mejor de la producción de la casa era consumido y con abundancia. El ágape festivo aún es un importante exponente de la fiesta en nuestra casa, la gastronomía cultural es un buen exponente de ello, de comidas típicas y tradicionales. La excusa de la celebración, sea cual sea, se hace alrededor de una mesa.
La fiesta, que es sinónimo de celebración, ha ido evolucionando. Es en ella misma el mejor mestizaje de cultura humana, que se adapta a los tiempos y a las ideas. Cada colectivo la ha hecho suya, dándole identidad y forma. Hay una fiesta para cada edad y una edad para cada acto festivo. Hay fiestas íntimas, fiestas familiares, fiestas particulares y fiestas abiertas, fiestas populares y fiestas institucionales; cada colectivo tiene o puede tener fiestas (y sería bueno que tuviera); es una herramienta socializadora y de integración, da al grupo social sentido de colectivo, nos ayuda a orientar nuestras vidas y nos permite conocernos y reconocer a los que nos rodean. La fiesta es la válvula para escapar de la presión cotidiana en la vida del ser humano; es la liberación de las tensiones individuales y colectivas, herramienta clave para mantener el equilibrio social.
Por ello, cuando nos fijamos en cualquier cultura o sociedad, sus actos festivos llegan a ser color, forma, olor, sonido, gusto y imagen de lo que son, de lo que han sido y de lo que aspiran a ser, como colectivo. El calendario festivo y el estilo de fiesta son el espejo de historia, de talante y de carácter de aquella sociedad; son, al mismo tiempo, resumen de la transformación que con el paso del tiempo, aquel pueblo o grupo social ha ido haciendo sobre un territorio y sobre ellos mismos como grupo, haciendo servir y aprovechando lo que el entorno ya les daba de por sí.
La Merendica es una fiesta entrañable que se celebra en la primavera de Abla, asociada a las primeras comuniones de cada año, el sábado previo al domingo de Pentecostés. La recuerdo con especial cariño, cuando todo el pueblo se reunía a comer por familias en el entorno de "vista Alegre", debajo de olivos frondosos a la vera de la carretera. No se conoce el inicio histórico de ésta fiesta -al menos, yo lo desconozco- pero puestos a elucubrar, podría estar asociada a la fiesta que organizaban las familias cuando uno de sus miembros hacía la primera comunión. La forma natural de celebrarlo, no era asistir a un restaurante -en aquellos tiempos no los había- sino asociarse al espacio natural, en comunión con la madre tierra, para disfrutar con toda la familia y comer los huevos cocidos, el conejo en salsa o en "fritá", el jamón, salchichón, chorizo, queso y otras viandas, producidas en el entorno doméstico; y como postre el pan de aceite con la onza de chocolate. La primera comunión es otro rito religioso de entronización en la vida adulta del niño, que deja de ser inocente para convertirse en adulto y ser responsable de sus actos. Es la incorporación del niño al mundo moral, su autonomía, libertad y responsabilidad. Es un paso decisivo para su vida de adulto. Para su incorporación posterior al mundo del trabajo. Nada diferente de lo que en otras culturas y tribus acontecía, como lo demuestran los estudios de los antropólogos Margaret Mead y Ruth Benedit.
Aunque para mi, la Merendica, tiene un significado muy especial. Asociada a tiempos de escasez, era el día en el que disfrutábamos de la comida preparada con esmero por los padres y tíos. Y no era una comida cualquiera. Para empezar, no había olla, trébedes o caldo que se pareciese. Era romper con la monotonía diaria de un pueblo en el que no acontecía nada extraordinario. Era la comida de la solidaridad y el hermanamiento, donde cada uno aportaba lo que tenía y lo compartía con otros cercano o lejanos, daba igual. Era la fiesta donde las clases sociales se igualaban a ras de suelo y las diferencias se difuminaban, simbolizadas en un ajedrez de manteles multicolores extendidos por el campo. Es posible que hubiera cierto pique con el mejor mosto o el mejor jamón, pero esto lejos de separar, unía a familiares, amigos y conocidos. !Jamás comí un queso de cabra tan bueno como el de la merendica! !Ni helados tan gustosos al son de los pasodobles de la banda municipal!
Cuando la tarde caía, saciados y satisfechos, los amigos y familiares iban de olivo en olivo a visitar a sus parientes, para darle el último tiento al jamón y al vino. Aquella gentes sencillas de agricultores, se deseaban los mayores parabienes y buena cosecha, tal vez sin recabar que nunca la naturaleza estuvo tan cerca, ni los productos de la tierra tan próximos, que en el sencillo acto de comer, e incorporar a su cuerpo, aquello, que previamente había germinado como fruto de su trabajo.
Qué agradables sensaciones describes...
ResponderEliminarA veces es necesario tener lo justo para apreciar con tanta humildad las cosas que constituyen la verdadera felicidad: aquella que germina con la sencillez de la vida y de la Tierra, del amor y de la gratitud por las cosas que podemos saborear desde nuestro más íntimo gozo.
¡Un abrazo!
Imanol