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lunes, 21 de marzo de 2011

AQUELLOS ARBOLES DEL PASEO DE ABLA




Aquellos árboles del Paseo tenían vida propia. Fueron testigos de los juegos de mi infancia y en el lento discurrir del tiempo, asistían impávidos  acomodándose a todas las estaciones del año. Eran robustos, gigantescos y mudaban de traje y de color según la estación. Alineados en formación en dos hileras, hacían del paseo de mi pueblo un lugar tranquilo y apetecible tanto para niños como para mayores.
 Allí sentí por primera vez la fuerza de la naturaleza, rugiendo en los días de tormenta,cuando el viento los sacudía como queriendo arrancarlos de sus propias raíces.Parecían gigantes salidos de las entrañas de la tierra. Ellos se agarraban al suelo desafiando a los elementos, permaneciendo erguidos, desafiantes y nunca perdiendo la compostura, eso sí, moviendo sus ramajes como brazos de gigantes molestos, ahogando con su estruendo el suave tañer de la campana de la iglesia.

En las tardes de primavera y verano sus ramas se aquietaban y sus movimientos bruscos irregulares se convertían en un plácido movimiento, permitiendo el paso de la brisa suave que refrescaba las largas  y calurosas tardes de verano. Un coro de trinos vespertinos hacían del paseo una caja acústica sin  orden ni concierto, miles de pájaros se acomodaban en sus ramas buscando un lugar donde pasar la noche después  de una larga jornada de lucha por la subsistencia.

Por la mañana el Paseo se convertía en mercado y sitio de reunión de las mujeres convocadas por pescaderos y carniceros. A un lado de la arboleda se erigían dos construcciones rectangulares, parecidas a dos vagones de tren que servían como plaza de abastos. Sus múltiples ventanales abiertos al exterior servían como mostrador para que tanto carniceros como pescaderos ofrecieran su mercancía. Unos ganchos de hierro pendían en el centro de la nave como garfios que servían para colgar las reses ya degolladas y ofrecidas para su venta. En el centro de la nave se alineaban grandes troncos de madera inerte que servían para partir la carne.

Por la tarde el matadero se convertía en el lugar de encuentro de la chiquillería. Sus ganchos se convertían gracias a la imaginación, en trapecio de circo o gimnasio improvisado no exento de riesgo. Los múltiples trocitos de carne y pescado producto de su manipulación por los carniceros, atraían a miles de avispas y moscas que acudían para satisfacer su apetito. Los niños y las avispas nunca hicieron "buenas migas". La lucha  entre estos dos bandos era a muerte. Sus picotazos lo pagaban caro a costa de su propia vida. Con un pequeño hilo de esparto seco, en cuyo extremo se ensartaba un trocito de carne, se ofrecía a las avispas  con el grito de guerra:" chicha mota capirota". Aquellas ingenuas caían en la trampa, perdiendo el control de su defensa, afanadas en satisfacer su hambre, encontraban la muerte, bien mediante un zarpazo, o ahogadas dentro de un agujero lleno de agua, hecho en la tierra cubierto con un cristal trasparente.

No acaba aquí el uso de nuestro bello y querido Paseo. Por las tardes se convertía en campo de juego. Eran innumerables los enfrentamientos entre "Real Madrid y Barcelona", entre dos bandos irreconciliables. Se jugaba en piso de tierra, los árboles eran postes improvisados  de nuestro goles, y testigos mudos de nuestras disputas. No existía árbitro y lo de menos era quien ganaba. Lo importante era imitar a nuestros ídolos asumiendo su identidad ,olvidando mientras tanto, los sinsabores de la vida.

No le podía faltar a nuestro Paseo dos fuentes de agua, situadas a ambos extremos. El caño de agua transparente, hija fiel de su madre-sierra llamada "Nevada", risueña y complaciente en el horizonte blanco, dorada en el amanecer, resplandeciente al medio día y plomiza al atardecer, servía para satisfacer la sed de niños y mayores y como abrevadero de animales,  en un pilar de piedra tallada, reino de avispas y sanguijuelas. Durante el día era un ir y venir con cántaros y botijos, con aguaderas hechas de esparto, distribuidas de dos en dos a ambos lados del aparejo del animal. Aquel caño de flujo constante de agua, era fuente inagotable de vida para las familias que habitaban Plaza y Castillos.

Fue allí donde muchos jóvenes probamos la cerveza fresca de Maximino, bajo aquellos árboles frondosos, y supimos que existían los helados en verano, y no solo en las fiestas de abril, cuando aparecía uno de los distintivos mas representativos de las fiestas: "los helados ricos del Tío Juanico", junto a "Las Cunicas" y  "La Mariana", turronera a donde las hubiere. Y fue allí también donde parejas de adolescentes dejaban sus huellas de identidad inscritas en el tronco del árbol, como testigo mudo, de promesas y deseos venideros, algunos de difícil cumplimiento.
!Cuánto te añoro Paseo de mi pueblo! !Ya no eres lo que fuiste para ser lo que nunca serás! !Eres sueño, quimera, añoranza e ilusión! Recuerdo que se desvanece  en la lejanía de los tiempos, que aún pervive en mi corazón...



Árboles que lloran

Plátano de Oriente
árbol de dulzor amargo
testigo mudo de promesas
desechas por el tiempo
hechas en momentos de deseo
por parejas
esculpidas en vuestro tronco
como heridas
de corazones rotos
que lejos de cerrarse
se agrandan creciendo
en vuestro tronco.
Cobijo de  pájaros
cansados del acecho 
posados en las alturas
seguros en el follaje
a resguardo de cazadores
curtidos.
!Árboles talados!
la memoria en vosotros
no es pasado:
la llevo conmigo.
Al menos vuestras lágrimas
en hojas que se caen
encuentran su destino;
yo, desorientado,
sin tierra,
¡camino!

      antonio gonzález



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